jueves, 21 de octubre de 2021

Sin dios, ni patrón, ni anarcocapitalismo

Al atardecer, el encuentro de las calles Coronel Salvadores y Hernandarias debe ser uno de los paisajes plebeyos más bellos de la Ciudad de Buenos Aires. También una de sus esquinas más combativas. En el arrabal de La Boca, punto cardinal del anarquismo en estas pampas, el local de la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) ha resistido estoico el paso de los años, las batidas policiales, los explotadores. Igual que Jorge “Cacho” Smokvina, miembro activo de la comisión de jubilados de la federación. “Acá me ve, en la lucha histórica, que en realidad es la pelea cotidiana, para barrer al capital”, bromea el hombre de boina. Escoba y palita en mano, con esmero junta las rebeldes hojas secas que duermen en la vereda. Desde hace algunos meses es el casero del local. La FORA es su casa. Y el techo que cobija a muchos ácratas del presente.

Anarquistas, “la palabra –escribe el ensayista Christian Ferrer en su brillante libro Cabezas de tormenta– suena hoy menos tremebunda que extraña, como si se mencionara un animal extinto. Un ave pesada que nunca pudo volar o un mamífero cuyo último ejemplar fue avistado décadas atrás”. Tantas veces los mataron, tantas veces los persiguieron, tantas los borraron de la historia. Sin embargo siguen ahí, dando pelea por un mundo de iguales.

La puerta, altísima, muestra dos manos fraternas que se estrechan solidarias, sobre un fondo negro y rojo. Lleva tatuada la inscripción “FORA. Fundada en 1901”. En mayo pasado la federación cumplió 120 años de historia sindical. Fue la primera organización gremial del país y a comienzos del siglo XX llegó a nuclear a miles de laburantes.

“Esta era la sede de los portuarios, que era un gremio muy numeroso. Imaginate La Boca a principios del 1900: el puerto activo, el barrio repleto de trabajadores. En el ’50 compraron el local y acá se conserva mucho material histórico, desde la década del ’30 hasta el presente”, explica Jacinto Cerdá, profesor de Historia que pone el cuerpo desde hace años en la Sociedad de Resistencia de Oficios Varios Capital. El archivo, aclara, está incompleto. El local obrero fue allanado pila de veces por los muchachos de la Policía Federal. Agrega Jacinto que algunos documentos terminaron “misteriosamente” en el edificio de la CGT.

Como buen refugio libertario, que obviamente no recibe aportes estatales y se banca con el bolsillo de los laburantes, la FORA atesora una generosa biblioteca, documentación orgánica original de mil y un gremios –calzado, choferes, portuarios–, balances, cartas y publicaciones ácratas de todo el planeta. Un auténtico festín desnudo para historiadores y cientistas sociales. También hay diarios, boletines, folletos, panfletos: desde el decano Organización Obrera hasta el más juvenil Revuelta de clases.

“Muchos llegamos a la FORA por los textos clásicos anarquistas, que siempre pasaron de mano en mano. Sin embargo, la propaganda no se queda en el pasado. Mantenemos el legado de convocar a los trabajadores para construir la emancipación. La acción es sobre el presente. Que los laburantes podamos desarrollar una experiencia sindical diferente a las de las estructuras burocráticas. El corazón de la FORA fue, es y seguirá siendo la actividad sindical”, deja claro Jacinto, y se suma a la ronda de compañeros que pueblan el salón principal del local, justo cuando el telón de la noche primaveral cae suave sobre La Boca.

Sociedades y resistencias

Desde las paredes los custodian curtidos retratos en sepia de Bakunin, Malatesta, el pedagogo Ferrer, el príncipe Kropotkin y militantes foristas como el panadero español Emilio López Arango. También hay una foto de Flora Albornoz, combativa trabajadora textil y extesorera de la federación.

María Sol Agüero es docente y delegada. Nacida y criada en Mendoza, se sumó a la FORA cuando migró a Buenos Aires, hace cuatro años: “No vengo por la pata histórica, yo antes activaba en mi provincia, en temas anti-represivos. Me atrapó la afinidad con los compas y sobre todo que fuera una organización obrera distinta. Era una vuelta de rosca que no conocía”.

