miércoles, 24 de octubre de 2007

Elecciones


PERFIDIA

“Por lo general, la gente que no sirve para nada, es la que sirve para explotar a los demás.”
Mario Vaena


Escuchaba un tema de Joy Division mientras la televisión me mostraba que el candidato Sobich estába 100% preparado para gobernar. A mis espaldas, mi gata Yolanda se echaba tremendo meo sobre una remera de Evo, que había olvidado en la bacha de la cocina. Flor de hija de perra, al igual que el canoso neuquino, la fogosa platense, el perruno bonaerense y la gorda platinada. ¿Me olvido de alguno? Creo que no. Ah, sí. El presi de película. El apologista botánico que quiere sembrar un “pino” en el congreso. Por suerte no se presenta esa copia barata de Facundo Quiroga que nos invitaba a comprar en Miami (muchos amigos han quedado en el exilio). Un destacado: el Turco Asis en la boleta de Sobich. Sería bueno sacarle una foto del pequeño miembro que guarda bajo sus calzoncillos neoliberales (fotos robadas en los jardines de Quilmes).
El domingo me quedaré leyendo la editorial del diario La Nación del 18 de octubre de 1945. A ver si de una vez “los cabecitas” nos mojamos las patas como es debido, y no en las heladas aguas del kirchnerismo, sino en las ex populares fuentes de Plaza de Mayo. Solo si nos dejan los turistas que sacan fotos kistch de nuestra “digna” pobreza.
Ya terminó el tema de Joy Division. El spot de Sobich quedó en el olvido y las imágenes del triunfo de River me obligaron a apagar la tele.

Viajar y leer


LITERATURA NÓMADE

De la “Odisea”, de Homero a “En el camino”, de Jack Kerouac, el relato de viaje ha recorrido todas las culturas del globo. El viaje religioso, las cruzadas, las expediciones de Marco Polo y el viaje etnográfico de Darwin.


En Fondo Negro
Por: Nicolás G. Recoaro.


