lunes, 24 de julio de 2017

Hijos del circo

La previa no es el mejor momento para hacer payasadas. "No insista, señor. Sin el maquillaje no tiene gracia. Debe aguantar unos minutos, que ya casi comienza la función. No sea chiquilín", exige Bryan Palacios, al tiempo que esparce un poco de base rosada en sus generosos pómulos. 
Con tiernos 26 años de vida, y curtidos 20 ejerciendo como payaso, Bryan es una de las estrellas rutilantes del Circo Rodas. En la temporada alta por las vacaciones de invierno, la histórica compañía, que festeja sus 35 años, ancló su colosal carpa aurinegra en el estacionamiento del Parque Comercial Avellaneda, a pasitos de la autopista que une Buenos Aires con La Plata. 
Bryan cuenta que lleva el ADN circense en los genes. Nació, literalmente, en una carpa, la del Orfei: "Mamá era contorsionista, y papá, domador de leones. Estaban de gira por Italia. La cigüeña me dejó en la ciudad de Nápoles." Es sexta generación de cirqueros. Las raíces de su árbol genealógico artístico-itinerante pueden rastrearse desde el lejano 1823. Sus tatarabuelos belgas tenían una troupe en el Viejo Mundo. Luego, se asociaron con el mítico Sarrasani. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, Europa no era tierra fértil para andar sembrando alegría. Entonces, decidieron cruzar el gran charco y traer sus artes a Latinoamérica. Desde hace 100 años, la recorren de punta a punta. "No soy de aquí, ni soy de allá –asegura Bryan, mientras ajusta sus zapatones–. Somos nómades. Tengo familiares desperdigados por todo el mundo. Con suerte, los veo cada diez años." 
A su hermana Luzian la ve bastante más seguido. Desde hace dos años, comparten el escenario. "Había renunciado el otro payaso y me ofrecieron el puesto. Al principio tenía muchos miedos, porque hay que tener coraje para ser payasa. Es un oficio tradicionalmente masculino. El primer día me temblaban las piernas y tenía cara de payasa triste. Pero después me fui soltando. Siempre me gustaron los retos y acá me ve, vivita y coleando", asegura la señorita. 
Prestos para salir al ruedo, nariz colorada y trajes en perfecta sintonía, los hermanos no olvidan las influencias del mejor de todos los tiempos: Carlitos Chaplin. También de los italianos, y más contemporáneos, Fumagalli y David Larible. 
"Payaso se nace, señor –asevera Bryan–. ¿O acaso cree que cualquiera le pude sacar una sonrisa a un niño?" Su hermana lo mira con desconfianza, luego estalla con una estrepitosa carcajada y agrega: "Nosotros tenemos alma de payaso. Hay días que antes de dormirme, apoyo la cabeza en la almohada y pienso que tengo el mejor trabajo del mundo. Y eso se lo digo bien en serio." 
Pan y circo
Señoras y señores. Chicas y chicos. Acomódense en sus butacas. La función está a punto de comenzar. El presentador Cristian García afina su garganta junto al telón. El oficio de crear climas con su voz lo heredó de su abuelo, Arturo Sifon.
"Arranqué en el circo familiar, soy quinta generación. Hace tres llegué al Rodas, es como jugar en las ligas mayores", revela. Luce una elegancia digna de un príncipe, que corona con un jopo. En su métier, ansía llegar al nivel del "Chango" Clavero, el "dios de los presentadores": "Estuvo tres décadas en este circo. A la hora de narrar las rutinas, intento copiar su forma de cautivar al público. Es difícil, porque estamos atados a los imprevistos. Esto es en vivo, se puede lesionar un artista o se rompe un aparato y hay que largarse a guitarrear." 
De repente, la música empieza a sonar bien fuerte desde los parlantes. Cristian recibe el llamado del deber: "En serio, nunca tuve la más mínima intención de salir de este mundo. Mire, tengo casa en Luján de Cuyo. Cuando estoy allá, llegan las siete de la tarde, el horario de la función, y siento que me falta algo. Debe ser esto…", y señala las tribunas.
