jueves, 25 de noviembre de 2021

Matar por matar

 “La policía mata por matar”. El verso del antipoeta chileno Nicanor Parra está tatuado en una pared cerca de la Villa 21-24, encajada en la triple frontera que hermana a Barracas, Parque Patricios y Nueva Pompeya. “Nos matan porque somos morochos, porque usamos gorrita, porque no les gusta nuestra cara, porque somos villeros. No tenemos derecho a vivir en paz”, dice Roque, nacido y criado en el estigmatizado barrio del sur porteño.

Es viernes. Aunque la tarde agobia, Roque espera con parsimonia en el cruce de Avenida Iriarte y Luna a que comience la misa en homenaje a Lucas González, el joven asesinado por la Policía de la Ciudad. El barrio está acostumbrado a esperar. Y a acompañarse. “Vengo a apoyar a los familiares –dice el flaco, dejando ver la bronca en su rostro–, se dijeron muchas mentiras. Que fue una persecución, que estaban armados… Yo estaba descargando mercadería en el comedor donde doy una mano, escuché los tiros y fui a ver qué pasaba. El pibe vino a jugar al fútbol y lo mataron como a un perro. Mirá si no vamos a tener miedo en el barrio. Acá, la yuta no te cuida.”

Cinco años hace que la Policía de la Ciudad patrulla los barrios porteños. En ese lustro, sumó 121 asesinatos en casos de gatillo fácil. Así lo relevó la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (CORREPI). Previo a la misa, el cura  villero Lorenzo “Toto” de Vedia resalta a Tiempo que la violencia estatal es un rosario de penurias hace añares en las barriadas: “Con el asesinato de Lucas decimos ‘otra vez sopa’. Otra vez se denigra la vida, otra vez y sin ninguna explicación posible. Un pibe que viene desde Florencio Varela a probarse a un club se cruza con estos energúmenos y le quitan la vida. La portación de rostro, la discriminación y los prejuicios nos muestran su peor cara: la policía sin ley.”

Hace 20 años que Toto predica en la 21-24. Bajo un cielo tramado por una nervadura de cables tendidos a la marchanta, prepara el parlante para oficiar la ceremonia: “La policía no termina de entender que tiene que cuidar a la gente, estimular a los pibes que están en el buen camino. Con todo lo dificultoso que es salir adelante en este contexto miserable que trajo la pandemia”.

Toto acomoda a la Virgen de Caacupé en el improvisado altar, y denuncia que los slogan electorales punitivistas no son gratuitos. Causa y efecto. “Mucho se habló de mano dura en las últimas semanas. Estos policías encuentran aval para su accionar en esas expresiones. Es un paraguas que tienen. Los medios hegemónicos y muchos políticos los alimentan. Ese discurso de odio también mató a Lucas”.

Lautaro Eviner tiene 29 años y milita en el Nuevo Espacio Participativo (NEP), con trabajo político y social en la barriada. Hace dos semanas sufrió en carne propia a la policía porteña: “Me cruzó un auto de civil, con efectivos sin uniforme. Se mueven como parapoliciales. La misma metodología de los que mataron a Lucas, por portación de botines. Las pibas y pibes lo vivimos día a día. Hace años mataron al paraguayito Toledo con gatillo fácil, ahora a Lucas, cualquiera puede ser el próximo”. Dice que hay miedo, asco y bronca entre los vecinos: “La marcha del jueves a la comisaría lo sacó a la luz pública. Mucha gente vino. Fue fuerte ver a la familia y a los pibes de Barracas Central, todos abrazados pidiendo justicia”. En una de las paredes de la comisaría, los vecinos dejaron un mensaje: “¡Gorra basura!”. Para Eviner, los impulsores de la mano dura son tan responsables como los tres efectivos acusados del crimen: “Con sus teorías de ‘primero tirar’, de ‘un chorro menos’, ahora se ven los resultados. En el barrio hay carteles que puso el gobierno de la Ciudad que hablan de profesionalización de las fuerzas, de inversión en Seguridad. Puro chamuyo, nos matan por ser villeros. Así es la vida en la zona sur.”

