lunes, 30 de enero de 2017

Alasita: la feria de los sueños sin fronteras

“Acerque el Ekeko, casera”, ordena el yatiri a una auténtica cholita paceña de elegante pollera bordó. El sabio andino baña entonces la figura del morrudo diosito con humo de incienso y unas gotitas de alcohol fino. “Harto rato hay que esperar para tener turno para la chall’a, pero la fiesta no está completa si mi Ekeko no recibe la bendición”, explica paciente Julia Vargas, una migrante que llegó a la Argentina hace más de 20 años, mientras el chamán termina su faena recitando una oración en aymara. El bigotudo Ekeko que abraza Vargas con amor maternal está cargado con fajitos de pesos argentinos y dólares norteamericanos, pequeñas bolsas llenas con arroz y fideos y un par de electrodomésticos del tamaño de un meñique. “Ojalá se cumplan mis sueños para este año. Creo que si uno los desea, van a hacerse realidad. La fe mueve montañas”, confiesa la señora y luego se pierde entre la multitud. Es que los sueños, sueños son, pero en la feria de la Alasita, si no realidad, cuanto menos se hacen miniatura.
El pasado martes, como todos los 24 de enero desde hace más de diez años, la nutrida comunidad boliviana en la Argentina volvió a celebrar esta fiesta cuya idea germinal es comprar objetos en miniatura para rendirle tributo a la milenaria deidad andina de la abundancia. Y para que se vuelvan reales. “Cuando comenzó era un festejo pequeño de la colectividad, pero luego pasó a ser una fiesta mayor que integra a vecinos de toda la ciudad”, cuenta Edgar Colque, integrante del Centro Cultural Autóctono Wayna Marka y curtido organizador del evento que, pese a caer en día laboral, convocó a casi 15 mil personas en Parque Avellaneda.
“Viene la gente porque todos tenemos un anhelo, una esperanza, un proyecto de vida. Y ese sueño se compra en la fiesta. Se venden autos, casas y hasta locales comerciales. También los padres compran títulos universitarios: sueñan con que sus hijos sean médicos o abogados. Esos deseos nos impulsan y, con el tiempo, también con mucho trabajo y fe, se cumplen”, completa Colque, docente, hijo de un sastre orureño que llegó a la Argentina a finales de los '60. Y explica que las autoridades porteñas “son un poquito reacias a esta celebración. No sé muy bien por qué, siempre nos piden un papel más. Igual, nosotros no bajamos los brazos, porque queremos mantener viva nuestra cultura”.
Este año, el otro festejo, el auspiciado por el gobierno porteño, se desarrolló en el Parque Indoamericano, el mismo escenario que en diciembre de 2010 ardió en violentas jornadas por una toma masiva. Por esos días, el entonces jefe de Gobierno Mauricio Macri señaló a la “inmigración descontrolada” como causante de la violencia. “Por la discriminación que sufren, muchos hijos de bolivianos son forzados a sentirse avergonzados de sus raíces. Y con este discurso de la delincuencia, caemos todos en la misma bolsa”, dice Colque.
En Parque Avellaneda, cerca del escenario donde la agrupación Tatú Orquestina arremete con inoxidables huaynos, cuecas y sanjuanitos, la abogada Carmen Burgos reparte volantes del INADI. Es miembro de la Comisión de Juristas Indígenas de la Argentina y coordinadora del Programa de los Pueblos Originarios del organismo, y asegura que estos festejos revitalizan la cultura de los migrantes: “Alasita es un claro ejemplo de cómo la espiritualidad y la cultura se transpolan con las personas. En las generaciones de mis abuelos, que eran de Jujuy, Bolivia y Chile, estas prácticas se hacían puertas adentro. Esta visibilización es muy importante”.
Pese al clima festivo que rodea la feria, la letrada oriunda de La Quiaca encienda alarmas sobre los cambios en las políticas migratorias que impulsa el Ejecutivo nacional: “Cada día hay noticias poco alentadoras que afectan a los colectivos históricamente discriminados. Los migrantes están muy preocupados, y no es para menos, porque no hay criterios claros de cómo se van a dar los cambios.” Burgos resalta que desde las organizaciones sociales y la sociedad civil empezaron a sentir la necesidad de volver a nuclearse: “Nadie quiere que estas medidas restrictivas terminen tergiversando el trabajo que desarrollamos durante años”.
Los visitantes se apiñan en los puestos montados en las canchitas de fútbol. La térmica merodea los 30 grados y los estoicos puesteros ofrecen su variopinto menú de miniaturas. Están los comerciantes polirrubro pero también los especializados: automotores, bienes raíces, papel moneda. “Acá no devaluamos, 3000 dólares a 10 pesos”, vocea un arbolito alasitero.
