lunes, 27 de febrero de 2023

Zárate, la ciudad que habla cuando calla

 En la plaza Mitre reina un silencio ejemplar. El cielo plomizo anticipa la lluvia fuerte que va a caer sobre la ciudad bonaerense recostada en la ribera del barroso Río Paraná. A los lados, calladas, la Escuela General San Martín y la Parroquia Nuestra Señora del Carmen. Enfrente, más callado, el Palacio Municipal de Zárate.

El hermetismo, la bronca, el miedo y también la pena dominan las tierras donde nacieron, crecieron y se educaron los ocho jóvenes imputados por el crimen de Fernando Báez Sosa, el pibe de 18 años muerto a golpes en la puerta del boliche Le Brique de Villa Gesell, el 18 de enero de 2020. En horas se sabrá el veredicto del juicio en Dolores. Mientras, vecinos y vecinas intentan romper el monopolio del silencio en Zárate. La ciudad que habla cuando calla.

Silenzio stampa

Ni el intendente interino Ariel Ríos, ni un concejal, ni un secretario. «Ningún funcionario va a hacer declaraciones». La respuesta afable del encargado de prensa llega por teléfono, mientras Tiempo aguarda en el hall de la municipalidad. Silenzio stampa es la política sin fisuras que adoptaron las máximas autoridades zarateñas ante el caso Báez Sosa.

Cuando se cumplieron tres años del crimen, una multitud se congregó frente al palacio de estilo clásico afrancesado para pedir justicia por Fernando. Según las crónicas, marcharon más de 400 personas en la urbe de 100 mil habitantes. Durante el recorrido hubo aplausos y se escucharon consignas: «Fernando presente», «Justicia», «Asesinos». También preguntas: «¿Por qué no vino el intendente?».

Leo Taborda es zarateño de toda la vida. Tiene 39 años y se gana el mango como preparador físico. En la puerta de «la Muni» espera con paciencia de maratonista a ser recibido por un funcionario. Está organizando una carrera de larga distancia. Dice que siente dolor cuando en los medios señalan a su ciudad como cuna de violentos: «Se nos conocía por el Puente Zárate-Brazo Largo, por la buena pesca, por ser la capital provincial del tango, de acá son Homero y Virgilio Expósito, también por la energía nuclear de Atucha. Ahora, por los rugbiers violentos». Todo un secreto a voces en la pujante ciudad portuaria e industrial, aclara el corredor: «No me extrañó para nada y era cuestión de tiempo que terminara en una tragedia. Cada vez que salían, estos pibes tenían trifulcas. Creo que esta historia tiene que ver con la mala educación, con la inseguridad, con las políticas públicas. Se deterioró mucho la calidad de vida en Zárate. El tema es delicado y se suma que son hijos de familias influyentes, mueven hilos para que salgan limpios. Ojalá funcione la Justicia y los condenen. No queremos más violencia».

Manuel y Rodrigo le dan duro y parejo a las bordeadoras. Los jardineros tienen a cargo el cuidado de la plaza central. Viven en Mitre y Cementerio, dos barriadas del suburbio obrero. La historia dice que en 1923 se fundó en Zárate el primer sindicato argentino de los obreros de la carne. Fueron perseguidos durante la Década Infame, en los años de plomo del gobernador fascista Manuel Fresco, cuando la localidad fue rebautizada «General José Félix Uriburu», otro fascista declarado que llegó a la presidencia tras derrocar a Hipólito Yrigoyen. Los laburantes de Zárate, al mando del sindicalista Ciprino Reyes, pusieron el cuerpo el 17 de octubre de 1945. Al año siguiente, con Perón en el poder, la ciudad recuperó su nombre original.

En Plaza Mitre hay estatuas para todos los paladares ideológicos: santa Evita, Perón, Alfonsín, Yrigoyen, Alem, el almirante Brown. Hasta José Rucci. Cerca de ellas, Manuel y Rodrigo toman un respiro. Y mates dulces. Antes de seguir con su faena de poda, hablan de los acusados. Aporta Manuel: «Son pibes que estaban bien económicamente. Nunca les faltó nada. Lo hicieron por maldad». Suma Rodrigo: «Hay gente que duerme acá en la plaza y se porta mejor que ellos. La bardearon mal. Siempre hay prejuicio con que el pobre es el violento. No es así».

