miércoles, 1 de agosto de 2007

FOGATAS ALTEÑAS


Crónica de las fogatas alteñas
Por: Nicolás G. Recoaro

El fuego de miles de fogatas dio calor a la noche más fría del año. Pese a las prohibiciones, los alteños se congregaron a festejar una celebración que combina la religiosidad, las creencias indígenas y la memoria popular minera.

Es sábado por la noche y, como es costumbre en esta ciudad que casi toca el cielo con sus techos, el frío ha comenzado a inquietar los cuerpos de los alteños que caminan apurados sobre el puente ubicado en la Ceja. “Va a hacer harto frío, pero las fogatas van a calentar la noche”, me cuenta Roberto, un muchacho que compra algunas estrellitas y cañitas voladoras antes de partir hacia su casa del barrio Alto Lima.
Es la noche de San Juan: la más fría del año (dicen los estudiosos y no tanto); la que conmemora el nacimiento de San Juan Bautista; la que coincide con el solsticio de verano en el Viejo Mundo; la de la memoria que no puede olvidar que en 1967, el gobierno del dictador Rene Barrientos asesinó decenas de mineros de las poblaciones de Siglo XX y Catavi; la que une al pueblo en fogatas que elevan su calor para calentar al débil sol invernal; la que pese a la prohibición de la Alcaldía, reúne a miles de familias en comunión y alegría; la que muestra que la ciudad de El Alto guarda magia en cada uno de sus barrios.
Edgar ofrece cajones de madera a “un bolivianito” desde el acoplado de un camión en la Avenida Juan Pablo II. “Hay venta, compadre. Le garantizo que llevándose unos siete, tiene fogata para toda la noche”, me sugiere el mercader alteño. Unas mamitas cargan la madera en un carrito y se internan en un callejón mal iluminado que da a la Avenida 16 de Julio. “Hay que apurarse, en un ratito tenemos que armar la fogata y tener lista la cena”, explica Elvira antes de comprar algunos fuegos artificiales para su wawua. Unas estrellitas y alguna bengala que terminarán iluminando la noche que comienza a caer sobre El Alto.
La campaña que llevó adelante la Alcaldía de La Paz para prohibir las fogatas de San Juan inundaron los medios de comunicación durante las últimas semanas. Los daños ambientales y el smog provocado por las fogatas en la hoyada fueron la razón que esgrimió la Alcaldía para vedar el fuego de San Juan. Pero en El Alto, la historia es muy distinta. “Aquí el pueblo no va a dejar de hacer sus fogatas. Es una fiesta que reúne a toda la familia y tiene mucho sentimiento. Usted va a ver a toda la familia haciendo fogatas para calentar al sol frío de está época”, me cuenta Marcos, un conductor de minibús que me lleva hacia el barrio Río Seco, el corazón popular de la urbe alteña.
Ya son más de las diez y las fogatas se multiplican en las calles de Río Seco, el frío aprieta pero las jarras humeantes de té con té ayudan en el arranque de la velada. “Es tradición que viene de nuestra cultura aymara. Hay que elevar las llamas para que calienten el sol, para que también nos den suerte para todo el año”, me explica Felipe mientras enciende un fósforo para dar mecha a la fogata preparada en la puerta de su casa. “A eso de las seis, cuando esté amaneciendo, hay hacerse mojar la nuca para que se cumplan los deseos”, me comenta Victoria y convida con unas salchichas empapadas en un picantito de llajua.
Las cañitas voladoras surcan el cielo mientras camino por las callecitas que rodean al mercado Carmen. Hay cinco o seis fogatas por cuadra. Los vecinos comparten vasos espumosos de cerveza que pasan de mano en mano. “Es una fecha para tener memoria de la masacre minera del ´67”, me explican dos alteñas que avivan una fogata con un poco de alcohol de quemar. “En gran parte, El Alto se formó por la inmigración minera desocupada del neoliberalismo y tenemos memoria de las luchas que tuvieron nuestros padres”, cierra la chica e invita a éste cronista a bailar un poco de morenada.
El ritual del fuego y el calor de San Juan unen a los alteños. Ya son casi las seis y las fogatas se multiplican por cientos en mi viaje de regreso hacia la hoyada paceña. Ya el sol comienza a despuntar tras el Illimany, la noche más larga del año termina. Las cenizas de las fogatas guardan los festejos y el calor de una noche helada, pero no para los miles que festejamos junto al fuego. Un chico juega con su estrellita y dibuja figuras en el espacio en el puente de La Ceja. La vista de La Paz deja ver una ciudad dormida. A mis espaldas, un tibio calorcito acompañado de cumbia me hace sentir que El Alto no ha dormido, que festeja y regala alegría, que está vivo y de pie.

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