La joven puestera Gisela Copa cuenta que las preferencias de los compradores han bajado del pedestal al eterno Ekeko, “porque este es el año del gallo, que te ayuda a encontrar pareja: a mí me cumplió”. Su novio la custodia de cerca con mirada empalagosa. Copa dice que también ha crecido la demanda de los DNI y de títulos de bachillerato. Y agrega que no está de acuerdo con las medidas antimigrantes que impulsa el gobierno nacional: “Creo que más que cerrar, hay que abrir, ser solidarios, no discriminar a los que vienen a ganarse la vida”.
A pasitos de los puestos, se encuentran los restaurantes al aire libre, donde venden sopas (chairo o de maní), salteñas o las inevitables salchipapas, además de los platos más elaborados como el fricasé de res, la papalisa, los crocantes pejerreyes y el auténtico plato paceño, emblema culinario de la Alasita. El calor no afloja y las cocineras se juegan la vida para sacar crocantes los platos en el improvisado patio de comidas. Mientras come un platazo de chicharrón acompañado por su familia, Julio cuenta que el festejo porteño no tiene nada que envidiarle al del Altiplano. En los ’90, dejó la Villa Imperial de Potosí y se radicó en la estigmatizada Villa 1-11-14 del Bajo Flores. Trabajó muy duro en un taller textil, pudo criar a sus cinco hijos y ahora tiene un local de ropa en Aldo Bonzi. Hoy compró la figura del toro, para que le dé fuerzas para encarar el año. “Acá hice mi vida –confiesa–, y me preocupa que nos echen la culpa a los extranjeros por las cosas malas que pasan. Creo que la salida no es expulsar, sino integrarnos más.” Pese a los malos tiempos, está contento. Con una alegría que es común a bolivianas y bolivianos en sus días libres. “Raza de bronce” los han llamado, por el modo en que trabajan: pero también por el modo en que festejan. Con todo derecho. «
Crónica publicada en Tiempo Argentino, por acá

lunes, 23 de enero de 2017

Ley de Residencia PRO

El gobierno de Mauricio Macri tiene muy claro el camino que pretende desandar en materia migratoria. No hay errores ni improvisaciones. Más bien, una continuidad ideológica con los tiempos en los que el presidente era el jefe de Gobierno porteño. El martes, ordenó a sus ministros que diseñaran la reforma de la Ley de Migraciones, con un decreto que contemplaría agilizar las deportaciones sin control judicial ni defensa legal, restringir el ingreso de migrantes y habilitar la revisión de todas las radicaciones otorgadas para quienes tienen antecedentes penales o condenas.
Ansioso por capitalizar la xenofobia que por estos días reina en los medios concentrados y entre un amplio espectro de dirigentes, con el senador justicialista Miguel Ángel Pichetto a la cabeza (“El problema es que nosotros siempre funcionamos como ajuste social de Bolivia y ajuste delictivo de Perú”, dijo), el presidente incluyó el tema en la primera reunión de Gabinete del año. Las medidas van en sintonía con el discurso del flamante presidente estadounidense Donald Trump, el amigo americano de Macri que anhela deportaciones masivas al norte del Río Bravo.
En rigor, el gobierno, que anuncia esta reforma como parte de sus políticas de seguridad, ya multiplicó en los primeros nueve meses de 2016 las expulsiones de migrantes: de los 1908 del año anterior a 3258. Nada importa que la Argentina tenga el menor porcentaje de extranjeros de las últimas décadas: cerca del 4,5% consignado en el último censo. Una proporción similar, el 6%, representa a los foráneos en cárceles argentinas. Son 4400 los extranjeros presos, apenas el 0,2% de los más de 2 millones de migrantes que viven en el país.
Inmigración (des)controlada
El Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) accedió al borrador del decreto que busca cambiar las leyes de Migraciones Nº 25.871 y de Nacionalidad Nº 346: amplía las causas que permiten la detención y expulsión de migrantes en situación irregular; habilita la revisión de todas las radicaciones otorgadas para quienes tienen antecedentes penales o condenas, sin importar el tipo de delito o su situación procesal; modifica los trámites de expulsión para que sean inmediatas, sin control judicial ni una defensa legal adecuada; elimina la unidad familiar y el arraigo como condiciones que evitan la expulsión.