El camarín está montado en un conteiner. Luis se pone una camisa reluciente y luego sopla una balada triste con su trompeta. "¿Por qué la gente sigue viniendo al circo? La verdad que no lo sé. Quizá por la magia de ver en vivo a un mago, a un acróbata, eso no pasa nunca de moda. Es raro, pero en esta época de Internet y de pantallas en todos lados, la fantasía no cambia.”
 Su compinche Moisés, trapecista chileno, cree que la clave es mantener el equilibrio entre la vieja guardia y la nueva ola: "Hay toda una nueva camada de artistas que son muy profesionales. Nosotros lo llevamos en la sangre, pero eso no te garantiza ser el mejor. Hay que ensayar todos los días y no perder el tiempo." 
Ya lo explicó el escritor Ben Hecht: "el tiempo es como el circo: levanta campamento y se marcha". Antes de despedirse, Moisés recuerda épocas más feroces del gremio. Cuando las medidas de seguridad eran escasas y los animales salvajes formaban parte del show. "Ahora se cuida más al trabajador. Y hay decretos que prohíben la participación de animales. Antes era muy común, yo les daba la mamadera a los leones hasta que cumplían los tres años. Es difícil que un chico criado en un circo no tenga una marca –cierra y se señala una cicatriz en su rostro–. Yo tengo está caricia que me dejó un puma." 
Dominique tiene los huesos de plástico. En su rutina, pone el cuerpo al servicio del arte del contorsionismo. "La preparación empieza, como mínimo, 30 minutos antes de salir a escena. La formación, mucho más atrás, para ganar en la elasticidad de los huesos y los tendones. Practico desde los tres, hoy tengo 15", dice la muchacha, mientras elonga cerca del escenario. 
Su maestro fue su padre, uno de los electricistas de la compañía. Dominique no puede imaginar su vida fuera de la carpa: "Me crié acá, como la mayoría de los 140 trabajadores que se ganan el pan en el Rodas. Y no digo que sea fácil esta vida en movimiento. Pero es la que elegí. Y no me arrepiento." 
Los dueños del circo 
El cónclave de la familia Gómez se da poco antes de subir las escaleras que llevan al cielo de la carpa. En pocos minutos estarán columpiándose a 13 metros de altura. No es tiempo de andar sacando trapitos sucios ni viejas disputas de alcoba. El número exige concentración máxima y, sobre todo, trabajo en equipo. "El nuestro es un acto de arrojo, con mucha valentía.  Participan mi marido, mi hijo y mis hermanos. Si hay problemas, quedan acá abajo. Trabajo es trabajo", se ríe Karen, la matriarca chilena de las Águilas Humanas. 
Entre las proezas que realizan alto en el cielo, se pueden destacar el "cruce de la muerte" y el "triple salto mortal", prueba máxima de la disciplina. "Seguro que nos gusta el riesgo, señor –asegura–. Las palmas del púbico nos hacen olvidar el dolor de las caídas." 
Es momento del número estelar de la tarde, el "Globo de la Muerte". Un aro de acero, seis motociclistas girando a 80 kilómetros por hora y toneladas de adrenalina. Julio César Bastías prepara su bólido. "Acá juegan las máquinas, pero también el factor humano. Hay que conocerse al dedillo, si no vienen los accidentes", explica el piloto. 
