lunes, 25 de julio de 2016

Blanca y radiante


“Por todas las partes de las Indias que yo he andado, he notado que los indios naturales muestran gran deleitación en traer en las bocas raíces, ramos y yerbas… En el Perú, en todo él se usó y usa traer esta coca en la boca, y desde la mañana hasta que se van a dormir la traen sin la echar de ella. Creo yo que algo lo debe de causar, aunque más me parece una costumbre aviciada y conveniente para semejante gente que estos indios son”, especulaba en 1553 el cronista conquistador Pedro Cieza de León, en el clásico Crónica del Perú. La “hoja divina de los incas” casi nunca tuvo buena prensa. Resistida tempranamente por los colonialistas europeos y los hombres de medicina, la coca se incorporó tardíamente a la “revolución psicoactiva” en el naciente capitalismo de los siglos XVII y XVIII. Un período extraordinariamente intenso de expansión global y cambio en el estilo de vida y la conciencia social, alimentado por el consumo de nuevas estimulantes coloniales como el café, el ron, el tabaco, el opio y el intenso chocolate.
Este rechazo hacia la coca comenzó a cambiar para principios de 1800. La botánica, la ciencia de los alcaloides y las nuevas ideas sobre la racionalidad de los indígenas despertaron una aletargada curiosidad por la Erythroxylon coca. El “descubrimiento” europeo de la cocaína alcaloidea en 1860, aislada definitivamente a partir de la hoja de coca por un avanzado estudiante alemán de Química llamado Albert Niemann, terminó con las especulaciones acerca de su vitalidad. Nacía la cocaína científica. Ya sin el velo prejuicioso sobre la planta andina, las últimas décadas del siglo XIX aceleraron de un modo frenético la experimentación con este estimulante “caro y raro” que carecía de aplicaciones prácticas. La droga “moderna” –como la llamó el historiador Joseph Spillane– encontró su función como anestésico local recién en 1884. Los primeros investigadores de la cocaína eran alemanes, rusos y británicos. También descollaron los poco reconocidos peruanos. El joven doctor austríaco Sigmund Freud fue quizá el más famoso de todos ellos. Fascinado por la “magia” de la droga, entre julio de 1884 y julio de 1887, el padre del psicoanálisis publicó los cinco célebres ensayos conocidos como “los escritos sobre la cocaína”.
Mientras Freud experimentaba en Viena, un ignoto químico limeño, Alfredo Bignon, ponía en jaque con sus investigaciones caseras el monopolio de la producción mundial de la nueva “droga milagrosa”, que estaba en poder de dos laboratorios alemanes, Merk y Gehe. Por esos años, el padre del psicoanálisis apenas podía costear la droga, pero el olvidado peruano redujo su costo en cien veces en menos una década y ayudó a que estallara a nivel mundial su uso médico y popular. Esta y muchas historias más dan cuerpo a Cocaína Andina. El proceso de una droga global, el adictivo libro del historiador norteamericano Paul Gootenberg, que abarca más de cien años de historia cocaínica. Desde las primeras investigaciones decimonónicas que lograron aislar el alcaloide hasta la formación de las redes latinoamericanas de narcotráfico que dominaron la segunda mitad del siglo XX; pasando por el boom comercial de los afrancesados vinos de coca Vin Mariani, el crac del mercado global, el frustrado trust estatal peruana y la política prohibicionista norteamericana. No quedan afuera el golpe de Estado contra Allende, la ascensión de la Coca Cola y aun la caída de Pablo Escobar.
Nota de tapa en Radar de Página 12, se lee completa por acá