“Ni una bala más. Ni un pibe menos”, dice la cartulina que muestra Patricia a los móviles de TV durante la misa. Se gana el pan como docente en el barrio: “Vine como mamá. Hoy fue Lucas, mañana pueden ser mis hijos. Es indignante, porque la vida de los pibes humildes no vale nada”. Antes de despedirse, le deja un mensaje al jefe de gobierno: “Larreta, acuérdese de los vecinos de la zona sur. Póngase de una buena vez en el lugar del otro, del que tiene necesidades. Somos de segunda, las balas no son una política inclusiva”.

Crónica publicada en Tiempo Argentino, por acá

jueves, 18 de noviembre de 2021

Miedo y fiebre amarilla en el Luna Park

 La fiebre amarilla levanta temperatura en el Luna Park. Ese es el color que tiñe “El palacio de los deportes” en la noche del domingo electoral. El estadio ubicado en el cruce de la avenida Corrientes y Bouchard es el búnker libertario. La nueva extrema derecha argentina se amucha en la alianza La Libertad Avanza, que comanda el liberal economista ortodoxo y verborrágico mediático heterodoxo Javier Milei. Las huestes anarcocapitalistas agitan banderas amarillas y negras que llevan impresas una serpiente cascabel y la consigna “Dont tread on me” (no pases sobre mí): la bandera de Gadsden, ícono del libertarismo estadounidense. “Nueve mil personas y 27% de votos, eso es lo que espero para el cierre del día”, se ilusiona Fabián, un joven que luce una careta de Anonymous, cerca de un acceso. “No tengas dudas, con Milei en el Congreso, la casta política empieza a temblar. Vamos a limpiar el sistema”. En su cabeza semirrapada, el joven lleva tatuada la palabra “Disciplina”. Da miedo.

En el nido libertario celebran la llegada de los primeros guarismos: 17 puntos, casi 300 mil votos. Se consolidan como tercera  fuerza en la derechosa Ciudad de Buenos Aires. Todo indica que tendrán dos diputados por la ciudad en el Congreso. Y otros tres de su gemela bonaerense. Elección histórica para el liberalismo rancio maquillado de moderna celebridad. “¡La casta tiene miedo! ¡Los zurdos tienen miedo!”, aúllan los libertarios en la noche más oscura del Luna, mientras muestran a las cámaras sus banderitas argentinas y otras que dicen “Vida y propiedad privada” y “Milei presidente”. De verdad dan mucho miedo.

Stefan es un joven estudiante que llegó hasta la catedral nacional del box desde Olivos. Lleva sobre sus hombros otra bandera, la confederada esclavista. “Eran liberales, como nosotros”, dispara sin siquiera sonrojarse. Después reflexiona sobre las propuestas de “Derechos Humanos” que impulsa el espacio mileisiano: “Hay que contar la historia completa de los años setenta. El gobierno está repleto de terroristas. Hubo muchas injusticias con los militares”. Victoria Eugenia Villarruel, abogada y presidenta del Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (Celtyv), segunda en la lista liberal, es la impulsora de los principios negacionistas en el espacio liberal. Con los resultados, será diputada nacional. El miedo avanza.

Abru se autopercibe libertaria. La joven lleva puesta en su cabeza una gorrita con el slogan trumpista “Make America Great Again”. Dice que detesta a la izquierda por destruir la “economía nacional”. ¿La salida? No lo duda: “Milei o Ezeiza”. También confiesa, al despedirse, que no tiene miedo a volar.

En el estadio hay referentes de la vieja Ucedé, negacionistas, youtubers, cosplayers y vaya uno a saber qué otro ejemplar neoliberal. Por los parlantes del escenario suena, oportuno, un clásico de Guns N’ Roses: “Bienvenidos a la jungla”. En los camarines, “León” Milei prepara su entrada triunfal al escenario. Tan acostumbrado a los estudios televisivos, no tiene miedo escénico.

Luis Padrón es militante liberal y asesor de imagen del economista de raro peinado nuevo. Padrón se gana la vida como “modelo de cirugías plásticas”. “Javier tiene muchos seguidores en las redes. Los liberales ganamos siempre en internet”, reflexiona el blondo muchacho. ¿Un país para vivir? Obvio, elige Estados Unidos, el país de la libertad. “Javier va a casar a la Argentina adelante, no le tenemos miedo a la casta”, cierra.