No muy lejos, Dámaris (33) juega con sus pequeños hijos. Trabaja en el ámbito público en el área de géneros. Reflexiona: «La muerte de Fernando marcó un antes y un después para la ciudad, y para todo el país. Es una tragedia que nos invita a examinar muchos lugares: la violencia, la masculinidad, el rol del deporte, de la familia, del Estado. Ahora Zárate carga con un estigma, y hay que repensar todo. Hacer un mea culpa de cómo se naturalizó la violencia. En los boliches, en la cancha, en todos los ámbitos de la sociedad». Dámaris prefiere no hablar de los jóvenes que son juzgados en Dolores: «No los conozco. Lo que tengo claro es que no creo que sean violentos por pertenecer a una supuesta élite o por jugar al rugby. Mis hermanos jugaron en el mismo club, el Arsenal Náutico Zárate, y no practican la violencia, todo lo contrario. Es más, ahora juegan el club Ruda Macho, van por la diversidad en el deporte».

Crimen y castigo

Priscila pilotea un coqueto local de ropa de la calle Ituzaingó. Dice que conoce de vista a los ocho acusados. «Somos de la misma generación, tengo 22 años, pero no somos amigos. Los cruzaba en los boliches de la costanera y en los bares del centro, donde uno era seguridad. Cuando me enteré fue fuerte: ver caras conocidas en la tele y en internet, saber de las peleas que pasaban y siguen pasando. No fue sorpresa. Cómo le van a quitar la vida a alguien». Al despedirse, reflexiona sobre la sentencia: «Muchos piden un castigo duro, la condena perpetua, pero no sé si la cárcel es la única solución. Que entiendan el mal que hicieron. Si salen en el futuro, que salgan mejores».

La cancha de rugby está desolada. Las dos H son testigos. El Club Arsenal Náutico Zárate, fundado en los ’60 por personal civil de la Prefectura, también aplica el código de silencio. Solo sacaron un comunicado a mitad de enero para aclarar que no tenían nada que ver con lo que dijo Bernardo Sitges, fundador del club, de que el crimen «fue un accidente» y que «peleas siempre hubo». En la puerta surge una socia que prefiere el anonimato. Conoce a las familias de los acusados. Niega que sean la «oligarquía» de Zárate. Más bien, familias de trabajadores y algunos profesionales. Repasa la violencia en nuestro país: desde los cuchilleros de Borges hasta la dictadura y las barras bravas. Siente que, aunque lo rechacen quienes sólo piensan en el castigo, los jóvenes acusados son seres humanos, no monstruos, «y quizá también víctimas». La señora piensa que el caso se mediatizó al extremo, con el abogado showman Burlando a punto de saltar a la política. Como una serie de Netflix. Es su sentencia.

El Río Paraná trae algo de paz a Zárate. Como telón de fondo, los majestuosos puentes atirantados unen Buenos Aires y Entre Ríos. La postal es un poema de Juanele Ortiz. Un muchacho de veintipocos contempla al gigante antes de partir al trabajo. Cuenta que conocía a la patota por sus peleas en los countries y en el Colegio Estrada. Observa el agua que baja turbia. Con mirada triste acota: «¿Sabe qué es lo que más duele? Ni ellos ni sus familias les pidieron sinceras disculpas a la mamá y al papá de Fernando. Eso duele».

Publicada en Tiempo Argentino, por acá.

A levantarla en pala

 “Había una chica, con el corazón fruncido / Porque estaba lisiada de por vida, y no podía decir una palabra / Y deseaba y rezaba para dejar de vivir, así que decidió morir. / Llevó su silla de ruedas hasta el borde de la orilla / Y le sonrió a sus piernas, no me van a lastimar más / Pero de repente, una visión que nunca había visto, la hizo saltar y decir / Mirá, un barco dorado está pasando por mi camino / Y realmente no tuvo que parar, simplemente siguió adelante / Y así los castillos de arena se deslizan en el mar, finalmente”. El poema es de Jimi Hendrix. Los versos construyen “Castillos hechos de arena”, acaso la canción más bella del héroe de la guitarra. En este clásico de clásicos, el morocho habla de la vida de su abuela cherokee, de la mala vida de su papá alcohólico, de una amiga que vivía a duras penas. Historias de castillos vagabundos, frágiles como los que se forjan en las playas.

El tema suena en loop mientras escribo este artículo sobre el popular arte de la escultura en arena. Será cuestión de agarrar la pala, el balde y el rastrillo… Ponerse a laburar.

El primer granito de esta historia viene de las playas bonaerenses. Cuando estaba por estallar el verano, el Municipio de La Costa anunció con bombos y platillos el inicio del Campeonato Nacional de Castillos y Figuras de Arena. Un certamen que durante enero y febrero, y con inscripción gratuita, congrega a los laboriosos devotos de la escultura en arenisca.

La disciplina tiene raíces que llegan al viejo Egipto, con maquetas granuladas que les servían de bocetos para las pirámides. Hubo un boom a principios de siglo XX en Estados Unidos con expos y concursos, pionero en la construcción de castillos de arena con fines artísticos. Brasil es otra gran meca y recién en 1990 se extendieron las competencias por Europa. Hoy el concurso más famoso se hace en Sídney (Australia) aunque el Récord Guinness 2021 de un castillo fue para un danés que lo hizo de 21 metros.

