martes, 31 de marzo de 2020

Las venas abiertas de Guatemala


“Nuestros corazones reposaban a la sombra de nuestras lanzas”. La cita es del Popolvuh, el libro sagrado de los quichés, el pueblo maya guatemalteco. La tatuó Eduardo Galeano en la primera página de un libro que escribió en 1967. Ese año, el periodista uruguayo hizo un viaje iniciático que le cambió la vida. Llegó en aquel abril a Guatemala con la idea de subir a las montañas, perderse en los montes y escribir crónicas. Quería contar la historia de las FAR y el MR 13, los dos grupos guerrilleros que desafiaban al régimen cívico militar títere de Estados Unidos, que gobernaba el país centroamericano desde 1954, cuando la salida forzada del presidente constitucional Jacobo Árbenz Guzmán dejó ver una vez más –cada vez más- la sombra fantasmal del intervencionismo yanqui en nuestro continente.
“’Mis pilotos son rubios y de ojos azules’, dijo una vez el ex presidente de Guatemala, Miguel Ydígoras Fuentes, ‘pero eso no quiere decir que sean norteamericanos’. La coincidencia física, en este país de indios, no resulta, por cierto, casual. La intervención de los Estados Unidos en los asuntos internos de Guatemala abarca, desde hace tiempo, todos los campos. La presencia imperialista en el país resulta, por su crudeza, ejemplar: este es el descarnado modelo de la explotación que sufren las atormentadas tierras al sur de río Bravo”, reflexiona Galeano en Guatemala. Ensayo general de la violencia política en América Latina, libro fundamental de la obra del charrúa que es rescatado por Siglo XXI a más de 50 años de su publicación original. Un texto fascinante, longseller popular y pirata, ensayo germinal y antecedente directo del clásico de clásicos Las venas abiertas de América Latina.
Galeano tenía tan sólo 26 años cuando llegó a Guatemala, pero ya era un veterano cronista que había laburado en varias redacciones al otro lado del charco: El Sol, Marcha y Época. También alquilaba su pluma con colaboraciones en las prestigiosas Monthly Rewie. An Independent Socialist Magazine de Nueva York, la yugoslava Revista de Política Internacional, la californiana Ramparts  y las italianas Mondo Nuovo y Problemi del Socialismo.
En su periplo por el oriente guatemalteco, Galeano logra conocer de primera mano las andanzas y desandanzas de los guerrilleros de las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR). Las entrevistas a los combatientes, muchos de ellos humildes campesinos, y a su líder el comandante César Monte, “El Chiris”, le permiten descifrar la larga marcha de las milicias populares clandestinas que enfrentaban con astucia a un enemigo más numeroso, mejor entrenado –por los boinas verde estadounidenses- y poderosamente armado. El uruguayo no pudo completar su pesquisa en el terreno donde combatía el Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre, la guerrilla occidental liderada por Marco Antonio Jon Sosa.
Guatemala es un libro que combina dosis desparejas de la crónica todoterreno, el ensayo histórico iluminador y el periodismo más riguroso. Textos ejemplares que fueron escritos a contrarreloj, entre junio y agosto de 1967; y publicados en Uruguay a finales de octubre del ’67, pocos días después de la ejecución del “Che” Guevara en el oriente boliviano.  Tuvo una edición mexicana, una en inglés, también otra en italiano. Esta reedición es la primera en nuestro idioma. Incluye exhaustivas  lecturas de Pedro Daniel Weinber –profundo conocedor de la vida y obra del montevideano- y del historiador Roberto García.  
Leer hoy estas crónicas urgentes sobre aquellas derivas de Galeano por la selva, sin privilegio alguno, codo a codo con los combatientes, “caminando, caminando y caminando, arriba y abajo por las sierras verticales, abriéndose paso dentro de los bosques húmedos y densos a golpe de filo de machete”, permiten regresar aunque sea por un rato a esos tiempos en que la revolución era una salida posible.
Cuentan que Galeano jamás abandonó su cariño inmortal por Guatemala. El pueblo que le hizo descubrir “el pulso presente de la larga y sufrida historia latinoamericana, con todo el peso de sus derrotas y la fuerza de sus esperanzas”. En sus últimos años, el escritor estuvo trabajando en un texto sobre la milenaria celebración de la remontada de barriletes en el Día de los Difuntos, que realizan los guatemaltecos en pueblitos como Santiago Sacatepéquez y Zumpango. Se elevan al cielo cometas desde los cementerios para saludar a los fieles difuntos. Cada barrilete lleva tatuado un “telegrama”, un mensaje de paz. El escritor no pudo ponerle punto final a esta viñeta. La muerte lo alcanzó en 2015.
Sin dudarlo, en estos últimos años, en algún pueblo perdido del paisito centroamericano, un barrilete seguro voló alto en el cielo con su telegrama de paz para Galeano.  
Publicada en Tiempo Argentino, por acá