Cerca de las 22:30, el líder liberal toma el escenario del Luna por asalto. Sus groupies deliran y el economista ofrece su mejor perfil, por supuesto el derecho, a la hora de ser retratado por los fotorreporteros. Suena el “Panic Show” de La Renga y uno siente en el cuerpo cómo el miedo puede transformarse en pánico. Caricaturesco, como siempre, Milei despotrica contra los zurdos, la casta y vaya uno a saber qué demonio más. Milei ruje: “Este es el primer paso para la reconstrucción argentina, no nos metemos acá por carguitos, vinimos a transformar el país, por eso les dije que no venía a guiar corderos, les dije que venía a despertar leones”. Después, deja un mensaje de concordia: “Le decimos al tirano del presidente que nosotros no nos sentamos a negociar”. Entonces, la fiebre amarilla sube de nuevo en el Luna. “Se siente, se siente, Milei presidente”, deliran los liberales. Un futuro que da miedo.

Publicada en Tiempo Argentino, por acá

viernes, 12 de noviembre de 2021

Las venas siguen abiertas en América Latina

 Siguen sangrando. A 50 años de su publicación, Las venas abiertas de América Latina, obra cumbre de Eduardo Galeano, está más vigente que nunca. ¿Qué diría el escritor uruguayo si escribiera hoy su libro? Esa es la pregunta que dispara otro libro, del periodista y académico británico Andy Robinson, recientemente publicado por la editorial española Arpa. La respuesta del inglés después de recorrer de punta a punta el continente parece obvia, pero no tanto: aún están abiertas. El fantasma de una realidad sangrienta de extracción y negociados non sanctos con los recursos naturales recorre nuestros países sin cesar.


Oro, petróleo y aguacates es el título de la obra de Robinson. Pero se queda corto por espacio en la portada. Suma en las páginas también el hierro, los diamantes, el litio, la papa, la soja, el cobre, la quinoa y el preciado niobio amazónico. En su libro, el periodista de La Vanguardia y licenciado por la London School of Economics compila mil y una crónicas sobre las arterias del extractivismo exacerbado en América. Y no lo hace desde el Viejo Mundo. Robinson recorre Potosí, Minas Gerais, Uyuni, Puno, Zacatecas y mucho más allá. Algunos destinos que trajinó Galeano hace medio siglo para escribir la biblia de una generación de dirigentes y políticos que alcanzó el poder a principios de siglo: Evo, Lula, Dilma, Correa, Chávez y siguen las firmas. En sus ensayos, Robinson narra las contradicciones y los sueños devenidos en pesadilla de las apuestas económicas de los gobiernos de la nueva izquierda latinoamericana. También da cuenta de los golpes de Estado, los lobbies, el renacer de la derecha vetusta y sanguinaria. Y sobre todo las resistencias de los pueblos originarios y las organizaciones de base.

“En cada capítulo, reflexiono sobre la utilización final de las materias primas en un mundo de consumo ostentoso, extrema desigualdad y recursos menguantes”, explica Robinson. Crónicas ejemplares para repensar cómo el saqueo se repite como tragedia en el siglo XXI. Más de cinco siglos igual.

Reseña publicada en Tiempo Argentino, por acá

Una de terror en el Tigre

 Delta del Paraná. Así es citado en la cartografía oficial. Pero sus habitantes le dicen, de forma más llana, la isla. Así a secas, entre tanta agua cenagosa.  Exuberante “masa de verdura” que Sarmiento exploró en el siglo XIX. Región nacida salvaje, inocente, feroz, insubordinada. Remanso de disidencias, refugio de desertores del sistema y de malandras, aún engañoso paraíso de weekend a pocos minutos del continente. En el fondo, barroso territorio repleto de misterios.

No es casual que el escritor y periodista Osvaldo Baigorria haya elegido este paisaje de riachos, arroyos, ciénagas y juncales para ambientar su nuevo libro, novela de género que en realidad atraviesa varios. Es, más bien, una obra transgénero: misterio, suspenso, terror isleño y mucho más. Se titula El ladrido del tigre y acaba de ser publicada por la activa editorial Blatt & Ríos.