En un capítulo de su libro “El último lector”, dedicado a las lecturas y los viajes de Ernesto “Che” Guevara, el escritor argentino Ricardo Piglia afirma que: “lo único que puede narrarse es un viaje, un desplazamiento por la corteza del mundo o un periplo –sólo en apariencia inmóvil- dentro de nosotros mismos, del que siempre, inevitablemente, se vuelve transformado, convertido en otro.” Quizás, es esa la razón por la que el viaje, los escritores y la literatura forman un verdadero triángulo amoroso.
Hay un punto –no determinado por una obra o un momento preciso- que produce un corte, una escisión de la que la literatura de viajes se anematiza y adquiere rasgos de género. Inclusive, hay quienes sostienen que el relato de viaje podría presentarnos el germen mismo del nacimiento de la literatura. Bastaría con citar “El Viaje al Oeste del rey Mono”, obra fundacional de la tradición poética en Oriente; o el legado de Ulises, el héroe humano que inmortalizó Homero en la “Odisea”, primera obra mayor de la literatura occidental. O yendo más lejos en el tiempo, “La épica de Gilgamesh”, la primera obra épica occidental. Quizás, algo de razón tenía De Certeau cuando afirmaba que “todo relato es un relato de viaje”.
La “Odisea” es el relato fundacional de la literatura de viaje. La obra de Homero construye el paradigma germinal del género. El viaje que emprende Ulises para volver a su hogar luego de la guerra de Troya nos puede dar ciertos indicios de las características que adopta el género en su nacimiento. El viaje de Ulises funciona como alegoría, donde la experiencia itinerante lleva a la salvación del héroe. Surge así el primer paradigma del relato de viaje, el modelo alegórico. Ulises es el primer peregrino de la cultura Occidental y su legado cobrara fuerza durante toda la Antigüedad.
Con la llegada de Constantino al poder (S.IV). El relato de viaje del joven cristianismo aborda los periplos a la denominada “Tierra Santa”, exploraciones llevadas adelante en el siglo IV, conforman el nuevo modelo del relato itinerante. Alejados de la topografía pagana, las crónicas de viaje del joven cristianismo fueron santificados bajo los principios del peregrinaje religioso. Los viajes empiezan a ser comprendidos como metáforas del progreso espiritual de los creyentes. Nace el modelo del peregrino que busca la salvación individual. Éxodos, diásporas, errancia y retornos mediantes, casi la totalidad de la escritura hebrea y del primer cristianismo es literatura de viaje.
El relato de viaje de la Edad Media conserva algunas de sus cualidades heredadas de la Antigüedad, sin embargo, con la proclamación del inicio de las cruzadas, ordenadas por el Papa Urbano II, en 1095, la tradición peregrina hacia Tierra Santa, que compartía pacíficamente su cartografía con las culturas islámicas, sufre una escisión fundamental: el peregrinaje latino cristiano pasará a ser colectivo y armado, y guardará en su seno la idea de liberar las Tierras Santas del dominio infiel. La búsqueda del Santo Grial es el ejemplo más claro de la narrativa trashumante que surge durante el período de las cruzadas. Un periplo que funciona como metáfora del aprendizaje experiencial, una voluntad que con la llegada de las fuerzas impersonales de la modernidad, será ridiculizada por el El Quijote.
Con el fin de las cruzadas, las plagas y la crisis en el papado, en el siglo XIV, las antiguas matrices alegóricas y del peregrino serán parcialmente reemplazadas por la narración empirista de los hechos. Lo que se empezaba a gestar en ese siglo estaba directamente relacionado con algunos de los principios del Renacimiento, y los relatos de viaje comenzaron a expresar el problema que enfrentaba las creencias y paradigmas religiosos con la propia observación. El relato de viaje asume los principios que lo ligaban a la curiosidad empírica y las ciencias prácticas. Los viajes de Marco Polo y las misiones al Oriente muestran la consolidación de las descripciones empiristas que asumen los relatos de viaje en los albores de la Modernidad. Marco Polo representa el origen mítico del viajero moderno, un curioso observador itinerante que desde la geografía es capaz de explorar la diversidad humana. Viajes concebidos como verdaderos proyectos culturales, regidos por la observación disciplinada, la práctica científica de la inducción y el arte de la descripción.
La Modernidad fue una época de grandes conquistas y travesías colonizadoras, y narrar la conquista implicó, en buena medida, ejercer violencia simbólica sobre el “nuevo mundo” que se colonizaba, un territorio exterior carente de cualidades estéticas, y sus habitantes, como más próximos a la naturaleza, y sus artefactos, bárbaros y elementales. La rareza de estos materiales será entonces el fundamento de una negatividad cultural y de su posterior utilidad científica, fetiches de un nuevo tipo de expansión. Los relatos naturalistas son una clara muestra de dicha violencia, en su obsesivo afán de catalogar la realidad, de diseccionarla y clasificarla, de renombrar cada rama, cada hoja, cada semilla y cada fruto, de rebautizarlo, de inscribirlo en un determinado canon de valores.
Hacia mediados del siglo XVIII, los viajeros naturalistas imponen la visión heredada del romanticismo de Schiller y Goethe, que impulsaba la idea del estudio de “la armonía de la naturaleza”; pero la resignifican bajo una visión crítica del orden natural, desarrollando sus principales teorías en las nacientes ciencias naturales: zoología, botánica y biología. Es el momento en que el relato de viaje empieza a desarrollar tareas funcionales en el marco de una matriz cultural del desarrollo colonial, que resguarda el germen modernista de la ideología romántica e industrialista del joven modelo burgués del siglo XVIII, con exponentes destacados como Darwin y Humboldt.
Para mediados del siglo XX, la reacción vitalista frente a las pugnas fraticidas de los conflictos armados y la amenaza atómica, encuentra en la literatura de viaje un caudal de expresión. Se viaja para vivir la experiencia del otro inmersa en el ideal de la fraternidad. Se gesta el nómada movimiento literario de la Generación Beat, en relación directa con el brote hippie de la década del ´60. Los viajes de los beats celebran el encuentro con los otros en rituales de comunión, acompañados de la celebración de los sentidos y el goce corporal. Michel Maffesoli explica que ese desplazamiento “pone en relieve, de manera paroxística, el nomadismo, pues indican que el placer es también una manera de expresarse, de alcanzar la plenitud”. Los textos de Jack Kerouac -con títulos sujetivos como: “En el camino” o “Los vagabundos del Dharma”- evocan la dimensión iniciativa de sus travesías. Una nueva clase de nómade ilustrado que el disciplinario anglosajón dio a llamar travel-writer, y que cobra auge a finales de la década del sesenta. “Nuevos nómades”, dirían Deleuze y Guattari, con el principio vitalista de extender el espacio liso de sus desterritorializaciones.
Fue el impulso nómade el germen del nacimiento de la literatura de viajes, la vida errante frente a la quietud sedentaria. Quizás, como afirma el investigador Aníbal Ford: “el viaje es proveedor de metáforas para definir la vida, el aprendizaje, la búsqueda de saberes críticos y no dogmáticos y la construcción de la subjetividad”. Es por eso, que cada vez que abrimos un libro, el periplo literario nos trasforma en nómades.