Pero volvamos a nuestra Costa Atlántica. “La propuesta es que los turistas y visitantes se sumen a esta actividad que ya es una tradición en nuestro distrito y que atrae la atención de muchos por las magnitudes de las esculturas que se realizan con la arena del mar”, deja clarito Mónica Portela, secretaria de Turismo municipal. “Fomentar el entretenimiento en familia y el cuidado del medio ambiente” son los pilares que sostienen las justas en la arena argenta.

Mar de Ajó fue el primer stop del arenoso tour de force: 50 equipos, un adulto/a responsable por team, totalmente prohibido el uso ornamental de ramas, plantas, almejas y mucho menos de pegamentos. Es ley de leyes la rutina vieja escuela para forjar las obras: milenaria arena, salada agua de mar, dosis desparejas de ingenio, manos y paciencia.

Una fortificación de aires medievales se alzó con el primer premio. Altísima mota castral, fosa, varias torres y cuatro bravas calaveras cinceladas en los muros. ¿Sus autores? Los Fidelitos, equipo que homenajeaba a Fidel, el abuelo recientemente fallecido, cuyas cenizas descansan en sus queridas aguas de Ajó.

En un final cabeza a cabeza –granito a granito- con el competitivo equipo La Castilloneta y su escultural cocodrilo de tamaño (casi) real, el castillo recibió puntaje ideal del excelentísimo jurado de artistas plásticos y maestros mayores en obra. Tres días y dos noches de alojamiento en un hotel, entradas a un acuario, cajas de alfajores locales y un equipo de playa con bolso y lona recibieron los ganadores. También la alegría de escribir con sus manos esos versos de arena para el abuelo Fidel. Casi un poema amoroso  de la uruguaya Idea Vilariño: “Como en la playa virgen dobla el viento / el leve junco verde que dibuja un delicado círculo en la arena, / así en mí tu recuerdo.”

Arenario

Los relatos de los participantes se multiplican. Un joven dice estar «inventando un castillito… estamos haciendo free style más que nada”, se corrige. Una muchacha con la camiseta de San Lorenzo se envalentona: “estamos haciendo una tortuga, queremos armar como una montañita diga la frase del año: andá pa’allá bobo’”. Un niño se sincera: “Vamos a hacer un barco. Como el Titanic. Íbamos a hacer la Copa del Mundo pero era muy difícil, así que vamos a hacer un barco”.

“El libro de arena” se titula un célebre cuento de Jorge Luis Borges. En el relato, un Borges ficticio o real –qué importa-, se enfrenta a la pesadilla de leer un librito cuyas páginas se deshacen y multiplican como los granos de arena. Cada hoja se separa en incontables hojas, y no puede volver a ser hallada. “Apoyé la mano izquierda sobre la portada y abrí con el dedo pulgar casi pegado al índice. Todo fue inútil: siempre se interponían varias hojas entre la portada y la mano. Era como si brotaran del libro”. Misterio insondable hecho de arena, esas partículas elementales de la nada. ¿Será infinita la arena? ¿Tendrá principio y fin? El deseo de construir algo que es efímero.

Encontré respuestas en internet, otro libro infinito, mientras pasaba unos días en el Delta con mi novia y su hijo. La conexión precaria me dejó apenas descargar Arenario, texto escrito por Arquímedes (287 a. C.), tal vez el científico más relevante de la Antigüedad. Entre asados, bravas remadas por el arroyo Pacífico y, obviamente, construcción de castillos de arena en la playita de la isla –mi novia edifica obras dignas de Gaudí-, devoré el texto del matemático dirigido a Gelón, príncipe heredero de Siracusa. Arquímedes demuestra que los granos de arena no son infinitos: “Hay algunos, Gelón, que consideran infinito en cantidad el número de granos de arena, y por arena considero no sólo la que hay en Siracusa y el resto de Sicilia sino también la que se encuentra en cualquier región habitada o deshabitada. Y es claro que quienes sostienen este punto de vista, si se imaginaran un volumen de arena tan grande como la Tierra incluyendo todos los mares y cuencas, que se llenara hasta la montaña más alta, estimarían todavía menos posible que se pudiera hallar un número que representara una cantidad mayor que la arena señalada”. Arquímedes confecciona un sistema de numeración que permite contar no sólo una masa de arena como la Tierra sino la arena que llenaría una esfera con centro en el Sol. El cálculo es sencillo (para el matemático, obviamente): si un grano de arena mide 0,06 mm, en un milímetro entran 16 granos alineados, en un metro 16 mil, y en un kilómetro 16 millones. En una playa de un kilómetro de largo, por 100 metros de ancho y 10 metros de profundidad, entran 4 millones de billones de granos de arena. Miren si no habrá materia prima para construir castillos. O para hacer negocios inmobiliarios, algo que también se multiplica en la costa nacional.