El director del Área de Litigio y Defensa Legal del CELS, Diego Morales, explica a Tiempo que preocupa “la manera en que el gobierno propone el tema, prescindiendo de la discusión institucional que se podría dar en el Congreso, resumiéndolo a una asociación entre migración y delito, sin información que lo sustente. Esto va a generar un problema serio, porque la sola posibilidad de que un migrante se vea involucrado en una causa judicial puede habilitar su expulsión. Esta medida se extendería a quienes ya tienen la radicación”. Desde el CELS sostienen que la propuesta del PRO “busca cambiar el acceso a la nacionalidad argentina: en lugar de exigir que el solicitante acredite más de dos años de residencia, propone que el pedido sea evaluado por un juez federal una vez que se demuestre que esa residencia es ‘legal’”.
En pleno año electoral, Macri echa mano a discursos cargados con dosis parejas de xenofobia. En su primera conferencia de prensa del año, afirmó que “por falta de acción no podemos permitir que el crimen siga eligiendo a la Argentina como un lugar para venir a delinquir”. No es la primera vez que lo hace. El antropólogo especializado en migraciones y miembro activo de la Red de Líderes Migrantes en Argentina, Pablo Mardones, recuerda las violentas jornadas en el Parque Indoamericano, en diciembre de 2010, cuando Macri señaló a la “inmigración descontrolada” como la causa de la violencia. "Se trató del primer discurso abiertamente xenófobo de un alto funcionario, desde las declaraciones de Carlos Corach durante el gobierno de Menem, cuando se intentó modificar las Ley de Migraciones", dice Mardones.
Una vez más, el “chivo expiatorio” se hace carne en la figura de los migrantes pobres. “Los gobiernos de derecha vienen impulsando políticas restrictivas y acusan a la migración de los males sociales, sobre todo en un contexto recesivo. Denuncian la ultrademanda que hacen los migrantes de los servicios sociales básicos, como el sistema hospitalario y la educación. Pero eso es falso”. Según datos del Instituto de Políticas de Migraciones y Asilo (IPMA) de la Universidad de Tres de Febrero, “la proporción de estudiantes extranjeros en escuelas argentinas es de apenas un 1,6% en la primaria y de, 1,9% en la secundaria”.
Vigilar y expulsar
El cambio de paradigma apunta a la detención y la expulsión en remplazo de la regularización. La Ley de Migraciones Nº 25.871, sancionada durante la presidencia de Néstor Kirchner, tiene un fuerte espíritu integracionista y resalta el migrar como un derecho humano, en sintonía con la aparición de la Unasur y los gobiernos populares de la Patria Grande. Y permitió la revocación de la llamada “ley Videla”. Mardones marca que desde su arribo a la Casa Rosada “hay un esfuerzo manifiesto del macrismo para diferenciarse del gobierno anterior, y el tema migraciones es un punto central”. La xenofobia ya mostró sus primeros brotes verdes en 2016. En los primeros nueve meses de gestión se llegó a 3258 expulsiones (un 70% más que el total de 2015).
El actual titular de la Dirección Nacional de Migraciones es el abogado Horacio García, quien se desempeñaba como subsecretario en el Ministerio de Justicia y Seguridad porteño. En una reunión con la Red Nacional de Líderes Migrantes en marzo de 2016 –que puede verse en YouTube– García subrayó que las nuevas autoridades no eran “cucos ni miembros del Ku Klux Klan. Queremos producir todos juntos, pero ordenados”.
Para diversas organizaciones sociales, el DNU que impulsa el Ejecutivo es una flagrante regresión. La situación de los migrantes será aun más frágil. A la precariedad laboral, el hostigamiento de las fuerzas de seguridad y las dificultades para lograr la inserción escolar y el acceso al sistema de salud, se sumará la amenaza latente del sistema de justicia criminal. Ya el año pasado el gobierno había impulsado un espacio de detención para “combatir la irregularidad migratoria”.
“Todo esto genera incertidumbre –cierra Diego Morales, del CELS–. Se habilita a criminalizar y expulsar a cualquier sospechoso. Tememos que detrás de esta propuesta haya un nuevo mecanismo de expulsión y control social y migratorio, por fuera de la ley”. «
Persecución en todas sus formas
La doctora Brenda Canelo, licenciada en Antropología Social, investigadora del Conicet y docente de la UBA, pasó unas fiestas poco felices. En medio de las protestas por los recortes en el área científica, debió soportar un funesto ataque virtual por haber osado posar en una foto en las redes con un cartel que decía: “No al ajuste en Ciencia, Tecnología y Universidad. Investigo migración, políticas públicas y acceso a derechos.” Estos conceptos resultaron irritantes tanto para trolls financiados desde las usinas macristas como usuarios de Internet identificados con el gobierno que replicaron la imagen informando falsamente que era una “militante K que gana 50 lucas y hoy corta las calles contra Macri y vos no podés circular”. En diálogo con Tiempo, la especialista explica que el oficialismo “está consolidando, ampliando y profundizando el modelo de tratamiento de los inmigrantes que empezó a desarrollar en la Ciudad en 2010, punto de quiebre en la política migratoria que venía desde el 2000, cuando a raíz del conflicto en el Parque Indoamericano, Macri y sus funcionarios culpabilizaron a la denominada inmigración descontrolada, que la vincularon con el narcotráfico y la delincuencia”. “Desde instancias oficiales se dieron discursos que pensábamos que no se iban a volver a escuchar y menos aún desde el poder, aunque evidentemente prendían en la sociedad”, analiza Canelo, y precisa: “Antes Migraciones se dedicaba a facilitar la regularización, pero ahora, con la excusa de la regulación de la inmigración y para evitar la trata, se están haciendo operativos de persecución a los inmigrantes intentando encontrar irregularidades.” 