martes, 16 de octubre de 2007

36


“36”, un documental sobre la Constituyente

El estreno del documental “36” abre una serie de interrogantes sobre la coyuntura de la Asamblea Constituyente y la participación de los pueblos originarios en el cónclave reunido en Sucre.

Por estos años, la producción documental vive uno de sus momentos más prolíficos de su historia, y Latinoamérica no ha quedado al margen de esa ola. La presentación del documental “36”, una coproducción argentino-brasileña, es un buen ejemplo del dispositivo interpelativo que puede poner en práctica la máquina documental.
Hace poco más de un año, un grupo de cineastas e investigadores sociales de Argentina, Brasil y Chile comenzaron a gestar un documental sobre la Asamblea Constituyente. “Teníamos muchas ilusiones, aunque poco sabíamos con lo que nos íbamos a encontrar en la apertura de la Asamblea. Nos pusimos a estudiar arduamente sobre la historia de Bolivia y particularmente sobre lo que había pasado desde el 2000, y nos dimos cuenta que por primera vez en 181 años de vida republicana, se convocaba en Bolivia a una Asamblea Constituyente con participación plena de sus 36 étnias. Número que motivó el nombre de nuestro trabajo”, explica Pablo Mardones, un antropólogo chileno que integra Loco por ti, el colectivo que llevó adelante el rodaje.
Con una excelente concurrencia, el pasado 29 de septiembre se presentó “36” en la Capital Federal. “La película pretende describir lo que sucedía hace un año en Bolivia y funcionar como un disparador de preguntas respecto a las interrogantes que la coyuntura de la Asamblea despierta en Latinoamérica, sobre todo ante la extensión del plazo de la Constituyente y los giros que ha tomado en los últimos meses”, explicó Mardones.
Como buenos militantes del documental político, el film indaga sobre la participación de los movimientos sociales y los pueblos originarios en las decisiones y los debates planteados en el cónclave de Sucre. Un interesante ejercicio que puede servir de ejemplo para destrabar los puntos muertos en que ha caído la Asamblea en los últimos tiempos. La polifonía de voces entrevistadas nos habla de la profundidad y diversidad de propuestas e interrogantes. Las discusiones sobre el futuro del país se hacen carne en los debates callejeros, la opinión de representantes políticos y los desfiles y discursos de apertura de la Asamblea. “Creo que la Asamblea Constituyente ha generado grandes expectativas, además de un estado de alerta y vigilia por parte de las organizaciones sociales y la ciudadanía, pero se me abren un sinnúmero de preguntas cuando pienso en si podrán hacerse realidad la inclusión social y el respeto de los derechos de los pueblos originarios”, comentó Mardones.
Luego de la muy buena recepción del público en su estreno, “36” será proyectada en diversos ciclos documentales del interior de Argentina. “Tenemos muchas ganas de que la película sea presentada en Bolivia antes del cierre de la Asamblea. Además, está la idea de exhibirla en toda Latinoamérica, sobre todo en países donde en los próximos años se van a llevar adelante Constituyentes, como Ecuador, o donde la posibilidad de reformas constitucionales aparecen en el horizonte, como en Chile”, aclara Mardones.
“36” retrata la efervescencia política, social y cultural de una Bolivia que quiere hacerse más digna y justa. Un documental que nos puede hacer reflexionar sobre las reales posibilidades que abre una Asamblea Constituyente. Un film que puede servir para entender las posibles demandas de un país que quiere parir una nueva constitución, con las 36 étnias en su seno.