La organización de la FORA está basada en los principios anarquistas de la 1a Internacional Obrera: un sistema federalista y horizontal sin cúpulas dirigenciales ni profesionales del sindicalismo. “Sociedades de resistencia, que es la unidad más clásica de los obreros de la tradición española. Se adhieren y se forman federaciones sin una conducción central”, explica Hernán Mancuso, trabajador informático y del palo audiovisual. Detalla que se arrimó después del crac neoliberal de 2001: “Muchos todavía se preguntan si sigue habiendo anarquistas. Sí, nos nucleamos, nunca dejó de pasar. Es muy amplio lo que se puede entender por anarquismo. Hay un legado en lo gremial, en lo social, lo cultural. Pero somos una organización obrera, y llevamos esa antorcha encendida en el presente.”

Los lazos, la afinidad, la solidaridad. Las tres palabras salen de la boca de Belén Mangieri. Viene de varios desencantos con la militancia. Cuenta que activa en un comedor-biblioteca de Garín, y asegura: “Somos una organización muy viva, no es solo la historia. Se construyen lazos fuertes con los compañeros, no hay alguien que manda. Acá la que manda es la asamblea. Por eso se arriman muchos trabajadores, porque en la mayoría de los espacios no se puede asomar la cabeza y las condiciones de laburo del presente son nefastas”.

En los últimos meses, la FORA tuvo participación activa en los conflictos gremiales de los trabajadores del call center de Aerolíneas, de los docentes porteños, de los médicos precarizados en pandemia y decenas de luchas más. La lucha, agrega Mancuso, no es para zafar las papas: “Compartimos circunstancias existenciales, y luchamos para cambiarlas. No somos la burocracia. Somos compañeros porque somos trabajadores, y somos internacionalistas. No nos une el anarquismo, sino la lucha de clases”.

Cacho, con 68 pirulos sobre el lomo, dice que se cansó hace años de la casta sindical, “porque están al servicio de los patrones y de los gobiernos de turno”, y prefiere dar una mano a sus compañeros en los geriátricos y en la salita de atención médica primaria que funciona en La Boca todos los segundos sábados del mes: “Construir en la realidad, en el presente, en el día a día. ¿Sabés cuál es mi regla? Que en serio todos tengamos una mejor vida. Esa es la anarquía”.

Sobre la libertad

Desde hace algunos años, el término “libertario”, históricamente asociado a las ideas anarquistas, fue apropiado y resignificado por sectores abiertamente reaccionarios de derecha que postulan la muerte del Estado y la construcción de una nueva tierra prometida regida por el capitalismo salvaje. El verborrágico economista y aspirante a diputado Javier Milei es la punta de lanza de este movimiento, el huevo de la serpiente liberal. “Son etiquetas que utilizan para no decir que son neoliberales. No se van a hacer cargo del desastre que hicieron en América Latina en las últimas décadas. Se llenan la boca hablando de libertad. ¿Y adónde está su libertad? Libertad de mercado”, reflexiona Jacinto.

Belén respira hondo y profundiza las ideas de su compañero: “La libertad de Milei es que nos exploten cada vez más. Contratos basura, monotributo, aplicaciones a destajo. Es la libertad del látigo. Los libertarios creemos en otra libertad, la humana en su máxima expresión.”

El sabio Cacho se agarra la cabeza y confiesa que hace algunas semanas caminaba por el Parque Lezama y vio en vivo y en directo una marchita de las huestes de Milei. “Es un agente de los poderes opresivos. Gritaba contra el Che, contra el comunismo, contra los progresistas… Si dice en verdad lo que haría, no lo vota ni la madre. Va contra los trabajadores y los sectores organizados. Puro ajuste y al que no le gusta, ‘leña’”.

Para cerrar la ronda, la docente Sol arriesga: “Ellos quieren ser patrones y que nos autoexplotemos, algo muy usual en el discurso del emprendedor tan en boga. La falsa autogestión, el ‘me salvo solo’, ‘sé tu propio jefe’. Tu jefe es el capitalismo. Para esta gente, la libertad es hacer lo que se les canta. Pero para nosotros es otra cosa. Un diálogo constante y complejo, una construcción colectiva”.