domingo, 29 de marzo de 2020

Los de abajo y la pandemia

La boca del pasillo se abre en el cruce de Río Cuarto e Iguazú, pleno arrabal proletario del sur de la Ciudad, cerca del puesto de Prefectura donde un cabo flaco hace guardia, ataviado con barbijo y guantes. Es media mañana en la Villa 21-24, la barriada popular que ocupa la triple frontera entre Barracas, Parque Patricios y Nueva Pompeya. Arriba, el cielo está tramado por una nervadura de cables tendidos sin ton ni son. Abajo, el pasillo egoísta de un solo carril lleva hasta el siempre generoso comedor popular.

Lilian Gómez es militante de Barrios de Pie y motor de este espacio que brinda a los vecinos más desamparados de la 21-24 un plato de comida caliente, un mate cocido con galletitas, un poco de pan. “Se hacía merienda y cena, pero con la cuarentena empezamos a dar también el almuerzo. Se va poniendo difícil la cosa”, explica Lilian desde la cocina, mientras revuelve con esmero una olla repleta de tallarines. Las filas frente a los comedores de los movimientos sociales y cultos religiosos son la postal amarga que empieza a dejar la llegada de la pandemia. “Es que la gente está con el último mango o directamente sin un peso –asegura Lilian–. La mayoría de los vecinos son changueros, obreros de la construcción, feriantes. Trabajos que en estos días no existen más”.

Lilian entregaba 85 raciones diarias. Esta semana hubo que estirarlas para más de cien personas. “Me llaman para pedirme si pueden pasar a buscar un plato. Ahora hay lista de espera. Las organizaciones sociales estamos poniendo el pecho, pero necesitamos que Ciudad y Nación manden refuerzos en las viandas y la mercadería”, pide la mujer, antes de llenar los tuppers de los vecinos que van arrimándose para el almuerzo.

“La cuarentena acá se vive con angustia. Sabemos que tenemos que quedarnos en nuestras casas por lo del coronavirus, pero se hace difícil. Hay que estar encerrados y somos muchas personas, con criaturas, entre cuatro paredes. Poco aire, con suerte una ventana, muchos sin agua, y con la policía o los prefectos retando todo el tiempo. A esos mejor tenerlos a distancia”, dice Gustavo Gómez, cocinero del comedor. El hacinamiento, la falta de servicios básicos, el hostigamiento de las fuerzas de seguridad y el miedo a los saqueos no son los mejores aliados del aislamiento preventivo decretado por el gobierno. Cuatro millones de argentinos sumergidos en la pobreza se preguntan todos los días cómo van a sobrevivir. “Acá no hay alcohol en gel, pero sí mucho dengue –asegura el cocinero mientras raya un queso duro para las viandas–. Todo el mundo habla del coronavirus, de lavarse las manos, y está muy bien. Pero caen dos gotas y esto es un criadero de mosquitos”. Gustavo se acomoda el barbijo obligatorio y cuenta que extraña con locura jugar al fútbol con los pibes en el potrero. También ir a las clases de gastronomía internacional que estaba cursando: “Me mandan los apuntes por mail. Pero como el ciber está cerrado, no tengo dónde imprimirlos. De última, leo algo y practico acá en la cocina. Me la rebusco, como siempre”.

Marisol Aquino llega puntual al reparto del almuerzo, sola, con una bolsa llena de tuppers vacíos. En su casa la esperan sus dos nenas: “La llevamos como podemos. Hacen los deberes, que copiamos del teléfono. No quiero que dejen de hacer la tarea. Están aburridas, pero ya les expliqué que no tienen que salir”. Marisol no se puede guardar. Hacía changas, ahora no hay, la billetera está muy flaca. Sin el comedor, confiesa, no llega.

