miércoles, 27 de julio de 2022

Aniquilación: Michel Houellebecq amplía el campo de batalla

 La hoja de acero de la guillotina cae pesada. De un solo golpe rebana la cabeza del ministro de Economía. El video circula por internet, acompañado de unos extraños símbolos geométricos: microfiguras artificiales. Los ojos del funcionario no expresan libertad, igualdad y fraternidad. Sólo tristeza y una sorpresa inmensa. Pura sangre rojo gore.

Las imágenes no son del presente. Mucho menos de una marcha opositora en Plaza de Mayo. Comienza el año 2027. Francia navega sin prisa pero sin pausa rumbo a los comicios presidenciales con rígido, burocrático y afrancesado entusiasmo. El candidato favorito para llegar al Elíseo es Benjamin Sarfati, una star de burdo talk show que brilla sin brillo en la TV. El hombre fuerte detrás de su candidatura es Bruno Juge, el ministro de Hacienda que pierde la cabeza en el video. Su consejero en la cartera se llama Paul Raison, abatido cuarentón en caída libre.

“Algunos lunes de los últimos días de noviembre, o de principios de diciembre, tenemos la sensación, sobre todo si uno es soltero, de estar en el corredor de la muerte”. La primera oración del último libro de Michel Houellebecq (1958) es una declaración de principios. La novela se titula Aniquilación. Dicen, los críticos que saben, que es una “novela total”. ¿Qué será una novela total? En forma más modesta, se puede especular que el escritor francés más amado, odiado, temido y leído orquesta una fascinante reflexión –otra más- sobre el caótico mundo moderno. No hace falta decir una palabras más. ¿O sí?

Ni thriller esotérico, ni reflexión sociológica, ni relato intimista, mucho menos dramón familiar. Literatura a secas. De la buena. Aniquilación es más bien una meditación metafísica sobre la muerte, el dolor, el presente conjugado en tiempo cínico y, a pesar de todo, el amor. ¿Será el amor lo único que podrá salvarnos?

“A Houellebecq hay que leerlo con mucho cuidado”. Es un consejo que me dio una amiga hace un tiempo. Cuánta razón. Sus novelas cargadas con dosis desparejas de nihilismo, humanismo, decadencia y una pizca de romanticismo pueden ser trompadas que te dejan groguiAniquilación no es la excepción. Es más, el ex enfant terrible amplía el campo de batalla en su nuevo libro. Si algún lector sale indiferente después de devorar las más de 600 páginas de la novela, seguro no tiene sangre.

El autor de Las partículas elementales construye un fascinante patchwork de historias en Aniquilación: los hilos marketineros y especulativos de la campaña presidencial que encarna la metamorfosis de Bruno Juge –copia bastante fiel del actual ministro de finanzas galo Bruno Le Maire, de quien Houellebecq, dicen, tenía un retrato en su escritorio mientras escribía-; la veta de los misteriosos atentados contra un buque mercante en La Coruña, un banco de esperma en Dinamarca y un barco de migrantes africanos en las costas de Ibiza y Formentera; y las penurias familiares y conyugales del gris Paul Raison. Esta tercera franja atraviesa la novela de forma fascinante, luminosa y aún dolorosa. Un padre todopoderoso exespía jubilado aniquilado por un infarto cerebral, el fantasma de una madre escultora, una hermana chupacirios y derechosa, un hermano eternamente infeliz y un matrimonio cuesta abajo. Crudo retrato familiar a la altura de Dostoievski que manipula Houellebecq para hablarnos de un mundo que dejó de existir hace rato, de la melancolía, la piedad, el sexo, el afecto, la misericordia y cierta esperanza, mínima pero real. Cuando el amor es más potente que la morfina.

En enero pasado, pocos días antes de que Aniquilación llegara a las librerías francesas, Houellebecq se mató de risa de su éxito editorial en una entrevista concedida al diario Le Monde: “Escribo para obtener aplausos. No por el dinero, sino para ser amado y admirado”. Para acabar, el escritor comparó su oficio con la prostitución: “Uno es feliz dando placer”. ¡Chapeau!

Reseña publicada en Tiempo Argentino, por acá.

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