Antecedentes
La ley Cané (1902)
La Ley Nº 4144, redactada por el escritor Miguel Cané, el célebre autor de Juvenilia, fue sancionada durante la segunda presidencia del general Julio Argentino Roca. La normativa permitía expulsar a todo extranjero que “perturbara el orden público” sin juicio previo, además de impedir la entrada al país a los extranjeros que tuvieran antecedentes. Se les aplicó a obreros socialistas y anarquistas que promovían el avance de la justicia social. Permaneció vigente durante 56 años y recién fue derogada durante la presidencia de Arturo Frondizi.
"La invasión silenciosa" (2000)
El 4 de abril del año 2000, la revista La Primera publicó una nota de tapa titulada “La invasión silenciosa”, que contenía un discurso abiertamente xenófobo y discriminatorio. La nota del semanario editado por Daniel Hadad estaba plagada de inexactitudes para alimentar prejuicios contra los migrantes. El artículo afirmaba: “A diferencia de la migración que soñaron Sarmiento y Alberdi, no vienen de la capital de Europa. Llegan de Bolivia, Perú y Paraguay. Hoy utilizan nuestros hospitales y escuelas, toman plazas y casas, ocupan veredas y quitan el trabajo a los argentinos”. 
"Repatriaciones" forzadas (1978)
En el año 1978, la dictadura argentina “repatrió” a la fuerza a miles de migrantes de países limítrofes radicados en villas miseria de la Capital Federal. El brigadier Osvaldo Cacciatore, alentado por la premisa de “limpiar Buenos Aires” antes del comienzo del Mundial ’78, fue el impulsor de la medida. En los noticieros de la época, cínicamente envueltos en un relato armonioso y festivo, se destacaba “la alegría de volver a casa” que sentían las familias de bolivianos expulsados. Mirá el video de cómo lo registró la televisión oficial: 
Publicada en Tiempo Argentino, se lee por acá

lunes, 16 de enero de 2017

Buenos Aires For Export

En los primeros días del año, Buenos Aires deja de ser la ciudad de la furia, al menos por un rato. Circulan en enero por las calles porteñas, según estimaciones oficiales, casi 30 mil vehículos menos, y el grueso de los oficinistas de dependencias públicas y privadas eligen tomarse su merecido descanso estival. La temperatura pasa cómoda los 30°C y el termómetro de las protestas callejeras, que nunca cesan, se toma un respiro y desciende un par de escalones. Entonces, Buenos Aires se transforma en terreno fértil para los turistas. Curiosos de todo el mundo que buscan descubrir los atractivos tradicionales de una ciudad casi vacía. 
Son las cuatro de la tarde del primer miércoles del año y el centro neurálgico de la City luce una soledad ejemplar. En la Parada 0 del Buenos Aires Bus, sobre Diagonal Norte, pequeños grupos de turistas esperan la partida de la áurea unidad 1160. Destino final: los barrios del sur, uno de los tres recorridos que ofrece esta iniciativa turística para obtener, en poco más de tres horas, una panorámica exprés de la Reina del Plata.
“Estos días es el paraíso, señor. Uno puede ir con el colectivo a 10 km/h y nadie le va a andar tocando bocina”, asegura Cristian Marcón, un curtido chofer del bus. Mientras aguarda su turno de salida, degusta un mate dulce y reflexiona con aires zen: “Cómo explicarle: a diferencia del transporte urbano, este trabajo es la paz interior: desconecta del mundo. Acá uno no tiene la cuestión del apuro, nadie te corre, y no te putean los pasajeros.” Marcón, oriundo de Berazategui, tiene 43 años de vida y once de colectivero. Supo ganarse el mango uniendo San Francisco Solano y Ciudad Universitaria en la mítica línea 33. Luce lustrosos mocasines y camisa prolijamente arremangada y cuenta que la rutina laboral es muy distinta en el nicho turístico: “Acá la gente viene a pasear, y yo salgo a dar una vuelta con ellos. Es como salir en el auto con mi ‘jermu’ y los chicos.” De tanto escuchar el audio que acompaña sus derivas urbanas, se ufana Marcón, ha aprendido mucho sobre cultura e historia. Se considera una suerte de historiador móvil: “Me nutrí mucho, y si un turista pregunta, puedo dar cátedra.” Antes de montarse al volante de la mole, asegura que ha paseado a turistas de los cuatro puntos cardinales del orbe. Entre los más famosos recuerda a Dunga, el ex jugador y DT brasileño: “Cuando lo vi se me vino a la mente el gol de Caniggia en el Mundial ’90, pero no me animé a hacerle un chiste. No soy Maradona, pero creo que le di un lindo paseo.”
