sábado, 6 de octubre de 2007

Pachakuti y el fútbol


Hijos del Sol F.C.


Texto: Nicolás García Recoaro - Fotos: Jordi Salvadó

Es un club de fútbol boliviano que pelea por erradicar el racismo del deporte. Fundado hace dos años por uno de los referentes del indigenismo andino, el Deportivo Pachakuti le da espacio a los jóvenes de comunidades del interior de Bolivia. Con la Wiphala de los pueblos originarios como símbolo, el primer equipo de fútbol indigenista de Latinoamérica pelea por ascender a la primera división.

En el vestuario local, los jugadores del Pachakuti se preparan para salir a la cancha. Omar llega apurado y se calza la remera negra que tiene una Whiphala (bandera multicolor de los pueblos originarios) tatuada sobre el corazón. Se lo nota cansado al pibe, quizás son las tres horas de viaje que tiene desde la comunidad de Ajaría Chico hasta el estadio de las afueras de la ciudad de La Paz. El grito de guerra de los once jugadores une a todos en un cúmulo de euforia antes de salir al campo de juego. En las tribunas, los seguidores del Pacha esperan con ansias la salida de su equipo, el primer club de fútbol indigenista de Latinoamérica.
La historia del Deportivo Pachakuti comienza en el año 2005. Con una plantilla integrada por veinte jugadores (la mayoría provenientes de comunidades aymaras de localidades como Achacachi, Ayo Ayo, Ajaría y Ajllata) logró una excelente campaña y escaló a la segunda división de ascenso del fútbol boliviano. La idea de crear un club de fútbol que represente el sentir y la idiosincrasia de las comunidades aymaras cobró forma hace dos años. “En nuestras comunidades hay buenos deportistas y con el Deportivo Pachakuti queremos promocionar a esos jóvenes”, explica Quispe mientras los chicos del Pacha pelotean a su arquero en el entrenamiento en el barrio San Antonio. Al finalizar en entrenamiento, este cronista consulto a varios jugadores sobre el significado del nombre del club. “Hijos del Sol, Pachakuti: el retorno del tiempo y el espacio originario. Pero lo que nos debe importar a nosotros es el fútbol, que todos jueguen”, me cuenta David antes de partir a su casa, después de finalizar la práctica.
Omar juega a un toque con Rubén, elude al arquero y convierte el primer gol del Pachakuti contra el Colegio Militar. En la pequeña tribuna, el líder indigenista Felipe Quispe Huanca festeja con una sonrisa. Es el arranque del campeonato de segunda división y el Pacha se juega la chance de ascender a la A, y de ahí será un pequeño escaloncito para que este sueño deportivo nacido en la provincia de Omasuyos, en las comunidades que rodean el Titicaca, se convierta en realidad: un club indigenista en la primera división.
El campeonato viene difícil este año para los Hijos del Sol. “Se complica cuando nos faltan jugadores y recursos. A veces nos gritan bloqueadores (en referencia a las protestas que llevó adelante Quispe para derrocar los gobiernos neoliberales de Gonzalo Sánchez de Lozada y Carlos Mesa), pero en realidad eso forma parte del juego”, me explica Rubén, el hábil diez que se encarga de generar el fútbol del Pacha. Pero las mañas y discriminación de los intolerantes no achican a los Hijos del Sol. “Cuando estamos jugando, algunos contrarios nos gritan campesinos o indios, y eso nos da más fuerza, no es un insulto, nos da ánimo para demostrarles que los aymaras somos buenos jugadores”, explica Brian, un joven que camina casi dos horas para llegar al entrenamiento.
El partido con el Colegio Militar continúa con aspereza, el viento forma remolinos en la cancha ubicada a más de tres mil metros de altura. David toma un rebote y patea de afuera del área y convierte el tercer gol del Pacha. En el festejo se mezcla con abrazos de Omar y Felipe, dos jóvenes provenientes de la pequeña comunidad de Ajaría Chico. “Venimos sólo para los partidos. Entrenamos por nuestra cuenta en la comunidad y venimos los fines de semana. Nos gustaría entrenar todos los días con el equipo, pero los problemas económicos dificultan la movilidad hasta La Paz”, comenta Felipe mientras intenta recuperar el aire luego del final del partido. Omar me comenta que durante la semana recoge totoras del Lago Titicaca para alimentar a su ganado. “Trabajo con mi familia y por las tardes entreno con los pocos chicos que viven en mi pueblo”, cuenta el goleador del Pacha. “El Estado tendría que darnos una mano, la política también se hace con el deporte”, reflexiona Quispe desde la tribuna.
“Los problemas económicos para llevar adelante el traslado de los jugadores que viven en zonas alejadas del interior del Departamento de La Paz parece poner piedras en el camino del Pacha, pero la fuerza y la voluntad de los jugadores borran las dificultades. “Sabemos que es difícil mantener un equipo que esté formado por jóvenes de las comunidades más pobres de Bolivia, pero merecen una verdadera oportunidad”, destaca Edgar, preparador físico del Deportivo.
La realidad del fútbol boliviano muestra la discriminación a flor de piel. Si uno repasa los apellidos de los integrantes de la selección se puede dar una gran sorpresa, sobre todo en un país donde el 60% de la población se considera indígena. “El Pachakuti nació para dar espacio a los Mamanis, los Quispes, los Choques y otros que no tienen opciones de jugar en torneos oficiales”, opina Yury Zapata, director técnico de un equipo, que más allá de su participación deportiva, intenta erradicar el racismo que pesa sobre los originarios dentro de los campeonatos oficiales de Bolivia.
El primer partido ha terminado con un contundente 3 a 1 para el Pachakuti. Los jugadores devuelven sus camisetas negras que llevan como emblema la Wiphala de los pueblos originarios. Es el primer paso para lograr su sueño de campeonato y para demostrar que el fútbol de las comunidades puede dar una verdadera lección de integración y tolerancia. “Creo que va a ser difícil pero que algún día vamos a llegar a la Liga, nuestros hermanos aymaras y quechuas se merecen tener un equipo con estadio en sus departamentos. Y algún día lo lograremos, ese es nuestro sueño”, remata el Mallku Quispe antes de partir en un pequeño minibús hacia su comunidad.
Los jugadores del Pacha dejan la cancha con una sonrisa por el triunfo. A algunos aún les esperan varias horas de viaje hasta sus comunidades cerca del mágico Lago Titicaca. “Es un deporte hermoso y si podemos ayudar a erradicar el racismo, bienvenido sea”, me explica Rubén mientras espera la movilidad que lo lleve a su casa. El Pacha sigue en carrera y el próximo fin de semana estará corriendo tras la pelota nuevamente. Luchando por hacer valer su fútbol y representando a sus hermanos. Peleando por levantar la whipala de los pueblos originarios e intentando, con su buen fútbol, erradicar el racismo del deporte.

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