A la extraña desaparición de siete perros le sigue la desaparición de una mujer y otros personajes más. Hay cadáveres en el Delta. Aparecen cuerpos humanos en los arroyos y sus brazos. Salen a flote huesos inmaculados, obra de los hambrientos cardúmenes que devoran la carne. El narrador arriesga: “Sin tumbas a la vista, había lugares en los que parecía que uno cruzara un cementerio sin tumbas, en donde se oían ruidos desconocidos y se temblaba sin saber por qué, como escribió Guy Maupassant: las tumbas estaban ahí, pero en movimiento”. Un camposanto de raíces flotantes y sedimentos que no tiene límites. Ese es el combustible que alimenta El ladrido del tigre. La pesquisa para desentrañar la historia del descuartizador de Pavo Fiambre, el arroyo que corta la isla casi por la mitad: “Quizá no quería creerlo. Quizá me resultaba insoportable la sospecha de que me había mudado a un lugar siniestro.”

La novela de Baigorria dialoga con otros de sus libros “isleños”, como la alucinante biografía Sobre Sánchez y la antología de no ficción Estrés de pez. Más allá de sus dosis desparejas de misterio barroso, El ladrido del tigre pinta un fresco apasionante del Delta: catálogo de historias de amor, locura y muerte. Quizá, también, sea una etnografía novelada, salvaje, delirante. Por qué no, un manual para sobrevivir a las islas, a sus paisanos y a la peste del coronavirus. “Yo aprendí a ser más cauto, desconfiado –escribe Baigorria-, en la isla”.

Reseña publicada en Tiempo Argentino, por acá

Cincuenta años de Miedo y asco

 Entre el miedo, el asco, el pánico y la locura. Así terminaba el húmedo sueño americano a principios de los años setenta. Estados Unidos era más bien una pesadilla a secas: consumismo extremo, nacionalismo, Guerra de Vietnam, represión, fin de la utopía contracultural y mil y una tormentas más flotaban pesadas en los aires arriba del río Bravo. En 1971, el joven periodista Hunter S. Thompson se fue a la decadente Las Vegas para narrar la decadencia del imperio. En su deriva por la ciudad de los casinos escribió una crónica delirante, cáustica y ejemplar sobre el lado oscuro del gran país del norte. Fue publicada el 11 de noviembre de 1971 en la revista Rolling Stone, acompañada de las alucinantes ilustraciones de Ralph Steadman. Ese día nació el periodismo gonzo. También murió el american dream.  

Un adictivo ponche de ácido lisérgico. Así podría definirse el largo artículo de Thompson, que luego fue libro. Pero en el fondo sería caer en reduccionismos. Es, más bien, un fresco alucinógeno que reflexiona sobre la filosofía chatarra, el idealismo reaccionario y el nacionalismo ingenuo estadounidense. Una nación que se había convertido en una auténtica cloaca repleta de mierda a punto de rebalsar.

Una sinopsis acelerada de este clásico de clásicos de la no ficción novelada –adaptado al cine en 1998 por Terry Gilliam- puede ponernos en clima. El periodista Raoul Duke (alter ego de Thompson) y su abogado samoano Dr. Gonzo (alias del activista chicano Oscar Zeta Acosta) recorren La Vegas -ícono decadente del imperio- en una tórrida deriva para, en principio, narrar la carrera de motocross Mint 400 para la revista Sports Illustrated; sin embargo pierden la brújula y comienzan una travesía frenética alimentada a base de todo tipo de drogas, fraudes y caos. Incluso asisten a la Conferencia del Fiscal del Distrito sobre Narcóticos y Drogas Peligrosas: “Si los cerdos se reunían en Las Vegas para una Conferencia sobre Drogas de alto nivel, sentíamos que la cultura de la droga debía estar representada”. Publicado en plena era de Nixon, el texto de Thompson fue una declaración política poco sutil. Escupía contra el gobierno, las instituciones, el consumo exacerbado, la cultura bien pensante y la moral capitalista. Temas que, vistos desde el presente, sin duda no han pasado de moda.

