miércoles, 1 de agosto de 2007

LITERATURA BOLIVIANA

ALTAS LETRAS, HERMANITO
Por: Nicolás G. Recoaro
Poca, creo que más bien nada, de la literatura de nuestra vecina Bolivia llega a éstas pampas. Y no porque sea escasa la producción literaria y poética que surge de las entrañas mismas del altiplano. ¿Y por que no hacer un acercamiento a tres experiencias de las letras andinas? Jaime Saenz, Víctor Hugo Viscarra y la Editorial Yerba Mala Cartonera, alta literatura que nace a más de 4000 metros sobre el nivel del mar.

Cuando uno decide habitar otra ciudad, también elige perderse y descubrir sus personajes, sus voces y sus letras. Piglia, en “El último lector”, explicaba que: “lo único que puede narrarse es un viaje, un desplazamiento por la corteza del mundo o un periplo –sólo en apariencia inmóvil- dentro de nosotros mismos, del que siempre, inevitablemente, se vuelve transformado, convertido en otro.” En algo me cambió ese deambular por los mercados de libros usados paceños, estratégicamente ubicados detrás de las surrealistas ferias de El Alto y de la Catedral de San Francisco, a pocos metros de las mamitas que no se cansan de ofrecer chicharrón de cerdo, platos paceños y picantes de pollo. Ahí estaban los libros bolivianos, con la banda de sonido de los voceadores de minibús y las vendedoras del mercado de las flores.
“Como que los escritores bolivianos tienen un trauma por no haber alcanzado reconocimiento a nivel internacional”, se quejaba un editor del suplemento cultural más reconocido de La Paz, cuando lo interrogaba por la falta de conocimiento de la literatura boliviana fuera del país. ¿A quién le importa el trauma? Yo seguía pasando por el mercado y los libros me llamaban desde las cajas de manzana que los guardaban con recelo. Fue así como conocí a un tal Jaime Saenz y a otro cuate escritor llamado Víctor Hugo Viscarra. Y juntos nos perdimos entre páginas tatuadas sobre la ciudad de La Paz, a casi 4000 metros sobre el nivel de las pampas, a escasos pasitos del cielo; donde también, una editorial cartonera, nacida en las vísceras de la ciudad de El Alto (“siempre de pie y nunca de rodillas”, como rezan los graffitis callejeros) hace libros con lo que quedó después de la caída de dos gobiernos neoliberales. La Yerba Mala de la nueva generación de escritores bolivianos tiene mucho por escribir y también por contar.

“Los cuartos” de Saenz

Dicen los entendidos que la literatura boliviana tiene su punto de quiebre a partir de la obra de este misterioso escritor y poeta llamado Jaime Saenz. La literatura saeziana, como gustan de llamarla los críticos especializados, intenta recuperar el espacio ocupado por el silencio del anonimato y de la dominación. El sentimiento de su obra poética y narrativa lo acercaron al simbolismo fundamental de la alquimia, tan cerca de la muerte y la resurrección. “El artista es un místico, al igual que el alquimista. En el ejercicio de la mística encontrará la materia prima de la obra”, le gustaba decir a Saenz. Con una obra poética pantagruélica y una novela (“la novela” de la literatura boliviana del siglo XX) “Felipe Delgado”, este hombrecillo enorme bordeó y exploró las zonas más oscuras del ser paceño (locura, alcohol, muerte). “El Jaime se internaba en la noche paceña, en los prostíbulos de cuarta y los vivía. A esta altura ya nadie sabe si Jaime Saenz era Felipe Delgado o viceversa”, me comentó el poeta Humberto Quino, en su biblioteca alojamiento sobre la calle Ortega, la que da al mercado de la calle Max Paredes, en pleno corazón paceño.
Pero hay un quiebre en la narrativa de Saenz luego del errar poético de Felipe Delgado, con “Los cuartos” (Ediciones Altiplano, 1985), Saenz se aleja del deambular nocturno y agitado, donde encontró su propia muerte, y lo cambia por el paseo calmo por los espacios de la luz y la vida de una pensión paceña, donde “los cuartos sumidos en penumbra, son grandes, fríos y desolados, y tienen olor a cotense, huaycataya, a chalona, y ha guardado”. Con personajes como La Tía, el Ismael y Soledad Vaca, la mirada de Saenz descubre, ya no el otro lado de la noche, sino el más acá de la vida. Huéspedes que tejen su existencia en la búsqueda de un espacio habitable, de una familia, de calor, o de un simple cuarto. Diálogos con la Tía, la octogenaria dueña del hospedaje, que completan la búsqueda de esos espacios, bien humanos, y encarnados en la desgracia y la soledad de cada uno de los personajes que habitan esos cuartos, pero que dejan ver la alegría y solidaridad estoica que implica habitar este mundo. El que puede acercarte a la soledad y el temor de la vejez de la Tía que sobrevive a todos los pasajeros: “yo siempre dije que la vejez tiene un olor. Le voy a contar una cosa. Yo he tenido la suerte de fumar opio; y lo único que digo es lo siguiente: para conocer el olor de la vejez, hay que fumar opio. El olor del opio no se olvida nunca (…) Todos mueren, menos yo. Y con los años que tengo, ya podría haber muerto cien veces”. Sobrevivir a todos en soledad, soledad de la muerte y de la vida que, después de todo, son las únicas que no mueren. Saez dejó este mundo en 1986.