"A veces pienso que mucha gente está esperando el momento de la caída. Cada vez que termino tengo una sensación de victoria inigualable", sentencia al ponerse el casco. Antes de salir volando a escena, acelera a fondo y dispara: "Muchos dicen que la vida del circo es para vagonetas, porque no hay que levantarse a las seis de la mañana o cumplir un horario de oficina. Puede ser. Pero este es mi laburo, un trabajo bien libre, que le trae alegría a la gente. La vida del artista es así.">
Crónica publicada en Tiempo Argentino, se lee por acá

miércoles, 19 de julio de 2017

Polvo de estrellas

Rubén Danilo está caliente. "Es que me gusta arrancar a horario, señor, y estamos un poquito demorados. Ya tengo el set preparado para el casting en la planta alta, pero hay muchachos que todavía no dieron señales de vida", se queja el veterano director, referente del cine XXX nacional. Mientras baja la temperatura bebiendo un vasito de gaseosa con hielo, resalta que tuvo 120 interesados para participar del rodaje, protagonizado por la actriz Milena Hot. Casi un centenar, del interior del país. Caballeros que por 1000 pesos desean tener su debut soñado en el universo del porno: "Si ponemos que es gratis, viene pila de gente y no sirve. Me gusta cuidar las producciones. Al final van a concretar unos doce. Pero todos no van a venir. A muchos les agarra miedito." A último momento, temen que el sueño húmedo se transforme en pesadilla a secas. 
Danilo, 52 años, es toda una institución de este tórrido género cinematográfico. Sus pergaminos acreditan más de dos décadas rodando producciones recargadas de erecciones, eyaculaciones y exhibiciones. Arrancó en la década del '90, luego de un dilatado periplo como productor de shows eróticos en boliches de Merlo, Ramos Mejía y Moreno. Durante esos años, en el Oeste estaba el agite. Llegó a manejar uno muy exitoso, que bautizó Prohibido: "Me curtí en la noche. Vendía shows de bikini open y presencias de vedettes muy famosas, como Beatriz Salomón, que sigue apoyando mis emprendimientos,  como los Erotic Games que vamos a hacer acá mismo el 21 de julio. Eso habla de mis valores y códigos." Un día, Danilo tuvo una epifanía y decidió arrimarse al pequeño pero siempre activo círculo del porno local. El VHS consolidaba la democratización del género. Compró una Panasonic M7 y rodó su ópera prima, Tiempo de sexo. "No queda ni una copia –se lamenta–, perdí todo mi archivo cuando se me voló el techo, en el tornado de abril de 2012." Autodidacta y cultor de un estilo urbano, dice estar siempre atento a las historias que pasan de boca en boca, para luego materializarlas en sus films. "No copio. Me gusta parar la oreja y escuchar anécdotas. En Buenos Aires hay miles. Mi película Oficina Hot, premiada en España, nació así. Es bien porteña, o acaso, quién no tuvo sexo en una oficina", sondea el hombre, mientras los primeros aspirantes hacen su ingreso tímido en el bar del microcentro donde organizó el casting. El cineasta los recibe con profesionalismo y un cordial apretón de manos. En pocos minutos, informa, comenzará la acción en el improvisado plató.    
Danilo se crió en el seno de una típica familia de Floresta: comerciantes de clase media, hinchas "enfermos" de All Boys y, sobre todo, peronistas. Un ambiente donde el sexo siempre estuvo ligado a la cultura popular. "Toda la vida me gustó lo erótico –sincera–, pero siempre con el respeto a la mujer como ley. En mis películas hay sexo intenso, un sexo que brilla. No me gusta el mensaje oscuro de algunos films, donde la mujer recibe y recibe en forma casi deportiva. Eso no es piola. Soy un director de cine, no un general que dice 'mandame 100 pibes más' y la mujer es carne de cañón. En definitiva, el culo es de ellas."