El pasear es un placer
La planta alta del bus está atiborrada. Muchos brasileños, algunos europeos y unos poquitos porteños que juegan de local. El gran submarino amarillo surfea la onda verde por Diagonal Norte y luego dibuja un rulo alrededor de Plaza de Mayo. La experiencia turística que ofrece no es colectiva sino más bien individual. Alienados, los turistas escuchan en sus auriculares la narración prefabricada con datos de color y pinceladas históricas sobre la capital argentina. Un menú políglota que puede degustarse en 13 lenguas: del inglés al japonés, pasando por el italiano, el portugués e incluso el chino mandarín.
A la altura de la Catedral Metropolitana, el empresario brasileño Marcelo Teixeira dispara la cámara de su iPhone con frenesí. Cuenta que es admirador del Papa Francisco. Quiere llevarse de recuerdo una postal casera del antiguo conchabo porteño del sumo pontífice. Dice que hace tres horas aterrizó en Aeroparque, dejó sus petates en el hotel y se lanzó a devorar la ciudad. ¿Su primera impresión? Buenos Aires es una ciudad quente. Los 33º de térmica no lo desmienten. “Estos paseos nos dan una visión general a los que llegamos por primera vez”, asevera el hombre de negocios radicado en Goiás.
Un par de asientos más adelante, Marlene, una comunicadora social boliviana, se confiesa maravillada por la arquitectura y los parques porteños. Cuenta que, para aprovechar el sistema hop on-hop off que ofrece el bus –con más de 30 paradas en diversos barrios– hará un stop en San Telmo. Quiere conocer en profundidad el Paseo de la Historieta, el circuito que homenajea a diversos personajes del cómic nacional, retratarse abrazada a la estatua en tamaño (casi) natural de Mafalda, en el cruce de Defensa y Chile. Antes de descender del bólido amarillo en la parada de Avenida Independencia, a pasitos del Viejo Almacén, la paceña asegura que el servicio le parece aceptable, aunque algo caro. El pasaje para los turistas extranjeros subió a 490 pesos hace pocas semanas. Antes de llegar a Buenos Aires, Marlene fue a saludar a unos parientes que tiene en Azul: “El pasaje hasta allá me salió más barato, y son 300 kilómetros.”
Desde su asiento, Nicolás, vecino de Flores, estudiante de la UBA y zapatero de oficio, apoya la queja de Marlene, mientras se saca una selfie justo cuando el bus pasa frente al Congreso. Decidió hacer el recorrido con sus primos. Lo atrapa, dice, sentirse un turista en su propia ciudad. “Los 350 pesos que nos cobran a los argentinos me parece un poco mucho. Debería ser más accesible”, afirma rotundo y agrega que el servicio tendría que incorporar más barrios, para mostrar la diversidad porteña.
Lejos del bravo calor que reina en la planta alta, la joven alemana Julia Lutz disfruta de las mieles del aire acondicionado en el piso inferior del bus. A fines de noviembre se lanzó al típico viaje iniciático por Sudamérica. Viene de visitar Perú, Chile y la Patagonia. Es fanática del tango, lleva una semana “yirando” por Buenos Aires y para perderse en La Boca eligió un look más adecuado para una excursión por el Amazonas: camisa de mangas largas color caqui, gruesos jeans, pañuelo al cuello, botitas de trekking. Pese a las ventajas del cambio, Julia repite: “Es un ciudad hermosa, aunque un poco cara.”
Postales porteñas
La Bombonera y Caminito son un must de la guía turística. El conductor del bus lo sabe y maneja el tempo para que los turistas puedan retratar los coloridos conventillos y el estadio donde brillaron Rojitas y Riquelme. En la parada del estadio, los turistas bajan al galope. Algunos son arriados hacia el museo del club. Otros se pierden en los comercios que venden merchandising boquense: camisetas con el escudo de Boca, buzos con el escudo de Boca, llaveros con el escudo de Boca… y escudos de Boca. “Tenemos las camisetas a 150 y postales a 15 pesos, pero la mano viene fulera, compran poco los turistas”, asegura Luis Sánchez, un comerciante de la calle Iberlucea. A los viajeros les encanta el barrio, dice, pero “falta seguridad, esta mañana un turista se comió un arrebato acá en la esquina”.