Por: Nicolás G. Recoaro



A la cartonera


Apología del cartón
Por Nicolás G. Recoaro

Hay una tradición del reciclaje que escapa a las imágenes dietéticas de los canales de televisión o a la corrección ecologista del primer mundo. Porque en estos paraísos del subdesarrollo, el reciclar no es una simple moda o alternativa pasajera, es una forma de vivir (y para muchos, la única forma de sobrevivir). En ciudades como Buenos Aires o Lima, el reciclar papel o cartón hizo visible (para una minoría que se cree con el derecho de ser vista), a esa otra mayoría que puebla el subsuelo olvidado de Latinoamérica.
Herencia proletaria que regala sabiduría popular, el reciclar también es aprovechado por los poderosos (no se pueden olvidar los toma daca entre los supuestos dueños de la basura y los cartoneros porteños) y legitimado por los pobres. Pero no quiero extenderme en esta apología del reciclaje sin referirme a ese preciado material llamado cartón. Porque éstas líneas fueron paridas para hablar de una editorial alteña que hace libros con tapas de cartón. Sí, señores. Yerba Mala Cartonera hace libros con lo que usted deja tirado en las calles o con el sobrante de las cajas de alguna tienda o feria. Debe ser difícil. “Dicen que ni cartón se tira en El Alto, hermanito”, me contó el entrañable Crispín Portugal, uno de los creadores del proyecto. Pese a todo, Yerba Mala junta, pide, consigue, compra, suplica y roba cartón. Todo para hacer libros (en el mercado editorial más pequeño de Sudamérica). Una verdadera epopeya, un acto noble y bienintencionado de altruismo, si queremos darle un nombre al asunto. Amor por la literatura, a mi humilde opinión.
Tampoco hay que olvidarse de los chicos que pintan las tapas, verdaderas obras de arte alteñas. Les cuento un secreto, me apasiona tomar sus libros y leer los impresos que tatúan el cartón. Uno puede toparse con que una inexpresiva caja de Singani Casa Real termina cobijando un colorido Línea 257, de Beto Cáceres, o un sangriento Khari–Khari, de Darío Luna. En una oportunidad tuve entre mis manos un metamorfoseado embalaje de televisor surcoreano, un caso único devenido en psicodélico soporte para un Poemas ocultos, de Jessica Freudenthal. Y como olvidar aquel aviso “Made in USA”, que acompañaba la contratapa apócrifa de un Narciso tiene tos, de Marco Montellano.
Eso es la esencia de la editorial alteña. Cajas que mutan en arte y letras que encuentran su cálido hogar entre tapas de cartón. Yerba Mala Cartonera comulga con la tradición popular del reciclado, lo hace carne cada vez que vende sus libros en la Feria 16 de Julio o en los cafecitos de La Paz (a tan solo cinco o seis pesitos, amigos). Larga vida al reciclar, larga vida a la literatura, larga vida a la Yerba Mala, que obviamente, y si hace falta decirlo, nunca muere.

sábado, 6 de octubre de 2007

Pachakuti y el fútbol


Hijos del Sol F.C.


Texto: Nicolás García Recoaro - Fotos: Jordi Salvadó

Es un club de fútbol boliviano que pelea por erradicar el racismo del deporte. Fundado hace dos años por uno de los referentes del indigenismo andino, el Deportivo Pachakuti le da espacio a los jóvenes de comunidades del interior de Bolivia. Con la Wiphala de los pueblos originarios como símbolo, el primer equipo de fútbol indigenista de Latinoamérica pelea por ascender a la primera división.