Tour mágico y misterioso


Al cierre del Tour de Francia de 1952, los aplausos del Parque de los Príncipes son todos para el dominador absoluto de la carrera: Fausto Coppi (1919-1960). Después de 23 etapas, casi 5000 kilómetros, y un dura caída, el “Campeonísimo” alcanza la gloria por segunda vez en la Grande Boucle. Este triunfo, más que ningún otro, le valió a Coppi el título –hasta nuestros días– de “héroe del deporte italiano”. El país que luego de la sangrienta Segunda Guerra Mundial hacía equilibro sobre dos ruedas para salir de la miseria. 
En aquel mítico Tour, también hubo otro fuera de serie que acompañó a Coppi en su epopeya. El periodista Mario Fossati (1922-2013) fue testigo directo de las proezas de su paisano. Fossati había sobrevivido de milagro a la campaña de Rusia y se ganaba el pan colaborando en La Gazzetta dello Sport. Cuentan que el joven cronista siguió la prueba a sol y sombra desde una moto y que nutrió sus crónicas con jugosos reportajes registrados en los hoteles donde los competidores reposaban sus cansados esqueletos. Dos décadas más tarde, luego de trajinar las redacciones del Giorno y La Repubblica, ya erigido como uno de los periodistas deportivos más importantes de Italia, Fossati decidió inmortalizar sus andanzas y desandanzas en aquella mítica competencia de principios de los años cincuenta. Así nació el único libro que escribió en su dilatada carrera. Una joya oculta de la crónica deportiva del pasado siglo.
Publicado originalmente a finales de los ’70, pero recientemente traducido al español por la editorial Gallo Nero, el libro El Tour de Francia. Fausto Coppi hacia la gloria permite conocer las mil y una peripecias de aquella edición que bordeó la agonía épica y la estrategia bélica. Es importante recordar que en 1952, el Tour todavía estaba reservado a las selecciones nacionales, lo que le daba un beligerante encanto patriótico, que más tarde dimitió ante el mercantilismo.
Como si estuviera rodando un clásico del neorrealismo italiano, Fossati relata la agónica obra maestra de Coppi con ritmo cinematográfico. La escalada del Alpe D’Huez, los celos y envidias en el team italiano –brillaban Gino Bartali y Fiorenzo Magni apoyando al piamontés-, las largas rectas de Le Mans, las charlas con Biagio Cavanna –el masajista ciego mentor de Coppi– y aun las confesiones nocturnas en los hoteles, “la tienda de los guerreros, el lugar en el que el campeón desvela a sus más íntimos los misterios de la carrera, manifiesta sus dudas, confía sus temores y lanza sus desafíos”.
El Tour de Francia es un libro de estilo elegante, pero sobre todo riguroso. También potente. Como una escapada del eterno Campeonísimo.
Publicada en Tiempo Argentino, por acá

