viernes, 21 de septiembre de 2007

CHOLITAS CATCH


CATCH AS CAN

Titanes en El Alto

Por: Nicolás G. Recoaro

La lucha libre está más viva que nunca en El Alto. Todos los fines de semana, cientos de espectadores se congregan para disfrutar de un espectáculo que combina la destreza física con el humor. Paladines de la justicia y malvados se baten en un ring a más de 4000 metros de altura. Bienvenidos al mundo del Catch as can: el reino de Barba Negra, Santo Boliviano, El Matemático y Carmen Rosa, la cholita más ruda del altiplano.

Un altavoz anuncia la primera pelea de la tarde: “¡Laaa Iguana contra el malvado Baaarba Negraaaa!”. Las tribunas deliran y los niños abuchean el ingreso del malhechor al ring. Unos saltos y vueltas carneros de La Iguana dan inicio al combate. Patadas voladoras y una tijera sacan a Barba Negra del ring. Desde los parlantes, una ranchera mejicana es la banda de sonido en este patio abierto de la ciudad de El Alto.
La cita es todos los domingos por la tarde, en las cercanías de la histórica Plaza de la Libertad, en pleno corazón de la urbe alteña. Cientos de espectadores se dan cita para festejar el rito del Catch As Can. “Lo de la lucha libre en El Alto viene desde hace varias décadas. Yo arranqué en la década del sesenta y desde aquellos años vengo luchando por que crezca el público y para que los luchadores mejoren su preparación”, comenta El Matemático, un luchador que roza las seis décadas de vida, pero que asombra a la hora de realizar saltos mortales y tomas osadas.

Barba Negra acaba de sufrir una nueva derrota. Luego de dejar el ring bajo una lluvia de insultos, descansa bebiendo un refresquito en los camarines del estadio. “El catch me viene de tradición familiar. Desde chiquito que admiraba a mis tíos cuando entraban a jugarse la vida en un ring”, explica emocionado. Secándose la gotas de sudor me cuenta que “uno se transforma cuando sube al ring. Se olvidan los problemas de la semana y te convertís en el personaje. Se te olvidan las lesiones y lo peligroso que puede ser la entrada al ring”. A su lado, El Salvaje dibuja una mueca y recuerda a un compañero que falleció hace dos años, cuando sufrió una dura lesión durante una pelea. “Hay que entrenarse duro y estar preparado para los golpes, pero la alegría del público es la mejor recompensa que uno puede tener”, explica el luchador mientras se pinta la cara para salir a escena.
Los chicos en las gradas sonríen ante las payasadas que interpreta La Muerte sobre el ring. Una llave y una voladora de Estrella Azul lo dejan fuera de combate. Las mamitas con sus wawas en brazos estallan en gritos de festejo. “Los personajes del cuadrilátero son parte de los que están en las graderías y viceversa. Todos intervienen en el show y todos salen satisfechos. Es increíble ver como se matiza el espectáculo con algo de música y humor”, explica el escritor Crispín Portugal desde una tribuna, mientras la contagiosa melodía de una cumbia anuncia el plato fuerte de la tarde: la presentación de las cholitas cachascanistas.

Carmen Rosa se prepara en el camarín. Maquillada suavemente, acomoda su sombrero de cholita y se calza su banda de campeona nacional de lucha libre. El sonido de la cumbia y la voz del presentador anuncian su salida al ring. “Las mujeres somos tan buenas, o mejores luchadoras que los hombres”, me explica mientras pasa la pequeña puerta que conduce al cuadrilátero. La cholita bailotea y agita a las tribunas, saluda a sus seguidores mientras grita que “los babosos hombres no saben pelear”. El combate comienza con una llave al cuello que le da Carmen Rosa a su contrincante. El match se matiza con las payasadas del árbitro y los golpes que le aplica la campeona cachascanista. Una toma voladora y Carmen Rosa disfruta de una nueva victoria. “¡Uno, dos, tres!”, gritan las mamitas y los niños desde las tribunas. Carmen salta de alegría y dedica el triunfo a todas las mujeres bolivianas.

El show llega a su fin. El sol ha desaparecido y la noche inunda El Alto. El público deja el estadio y parte a sus casas. La próxima semana estarán aquí nuevamente, alentando a los luchadores y festejando la alegría de un deporte que vive en el corazón de todos los alteños.

Breve entrevista a Cucurto


CUCUMBIA Y LETRAS

Por Nicolás G. Recoaro

A Washington Cucurto lo han tratado de definir como “el hecho maldito de la literatura argentina”, como la materialización del “cross a la mandíbula –arltiano- de la cultura bienpensante”, pero esas definiciones pierden la efervescencia y la apertura literaria que guardan las novelas y la poesía del creador del denominado “realismo atolondrado”. Textos que navegan por territorios inexplorados por las letras argentinas. Ficciones con voces que afloran desde el subsuelo prohibido de Buenos Aires. Porque las noches de baile de Constitución, los conventillos de Once y Almagro, los inmigrantes peruanos y dominicanos, la crítica al neoliberalismo, las andanzas de un trabajador de supermercado y la literatura vanguardista de Aira, Copi, Perlongher, Reynoso, Lamborghini, Viel Temperley, Gabo, Asís, etc (la lista podría no tener fin) se mezclan y crean una de las experiencias más radicales y novedosas de las letras latinoamericanas. Literatura que se empapa del ritmo de la cumbia y el calor de esos barrios donde los cartoneros buscan un trozo de ese preciado desperdicio para lograr comer. Cucurto crea su mundo, su propio universo literario, que marca un antes y un después en la cultura popular argentina. Antes de que aparezca su primer libro en Bolivia se presenta en sociedad.