El Bukowski boliviano

Los paceños cuentan que si te das una vuelta por los barcitos de mala muerte que están cerca del Cementerio General, podes encontrar ese mundo que caminó Víctor Hugo Viscarra, durante sus más de treinta años de vida en la calle. “El Bukowski boliviano”, me dijo el vendedor al que le compré “Avisos necrológicos” (Correveidile, 2005), cuarto libro de relatos de este escritor marginal paceño.
Víctor Hugo nació en la capital boliviana, un 2 de enero de 1951. “La Paz es una ciudad que odio. El frío, la marginación, todo me hace odiarla”, explicaba Viscarra sobre la urbe que lo maltrató desde su adolescencia. Y fue en aquellos años donde decidió que los caminos de la subsistencia en la calle y la escritura serían su destino. “Se podría decir que estoy demasiado emputado con mi existencia. Cada día que pasa, ni bien le estoy pescando gustito al sueño, ¡zas!, un puntapié disfrazado de negro me recuerda que tengo que levantarme y seguir caminando sin tener a donde ir. Porque para los miserables como yo, no existe el derecho de dormir nuestro cansancio encima de una tarima del pasaje Tumusla”, escupía Viscarra en Sobre llovido, llorado.
Narrador del margen y dueño de un lenguaje directo que atrapa, Viscarra escribe sobre lo que conoce: el insoportable frío paceño, el alcohol, la marginalidad. “Jamás podrán decir que Víctor Hugo escribía sobre lo que no sabía, como ocurre con varios escritores borders de moda”, me comentó la escritora y editora Virginia Ayllón. Relatos cortos y de un estilo similar al cross arltiano; historias autobiográficas que recuperan fragmentos de la vida errante donde el humor ácido y la agudeza se posan sobre la explotación que viven los marginados: “Y es que el k´epiri (cargador de mercado) es el mismo hombre que hace más de tres décadas ha llegado del campo a la ciudad (de donde más iba a llegar), y ante el rechazo que recibió tanto de los pobladores como de la misma ciudad, decidió quedarse a vivir en ella, aunque tenga que ser tratado peor que una visita indeseable”.
Viscarra eligió vivir en la calle hace más de tres décadas. Esas calles donde no tenía nada que perder, donde caminar la noche con un abrigo y su botellita fueron construyendo su universo. Solo unos papeles garabateados que atesoraba en los bolsillos de su saco, guardan esas caminatas nocturnas. Cuando pesaban demasiado, quedaban olvidados en cualquier rincón de un boliche o junto al banco de una plaza. Lo que atesoraba Víctor Hugo no necesitaba espacio físico. En su último libro vaticinó su muerte antes de llegar a los cincuenta años. Se fue en mayo de 2005, tenía 49 años.