Hoy te convertís en héroe

Con mostaza y una gruesa capa de papitas paille. Así le gusta el súper pancho a Deadpool. “Salí muy temprano de Merlo y todavía no almorcé. Tengo más hambre que el Chavo del 8”, confiesa Brian, el joven detrás de la máscara de la estrella pistolera de Marvel Comics. Curtidas zapatillas negras, pantalón de gimnasia colorado, pasamontañas al tono y una bolsa de consorcio rojo shocking sobre su torso. “Es una versión bizarra. ¡Soy Pobrepool! En el cosplay también sufrimos el ajuste”, explica el fornido muchacho, que se gana el mango como empleado municipal en el Conurbano profundo.
Brian no es el único con hambre de gloria en la Usina del Arte. La entrada al histórico palacete de aires florentinos, en el sur último de la Ciudad, está superpoblada por estoicos héroes de cómic y personajes surrealistas de animé que le ponen el pecho al frío dominical. Todos quieren obtener el mejor lugar, para participar en el encuentro de la Asociación Internacional de Cosplay.
Antes de liquidar el pancho, Brian cuenta que para llegar a La Boca se tomó el Sarmiento hasta Plaza Once y después el 8. “Me tuve que cambiar en la puerta. En un encuentro de hace algunos meses casi me hacen una contravención por andar con la máscara y portando armas de juguete en la calle”, explica el antihéroe, y luego encara derechito hacia la puerta del centro cultural. Al despedirse, dibuja la “V” con sus dedos y agita: “Hoy me van a sacar muchas fotos, soy el Deadpool del pueblo, ¡bien peronista!”
Te conozco, mascarita
¿Qué siente uno al ponerse en la piel de un superhéroe? “Nada en especial, es un hobby como cualquier otro. Disfruto mucho usar la máscara, porque me libera, no tengo inhibiciones morales. Sin la máscara sería uno más”, asevera Julián, un comerciante de Temperley. Es su debut en los encuentros de cosplay, la disciplina parida en los años setenta en Japón, que nuclea a los fanáticos del manga y el cómic. Los cosplayers diseñan y fabrican su propia ropa y maquillaje para representar a sus héroes. “Es el primer traje que armo, y quedó medio raro. Me tiraron que era el Hombre Araña, el Hombre Hormiga y hasta un Power Ranger. En realidad yo también soy Deadpool. Ya voy a ir mejorando con la costura”, dice Julián y posa para las fotos exhibiendo su customizada tarjeta Sube, que lo acredita para viajar como un superhéroe hecho y derecho.
Su novia, Jacqueline, lo acompaña en la aventura. Vino caracterizada como Gumi, un personaje de Vocaloid, la aplicación musical que es furor entre los adolescentes. Mientras peina su larga peluca de color verde flúo, la chica confiesa: “Me encanta este juego, cambiar de personalidad, borrar la identidad que figura en mi documento. Durante un rato, dejás de ser vos.” Quizás Oscar Wilde estaba en lo cierto: una máscara puede decir mucho más que una cara.
Lorena tiene 32 años, es profesora de Biología y fanática del animé. Dice que es tímida. Muy tímida. “Pero con los años, con esto de encarar un personaje, me fui soltando”. Está lookeada como Saber Lily, una blonda guerrera con aires de lolita gótica, de la serie Fate/Stay Night. Cuenta que Saber Lily es un espejo donde se reconoce: “Es seria por fuera, casi una piedra. Pero en su interior es muy sentimental. Se parece demasiado a mí.”
El juego de la vida 
Juan Domínguez es uno de los cráneos detrás de Tokyo 3, un emprendimiento nacional dedicado al vasto universo del manga. “Hoy estamos dando una mano en la organización. Con nuestro festival, Otaku Matsuri, llegamos a juntar más de 1500 personas. Lo hacemos cada tres meses”, dice. Según Juan, el mundo del cosplay es históricamente bipolar. Como si estuviese dando una clase de geopolítica, cuenta que la disciplina se divide en dos bloques bien definidos: el japonés, con la potencia del manga y el animé; y el de Estados Unidos, con su tanque estrella, el cómic. Sin embargo, en los últimos años, con el crecimiento exorbitante de la cultura gamer, un nuevo jugador irrumpió en el tablero: “Los videojuegos ganan cada vez más espacio –completa Juan–. En la cresta de la ola está League of Legends, tiene más de 70 millones de jugadores.”
Nadia exhibe con orgullo sus nueve colas. También sus orejas postizas y su ajustado vestido, inspirados en una de las protagonistas del juego top de la temporada. “Hoy vine como Ahri, de LoL. Es el personaje más elaborado que tuve que preparar. Me gasté 1500 pesos en el traje”, dice esta estudiante de Derecho, mientras juguetea con sus muchos rabos. “Igual que el zorrito de la mitología coreana, que suma una cola cada mil años, Ahri tiene nueve, y es una suerte de diosa”, comenta Nadia y sonríe ante los flashes que disparan los curiosos. La joven de Caballito cuenta que el cosplay la ayudó a superar momentos difíciles: “Mi ex pareja me maltrataba, me decía que no iba a llegar a nada. Yo me aferré a Ahri, ella me dio fuerzas. Ahora compito en los torneos Challenger de acá, donde conocí a mi nuevo novio.”