Poco tiempo después de su aparición en la Rolling Stone en dos entregas, y de una reescritura frenética y detallista, fue publicado como libro. El “mejor de la década de la droga” dijo The New York Times. Si hay que elegir un solo párrafo, no se duda: el monólogo de la ola, que describe con melancolía el frustrado verano del amor y las contraculturas de los años sesenta. “Lo mejor que escribí en mi vida”, dijo Thompson pocos años antes de volarse la cabeza en 2005, en un adiós certero a 67 años de excesos, dandismo, freak power, estafas y periodismo. Los dos últimos conceptos no son sinónimos. Disfruten este momento épico del periodismo gonzo: “No tiene sentido pelear ni de nuestro lado ni del de ellos. Teníamos todo el impulso; navegábamos en la cresta de una inmensa y bellísima ola. Y ahora, menos de cinco años después, podías ir hasta la cumbre de alguna colina en Las Vegas y mirar al Oeste, y, con la mirada apropiada, casi podías ver el lugar donde al final la ola rompió contra la tierra y comenzó a retroceder”.

Publicada en Tiempo Argentino, por acá

martes, 2 de noviembre de 2021

Navegar es preciso

 Contra viento y marea. Así han peleado durante décadas los trabajadores del Astillero Río Santiago. “Mirá que han tratado de hundirnos: los militares, Menem, Macri… Llegamos a estar con el agua al cuello, pero siempre seguimos laburando. Sin duda sabemos un poco de mantenernos a flote”, explica, pícaro, Santiago Villarreal, bajo el sol tremendo de octubre, que castiga sin piedad el predio naval anclado en Ensenada.

Con 68 años de combativas memorias paridas desde las postrimerías del primer peronismo, el Río Santiago pasó épocas buenas, regulares, malas y también muy malas. Si se quiere, la historia del astillero puede ser leída como una alegoría de la Argentina: glorias, crisis, masacres, cracs, vaciamientos y otra vez volver a remar. Sin embargo, nunca se fue a pique. Atravesó demasiados temporales, capeados siempre por la lucha sempiterna de sus trabajadores.

“Los primeros combatieron el golpe gorila, en la dictadura fuimos la empresa estatal con más desaparecidos; después sufrimos el vaciamiento menemista y las miserias del macrismo. Nosotros tomamos la posta, esa herencia de lucha. Tenemos que estar siempre a la altura”, reflexiona Villarreal, laburante con casi 20 años en el gremio. Cuenta que lleva al astillero en la sangre por línea paterna. De su viejo Felipe, jubilado del taller de cobrería, aprendió el oficio de fabricar barcos desde cero. El morocho mira las gradas, esos planos inclinados que son el útero donde crecen las embarcaciones. En la Nº 2 descansa el petrolero “Juana Azurduy”, dócil mastodonte de doble casco, 182 metros de eslora y 47 mil toneladas de porte bruto: “Esto funciona como un rompecabezas. Hay que ir armándolo pieza por pieza. Diseñar, cortar, montar, alistar, probar y llegar a la botadura, que es la fiesta nuestra. Cuando ves la grada vacía, pucha, es una alegría. Misión cumplida”. Al agua, barco.

La casa, la fábrica

Más que un astillero, el Río Santiago es una ciudad. Pegado a un brazo manso y tranquilo del río Santiago, a minutos de La Plata, ocupa más de 100 hectáreas, tiene decenas de áreas de trabajo y siete kilómetros de vías férreas por donde se mueven monumentales grúas, también muchos galpones y talleres, un museo, una escuela técnica y hasta un jardín de infantes. “Pero más que nada es una casa, la de 3300 familias trabajadoras”, dice Villarreal con la frente bien alta y sus ojos tostados por el sol. No es casual que la palabra “atarazana” sea sinónimo de astillero. Es de origen árabe (ad-dar as-sina’a). Significa “la casa de la fabricación”.

El Río Santiago es la factoría naval más grande de América Latina. Depende de la provincia de Buenos Aires y su actual presidente es el ingeniero Pedro Wasiejko. Nació en 1953 para dotar al país con una marina mercante y de guerra propia. Símbolo de soberanía, en sus talleres nacieron naves emblemáticas, como la veloz Fragata Libertad y el fastuoso petrolero “Ingeniero Huergo”. Pero no solo del agua vive el astillero. Los trabajadores han confeccionado grandes motores, equipos de bombeo para la industria petrolera, maquinarias para ferrocarriles, el techo del Estadio Único de La Plata y hasta las columnas de iluminación de la cancha de Gimnasia y Esgrima.