Desde la Vuelta de Rocha, el Riachuelo barroso regala una típica imagen de suburbio. Antes de subir al ómnibus, en la parada junto a la Fundación Proa, la estudiante colombiana Valentina resalta que hizo “turibús” en otras ciudades y que el servicio porteño no desentona. Propone que las unidades circulen hasta más tarde, porque “Buenos Aires es una ciudad que no duerme”.
En la Costanera Sur, el bus roza las monumentales Nereidas de Lola Mora. Luego, deja ver el Paseo de las Glorias, habitado por estatuas de héroes del deporte nacional: Vilas, Meolans y el vandalizado Leo Messi, a quien hace pocos días le amputaron el torso. Al final del recorrido, con los rascacielos de Puerto Madero copando el horizonte, la ciudad "playmóvil" regala su postal postrera, ostentosa y artificial. «
Crónica publicada en Tiempo Argentino, se lee por acá

La ley de la calle

El tórrido mediodía es implacable sobre el cemento de Pueyrredón y Bartolomé Mitre, a metros de la estación Once. Un grupo de manteros que quedaron a la deriva tras el violento desalojo del martes pasado deliberan. Los rodea un bravo mar de policías. 
"Vinimos de muy lejos para trabajar, cruzamos el océano, y sólo queremos hacerlo dignamente", afirma Mohamed Anne, un vendedor callejero de origen senegalés. Es oriundo de Thiès, un pueblo industrial desmantelado a 60 kilómetros de Dakar. Tiene 30 años y hace seis zarpó a hacerse la América. Primero Brasil, enseguida Argentina. "Mi sueño era conocer el país de Maradona… y tener un futuro mejor." Cuando llegó no tenía conocidos, mucho menos documentación en regla. Para pagarse una pensión tuvo que salir a vender en la calle. Unos paisanos africanos le dieron una mano para arrancar. "Ser solidarios es costumbre de mi patria. Estamos muy lejos, tenemos que vivir como familia. Si a alguno le falta para comer, juntamos para ayudarlo", cuenta. Siente rabia, dice, cuando la tevé habla de los senegaleses como una mafia que vende mercadería robada, asegura que la bijouterie y la ropa la compran en locales habilitados en Flores, La Salada y el Once. "Mercadería que llega al país en containers, con el control legal de la Aduana. Además pagamos el monotributo", dice y agita entre sus dedos el carnet con el sello de la AFIP. Anne cuenta que las ventas cayeron en picada y que cada vez le cuesta más mandar algo a sus padres en África. Dice que los migrantes se sienten defraudados con el presidente Macri. Y denuncia que en las reuniones entre los representantes oficiales y los delegados de los manteros no participó la colectividad africana: "Nos dejaron afuera. ¿Dónde están nuestros derechos como trabajadores?" 
Raúl Quispe también mastica su bronca contra el gobierno PRO. "Hasta julio del año pasado trabajé en una metalúrgica. Once años en blanco. Pero con las medidas de este gobierno en contra de las pymes, nos echaron y apenas me pagaron la liquidación del último mes. Al poco tiempo no tenía ni para el alquiler." Desde entonces remienda los agujeros de su empobrecida economía vendiendo hilos, agujas y tijeras en la esquina de Castelli y Rivadavia. "No es fácil vender en la calle, lleva un tiempo aprender el oficio. El desalojo fue un mazazo", se lamenta el mantero salteño. Asegura que jamás le pagó una coima a la policía para instalar su puesto. Y que no piensa bajar los brazos: "No me ganaron ni los terratenientes de los tabacales de Orán que me explotaban. Pero el acuerdo con el gobierno es una mentira. Piden muchos requisitos y la mayoría no va a entrar. En un par de meses van a estar reclamando en la calle otra vez." 