No muy lejos, en el stand de Retro Games, dos pibes disfrutan en éxtasis jugando al Súper Mario Bros. “Para algunos seremos nostálgicos. El tiempo pasa, pero al Family Game no hay con qué darle”, explican a coro Paris y Cristian, responsables del sitio web dedicado a los juegos clásicos. Para este dúo de fundamentalistas de la consola, la masificación y modernización del mercado no han cambiado el corazón de la actividad: “Los valores y los amigos son la esencia de los videojuegos”, asevera Cristian. En el plasma, el fontanero Mario pega saltos inverosímiles. Paris sonríe ante las piruetas del bigotudo y advierte: “Es nuestra cultura y siento que pertenece a un lugar que construimos desde chicos. Un lugar que nunca vamos a abandonar.”
Una familia muy normal
En la nave central de la Usina, los clones de Gatúbela, Iron Man y Visión se distraen sacándose selfies y chusmeando las novedades en los puestos de merchandising. Por 85 pesos se pueden conseguir las “Death Notes”, la agenda inspirada en un manga que garantiza la puntualidad y el orden para la rutina de un buen killer.
Cada vez falta menos para la gran final. La tensión se dibuja en las máscaras de los superhéroes. Pero no en la carita del pequeño Gojan. “Se llama Juan Cruz, es mi hijo, somos fanáticos de Dragon Ball”, explica Marcela, una sapiente ama de casa y experta cosmaker radicada en Hurlingham. “Los trajes los hago yo misma, todo fatto in casa”.

Sobre el escenario del auditorio, un caballero medieval se enfrenta a sus fantasmas, armado sólo con una espada de madera. Desde las gradas, el público lo premia con una tibia ráfaga de aplausos. No muy lejos, el Capitán América se prepara para salir a escena. Su nombre civil es Sebastián, vive en Quilmes Oeste y trabaja en una compañía de seguros. “Esto es lo que más disfruto –confiesa antes de comenzar con su rutina de golpes al aire–, la parte en que te olvidás del mundo.” Sobre las tablas, el Capitán posa agitando su estrellado escudo. La platea delira y el aplausómetro alcanza su punto más elevado en la tarde de domingo.
Ajeno a la banal competencia, Pennywise, el payaso asesino de It, recorre los pasillos del centro cultural empuñando su afilada hacha y tres globitos. “Disfruto cuando los curiosos se acercan y me dicen que les arruiné la infancia”, cuenta Héctor, un metalúrgico de El Palomar. Es fanático de las películas de terror, en especial del personaje creado por Stephen King. Lo escoltan sus hijas Ludmila y Melanie, enfundadas en sus trajes de animé. También su mujer y fiel escudero, Natalia. “Soy un tipo muy normal y familiero. Acá disfrutamos todos juntos, y eso no tiene precio”, dice Héctor mostrando su sangrienta dentadura, y luego posa junto a sus hijas en una perfecta postal familiar. Antes de despedirse, el payaso accede a retratarse junto al cronista de Tiempo. “Pero tené cuidado –advierte–, si me sacás los globitos, ya sabés lo que te puede pasar.”
Crónica publicada en Tiempo Argentino, se lee completa por acá