La guerra de la arena

Antes de que suba la marea y devore esta crónica, surgen otros datos de preocupación. Un informe del Servicio Global de Alerta Medioambiental  de la ONU advierte que el volumen extraído del planeta excede la capacidad de recuperación natural. Entre 47 y 59 mil millones de toneladas sacamos de las playas y el fondo del mar. Es el segundo recurso más utilizado en el mundo después del agua.

Se suma el documental Sand Wars, del canadiense Denis Delestrac: tres de cada cuatro playas de todo el planeta están en peligro de desaparecer y para finales de siglo quizá no quede ninguna en pie por el hambre de la construcción y la industria. Castillos de arena que nos vende el capitalismo. Se derrumban en el mar, finalmente.

Publicada en Tiempo Argentino, por acá.

¿Sueñan los algoritmos con ovejas eléctricas?

 “Algoritmo: conjunto ordenado y finito de operaciones que permite hallar la solución de un problema. Método y notación de las distintas formas de cálculo”.  La definición de la correctísima RAE se queda corta en el presente. Un algoritmo también puede ser un narrador. Para muestra basta un botón, como Sniper, el contador algorítmico que, en estos tiempos de fronteras difusas entre los humanos y las máquinas, narra las booms y cracs del capitalismo financiero en el libro El reemplazante.

La obra fue publicada en estas pampas por la activa editorial Caja Negra. Su autor es Alexandre Laumonier: diseñador gráfico, director de la editorial Zones Sensibles y creador del libro 6/5, biblia sobre el trading de alta frecuencia, el mercadeo frenético e informatizado de acciones que reina en el siglo XXI.

Novela a secas, crónica obsesiva sobre el devenir de la arquitectura bursátil, alegoría del capitalismo presente, fresco irónico sobre la hegemonía maquinal en el mundo de las finanzas, manual de supervivencia en una época poshumana. Sobre todo, libro transgénero. Todo eso es El reemplazante. O quizá, mucho más.

¿Dónde hay un mango? No lo dude, viejo Gómez, en las bolsas de valores. Ojo que los tiempos cambian, querido e ingenuo inversor. Nueva York, Chicago, Londres, París fueron las sedes bursátiles de carne y hueso por varios siglos. El mundo financiero contemporáneo es digital, cableado, fantasmal, repleto de numeritos en pantallas, sin el teatro histérico de los traders ni los trajecitos lujosos de los cerebros salidos de Princeton.

No muy lejos de la universidad de New Jersey, en un hangar climatizado repleto de servers en Mahwah trabaja sin respiro -con qué sueña un algoritmo- Sniper, un “francotirador” capaz de resolver operaciones en nanosegundos y aniquilar a sus competidores. Así funciona la mano invisible del mercado:

“Mi creador original me había inventado para ganar 10 mil dólares dentro de un único mercado. Hoy paso largas horas observando a mis decenas de compañeros de piso, y cuando les disparo apenas gano una fracción de dólar. Soy sólo un predador sin inteligencia, es cierto, pero no es imposible, queridos humanos de la especie Homo algorithmus, que algún día termine parasitado este mundo de tiburones que son los mercados financieros, al punto de reducir todos los esfuerzos tecnológicos de ustedes a la nada y llevarlos entonces a la ruina”.  ¿Ganaste Skynet?

En el libro de Laumonier desfilan la crema y nata del parnaso bursátil de los últimos 300 años. Desde Rothschild y las palomas mensajeras que le hicieron ganar fortuna post Waterloo hasta Josh Levine, un geek desfachatado que eliminó a la estirpe de traders trajeados al crear un teclado autónomo después del lunes negro de 1987, sin olvidar a Thomas Pereffy, un migrante húngaro en Nueva York que creo un ciborg de dedos artificiales que cambió Wall Street para siempre.

Atrás del fantasma algorítmico y sus guerras: Sniffer (esnifador), Shark (tiburón), Blast (explosión), apodos de combate que esconden a los bancos malos de siempre: Goldman Sachs, Morgan Stanley, Crédit Suisse y siguen las firmas. La gran estafa. No olvidemos la burbuja explotada en 2008 y nuestro crac de 2001, por citar dos atracos cercanos.

Para cerrar, unas palabras de Henry Ford, el pionero de la producción en serie en un capitalismo tan salvaje como el actual dominado por las finanzas: “Es bueno que el pueblo de esta nación no entienda nada del sistema bancario y monetario, porque si ese fuera el caso, creo que habría una revolución antes de mañana por la mañana”. ¿Qué es robar un banco comparado con fundarlo?

Publicada en Tiempo Argentino, por acá