Eli y Marilú hacen la fila sin chistar. Matan el tiempo tarareando una canción de la Bersuit que suena en el pasillo. Mantienen la recomendada distancia social. Cuentan que dan una mano en el merendero todas las tardes. También en las –por ahora– suspendidas clases de apoyo escolar. “Me da pena, porque recién empezaban –lamenta Eli–. Pero en realidad lo importante es que no le falte la merienda a ningún pibe del barrio”.

A Lilian le queda un rato largo en la cocina. Se despide agitando esas manos solidarias que llenan las panzas de sus vecinos. Sobre su cabeza hay un cartel escrito a mano. El nombre del comedor: “Corazón Abierto”. 

Crónica publicada en Tiempo Argentino, por acá

miércoles, 25 de marzo de 2020

La pandemia en Constitución

La fila de taxis esperando pasajeros era una serpiente dormida frente a la estación Constitución. “Viene muerto, casi un 80% menos de laburo”, hacía cuentas Felipe, chofer con más de 25 años en el gremio, horas antes de que se declarara la cuarentena. La falta de gente en la calle por la pandemia, la economía de guerra, la drástica medida en ciernes: “Todo me tiene mal, y a eso súmele que soy monotributista. Si no hay laburo, cómo voy a parar la olla”. Como miles de trabajadores precarizados, el taxista espera ansioso algún salvavidas que le tire el Estado. Saca pecho y dice que no va a bajar los brazos: “A mi edad, miedo no tengo, pasé muchas de éstas. Menem, De la Rúa y otros virus malignos, este también va a pasar.”
José vende buzos, remeras y musculosas a pasitos de la boca del subte C, en la plaza seca frente a la estación del tren. El jueves ya llevaba tres días sin vender ni una media. Comerciante y busca de toda la vida, no recuerda una malaria parecida: “Me hace acordar al 2001. Veníamos mal con Macri, pero esto pinta más fulero. La gente no va a salir de sus casas, y eso me parece bien por precaución. Pero la cuarentena total me deja nocaut. Yo tengo que salir sí o sí a laburar.” Sin sueldo, sin cobertura social, sin asistencia estatal, los trabajadores informales como José (casi el 40% de la población económicamente activa) no saben cómo van a sobrevivir durante el parate forzoso. “Cómo mierda voy a pagar el alquiler, qué le voy a dar de comer a mi hija, porque hoy no tengo ni para comprar en el mercado un paquete de fideos.”
Marta Castañeda vende panes y chipá en las paradas de colectivos. Vive al día, en Quilmes, con su hija discapacitada. Se iba todas las mañanas en el Roca hasta el centro para ganarse el pan, pero ahora deberá quedarse. “Hoy me llevo como mucho 200 pesos, cuando antes hacía 400”, decía la señora, esperando medidas urgentes del gobierno: “No pude guardar arroz ni polenta, y dicen que no vamos a poder trabajar por un tiempo largo. El otro presidente nos tenía a pan y agua. Ahora de nuevo. Este gobierno nos venía a cambiar la vida, pero hasta ahora nada, somos los olvidados”.
En la esquina de Santiago del Estero y Garay, montada en sus kilométricos tacos aguja, Claudia esperaba algún cliente. Es trabajadora sexual y cuenta que hace la calle desde el 2012: “Como siempre, las putas somos las parias. No pasa nada de nada hace una semana. Desde ayer, la policía nos invita, amablemente, a dejar de laburar. Yo les pido que me digan cómo voy a pagar la pieza. ¿Quién nos cuida a nosotras?”
El vendedor de garrapiñada se había pasado horas acomodando los paquetes en el carrito que siempre estaciona sobre la calle Salta: “De vender ni hablemos. Y si llegás a estornudar, aunque te tapes con el codo, la gente te mira para el culo. Hay psicosis”, contaba Alejandro, monotributista. No sabe si va a poder aguantar semanas sin laburar, ¿o serán meses? En el oficio errante del ambulante, reflexionaba, siempre hay baches: “Sé que son medidas para cuidar la salud de todos. No es un capricho del gobierno. Acá no hay peronistas, macristas ni vendedores de garrapiñada, todos estamos en el mismo barco. Si se hunde, nos ahogamos todos.”
Crónica publicada en Tiempo Argentino, por acá