lunes, 18 de julio de 2016

Creo que he visto un lindo gatito

El Hotel Presidente está lleno de gatos. En el aristocrático Salón Canciller, los felinos duermen la clásica siesta del domingo. Pomposos persas, gallardos abisinios, elegantes birmanos y exóticos sphynx descansan a pata suelta sin prestarles la menor atención a los visitantes del show de belleza de The International Cat Association del Plata.
“Creo que en nuestro país se dividen equitativamente las pasiones. Hay muchos perreros, pero también somos muchos los que optamos por los gatos. La diferencia es que, al que le gustan los gatos, es fanático. No hay grises”, asevera rotundamente Mariela Toriggia, una de las organizadoras de este encuentro cardinal de la felinofilia nacional. Odontóloga de profesión, desde hace tres años viene especializándose en la cría del Bengal, una raza híbrida que combina en partes desiguales los genes de un gato común y silvestre con los de un leopardo asiático. Obviamente, la genética y otras ramas de la biología dan letra a esta tarea. “Asumir la crianza con responsabilidad es fundamental. La salud del animal es lo primero que tenemos que respetar. En esta raza, se busca que tenga apariencia salvaje, pero el carácter cariñoso de un gato hogareño”, dice la joven y presenta a Drimi, un mimoso macho de poco más de tres años. 
Drimi luce orgulloso su manto atigrado. También la cucarda que obtuvo por haber subido al podio en la competencia de belleza. Como en trance, disfruta las caricias que le brinda Uriel, un nene fanático de los bengals. Victor Hugo alguna vez escribió que dios hizo al gato para ofrecer al hombre el placer de acariciar un tigre. Uriel acuerda con el prolífico escritor francés. Y Drimi sigue ronroneando. 
El gato que está triste y azul 
Según la Encuesta Anual de Hogares, unos 250 mil gatos viven con las familias porteñas. Los barrios de Agronomía, Chacarita, Parque Chas, Villa Crespo y Villa Ortúzar son los que cobijan la mayor densidad poblacional de felinos. El relevamiento destaca que el 80% de los animales son mestizos y que un 40% fue rescatado de la calle. “Estamos creando conciencia. Es importante adoptar un callejerito, darle una oportunidad a un animal abandonado”, dice Marta Vago, una abuela que impulsa la Fundación De Gatitos. Resalta que la institución trabaja a pulmón hace 17 años, lleva entregados 6000 gatos en adopción y tiene más de 160 mil seguidores en su página de Facebook. Siempre sonriente y cálida, vende en la expo aritos, tazas y remeras con motivos felinos, para así solventar su noble empresa. “Abu” Marta, como la conocen, convive en su casa con siete gatitos. Cada adopción guarda una historia, como la de su querido Manuelito. “Lo encontramos abandonado en Belgrano y Entre Ríos, cerca de nuestra sede. Era un salvaje. Me costó tres meses limpiarle la jaula. Tuve que armarme un guante especial para atenderlo. Pero el amor todo lo puede –dice y se iluminan sus ojos–. Hoy Manuelito es un santo y duerme conmigo.”  
No lejos del puesto de la fundación, varios nenes se sacan selfies con Husni, un coqueto Bengal que, ataviado con un gorrito tejido, reposa sobre un almohadón. “Me interesa que la gente conozca la raza”, explica Astrid, dueña y “mamá” del minino. “Soy adicta, fanática y apasionada de los gatos. Husni es como mi hijo”, resalta. Luce un top y calzas en tonalidades animal print, que hacen juego con el manto de su gato. Es psicóloga y entrenadora de atletismo. Y cuenta que tuvo una infancia difícil y los animales la ayudaron a alejar los fantasmas de las malas épocas. “Los seres humanos me lastimaron muchas veces –confiesa–. Los animales nunca.”
Salón de belleza
El mercado también ha metido su larga cola en el nicho de las mascotas. “El rubro crece a razón de dos dígitos por año”, asegura con precisión estadística José María Montorfano, responsable de Can Cat. En el stand de esta empresa de capitales nacionales –pero de nombre foráneo– se ofrecen desde transportadoras de mascotas hasta camas king size. ¿La última novedad? Piedras sílicas sanitarias de largo aliento por 135 pesos. “El afecto que tenemos por las mascotas no se mezcla con ninguna crisis”, afirma el empresario. 