Crónica publicada en Tiempo Argentino, por acá

Diario de la saudade

Cuando empieza a caer la noche me gusta subirme al techo de mi casa. En esas horas grises de cielo nublado sin una puta estrella, escalo hasta la punta del tallercito que tengo pegado a la terraza. En el sur de la ciudad, el suburbio del suburbio, la banda de sonido suele ser de las sirenas de los patrulleros y de alguna que otra bocina de los bondis que llevan obreros escapando del yugo diario. Cuando hago cumbre, abro una latita de cerveza, fumo, miro mis patas flacas balanceándose en la cornisa. Y lloro. Es que me pinta la saudade. Como un alpinista hago equilibro en las alturas de Barracas para no caer en el abismo que separa el pasado y el futuro. ¿Cómo bajar?

Me pasa hace meses. No lo puedo evitar. ¿Seremos muchos los que andamos con saudade? Imagino que no debo ser el único perejil. A veces pienso que esta pandemia miserable nos hizo entender en serio lo que es la melancolía. La añoranza por lo que ya no está. Y no va a volver. Ya lo dijo el maestro Yoda: “Preparate para dejar ir todo lo que temés perder”. Ahora, dígame, ¿cómo se hace, maestro? Que la fuerza me acompañe.

Hace unos días busqué respuestas en el diccionario. Saudade, palabra difícil, dicen imposible de definir. Ni qué hablar de traducir. Viene del portugués, inseminada por el latín solitete, “soledad”. Atesora una deriva con paradas en soadade, suadade, saüdade… Nomadismo inverosímil para los lingüistas más capos. A ella no le importa la discusión etimológica y todos los días sube hasta mi cabeza. Siempre hasta la cresta. Como ahora, que fumo en el techo, entre nubes de humo dos veces respirado. Humo sobre la saudade. Y vuelvo a pitar.

En la cuenta de Instagram de un amigo veo la foto de una pintada callejera. A las apuradas, algún poeta urbano tatuó en una pared: “Lo k extrañás ya no existe”. ¿Será tan así? Hace un rato me colgué viendo el jazmín que empieza a florecer en la terraza. Olí una flor y viajé más de 30 años atrás en busca del tiempo perdido. Al techo de la casa de mis abuelos, en Ramos Mejía. Los jazmines del país blancos y radiantes cuelgan como racimos. Con parsimonia, mi abuela Negra cocina arroz partido y carne picada para los perros. Suena radio AM. Creo que es Larrea. El nonno riega un rosal. Yo miro la escena pasada desde otro techo, en el presente oscuro de Barracas. Extraño, luego existo.

Madres, padres, abuelas, abuelos, compañeras, compañeros, amigas, amigos, amantes, amores. Perdimos demasiado en estos dos años eternos de peste. Quizá llegó el momento de guardarlos en el corazón y dejarlos ir en paz. Miro una vez más el cielo desde la cornisa y le escribo por WhatsApp a mi amiga Mónica, editora de Cultura de Tiempo. Le comento de una errata que iba a salir en una nota suya en la edición papel. Sí, ejerzo el noble oficio de remendar textos en la corrección. “Historia universal de la infancia” había rebautizado el libro de Borges. Moni se mata de la risa, dice que soy un memorioso, como Funes. También me confiesa que hacía un rato estaba justo pensando en su viejo y en un tanguito de Julio De Caro que le tocaba en el piano cuando era muy pibita. Se llama “Flores negras”. Hermoso tango, para bailar bien apretados. Lloró un poquito, me confesó Moni, pero en el fondo había disfrutado ese recuerdo. “¿Sabés lo que significa recordar? –pregunta antes de despedirse–. Volver a pasar por el corazón”.

Otra amiga me pasó un libro de Antonio Tabucchi hace algunas semanas. Se llama Sostiene Pereira. Lo leí de un tirón. Me atrapó la historia de ese curtido y gris periodista que vive en Lisboa, en el 22 de la Rua da Saudade, durante los años treinta, plena dictadura de Salazar. Pereira pasaba sus días reflexionando sobre la muerte, que en el fondo es reflexionar sobre la vida. Un buen día, uno de esos que no suelen pasar, conoce a un aspirante a cronista, un muchacho que milita en la resistencia al régimen. El pibe lo despabila. Le cambia la vida. Sostiene Pereira que estamos hechos de una confederación de almas. Pero no siempre estamos gobernados por la misma. Cada tanto se desatan revoluciones adentro nuestro y una nueva se impone. ¿Y si en vez de almas usamos la palabra vida?