Hitchcock tuvo a Grace Kelly; Tarantino, a Uma Thurman; De Sica, a Sophia Loren; y Danilo, a Milena Hot. La musa ardiente protagonizó un sinfín de películas a sus órdenes. "Siempre le machaqué que este es un laburo que hay que tomarse muy en serio. En el sexo, hoy Milena es la número uno", asevera el director, mientras se ajusta la colita del pelo. Le pide a uno de los noveles actores que suba. Para acicalarse, el novato podrá utilizar el toilette de caballeros, a pasitos del set. El cineasta predica: "Al que tiene prejuicios, le puedo decir que el porno es cultura. No es algo ilegal, hago películas para mayores de edad. Me gustaría que el Estado subsidiara este género. Tenemos un rol social: ayudar a una persona impotente o deprimida, a una pareja que no engancha. ¿Qué hay de malo en eso?”
Superficies de placer 
El corsé, la tanga, las medias en red y los tacos aguja hacen juego con su larga cabellera azabache. Milena irradia frente al espejo un aire de sexualidad sin complejos. "Desde chica me llamaron la atención los desnudos –cuenta, mientras retoca los últimos detalles de su maquillaje dark–. Me acuerdo el día que encontré las revistas Libre que mi papá escondía bajo el colchón. Había un par de tetas, no más que eso, pero me fascinó. Después encontré una Tema privado donde se hablaba de sexo oral y anal. La primera porno la vi a los 12 años, era una "mini degeneradita’. De alguna manera, todo lo que hice en la vida estuvo atado a las ganas de descubrir lo prohibido. Y la sexualidad entra en ese paquete." Cuando cumplió 15 años, antes de soplar las velitas, pidió tres deseos: ser bailarina de caño, actriz porno y conejita de Playboy. Los dos primeros se hicieron realidad. El tercero es una cuenta pendiente sin fecha de vencimiento. Como el icónico conejito que lleva tatuado, cerca del escudo de su amado Albo. Las pasiones, Milena las lleva a flor de piel. 
Sin pudores, pero con mucha humildad, resalta su generoso currículum. Sobran los dedos de una mano para encontrar otra actriz que ostente su continuidad en la primera línea del mercado. "Pueden aparecer chicas, pero van abandonando. Y a muchas no les gusta decir que son actrices porno. Como que hay un estigma, un tabú. Pero creo que es una falta de respeto general que hay con las mujeres. Muchos hombres me dan asco. Te dicen que sos una puta, reventada, y no es así. Yo soy una persona muy open mind. Hago lo que me gusta." Cuenta que dedica horas a su formación actoral, mirando películas del nicho, sobre todo estadounidenses. E intercambia por Internet experiencias con otras trabajadoras del gremio. 
Llega la hora señalada. Milena debe entrar a escena. "Cero nervios –se despide–. Quién dijo que 20 años no son nada. A esta altura, conozco todos los secretos: desde las poses hasta la iluminación. Tengo más historias que Las mil y una noches. Si yo llegara a hablar…”
La argentinidad al palo 
Pese a las luces vigorosas, el set todavía está bastante frío. Danilo evita la calefacción artificial. En pocos minutos, el roce de los cuerpos hará subir la temperatura en forma natural. Mientras calibra la cámara, sugiere locaciones y posiciones para la primera escena de la tarde. Un guión simple, duro y directo. El encargado de dar el puntapié inicial se hace llamar Raphael, un vital caballero que ya pasó los 60 pirulos. Luce un depilado ejemplar. Milena hace alguna broma, se acerca con templanza y logra desinhibir al caballero. Danilo ordena: "Acción".
Julio César y "Big Bull" departen en la sala de espera, antes del bautismo de fuego. El primero es un joven comerciante de San Miguel. Dice que está relajado: "Me venía preparando mentalmente en el colectivo. Cuando se acerque un poquito Milena, me voy a olvidar de que hay gente alrededor." Tuvo algunas experiencias de filmación casera, con su actual pareja: "No pienso que esto sea un engaño. Lo veo más como una puerta profesional que se abre." Big Bull alega que su presencia se debe a razones casi existencialistas: "Para mí es como cerrar un círculo que comenzó en mi adolescencia, con los primeros VHS. Siempre digo que mi primera novia virtual fue Moana Pozzi, la porno star más grande de la historia." A minutos de cumplir el sueño del pibe, se peina el jopo y dice: "¿Sabe lo que me llevo de acá? Una gran historia, como usted." 