La Yerba Mala de la nueva literatura

Los escritores alteños Crispín Portugal, Darío Manuel Luna y Roberto Cáceres crearon la editorial Yerba Mala Cartonera, en febrero de 2006. Un proyecto artístico editorial que ha revolucionado el escenario cultural boliviano. Tomando como matriz las experiencias de las editoriales cartoneras surgidas hace pocos años en Argentina y Perú –libros manufacturados con cartón reciclado, precios populares y un catálogo integrado por escritores y poetas latinoamericanos-, estos jóvenes alteños traen aire fresco y vanguardista a las letras bolivianas.
Crispín Portugal y Roberto Cáceres beben relajados sus mates de coca en un café sacado de un film de Almodóvar, en pleno centro de la Ceja alteña. “La yerba mala crece en cualquier parte, sobre todo en el lugar que tu menos la desees, y siempre se la quiere extirpar porque es molesta. Pero la vas a sacar y va crecer otra vez. Hemingway decía que los pobres somos como la yerba, crecemos en cualquier parte. Por eso nos ha gustado Yerba Mala porque nos van a matar pero van a venir otros atrás, una suerte de terquedad por la supervivencia, obstinación por sobrevivir”, explica Portugal. “También hay una fuerte relación con la Pacha Mama, la Madre Tierra, y se articula con la fuerte impronta femenina que guardan los nombres de las otras experiencias cartoneras de Latinoamérica”-Eloísa en Argentina y Sarita del Perú-, completa Cáceres.

-- ¿Cómo es su relación con el círculo literario boliviano y con las grandes editoriales?
R.C.--El ingreso a las élites literaria bolivianas se hace muy complicado para los jóvenes escritores bolivianos, y mucho más viniendo de El Alto. El círculo literario boliviano se autoalimenta, funciona con el antiguo sistema de padrinazgo y casi no le ha prestado atención al proyecto Yerba Mala Cartonera. Sin embargo, siento que de alguna manera, Yerba Mala ha comenzado a molestar a esos círculos cerrados, los ha comenzado a inquietar. Se dan cuenta que en El Alto se ha comenzado a generar otra literatura.

-- ¿Cómo es ser escritor alteño?
R.C.-- Onetti dice que hay personas que quieren ser escritores y hay otros que quieren escribir, y eso, en el fondo, no me parece sincero. Siempre, aquel que escribe quiere ser escritor, quiere intervenir y opinar. Quiere hacerse valer y mostrar algo. Desde ese punto de vista yo escribo. Además, siento que en El Alto se puede vivir una cuestión bien híbrida: la mezcla de la cultura occidental, la oriental y el aymara ha creado algo nuevo, y eso me ha motivado a escribir más de una vez.

-- ¿Cómo encuadra Yerba Mala Cartonera en la actual situación política de Bolivia?
R.C.-- Lo que ha pasado en octubre de 2003 nos ha obligado a empezar a mirarnos a nosotros mismos y plantearnos de que lado estábamos. Eso nos ha hecho pensar porque no podemos proponer algo desde aquí arriba, desde la ciudad de El Alto. En la carrera de literatura se repiten los autores, las estéticas, los temas, pero aquí arriba esta ocurriendo otra cosa

C.P.-- Siempre pensé que la literatura no debía marginarse plenamente del contexto político y social de una época. En ese sentido creo que la literatura debe constituirse en un ente interventor sobre la realidad, debe actuar y operar sobre ella. No en términos estrictamente políticos, sino como apertura y posibilidad de abrir otros puntos de vista, y creo que eso ha pasado desde la creación de Yerba Mala Cartonera.

Contacto cartonero:
www.yerbamalacartonera.blogspot.com

Catálogo cartonero

· Khari – Khari, Darío Manuel Luna
· Liberalia, Virginia Ayllón
· Los poemas de mi hermanito, Nelson Van Jaliri
· El arte nazi, Santiago Roncagliolo
· Sobre muertos y muy vivos, Gabriel Llanos Cernadas
· Poemas ocultos, Jessica Freudenthal
· Mi poncho es un kimono flamenco, Fernando Iwasaki
· De una vida, por una vida, hasta la vida…, Erika Loayza
· Almha, la vengadora, Crispín Portugal
· El bolero triunfal de Sara, Juan Pablo Piñeiro
· Línea 257, Roberto Cáceres
· Plenilunio, Gabriel Pantoja
· 27.182.414, Nicolás G. Recoaro
· Mi ticki cumbiantera, Washington Cucurto
· Confesiones de una samaritana, Banesa Morales
· Narciso tiene tos, Marco Montellano

1 comentario:

REEB dijo...

SORPRENDIDO POR LA R´´APIDA COMPRENSION DE LA LITERATURA BOLIVIANA... SIGAMOS LEYENDO.

SALUDOS. DARIO MANUEL