En el puesto vecino, Ana vende juguetes que hacen adelgazar las billeteras de los felinófilos: chifles, pelotas, dosificadores de alimento y hasta varitas mágicas coronadas con plumas. La encargada de Identidad Propia Artesanías advierte que, a la hora de consentir a sus mascotas, los fanáticos “gastan más de lo que uno cree”. Rascadores Mau es uno de los emprendimientos más novedosos del mercado. Ofrece cuchas que parecen diseñadas por Le Corbusier. La más extravagante es un Empire State de cuatro pisos, forrado en peluche, que cuesta casi 6000 pesos. 
Greta es la coiffeur de Jade Jeanette, una glamorosa gatita Bosque de Noruega. “Para este tipo de eventos se le pone espuma y tonalizadores”, cuenta Greta y con delicadeza cepilla a la dócil felina. Revela que cada raza tiene su propio estilo: “Por ejemplo, los persas tienen que tener el pelo bien volado, como cuando la Pantera Rosa sale del lavarropas”. Tres largas horas se afanó la estilista para que Jade Jeanette luzca hoy como una verdadera reina de la belleza felina.
Mininos con sponsors
Adolfo González es uno de los padres fundadores de la felinofilia nacional. “Empecé en el’81. Pisé la tierra cuando todavía estaba caliente”, resalta este veterano criador de gatos Peterbald, una raza de origen ruso que se caracteriza por la ausencia de pelo. Adolfo dice que nunca vivió de los gatos: “Cuando uno piensa esta actividad como una empresa, seguro se equivoca. Acá trabajamos con vida.” Lo acompaña Carboncito, un joven ejemplar de bigotes enrulados, orejas en punta y la particular “pelusa de durazno” que engalana su delicado cuerpo. 
Puppi Borgatti es otra de las pioneras. Arrancó en el ’85 y no frenó más. “Estaban los siameses, los persas y alguna raza más dando vueltas. Ahora se amplió tanto el panorama que hay unas 70”, comenta la curtida criadora.
En una punta del salón, Milena acuna a un fornido minino. Bachi es un Maine Coon, una raza estadounidense de gran tamaño –llegan a pesar hasta 12 kilos– y con notable talento para la caza de roedores. Ernest Hemingway, otro famoso cazador, era fanático de este peso pesado de los felinos. Pese a su instinto asesino, Bachi tiene un aura pacifista que envidiaría Gandhi. “La nuestra es una convivencia perfecta –dice su dueña–. Bachi se cuida solo y es muy independiente. Siempre digo lo mismo: los perros tienen amos y los gatos, sponsors.” 
Último round 
No es cuestión de buscarle la quinta pata al gato. La cosa es sencilla: en el ring –el escenario donde se lucen los competidores– se define quién es el gatito más bello. Adriana Kajon es la jueza que se encarga de evaluar el encanto de los competidores. “Obviamente hay que tener el conocimiento técnico de los estándares de la raza. Pero es más importante la pasión y la capacidad de educar”, explica la magistrada, mientras se prepara para la final de los cachorros de pelo largo. “El gato muchas veces ha sido señalado como un animal diabólico, durante la Edad Media se los aniquilaba. Ahora más bien es un fetiche. Tenemos que luchar contra esas creencias. Es un animal terapéutico, de compañía”, afirma la jueza y viróloga argentina, hoy radicada en Alburquerque, Nuevo México.
La finalísima está peleada. La elegancia de un cachorrito birmano de nariz romana pelea palmo a palmo con la simpatía de un persa. Adriana explica que cualquiera de los dos podría ser best in show en cualquier parte del mundo. Al final no hay gato encerrado y la jueza comparte su veredicto. “El primer puesto es para el pequeño persa –dice Adriana y abraza al minino ganador–. Se lo merece por su belleza, pero sobre todo por su temperamento. Ya lo dijo El Principito: lo esencial es invisible a los ojos.”
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domingo, 3 de julio de 2016