-- ¿Cuáles fueron tus primeras lecturas?
-- El primer libro que leí fue un Manual de Mecánica del Peugeot 404, auto que ya no existe más. Mi padre quería que yo fuera mecánico, así que siempre me compraba estos libros populares que vendían en los puestos de diarios. Este manual era increíble, tenía unos dibujos, unos planos automotrices bellísimos. Me acuerdo que había una sección que se llamaba "Como fabricar un carburador en dos horas". ¡Me parecía una cosa asombrosa!
-- ¿Cómo fue tu infancia en Quilmes?
-- Mi infancia fue muy feliz, una época de muchas aventuras. Andaba de "buscavidas" vendiendo cosas por las calles con mi padre y mi hermano Cacho. Aquellos tiempos de vagabundeo, de callejeos fueron inolvidables. Vendíamos repasadores, musculosas, medias, slips, remeras, vasos. Me acuerdo que mi viejo trabajaba toda la noche en una fábrica de cerámica, su tarea era volcar cada 15 minutos una bolsa de porla (cemento) en una batea enorme. Salía a las seis de la mañana y Cacho y yo lo esperábamos en el Camino Negro con los bolsos llenos de mercadería para ir a vender. Vendíamos hasta las tres, cuatro de la tarde. ¡Imagináte ese hombre no dormía nunca! Épocas, por cierto, de mucha violencia, mucha música, mucha gente de la calle.
-- En tus libros aparece una fuerte admiración por la efervescencia de la cultura andina, en general del inmigrante de Buenos Aires. ¿Eso te inspira a escribir?
-- Por supuesto, me crié en un barrio de inmigrantes. Es más, uno de los grandes amigos de mi padre, era un boliviano que era un extraordinario mecánico. Tal vez por eso mi padre me decía: "estudia para mecánico de autos".

-- ¿Qué pensás de Evo Morales, que aparece nombrado bastantes veces en tu última novela?
-- De la vida política boliviana realmente no sé nada. Pero si hablo con el corazón debería decir que Evo es un ídolo. Es un pastor de cabras, tal vez, por primera en la historia, llegó al poder una persona del pueblo. Lo de los hidrocarburos fue un acto revolucionario de justicia universal. ¡Sacarle las ganancias de los frutos de la tierra y devolvérselas al pueblo, en cierta medida, eso es justicia y es un acto de amor revolucionario! Los empresarios se adueñan de todo, hacen negociados, cambian las leyes, no pagan los impuestos, se roban todo con las democracias capitalistas que se lo permiten. Eso se acabó. El poder y las empresas del Estado deben ser para el pueblo. Ojalá, Evo pueda seguir generando actos de generación de empleo y protección hacia los que menos tienen.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

KEROUAC - ON THE ROAD


50 años “En el camino”
En FONDO NEGRO
Se cumple medio siglo de la aparición de la novela “En el camino”, la biblia de la beat generation. En 1957, Jack Kerouac revoluciona la literatura con una novela que transmite la experiencia de la vida en la ruta y el margen de la sociedad norteamericana. Prosa espontánea, free jazz, drogas; una radiografía por la AMÉRICA perdida de la década del ´50.


Por Nicolás G. Recoaro

La figura pesada y cansada del viejo Jack se arruga sobre el sillón del living de la casa materna. Los rayos catódicos del televisor escupen miseria, muerte y terror. Corre el año ´69, treinta ocho mil novecientos sesenta y nueve norteamericanos han muerto ya en Vietnam; manifestantes organizan marchas para Octubre en todo el país. El hombre de cuerpo consumido y debilitado por años de borracheras trata de disfrutar el milagro televisado: “La gloriosa victoria de los Mets de New York en la World Series”. ¿Qué queda del poeta beat? Nostalgias y un cuaderno de anotaciones que reposa entre la mano y el apoya brazos del sillón. ¿Quién es este hombre corpulento, de vista cansada y arrugas jóvenes pero esculpidas para sus cortas cuatro décadas? El poeta beat que revolucionó la literatura americana del siglo XX.
Se cumplen 50 años de la publicación de “En el camino”, la biblia de la beat generation que representó el descubrimiento estilístico que Kerouac venía buscando bajo las ideas de la prosa espontánea.
Jack se ubica detrás de su pequeña máquina de escribir. La historia de Neal Cassedy (verdadero ideólogo del nomadismo beat) y la carretera estalla repique tras repique sobre el papel. La palabra muere a un ritmo desenfrenado. Un rollo de papel flota y alimenta la Remingtom. La nube de cigarrillo y benzedrina enciende viajes por la ruta 66, autos atraviesan los desiertos a mas de 100 kilómetros por hora, entradas clandestina a México, clubes de las dos costas escupen jazz a un sonido ensordecedor. El tema de “En el camino” es estar perdido en Norteamérica, la experiencia viceral de vomitar cada uno de los sentimientos, las imágenes y las experiencias vividas en las rutas.
La obra de Kerouac muestra el costado perdido y olvidado de la geografía social y cultural norteamericana -vagabundos fantasmagóricos, visiones nostálgicas, carreteras eternas y paisajes santos-. “La búsqueda de una identidad nacional e incluso de una ascendencia o genealogía, de sus antepasados”, dirían Gilles Deleuze y Félix Guattari en Mil Mesetas. El poeta beat se pierde en aceras y calzadas de los megápolis americanas, recorre desérticas rutas cruzando montañas orientales y llanuras iluminadas. Fotografías de la mente registradas desde autos a ciento cincuenta kilómetros por hora, miradas desde un vagón del Union Express o letargos en algún puesto de autostop.