Desde el set, se escucha un grito seco de Danilo. Exige silencio absoluto. El primer rodaje aún no acaba. «
Crónica publicada en Tiempo Argentino, por acá

lunes, 10 de julio de 2017

Una isla guaraní rodeada de tierra

Vori vori, pastel mandi’o, chipa guasú, mbejú y butifarra. "Pero no se olvide de la sopa paraguaya, señor, el plato nacional", alecciona con aires de chef de cuisine Pilar Cuevas, en la cabecera de una mesa superpoblada por los manjares emblema de la gastronomía guaraní. La coqueta jubilada nacida en la ciudad de Limpio, en la región central del país vecino, hace gala de sus saberes culinarios: "Hay que conseguir maíz bien pisado, huevos de campo, queso fresco y la crema de leche, que es la clave para que salga bien esponjosa. Si el paraguayo celebra, no puede faltar su sopa seca. Por suerte, tampoco la cachaca. La fiesta es para comer, pero sobre todo para bailar". Luego, despabila a su marido del sopor dominical y juntos disparan hacia la atiborrada pista. Mueven el esqueleto al ritmo de un clásico de Los Rehenes. "Vengo para ver a mis amigos y por prescripción médica –dice agitada la dama de rabiosos cabellos colorados, tira una voltereta y se enreda en los brazos de su don Juan–. Comer rico y bailar alargan la vida".
La disco Carroussel, espacio vital de la colectividad paraguaya en la Argentina, luce un lleno ejemplar en los festejos de San Juan. A miles de kilómetros de sus terruños, cientos de paisanos mantienen viva la antiquísima celebración, que combina raciones desparejas de fogoso ardor religioso, embriaguez popular y orgullo nacionalista a larga distancia. Una isla guaraní rodeada de tierra, a pasitos del Nuevo Puente Avellaneda.
"Este es un pedazo de Paraguay en Buenos Aires, donde venimos a llenar el vacío de la nostalgia", reconoce Marianela Brítez, organizadora y alma mater del boliche. Llegó a estos pagos en los '80, huyendo de las penurias económicas, al final de la larga noche stronista. La historia de una familia y de miles. Salieron de Coronel Oviedo y se instalaron en San Martín, donde su madre se puso a zurcir para fábricas textiles. Brítez no heredó el gusto por el corte y confección. Apenas coqueteó con la venta de indumentaria. A los 21, probó suerte organizando fiestas en el seno de la colectividad. No paró más. "Al principio fue difícil, era un trabajo tradicionalmente masculino. Pero las paraguayas somos pujantes. Llevamos adelante un país entero, desde los años que siguieron a la Guerra de la Triple Alianza. Tengo esa herencia, esa manera de encarar la vida", asegura, mientras retrata a las parejas que bailotean cuerpo a cuerpo. "Los desarraigados buscamos estos espacios de encuentro, porque nos conectan con la familia que está lejos, con los platos que se extrañan, con nuestra forma de entender la vida. Que es dura, pero hay que enfrentarla con una sonrisa." La frase en guaraní que hizo tatuar en la pared del escenario resume ese espíritu: "Carroussel, vy'a renda'". El lugar de la alegría.
A rienda suelta
Víctor Bazán sube al lomo del bravo animal. Se acomoda el sombrero bronco, aprieta las riendas, cierra los ojos e imagina el campo abierto de su añorado San Lorenzo. Los zamarreos del toro mecánico lo traen de regreso a la pista del boliche bonaerense. La platea delira ante cada sacudida. Estoico, el joven hace gala de sus dotes baqueanos por algunos segundos. Pero al final, el toro muestra toda su fiereza y se saca de encima al jinete como si fuera una pulga. Así termina el sueño del héroe. Despatarrado sobre una colchoneta inflable. "Me animé porque vine con mi mamá y quería hacerle recordar las jineteadas. En la zona de la Cordillera, es tradición del San Juan, junto a otros juegos, como el toro candil, el kambuchi jejoká y el paila jeheréi. Igualmente, esto es otra cosa, yo prefiero el caballo de sangre caliente", cuenta el metalúrgico, llegado hace ocho años. Mientras liquida una lata de cerveza helada, confiesa: "¿Si se extraña? Mucho… pero cuando vengo acá, me siento en casa".
