lunes, 26 de julio de 2021

Joseph Mitchell, cronista máximo de Nueva York

¿Gay Talese, Fran Lebowitz, Tom Wolfe? No me jodan. No hubo, hay, ni habrá otro cronista de la talla de Joseph Mitchell a la hora de escribir sobre Nueva York. La isla de Manhattan, esa “Gran Puta de Babilonia y madre de todos los engendros”, como la apodaba el reverendo James Jefferson Davis Hall, uno de los personajes retratados por el periodista decano de la revista The New Yorker.

Mitchell nació en 1908 en Fairmont, un pueblito perdido de Carolina del Norte. Sin un peso ni estudios, llegó a la Gran Manzana justo a tiempo para ver el crac del ’29 y el inicio de la Gran Depresión. Ganarse el mango estaba duro en esos años miserables, y ni que hablar en el gremio del periodismo, donde el muchacho quería hacer carrera. Sus primeros morlacos los hizo como cronista todoterreno y corrector de estilo en las redacciones de pasquines ya desaparecidos como el Morning World, el Herald Tribune y el World Telegram.

Fina pluma, oído absoluto y energía descomunal eran su sello. Cuentan que podía pasarse días enteros buscando por los márgenes a los ear-benders: borrachos, vagabundos, predicadores, malandras, impostores, chantas y sus vecinos. Anónimos hombres y mujeres de a pie con historias de vida excepcionales. La “gente importante” no merecía la atención de nuestro joven cronista. Cuánta sabiduría.

Con estos pergaminos, en 1938 pasó a las ligas mayores. Fue conchabado por la revista The New Yorker, donde pulió el estilo que lo haría eterno. Era lector atento de Joyce. En sus crónicas encadenaba datos y largos monólogos con la destreza de un gran novelista. Su año más prolífico fue 1939, con 13 perfiles firmados. “El profesor Gaviota”, de 1942, es su pieza cumbre. Narra la historia de Joe Gould, un croto andariego que vivía de las monedas que rascaba en el día a día. Gould decía estar escribiendo la Historia oral del mundo, un libro de la vida de los hombres errantes. Un manuscrito de nueve millones de palabras, once veces más gordo que la Biblia. Años después, Mitchell descubrió lo que todos sabían, Gould era un estricto charlatán. En 1964, siete años después de la muerte del profesor Gaviota, publicó El secreto de Joe Gould (Anagrama), donde desenmascara al parlanchín escritor. Fue su último trabajo. Pasó más de 30 años sin escribir ni una sola línea. El temor a la página en blanco y a un nuevo mundo pavoroso lo dejaron seco, hibernando en su oficina eterna en la redacción del New Yorker en la calle 43, hasta que lo alcanzó la parca en 1996. Uno de los bloqueos creativos más célebres de la literatura norteamericana.

La fabulosa taberna de McSorley (Jus) es un libro brillante que recupera en castellano buena parte de su trabajo como cronista colosal de Nueva YorkLa antología cuenta con traducción de Marcelo Cohen, Alejandro Gibert Abós y Martín Schifino. Y un prefacio luminoso del mencionado Gibert Abós.

Hay crónicas sobre bohemios, visionarios, impostores, reyes gitanos, freaks de circo, trabajadores del bajo fondo y buscavidas de las alturas, mujeres barbudas, trotamundos y crápulas. Los rincones más ocultos de la ciudad y las almas de sus habitantes. Hay humor negro, sensibilidad y una capacidad de escuchar y ver más allá de la cáscara de los personajes que deja sin palabras.

La crónica sobre la taberna McSorley, la más longeva de Nueva York, es una clase magistral de periodismo narrativo. Mitchell repasa desde la historia de sus dueños hasta el último milímetro del antro, decorado con recortes del diarios, como esa tapa del Times de Londres del 22 de junio de 1815, con una mención al estallido de la batalla de Waterloo.

Lean a Mitchell. Su obra no es periodismo del bueno. Es arte.

Publicado en Tiempo Argentino, por acá

lunes, 19 de julio de 2021

La lucha

 “Necesitamos trabajar”. Las dos palabras están tatuadas en el pasacalle que cuelga sobre el portón de acceso a la fábrica Sempere. Afuera, el viento gélido corta como navaja el arrabal obrero de Quilmes. Adentro, una estufita y el compañerismo de los laburantes que resisten en la toma dan calor a la lucha.

Son 18 metalúrgicos. Fueron abandonados a su suerte por la patronal explotadora. Les deben quincenas, aguinaldos, vacaciones y un rosario de salarios. Ocupan el comedor y el vestuario de la fábrica desde marzo. Los galpones con la materia prima y las máquinas para forjar manejadoras de aire están cerrados con candado. Los obreros cuidan como a un familiar querido esas herramientas de trabajo con las que se ganaban el mango. Temen el peor final: el vaciamiento.