En el vestuario local, los jugadores del Pachakuti se preparan para salir a la cancha. Omar llega apurado y se calza la remera negra que tiene una Whiphala (bandera multicolor de los pueblos originarios) tatuada sobre el corazón. Se lo nota cansado al pibe, quizás son las tres horas de viaje que tiene desde la comunidad de Ajaría Chico hasta el estadio de las afueras de la ciudad de La Paz. El grito de guerra de los once jugadores une a todos en un cúmulo de euforia antes de salir al campo de juego. En las tribunas, los seguidores del Pacha esperan con ansias la salida de su equipo, el primer club de fútbol indigenista de Latinoamérica.
La historia del Deportivo Pachakuti comienza en el año 2005. Con una plantilla integrada por veinte jugadores (la mayoría provenientes de comunidades aymaras de localidades como Achacachi, Ayo Ayo, Ajaría y Ajllata) logró una excelente campaña y escaló a la segunda división de ascenso del fútbol boliviano. La idea de crear un club de fútbol que represente el sentir y la idiosincrasia de las comunidades aymaras cobró forma hace dos años. “En nuestras comunidades hay buenos deportistas y con el Deportivo Pachakuti queremos promocionar a esos jóvenes”, explica Quispe mientras los chicos del Pacha pelotean a su arquero en el entrenamiento en el barrio San Antonio. Al finalizar en entrenamiento, este cronista consulto a varios jugadores sobre el significado del nombre del club. “Hijos del Sol, Pachakuti: el retorno del tiempo y el espacio originario. Pero lo que nos debe importar a nosotros es el fútbol, que todos jueguen”, me cuenta David antes de partir a su casa, después de finalizar la práctica.
Omar juega a un toque con Rubén, elude al arquero y convierte el primer gol del Pachakuti contra el Colegio Militar. En la pequeña tribuna, el líder indigenista Felipe Quispe Huanca festeja con una sonrisa. Es el arranque del campeonato de segunda división y el Pacha se juega la chance de ascender a la A, y de ahí será un pequeño escaloncito para que este sueño deportivo nacido en la provincia de Omasuyos, en las comunidades que rodean el Titicaca, se convierta en realidad: un club indigenista en la primera división.
El campeonato viene difícil este año para los Hijos del Sol. “Se complica cuando nos faltan jugadores y recursos. A veces nos gritan bloqueadores (en referencia a las protestas que llevó adelante Quispe para derrocar los gobiernos neoliberales de Gonzalo Sánchez de Lozada y Carlos Mesa), pero en realidad eso forma parte del juego”, me explica Rubén, el hábil diez que se encarga de generar el fútbol del Pacha. Pero las mañas y discriminación de los intolerantes no achican a los Hijos del Sol. “Cuando estamos jugando, algunos contrarios nos gritan campesinos o indios, y eso nos da más fuerza, no es un insulto, nos da ánimo para demostrarles que los aymaras somos buenos jugadores”, explica Brian, un joven que camina casi dos horas para llegar al entrenamiento.
El partido con el Colegio Militar continúa con aspereza, el viento forma remolinos en la cancha ubicada a más de tres mil metros de altura. David toma un rebote y patea de afuera del área y convierte el tercer gol del Pacha. En el festejo se mezcla con abrazos de Omar y Felipe, dos jóvenes provenientes de la pequeña comunidad de Ajaría Chico. “Venimos sólo para los partidos. Entrenamos por nuestra cuenta en la comunidad y venimos los fines de semana. Nos gustaría entrenar todos los días con el equipo, pero los problemas económicos dificultan la movilidad hasta La Paz”, comenta Felipe mientras intenta recuperar el aire luego del final del partido. Omar me comenta que durante la semana recoge totoras del Lago Titicaca para alimentar a su ganado. “Trabajo con mi familia y por las tardes entreno con los pocos chicos que viven en mi pueblo”, cuenta el goleador del Pacha. “El Estado tendría que darnos una mano, la política también se hace con el deporte”, reflexiona Quispe desde la tribuna.
“Los problemas económicos para llevar adelante el traslado de los jugadores que viven en zonas alejadas del interior del Departamento de La Paz parece poner piedras en el camino del Pacha, pero la fuerza y la voluntad de los jugadores borran las dificultades. “Sabemos que es difícil mantener un equipo que esté formado por jóvenes de las comunidades más pobres de Bolivia, pero merecen una verdadera oportunidad”, destaca Edgar, preparador físico del Deportivo.
La realidad del fútbol boliviano muestra la discriminación a flor de piel. Si uno repasa los apellidos de los integrantes de la selección se puede dar una gran sorpresa, sobre todo en un país donde el 60% de la población se considera indígena. “El Pachakuti nació para dar espacio a los Mamanis, los Quispes, los Choques y otros que no tienen opciones de jugar en torneos oficiales”, opina Yury Zapata, director técnico de un equipo, que más allá de su participación deportiva, intenta erradicar el racismo que pesa sobre los originarios dentro de los campeonatos oficiales de Bolivia.
El primer partido ha terminado con un contundente 3 a 1 para el Pachakuti. Los jugadores devuelven sus camisetas negras que llevan como emblema la Wiphala de los pueblos originarios. Es el primer paso para lograr su sueño de campeonato y para demostrar que el fútbol de las comunidades puede dar una verdadera lección de integración y tolerancia. “Creo que va a ser difícil pero que algún día vamos a llegar a la Liga, nuestros hermanos aymaras y quechuas se merecen tener un equipo con estadio en sus departamentos. Y algún día lo lograremos, ese es nuestro sueño”, remata el Mallku Quispe antes de partir en un pequeño minibús hacia su comunidad.
Los jugadores del Pacha dejan la cancha con una sonrisa por el triunfo. A algunos aún les esperan varias horas de viaje hasta sus comunidades cerca del mágico Lago Titicaca. “Es un deporte hermoso y si podemos ayudar a erradicar el racismo, bienvenido sea”, me explica Rubén mientras espera la movilidad que lo lleve a su casa. El Pacha sigue en carrera y el próximo fin de semana estará corriendo tras la pelota nuevamente. Luchando por hacer valer su fútbol y representando a sus hermanos. Peleando por levantar la whipala de los pueblos originarios e intentando, con su buen fútbol, erradicar el racismo del deporte.