Antes de liquidar la lata de cerveza en el techo quiero escuchar a Cartola, santo patrono del samba carioca. Tiene varias canciones dedicadas al recuerdo, la melancolía, la nostalgia y, por supuesto, la saudade. Busco en YouTube el video de “O sol nascerá”. Desde las alturas del morro de Mangueira, arrabal de Río, el viejo me canta: “Sonriente / tengo ganas de vivir la vida / porque llorando / vi a la juventud / perdida / Fin de la tempestad / el sol nacerá / Fin de esta saudade / Tendré alguien más a quien amar”. Cuánta razón, querido Cartola. Recién arranca la primavera. Quizá llegó el momento de bajar.

Publicada en Tiempo Argentino, por acá.

Hablemos de marihuana

Huele a espíritu de flores dulces. Esta tarde de viernes por fin primaveral, en La Rural no hay olor a bosta. Y no es obra de un milagro. El acceso al tradicional predio ferial palermitano, sobre la Avenida Sarmiento, está perfumado por una plácida fragancia de flores dulces de marihuana. Las queman bien enrolladas grupitos de amigos, varias familias y unos cuantos fumones solitarios. Peregrinaron hasta Palermo para celebrar la misa verde más importante de la América Latina. Después de la aciaga cosecha de muertes, enclaustramientos y soledades que dejó la peste sobre estas pampas, el cónclave de la Expo Cannabis vuelve a florecer. Hay fumata blanca para celebrar.

En su segunda edición –la germinal se desarrolló en la ya lejana vieja normalidad de 2019 y tuvo rotundo éxito, con 56 mil visitantes-, el encuentro cannábico este año mantiene el altísimo flujo de público -50 mil asistentes físicos y miles más en la web-, turnos y protocolos profilácticos mediante. También un menú variopinto de excelencia. Lo deja en claro la prolija cartelería que decora el ingreso al pabellón Alfredo Martínez de Oz, ominoso espacio que hay que atravesar para entrar formalmente a la expo, cerca de la Green Carpet. “Salud – Industria – Cultivo – Cultura” son las cuatro patas que sostienen el ágape versión 2021.

Sin dudas, este ha sido un año especialmente cannábico. Y no sólo por el crecimiento exponencial del autocultivo en pandemia. En los últimos 12 meses el tibio gobierno nacional que preside Alberto Fernández dio paso en forma no tan tímida a políticas activas de impulso al cultivo herbáceo. Un giro copernicano con el decreto que reglamentó la Ley 27.350, de uso medicinal del cannabis. La iniciativa original sancionada en 2017 durante el mandato del cambiemita Mauricio Macri fue un bluff. En su reglamentación imponía rigores y limitaciones: sólo admitía el uso para la epilepsia refractaria, prohibía el autocultivo, no reglamentaba la producción nacional y no aceptaba ventas por farmacias. Todas flores que se abrieron con la nueva normativa.

En paralelo, el gobierno kirchnerista impulsó en el Parlamento un proyecto para promover el cultivo de marihuana y cáñamo –variedad de planta con bajo contenido de THC, en criollo, “no pega”- con fines de industrialización para uso medicinal y productivo. El proyecto ya tiene la media sanción de la Cámara Alta. ¿Argentina, granero del porro? Algo de eso hay. Según la Cámara Argentina del Cannabis (ArgenCann), se espera que en 2027 el mercado mundial de la industria cannábica mueva más de 40 mil millones de dólares: verde que te quiero verde. La tasa de crecimiento anual superará el 30 por ciento. Con este escenario, la Argentina podría generar un mercado interno de 500 millones de dólares, 50 millones en exportaciones y más de 10 mil puestos de trabajo. Guarismos que mencionó Matías Kulfas, ministro de Desarrollo Productivo, en su paso por la expo.