“A la noche se pone bravo hacer la guardia con este tornillo. Pero uno piensa en la necesidad de la familia, en las ganas de salir adelante, eso te hace aguantar todo”, saca pecho el delegado Miguel Cirielli. Con 16 años en la empresa, el soldador sufrió en carne propia los tejes y manejes de los “trompas”. “Nos deben pagos desde 2018, cuando hubo un pedido de quiebra y después la convocatoria de acreedores. Nunca más nos dieron un recibo de sueldo. Solo algo de plata en mano, monedas, puchos de 3000, 2000, 500 pesos por semana. Hasta nos llegaron a dar un bolsón de comida, como si fuéramos sus esclavos.”

Sempere SA tiene una larga historia. Se instaló en el suburbio de Quilmes en 1952, durante los años pujantes del primer peronismo. Creció en el rubro de los climatizadores, insumo esencial para los acondicionadores de aire. Produce equipamiento de alto porte para farmacéuticas y otras industrias. “Son equipos que pueden tener el tamaño de esta mesa, de un cuarto. Las pastillas que hacen los laboratorios necesitan un nivel preciso de humedad y purificación del aire. Y ahí laburan las máquinas que hacemos con nuestro trabajo”, explica Miguel.

En pandemia, agrega, los purificadores UV que fabrican se volvieron esenciales: “Tendríamos que estar laburando a full, produciendo. En ambientes cerrados, los purificadores renuevan el aire y sirven para mantener a raya al coronavirus. Son esenciales, ¿me entiende? Tendrían que entenderlo los patrones”.

A la deriva

Víctor Hugo Obregón también es delegado. Tiene 54 años, casi 20 dedicados al oficio de armador. “Dígame adónde voy a conseguir laburo a mi edad”, se pregunta, sin respuestas. Después recuerda los mil y un incumplimientos de la patronal: “Son tres años de engaños. A finales de 2019 firmamos un acuerdo con el que perdíamos días de laburo y turnos. Tampoco cumplieron. Y en 2020, con la pandemia, pusieron de excusa un contagio en la administración y nos dejaron a la deriva, sin un ‘sope’ por tres meses. Después vinieron con una bolsita de alimentos: arroz, yerba y fideos. Nos la descontaban de la deuda”.

El año pasado, con el apoyo de la UOM, los metalúrgicos arrancaron un plan de lucha. Más promesas, más miseria, fueron las respuestas de la patronal: “Se comprometieron a presentar la deuda al contador del sindicato, pero nunca lo hicieron. Ellos dicen que nos deben monedas, pero hay compañeros a los que se les adeudan más de dos millones de pesos. Gente mayor, con problemas de salud. Ni siquiera pudimos cobrar el ATP o los Repro, se cagan en el laburante”, mastica bronca Obregón atrás del barbijo. “En marzo estábamos con la soga al cuello, por eso entramos, por eso estamos luchando, queremos trabajar.”

Ezequiel Aguer es asesor legal de la UOM, y asiste a los compañeros para garantizar las fuentes de trabajo. “Muchos laburantes no pudieron aguantar, son 18 los que sostienen la lucha. Hay deudas por casi 20 millones de pesos. Los administradores desaparecieron. Carlos Sinagra, Fernando Casal y Claudio Iglesias son los tres dueños.” La impunidad de los empresarios se paseó también por los tribunales: no acercaron documentación y abandonaron el expediente. Una perlita: figuran inscriptos como “vendedores de helado y cuidadores de ancianos” a nivel impositivo. “Dejan en la calle a trabajadores grandes, hay que garantizar la continuidad laboral, sobre todo en estos tiempos de pandemia y desocupación tan alta. Vamos a seguir peleando”, cierra Aguer.

Los matones y la cooperativa

A la amenaza del corte de los servicios básicos en la fábrica hay que sumar otros aprietes, más ominosos. “Esta mañana aparecieron dos matones en la puerta. Me mostraron una foto mía que tenían en el celular y dijeron que les habían dado diez lucas para pegarme un tiro. No pagan y ahora amenazan de muerte, así son estos tipos”, cuenta entre lágrimas Roberto Ledesma, delegado histórico. Lleva sobre el lomo 35 años en la empresa como plegador. Y avisa que no se va a rendir. “Con mi salario crié a mis hijos. Ya no soy un pibe y nunca pensé en pasar por algo así. Por los míos, tengo que sacar fuerzas de cualquier lado”, dice Ledesma y mira la imagen de Santa Evita en la pared del comedor. Y agradece el apoyo de los compañeros del gremio, de los vecinos, de los familiares. “Son de fierro.”

Lo saben los trabajadores, por memoria y por lucha: la salida será colectiva. Hace algunas semanas, en asamblea, parieron Semcoop, el proyecto cooperativo con el que buscan mantener las fuentes de trabajo. Ya presentaron los papeles en el Inaes y aguardan el visto bueno para empezar a producir. “Esperamos la matrícula. Días atrás vino el ‘Vasco’ Eduardo Murúa, el director de Empresas Recuperadas, y nos dio su apoyo. También los compañeros de Eitec, una metalúrgica recuperada de Bernal que nos sirve de ejemplo de que se puede”, se entusiasman los obreros. “Los patrones nos basurearon, nos quisieron sacar la dignidad, pero acá estamos, de pie. En la lucha.”  «

Crónica publicada en Tiempo Argentino, por acá.