“En los primeros años llegamos a tener 8000 empleados en doble turno, y todo el proceso era 100% industria nacional –cuenta Romina Magnoni, apuntadora del sector Pruebas y Garantías-. Acá se fabricaban desde las anclas hasta las hélices de los barcos. Pero después llegó el menemismo y el desguace. Por suerte ahora tenemos mucho trabajo, gracias a Dios”.

En la oficina donde cumple tareas administrativas, Magnoni dice que nació acunada por los barcos: “Mi viejo laburó 50 años. Salía tres o cuatro meses embarcado en el mar para las pruebas. Era mágico escucharlo por walkie-talkie. Hoy me gano la vida acá y mi hijo estudia en nuestra escuela técnica naval. Más allá de ingenieros, laburantes, técnicos, somos historias familiares que se fueron soldando en el astillero”.

Aníbal Calvimonte y Héctor Chávez son los hombres a cargo de las pruebas mecánicas de las naves. “Damos garantías –dicen a  coro–. Un barco no es joda. Si nos equivocamos en una junta, en un apriete, puede perder combustible, aceite. Es mucha responsabilidad. Ponemos nuestro granito de arena en el trabajo colectivo, que es construir estos bichos”.

“Todavía no nació el mal parido que dinamite al Astillero Río Santiago”, advierte la bandera que cuelga en el taller de Estructuras. “Es un saludito para Macri, que nos quiso hundir como el Titanic”, explica con tono afable Sandro Ramón Ponce, encargado del Pañol, el espacio que cobija herramientas livianas. Custodiado por posters de San Cayetano y del Negro Olmedo, entrega mazas, llaves, tortuguitas para oxicorte. Al detalle, anota cada préstamo en un cuadernito. Advierte que tiene pocas pulgas, levanta temperatura si las herramientas no vuelven en tiempo y forma: “Tengo 18 años en la empresa, las pasé todas. Estuve en la permanencia en 2018. Verlo vivo de nuevo te llena de energía”.

Evita flota y dignifica

En Carpintería de Ribera trabaja Leonardo Virostek. A los mazazos acomoda los tacos de madera pesada –virapiré o marmolero– que sostienen al Azurduy en la grada. “Llueva, truene, con frío o calor estamos acá, al pie de los barcos”, dice “Pocho” –ni hay que aclarar si es peronista– y da otro mazazo preciso. La semana pasada lagrimeó de emoción en la botadura de la LICA (Lancha de Instrucción de Cadetes de la Armada) “Ciudad de Ensenada”. Sí, los fornidos obreros navales también lloran. “Fue muy emotivo. Veníamos del vaciamiento. No tuvimos herramientas ni insumos en los años de Macri. Pasamos marchas, tomas, peleas con la policía. Fuimos siempre al frente con los compañeros”, se despide Pocho y mira el mural tatuado sobre la grada. El mensaje es clarito: “Acá no se rinde nadie”.

Cerca del “Eva Perón”, el petrolero que flota plácido en el río, trabaja Úrsula Reynoso. Es oficial mecánica y encargada del mantenimiento de las grúas Elyma. Los brazos de las moles bailan a 51 metros de altura. La joven forma parte del minoritario 10% de la planta femenina del astillero: “Es todavía un universo masculino. Somos 300 mujeres y solo 20 en producción. Pero vamos ganando espacios. Hasta hace poco no había ni baños para nosotras. Hay que seguir peleando”. La colorada obrera mira una vez más al Evita, sonríe y dice: “Ya está alistado en un 90 y pico por ciento, queremos que vaya al mar. Lo veo, pienso en nuestro trabajo, y dignifica”.

Miguel Esteche y Ezequiel García dos Santos laburan espalda con espalda. Son jefes de mantenimiento técnico. Estuvieron a cargo del sistema de disparo en la botadura de la LICA: “Es el momento en que empieza a moverse hacia el agua. Hay que soltarla, dejarla ir. El gran final a toda orquesta –se despiden–. Acá, la batuta la llevamos los trabajadores”.  «

Crónica publicada en Tiempo Argentino, por acá