¿Y de la despenalización? Según los que saben, la legalización del llamado “consumo adulto responsable” de marihuana se proyecta en el horizonte futuro, pero sin fecha próxima. Mientras tanto, la vetusta Ley 23.737, resabio de las políticas belicosas de “guerra contra las drogas”, sigue engordando los registros de detenciones y causas penales con pequeños cultivadores y perejiles. En síntesis, no hay novedades en ese frente. “Basta de presos por cultivar”, dicen los carteles de los militantes de la Asociación Civil Acción Cannábica que volantean en el acceso. Fumando esperan (y protestan) por la legalización dilatada.

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Organizada por la decana Revista THC, con el novedoso apoyo estatal del Ministerio de Desarrollo Productivo, el Senasa y la Universidad de Quilmes, la provincial Cannava de Jujuy y varios sponsors privados de peso, Expo Cannabis es sin dudas una marejada de la vigorosa ola verde. ¿O será mejor llamarla tsunami? Este año ocupó 15 mil metros cuadrados bajo techo y 5000 más al aire libre. “Más de una hectárea. Descomunal e histórico”, resume al paso Sebastián Basalo, director de THC, en diálogo con Rolling Stone.

En los pabellones hay un mar de stands: 150 marcas de disímiles empresas que ofrecen mil y un productos y servicios para el gremio. Desde rústicos portafasos hasta precisos kits para medir los componentes del aceite, sin olvidar las dotadas máquinas industriales de procesamiento, elegantes cremas faciales regeneradoras, tecnológicos vaporizadores digitales de diseño y por último, pero no menos importante, los fundamentales “lillos”. Ataviados de estricta etiqueta verdosa, dos promotores caracterizados como el Increíble Hulk y Linterna Verde sudan la gota gorda para atraer clientes. “En el break me fumo uno para relajar”, desliza en broma el hercúleo trabajador.

El emprendedor Federico Puy sabe dónde poner el ojo para desarrollar ideas novedosas. Es uno de los dueños de Gaiahemp Eyewear, una pyme quilmeña dedicada a la producción de anteojos forjados a base de cáñamo: “Somos pioneros en su uso. Bueno… en la parte de óptica, porque los romanos usaban cáñamo para hacer ropa, las velas de Colón estaban hechas de cáñamo, es una materia prima milenaria. Tuvo mala prensa y mucho lobby en contra, acá la prohibieron los milicos en la dictadura.” Puy se esperanza con el proyecto industrializador que avanza en el Congreso: “Una oportunidad para el desarrollo sustentable e industrial del país. Queremos generar laburo”. No es un mal argumento con el presente miserable que dejó la pandemia.

Sebastián me ofrece un kit Fumanchú: sedas y filtros a cien mangos. “Una ganga, amigo. Llevalo que con la inflación que hay, pronto vamos a usar los pesos para armar”, dice el vendedor de labia digna de una novela de Fogwill. A la oferta quiere sumar unos leds Made in Argentina para indoor, un nicho que se iluminó “zarpado” en cuarentena. “Viene gente del palo, pero también curiosos. Queda claro que a nivel leyes, estamos a años luz –reflexiona el comerciante-. Miremos a Europa, donde podés tomarte un café y fumarte un joint sin dramas en la calle.”

Saco recto y zapatos italiano lustrados. La elegancia de Claudio Pereyra contrasta un poco con los pibes freaks de rastas y crestas psicodélicas que pululan cerca del stand de ArgenCann, institución que teje redes entre los empresarios del nicho cannábico. Pereyra es director de proyectos de F&C Green Labs, una firma que apunta a desarrollar aceite con fines medicinales. Con tono corporativo y didáctico, sostiene Pereyra: “Tenemos verticales en la ciencia de la vida, la salud y el bienestar. Buscamos generar productos con alto grado de calidad y certificados. Por eso tenemos convenios con el Conicet en Bahía Blanca.” Con experiencia en el agro, Pereyra dice que en el interior del país ha cambiado mucho la mirada sobre la producción de marihuana: “Soy de Junín, y cuando me tocó acercar el proyecto a la municipalidad hace un tiempo, me miraron raro, con prejuicio. Pero este último año cambió el escenario. Hay una apertura de cabeza”. Estamos, se ilusiona, viendo el parto de una industria.