Bajo el paraguas que la protege del sol, Berta Cruzado llora desconsolada. "¿Cómo voy a hacer el censo si no tengo ni el DNI? Perdí todo, señor." Tiene 32 años y se moviliza en una silla de ruedas. Durante el desalojo fue golpeada con saña por la policía: deja ver los moretones sobre su omóplato derecho. Dice que los agentes le arrancaron su riñonera, donde atesoraba el documento, medicación y unos pocos pesos. "Me trataron como a un trapo, peor que a un animal." Comenzó a vender en la calle hace diez años, sobre Pueyrredón, cuando su hija Jani era todavía una guagua. Recién había llegado desde Cajamarca. La policía la corría y le sacaba la mercadería. Luego se instaló sobre Castelli y alcanzó cierta estabilidad: alquiló un departamento, mantuvo a su hija, a su madre y a su abuelo. "Pero ahora, le hablo desde el corazón, no sé de dónde vamos a sacar para vivir." «
Publicada en Tiempo Argentino, por acá

lunes, 2 de enero de 2017

El Imperio del Sol y de las patadas

Para entrar al dōjō, primero hay que descalzarse. Unas pequeñas estatuas de Buda, un tapiz con “La Gran Ola” de Hokusai y el dócil tintineo de las fuurin (“campanas de viento”) decoran la escalera que lleva al gimnasio. Se podría pensar que estamos en algún barrio de Kioto u Osaka. Pero no, la filial del afamado Ihara Dojo –uno de los puntos cardinales del kick boxing a nivel global– se encuentra enclavada en el primer piso del Club Social y Deportivo Alsina, a pasitos de la estación de Quilmes.
Faltan pocos minutos para que den las dos de la tarde. La hora señalada para que se largue la novena edición del Real Japanese Kick Boxing, el evento que reúne a los fanáticos bonaerenses de la disciplina creada por Osamu Noguchi en la década del ’60. “Para muchos, somos unos locos tirándonos patadas, lo que es bastante cierto. Pero hay toda una filosofía de vida atrás del kick boxing”, explica a Tiempo Diego González La Volpe, el sensei que comanda el dōjō quilmeño. Y agrega que detrás del arte marcial también hay una historia. 
La crónica cuenta que Noguchi, el padre fundador, tenía grandes aptitudes para el boxeo. Lo llevaba en la sangre: su padre había sido campeón de peso pesado. Sin embargo, una lesión en la espalda dejó en la lona al joven púgil cuando su carrera apenas empezaba a despegar. Luego de aquel nocaut, Noguchi tuvo que colgar los guantes. Dicen que era un peleador obstinado y a la vez táctico, con mucha visión. Quizás por eso decidió que su vida siguiera ligada al cuadrilátero. Entonces se recicló como promotor de peleas. Primero en Japón, luego en Tailandia. En el antiguo reino de Siam organizó tres combates míticos, que enfrentaron a sus paisanos karatekas de Oyama y los aguerridos thai-boxers. Fue la génesis de un nuevo deporte que, incluso, llegó a tener secuelas geopolíticas. “Cuando los primeros peleadores japoneses les ganan a los tailandeses, el reino, furioso, corta relaciones comerciales con Japón, donde también es muy fuerte el nacionalismo y la defensa del emperador”, advierte La Volpe, con más de 48 combates internacionales sobre sus espaldas. 
Cuenta que dio sus primeros pasos en el gremio en los '90: “Arranqué en épocas difíciles. En el país no había nada y nadie te cuidaba”, dice el hombre de 45 años y casi 30 dedicados a las artes marciales. “Vengo de una familia trabajadora. Mi viejo era peronista de Perón, fanático del ciclismo, del fútbol y el boxeo. Cuando empecé a dedicarme a esto, para él era ‘ese deporte en el que se tiran pataditas, medio de señoritas’. Pero con el tiempo entendió que era mi pasión y que me ayudaba a conocer otros planos, un mundo diferente.” 
La disciplina que atrapó al sensei argentino combina en dosis desiguales las patadas más potentes de karate y el muay thay con los puñetazos certeros del boxeo y buena parte de sus reglas. Peleas con guantes y por puntos. Con rounds extenuantes y nocauts frecuentes. A finales de los '60, fue bautizado con el ostentoso y poco oriental nombre de kick boxing. En 1968 se fundó la primera federación en tierras niponas. Poco después conquistó buena parte del planeta.
“En la actualidad hay unas 50 millones de personas que practican kick boxing en el mundo”, asevera el curtido sensei y resalta que no es un mero deporte de contacto, sino un auténtico arte marcial que hermana a la actividad física con la espiritualidad. El dōjō es un terreno de entrenamiento, pero más un espacio donde se forjan valores y recorridos vitales. En japonés, significa “el lugar donde se busca el camino”. Y el maestro es quien recorrió antes que sus aprendices esos senderos que muchas veces se bifurcan. 
Esta tarde, el sensei oficiará de árbitro. Mientras se calza una camisa impoluta y un pantalón de vestir, comenta que la perseverancia es un valor que intenta trasmitir todos los días a sus pupilos. “Utilizamos el término osu, que significa perseverar bajo presión.” Custodiado por varias docenas de trofeos y una estatua de un soldado de terracota de Xian, La Volpe se despide y regala una reflexión final: “Acá no hay lugar para los violentos. Osu es el camino que elegimos. Creemos que a través del arte marcial es posible llegar a la iluminación”.