La feria del fitness y las vanidades

Por Nicolás G. Recoaro 
Elegantes, de rigurosa etiqueta sport, los visitantes de la exposición Mercado Fitness se pierden en una jungla de fierros, mancuernas, cintas ergométricas, profesionales del marketing y suplementos nutricionales que crece en el Pabellón 6 de Costa Salguero. "Participan más de 50 empresas, hay un ciclo de conferencias y clases abiertas, y tenemos más de 4500 visitantes", revela Guillermo Vélez, responsable de la organización. Periodista especializado en negocios, es una voz autorizada en el floreciente management del fitness nacional. Los números avalan su fervor. "En el país, el sector mueve unos 13 mil millones de pesos. Hoy tenemos casi 3 millones de personas ejercitándose regularmente en gimnasios, y eso sin contar los que lo hacen en otros ámbitos. Casi el 45% de la población realiza algún tipo de actividad física regular", cuenta el joven santiagueño, y agrega: "El consumo del gimnasio era muy estacional, para prepararse para el verano, meramente estético. Ahora es más comprometido, asociado al cuidado de la salud." Mientras sigue atento cómo dos fortachones de bronceado artificial prueban una máquina de remo indoor, Vélez hace futurología: "En unos años, no tener un estilo de vida activo va a ser tan mal visto como no lavarse los dientes."
Una acelerada genealogía del fitness revela que la actividad nació durante los '80 en Estados Unidos. Hija dilecta del aerobic, la disciplina que había sido creada hace 50 años por un coronel de la Fuerza Aérea, Kenneth Cooper, el mismo autor del test que hasta hace algunos años se utilizaba como cruel método de evaluación en los colegios. Aquel experimento con raíces militares fue mutando en diversas prácticas que combinaron en dosis desiguales la música, la coreografía y la pasión por moldear el cuerpo humano, hasta transformarse en un estilo de vida. El término fitness proviene del campo de la biología y significa estar "adaptado o apto". "Lo primero que hay que conocer son las falencias del ser humano –lesiones, malas posturas, sedentarismo–, para saber contrarrestarlas por medio del entrenamiento", afirma Mariano Morillas, creador de un método de alta intensidad. Mientras levanta una pequeña pesa kettlebell, completa: "Hay gente que se acerca y me dice: 'A mí me gustaría tener este cuerpo', y me muestran una foto de Cristiano Ronaldo. Y ahí nomás les pregunto: ¿No te gustaría tener antes un poco de salud?" La traducción de fitness también acepta el término "bienestar".

Psicología de las masas
"Impresiona la cantidad de gente que se metió en el fitness en los últimos tiempos", resalta Guillermo Sardi, un curtido personal trainer con más de 30 años en el gremio. Su experiencia en el campo profesional se complementa con la formación académica. "Es una conjunción de trabajo con el físico y la mente. Si la mente no anda bien, el cuerpo no anda bien", advierte Sardi y luego cita al ácido poeta latino Juvenal: Mens sana in corpore sano. "Trabajamos para la salud, y la estética es una consecuencia." La psicología es otra de las disciplinas en las que Sardi ha incursionado: "Tenemos un 50% de entrenadores y un 50% de analistas." Utilizando conceptos freudianos, el profe cuenta que sus pupilos hacen catarsis, confiesan sus dificultades y comparten sus alegrías. "Nos enteramos de todo, pero como buenos psicólogos, escuchamos y no hablamos de nada."
Con una visión más lacaniana, Darío Micillo reflexiona sobre el uso de los espejos en los gimnasios: "Inhiben a la gente y se usan para exponerse. Uno ve que es torpe, que no sigue los pasos." El entrenador y encargado de marketing de la empresa Zumba Fitness resalta que las clases en la actualidad intentan romper con ese paradigma heredado de la danza clásica. Las rutinas sin espejos y las que se realizan al aire libre son las más convocantes. Micillo arriesga también que el rol del docente ha cambiado: "Antes, el profesor tenía un perfil muy vanidoso, de mirarse mucho en el espejo, muy estético. Y eso va cambiando, por suerte.” 