jueves, 19 de marzo de 2020

Senkata: donde el pueblo no se calla

Pasaron casi cuatro meses desde la represión en Senkata, frente a la planta de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) en la ciudad de El Alto, cuando balas y gases militares abrieron paso a un convoy de cisternas con combustible para alimentar a La Paz bloqueada. En esos días negros post golpe de Estado contra el gobierno de Evo Morales, los ministros de la presidenta autoproclamada Jeanine Áñez dijeron que los bloqueadores eran terroristas. En los "enfrentamientos" denunciados por los funcionarios sólo cayeron vecinos. Ni bajas ni heridos hubo entre los uniformados.
David Inca Apaza es el representante de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos (APDH) de El Alto. Asiste a los familiares de las diez víctimas y a las decenas de heridos que dejó la represión: "Desde los meses de octubre y noviembre vengo haciendo seguimiento humanitario –cuenta a Tiempo desde la ciudad enclavada a más de 4000 metros sobre el nivel del mar–. Después del 21 de octubre, con Morales todavía en el gobierno, la policía tenía una actitud de contención con las movilizaciones, pero desde el 10 de noviembre comenzaron a reprimir. Áñez y sus ministros ordenan agresiones abiertas, con gases y balines, y lamentablemente el 19 se ordena el uso de armas de guerra y ahí se dan los muertos en Senkata".
–¿Cuál es la situación actual de los familiares de las víctimas?
–El gobierno sacó un decreto supremo a principios de diciembre, que prometía una indemnización única para las familias y atención médica a los heridos, pero negaba la posibilidad de reclamar justicia ante tribunales internacionales. Fue rechazado. En enero logramos que el gobierno saque ese párrafo que le garantizaba impunidad y la posibilidad de obtener justicia. Siguieron las idas y vueltas. También pedimos que no se haga un pago único a las víctimas, sino que sea una ayuda humanitaria permanente. Estamos trabajando en un borrador. Todavía no hemos recibido nada.
–¿Cuál es su balance del gobierno de facto?
–Nosotros actuamos de buena fe: hemos ido a las reuniones con ellos, hemos entregado nuestras demandas. Hay que decir que ni el gobierno, ni las organizaciones sociales o la Central Obrera Boliviana se han preocupado por los masacrados en Senkata. No han venido en socorro de los familiares. Si cuestionamos la actitud del gobierno, también criticamos a las organizaciones sociales. De este gobierno no esperamos nada, tampoco de las organizaciones sociales ni de los otros partidos políticos. Somos los olvidados. No queremos que ningún partido político, ni Áñez, ni el MAS nos usen para sacar réditos electorales. Sólo quieren sacarse una foto con las viudas y los huérfanos. Nadie nos ha ayudado.
–La semana pasada, en medio de una sesión especial del Senado en Senkata, volvió la represión al barrio, ¿cómo vivieron esa jornada?
–Habíamos pedido a la Cámara de Senadores que hiciera un acto de desagravio a las víctimas y heridos, que lo hicieran en nuestro barrio, no desde la Asamblea Legislativa en La Paz. Ese día íbamos a tratar el pedido de juicio de responsabilidades a Áñez, la interpelación a los ministros represores y la creación de una comisión de la verdad, pero lamentablemente las víctimas no pudieron hablar. Hubo incidentes entre los partidarios de la izquierda y la derecha, luego vino un operativo represivo, gasificaron y las viudas no pudieron exponer sus demandas. Otra vez las verdaderas víctimas fueron olvidadas.
–En estos días hubo idas y vueltas con la salida del ministro de Defensa, Fernando López, señalado por los alteños como uno de los responsables de la masacre.
–No hay responsables, no hay nada. Sacan y ponen al ministro de Defensa, al de Gobierno también, pero siguen todos impunes. Nosotros hemos pedido interpelaciones, sin embargo los liberan de toda responsabilidad. Parece que en vez de investigarlos, los premian. Estamos muy enojados, con mucha rabia y bronca en El Alto.
–En paralelo, Áñez declaró esta semana que no va a retroceder frente a los "berrinches" de El Alto.
–No nos llama la atención, esa es su formación ideológica y política, su discurso de clase que discrimina a los alteños. Ella no nos representa, y exigimos que se investiguen las violaciones a los Derechos Humanos que se vienen cometiendo.
–Dentro de dos meses hay elecciones.
–Para mí es indiferente quién gane, sea la derecha o la izquierda. Los gobiernos neoliberales mataron a campesinos, obreros y originarios. En el gobierno del MAS también se violaron los Derechos Humanos, hubo muertes. Ni Áñez, ni Mesa, ni Arce, ni Camacho nos van a tener en cuenta. Vamos a tener que seguir luchando por nuestros derechos. «
Publicada en Tiempo Argentino, por acá