Bellas artes marciales
Con la misma pasión, la joven Nadia Bronn Balbis da pelea dentro y fuera del cuadrilátero. Es mamá de una nena, cajera de Frávega y uno de los secretos a voces del kick boxing nacional. Este año tuvo la posibilidad de pelear dos veces en el mítico Tokyo Dome. “La Meca. No hay palabras para describir lo que se siente pelear ahí. Me llevaron un día antes a conocer el estadio, porque si vas el mismo día de la pelea, dicen que te agarra un shock. Es un monstruo, entran 50 mil personas”, cuenta Nadia, y luego revive los combates: “La primera pelea, en abril, empaté contra una campeona de karate. Y en septiembre perdí por puntos. Son rivales muy difíciles por el nivel y la técnica, y porque respiran esto los 365 días del año”, resalta la dama, primera mujer no japonesa en ingresar al circuito de la federación nipona. Sueña con ser profesional: “Quiero vivir de esto. A veces, voy a trabajar y pienso que estoy perdiendo seis horas de mi vida, porque me gustaría estar acá entrenando.”
Consultada sobre los valores que le enseñó el deporte, la joven de brazos y piernas de acero no duda. Rescata la búsqueda paciente y dedicada para ser la mejor en el arte marcial, y en todas las facetas de su vida. “Acá aprendo a superarme día a día, a ser más tolerante con mi hija si se manda una cagada, a ser mejor persona”. Aunque en un rato debe enfrentar a una oponente en el ring, Nadia luce la templanza de un monje tibetano: “La pelea no es contra el rival. Siempre es contra uno mismo.” 
Mauro Herrera también peleó en Japón. De sus viajes al Lejano Oriente se trajo dos triunfos por nocaut en el primer round. Es grandote, muy grandote: un hombre montaña de 100 kilos y musculatura maciza. Vive en Berazategui, está casado y tiene dos hijas. Trabaja como productor de seguros y entre risas afirma que antes de los combates nunca les ofrece una buena promoción a sus retadores. Esta tarde no sube al ring, pero acompaña a los peleadores desde uno de los rincones. “Les pido que vayan para adelante, que salgan a divertirse, no a matarse. Que pongan en práctica lo que aprenden todos los días en el dōjō.”
En la primera exhibición de la tarde, se enfrentan los deportistas más jóvenes del Ihara: Lautaro Luque, de 11 años, y Tomás Hernández, de 12. Cuentan a coro que son primos y que practican kick boxing desde hace pocos meses. Sobre el ring, brincan de una punta a otra como pequeños saltamontes.
Ni retroceder, ni rendirse 
A las cuatro, el gimnasio es un sauna. La térmica debe andar por arriba de los 40º. La música electrónica explota en los parlantes. En las gradas, los espectadores pelean contra el calor. Sobre el ring, los gladiadores de sangre fría miden sus golpes para llegar al final, vivitos y coleando. 
En pocos minutos será el momento de la verdad para Rodolfo Roncoroni, un portuario cuarentón de larga barba vikinga. Poco antes de subir al cuadrilátero, cuenta que su verdadera batalla la ganó cuando comenzó a practicar kick boxing, siguiendo el consejo de su hijo: “Desde que vengo al dōjō, bajé 30 kilos y dejé de fumar. Y ese es un triunfo en el primer round.” No muy lejos, su esposa Soledad lo alienta desde la tribuna: “Desde que empezó lo veo más guapo. Otro beneficio es que viene y se pelea acá, y no me hincha en casa.”
El plato fuerte de la tarde ofrece a Juan Cruz Velázquez y Ricardo Bravo, dos de los luchadores con más polenta del Ihara. Pelean por el título local de la WKBA. Bravo elonga y tira golpes al aire. Velázquez se reconcentra, cierra los ojos. Segundos afuera. Velázquez toma la iniciativa y castiga al fibroso Bravo con una ráfaga de cortitos. Van piñas, vuelven patadas. También rectos, jabs y algún que otro abrazo de oso. Con sus cascos protectores, los luchadores tienen un aire a Mazinger Z. Finalmente, Bravo logra recuperarse con la fuerza de sus patadas y consigue una postrera victoria por puntos.
En pocas semanas, el ganador partirá raudo a Japón, donde vivirá un año. Lo eligieron por su potencial y sus aptitudes. Dice que quiere ser campeón japonés y del mundo. Bravo dejará familia, colegio y amigos. “Todo para conseguir la gloria”, dispara. Hasta la victoria, siempre.
Publicada en Tiempo Argentino, por acá