La guerra de los gimnasios
En el espacio dedicado a las clases abiertas, un nutrido grupo de señoritas ensaya golpes rectos dignos de Horacio Accavallo. Piñas van, piñas vienen, las muchachas se entretienen. Desde el escenario, custodiado por dos asistentes y parlantes que escupen música electrónica, un profesor agita a las pugilistas: "Golpes reactivos, vamos… ¡activen, chicas!" María Luz Lezcano se destaca por su preciso uppercut, pero también por la potencia de sus patadas. "El body combat hace que una saque el boxeador que tenemos adentro", confiesa la entrenadora, que llegó especialmente desde Asunción del Paraguay para participar de la expo. "Es una actividad muy completa: combina el boxeo, el karate, el taekwondo y el muay thai", explica. Ataviada con un top atigrado, guantes y calzas haciendo juego, María Luz se pone en guardia para ser retratada y luego tira una patada estilo Bruce Lee en Operación Dragón. Antes de reincorporarse a la rutina de golpes, expresa en guaraní su amor por la disciplina: “Rojaijú, body combat”.  
No muy lejos del espacio donde retumba la música electrónica, suena el heavy metal de Pantera, en el stand consagrado a las pulseadas. Mano a mano, dos grandotes miden sus fuerzas sobre una mesa ligeramente acolchonada. "Es una disciplina con mucha historia. Los vikingos se disputaban las tierras con luchas de brazos", explica con rigurosidad de historiador Adrián Grillo, uno de los referentes de la materia en el país. Comenzó a pulsear como hobby, hace más de 15 años. Hoy tiene 47 y es todo un profesional. "En su momento, la película Halcón, de Stallone, levantó mucho este deporte, aunque era medio bizarra", critica. Grillo vive en Villa del Parque y se gana la vida como maestro mayor de obras, un oficio que "te entrena solo", asegura. "Es fundamental trabajar bien las manos, el antebrazo, el dorsal. Para ser el mejor hay que tener brazo corto y mano grande" y exhibe con orgullo su descomunal diestra. Docente en lucha, alecciona sobre el arte de la pulseada todas las semanas en un gimnasio porteño: "Cuarenta pesos cuesta la clase, y por 100 mensuales, el interesado queda inscripto en la Asociación Argentina de Lucha de Brazos." Consultado sobre los cracks de la disciplina, Grillo inmortaliza al mediático Arévalo y al eterno "Ancho" Rubén Peucelle, ex miembros de la troupe de Titanes en el Ring. En el parnaso internacional destaca la carrera de John Brzenk, "el mejor de la historia". La contienda entre los hombres montaña llega a su fin en el stand. El pleito se resuelve como caballeros, con un buen apretón de manos. 

El futuro ya llegó
La tecnología tonifica su hegemonía en los gimnasios. Suplementos nutricionales, software de entrenamiento personalizado y el electrofitness marcan tendencia. En el local de Just Body, Alexis lubrica con parsimonia los electrodos sectorizados de un traje futurista. "Estimula cada músculo con electricidad. Es furor en Europa", dice, mientras controla en una tablet la rutina de sentadillas que realiza un valiente aprendiz de cyborg. "Unos 20 minutos equivalen a cuatro horas de entrenamiento normal", especula y luego aumenta el estímulo sobre los glúteos del muchacho. "Lo único que no se compra hoy es el tiempo. Con este aparatito lo ganás seguro", cierra.
No muy lejos, calzadas con sus botas de rebote, un grupo de adolescentes baila en éxtasis imitando los saltos de un canguro. Sthella Codas, instructora de kangoo dance, explica que la actividad garantiza un excelente trabajo cardiovascular. Se sabe, la buena salud tiene su precio. Las botas fabricadas en Suiza cuestan $ 6000.
En un stand vecino, una promotora espigada observa impasible la coreografía. Todavía faltan algunas horas para que termine su jornada laboral. La gimnasia forzada de los trabajadores. Montada sobre una moderna bicicleta fija, mata el tiempo pedaleando hacia la nada.

Publicado en Tiempo Argentino, por acá