Narradores de Brasil


¿Literatura de la era Lula?

Daniel Galera, Milton Hatoum y Luiz Rufatto, tres escritores que reflexionan sobre la actualidad literaria del siempre fascinante Brasil

NICOLÁS G. RECOARO

La primavera se empieza a sentir en Buenos Aires por estos días. El sol comienza a dar calor, luego del invierno más duro de los últimos 40 años. En el microcentro porteño, los yuppies pasan apurados frente al colorido edificio de la Fundación Centros de Estudios Brasileros (Funceb), sin notar la radiante presencia de tres escritores, recién llegados del vecino Brasil. En el marco del “Mes Cultural del Brasil en Buenos Aires”, la cita literaria no ha quedado en segundo orden. Con la reciente publicación de tres libros y una antología de jóvenes escritores, el universo literario del gigante de Sudamérica, parece empezar a abrirse al resto del continente.
Los escritores Daniel Galera, Milton Hatoum y Luiz Ruffato llegaron a Buenos Aires con el objetivo de acercar la literatura brasileña contemporánea y presentar sus más recientes novelas. Como Paris en la década del sesenta, hoy día, Buenos Aires se ha transformado en un verdadero lugar de encuentro para los escritores americanos, y la cita incluye lo mejorcito de la literatura contemporánea del Brasil. Un país de geografías y culturas infinitas que apuesta a la literatura como un verdadero motor en la construcción de su identidad. “La literatura contemporánea de Brasil es muy diversa y tratándose de un país tan grande, hay voces de todas partes, pero cada escritor debe encontrar su musiquita interior ya que cada uno escribe por sus obsesiones, sus sueños, su inspiración”, explicó Galera, un escritor perteneciente a la nueva camada de literatos post dictadura de la década del setenta. “Creo en los escritores que se posicionan por sobre los que quieren contar una simple historia o los que apuestan a las innovaciones lingüísticas. Siempre fui muy tímido y en la escritura encontré una forma de abrir mi visión del mundo a los demás”, comentó el autor de “Manos de caballo”, una novela que intenta trazar la cartografía psicológica de un joven de una de las tantas megápolis brasileras.