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Entre tanto desierto consumista y algo alucinógeno, en el stand 128 se encuentra el oasis manso y tranquilo de Mamá Cultiva. De una pelea gotita a gotita para conseguir el derecho al uso medicinal del cannabis nació esta ONG autogestiva en 2016. Las madres cultivadoras son una pieza esencial del mundo cannábico, para los fallos judiciales que dan su visto bueno al autocultivo y para la sanción de normativas progresistas. “La expo es muy importante porque nos hizo visibles. Es un espacio de encuentro y construcción colectiva. Que informa y habla sobre salud, bienestar y trabajo”, dice Graciela Pardo, psicóloga social miembro del colectivo. Resalta que al stand no sólo se acercan padres, sino también muchos adultos mayores que llegan con sus dolores a cuesta: “Combatimos contra los prejuicios que hay sobre la planta. La desinformación trae miedo, porque pensá que todavía nos manejamos en la ilegalidad”. Sobre el Reprocann, el registro nacional para quienes se les recetó el uso medicinal de la droga blanda, advierte: “Hubo una avalancha de pedidos, más de 30 mil. Se demoran en darlos. Por eso nosotras vamos por una legislación superadora. Para poder plantar nuestra medicina en el balcón de casa.”

Los espacios más concurridos del salón principal son los de consultas medicinales, veterinarias y legales. La veterinaria Laura colman tiene una paciencia infinita para responder todas las dudas. Que son muchas. Llegó desde Tandil, donde ejerce su oficio: “El aceite de cannabis anda muy bien en varias patologías. Tratamientos de tumores, stress, antiinflamatorio y para gerontes. Incluso como ansiolítico, para tranquilizar a las mascotas cuando las dejamos solas. El cannabis es una terapia integral.” Antes de despedirse, aconseja: “Y no automediquen, vayan siempre al veterinario amigo.”

En el punto de Acceso a la Justicia ponen el cuerpo profesionales de la Defensoría General de la Nación, la Defensoría General de la Ciudad de Buenos Aires, e integrantes de ADEPRA (Asociación civil de magistrados y funcionarios del ministro público de la defensa de la República Argentina). “Estamos respondiendo dudas sobre autocultivo. Hay muchas zonas grises en la normativa. Y no es chiste comerte una causa con penas que van de 4 a 15 años de prisión. Hay desconocimiento de las personas, y también de los funcionarios estatales”, deja claro Pablo Ordoñez, titular de una defensoría platense. Otro tema en agenda judicial son las semillas: “Se pueden comprar por internet en países donde es legal, como Uruguay, Chile, España o Estados Unidos. Te las mandan por correo a tu nombre y ahí tenés flor de problema. Es ilegal. Te podés comer una causa por tráfico internacional por comprar cuatro semillas. En definitiva, hace falta una decisión firme para resolver qué vamos a hacer con el uso recreativo.”

En el plano retórico, la expo ofreció decenas de conferencias sobre la veta medicinal, con disertantes galenos locales y foráneos. Virginia y su vieja Alejandra se acercaron para informarse. Llegaron hasta Palermo desde el suburbio del suburbio de Luis Guillón. La joven es enfermera y su madre jubilada. “Trabajo con gente mayor. Hay muchos médicos con tabúes en mi laburo. En las charlas, entendí que acá hay una herramienta muy útil y tenemos que aprovecharla”, dice Virginia. Su mamá cuenta que sufre reuma y muestra sus manos curtidas y afectadas: “Me trato con aceite y mejoré mucho. Me cansé de hacerme mierda la panza con los medicamentos comunes”. En su casita del sur del Conurbano, cuentan a coro, tienen varias plantas. “Son un acto de amor, para combatir el dolor”, se despide Virginia, mientras disfruta un generoso churro en la Pista Central del predio. En el espacio abierto no se vende alcohol y la nube de humo dulce le pelea palmo a palmo a la cortina gris que viene de las parrillas repletas de hamburguesas. Antes de despedirse, Virginia mira la frase tatuada sobre el escenario histórico de La Rural: “Cultivar el suelo es servir a la patria”. Cuánta razón.

Publicada en la Rolling Stone, por acá