Como en trance, Carmen Godoy contempla el mural realista, con pinceladas algo lisérgicas, que recrea bucólicas escenas de la campiña paraguaya. "Una postal que parece sacada de mi Caraguatá", asevera. Partió con un sueño: comprarle una heladera a su madre, la almacenera más famosa del pueblo. Cuidando niños en el barrio de Belgrano, ahorró los pesos necesarios para alcanzar el preciado refrigerador y un par de electrodomésticos más. Su mamá, chocha. "Soy una persona agradecida con la Argentina: me dio trabajo, salud, amigos y hasta un marido", enumera Carmen antes de estamparle un piquito a su consorte. En la fiesta la acompaña la bullanguera barra "Amigos para siempre", con quienes comparte la pasión solidaria. "Si llega un compatriota y no tiene refugio, siempre lo espero con las puertas abiertas, y un generoso tereré a mano, chera'a".
Ay, ay, ay, Paraguay
Donde hubo fuego, cenizas quedan. Pasaron cinco décadas, pero Albino Cuevas no olvidó jamás un tórrido festejo de San Juan en su natal Guarambaré. Aquella noche que cruzó descalzo y sin chistar cinco metros de brasas al rojo vivo. "Al principió no creía, pero me encomendé al santito, caminé sin respiro y al final no me dolió nada", recuerda. Al terminar el servicio militar en Asunción, decidió venirse. "Año 1969, entré con el colectivo a Retiro y quedé deslumbrado. Fue amor a primera vista". Pasó tiempos dulces, soportó miles de crisis amargas, se casó, tuvo cinco hijos y hoy sigue de pie. Aunque no olvida sus raíces guaraníes, se reconoce un porteño de ley. "Es que a Buenos Aires la fundaron los paraguayos", cierra orgulloso Cuevas, justo cuando en el escenario hacen su entrada triunfal los juguetones cambá. Cinco o seis encapuchados, que recrean las andanzas y desandanzas de la colectividad afroparaguaya en el festejo religioso. "La leyenda dice que salían a raptar doncellas. Ojalá me toque a mí. Siempre hay levante en San Juan", suspira Emilia, una asunceña que no para de recibir piropos.
Los cambá dejan de lado el coqueteo por un rato y usan sus destrezas para escalar el palo enjabonado. En la cima esperan áureas petacas de caña, suculentos chipá y fajos de billetes argentinos. Desde la consola de sonido, el periodista y locutor Oscar Peluche narra las proezas sin vértigo de los improvisados alpinistas. Anima desde hace añares el dial de la emisora más potente de la colectividad. Con labia melosa, mezcla guaraní y castellano: el famoso jopará, plato emblema del campesinado y lengua híbrida y mestiza. Tras varios intentos, un valiente hace cumbre y lo aplauden. Peluche lo festeja como un gol de Romerito.
En el centro de la pista, Betty Diarte luce su glamour subtropical. Enfundada en una camisola atigrada, la productora de la movida tropical nacida y criada en Campo Grande saca chapa de gran bailarina: "No hay que andar con vueltas. Está en nuestra idiosincrasia: el paraguayo es un pueblo alegre. Y déjese de tantas preguntas. Venga a bailar". La cumbia inunda el boliche y las parejas no paran de girar una y otra vez. Como en un carrusel. 
Crónica publicada en Tiempo Argentino, por acá