Los interrogantes por la existencia de una supuesta identidad latinoamericana afloraron durante la charla. “Se habla mucho del Mercosur, pero los libros hacen la integración entre los países. El Mercosur, sin diálogo cultural, no es posible”, explicó Hatoum, un novelista que normalmente indaga sobre las posibles construcciones identitarias, de un país altamente fragmentado como Brasil. “No creo en los rótulos de literatura o cultura de la era Lula. Yo puedo ser un brasileño y escribir sobre mi habitación, mis fantasmas, lo que pasa es que hay una expectativa muy fuerte de los extranjeros, pero lo que importa es el drama humano, el conflicto”, aseguró Hatoum.
Las desigualdades y la pobreza son dos problemas que injustamente hermanan a buena parte del Brasil con el resto de Latinoamérica. “Soy hijo de agricultores sin tierra, y cuando empecé a escribir, me llamó mucho la atención el no encontrar personajes proletarios en la historia de la literatura de mi país”, explicó Ruffato cuando le consultaron sobre sus orígenes. “Me atrapa contar la vida y los deseos de las clases medias bajas y los desplazados del Brasil, gente sin rostro y casi anónimos. Ese es mi universo literario”, cerró el autor de “Los sobrevivientes”.
La literatura brasileña parece abrirse a miles de lectores del resto del continente. Sus escritores quieren comulgar y compartir las historias y los universos de un país fascinante y enigmático. No solo la samba o la bossa nova pueden brindarnos esa oportunidad.
Perfiles
Daniel Galera nació en San Pablo en 1979. Fundó la editorial Libros del Mal, donde publicó “Dentes guardados” y “Até o día em que o cao morreo” (llevada al cine). “Manos de caballo” es su primer libro traducido al castellano y fue finalista del prestigioso premio Jabuti.

Luiz Ruffato nació en Minas Gerais en 1961. Es periodista y traductor. Publicó los libros de cuentos “Historias de Remorsos e Rencores” y “(Os sobrevivientes)”. Algunos de sus relatos integran la antología de cuentos “Terriblemente felices – narrativa brasileña actual”.

Milton Hatoum nació en Manaos en 1952. Es hijo de un inmigrante libanés musulmán y de una brasileña cristiana de origen libanés. Publicó tres novelas: “Relato de un cierto oriente”, “Dos hermanos” (recientemente traducida al castellano) y “Cenizas do Norte”. Ganó el prestigioso premio Jabuti en dos oportunidades.



Para leerlo

El Ciclista Urbano usa zapatillas comunes, bermudas comunes bien sueltas y aireadas y una remera de manga corta en verano y larga en invierno. Eso sólo. Puede admitirse un gorro para los días de lluvia o en las horas de sol muy fuerte. En cuanto al freno de pedal, el Ciclista sabe que es despreciado por la mayor parte de los ciclistas, que lo consideran ultrapasado, inseguro y de difícil operación. De hecho dominar el freno de pedal, o freno de pie, exige mucho entrenamiento. Pero una vez que se alcanza ese dominio pleno, jamás se desea cambiarlo por un freno moderno, de mano, controlado desde una palanca en el manubrio. Confiando en su freno de pie, el Ciclista Urbano traba el cubo de la rueda trasera con un rápido pedaleo inverso y comienza a derrapar sobre el asfalto. La fina capa de arena y piedritas que cubre la pista en los metros finales de Canteiro incide en el comportamiento de la bicicleta, reduciendo la adherencia a sólo un nivel ínfimo. Eso, claro, ya fue calculado por el Ciclista, que elabora un diagnóstico visual del tráfico en ambos sentidos de Faixa y decide que no necesitará frenar del todo. Por el contrario, pasa con habilidad del derrape a la aceleración y cruza la parte asfaltada de Faixa, observado por dos mujeres que esperan el colectivo en la parada, espantadas por su audacia.

Fragmento de “Manos de Caballo”, de Daniel Galera (Buenos Aires, Interzona Editora, 2007).