Los Odex

miércoles, 19 de octubre de 2022

Música para pastillas

Careta. Así entró Ezequiel al sótano dance a pasos de la avenida 9 de Julio. Arriba, un viento frío soviético que corta la cara como navaja. Abajo, la música para pastillas desata un infierno encantador. La procesión va por dentro de la caverna disco. La masa de danzarines sacude el esqueleto como en un video de los Chemical Brothers. Suena al palo algún clásico de clásicos popero. Tan obvio para una fiesta alucinógena bautizada La Popperazo.

¿Look? Anteojitos oscuros en plena oscuridad, pantalones gastados y remera arremangada para Ezequiel. Sin tocarse con sus colegas –bailar pegados no es bailar, en este antro–, el pibito de veintipocos se mueve en comunidad. Transpira fuerte en el under. “Después de la pandemia creo que necesitábamos sentir el calor humano. Dos palabras: amar y bailar hasta que no me den más las piernas. Llega el viernes y quiero salir un rato de la mierda de la semana, de los quilombos del laburo. Pegármela”, susurra el flaco al oído. Quizá tenga razón el santo yonqui William Burroughs: todo placer es un alivio. Ezequiel se gana el pan en una panadería de Florencio Varela. Entre viajes desde el conurbano profundo, algunos tragos y un par de pastis, el muchacho de 25 años consume en una noche una buena tajada de su mísero salario. ¡Es la economía, estúpido! Eze queda aletargado, como volando. Y después, desabrigado, mira una pared del sótano que lleva tatuadas unas líneas de un poema antisistema firmado por Dárgelos: “Soy muy puta y no trabajo para vos”.

Éxtasis. Todo el mundo y Ezequiel quieren éxtasis. “Ningún misterio. También pepa, porro, keta y alguna pasti piola. Hace un rato tomé una Donkey Kong. MDMA con carga alta, dicen, pero viste, nunca se sabe. Por ahora viene power”. ¿Costos? 3.000 devaluados pesos por comprimido.

“En pandemia la pegaba por 500. Inflación mal. Pero ni la pienso y me doy el gustito. Soy un laburante, vivo con mis viejos, familia de trabajadores. Pongo una moneda para la garrafa, la luz y el resto para disfrutar. Ya te dije, el afuera es una mierda. No queda otra que bailar. Hasta que me den las piernas”.

En el after de la pandemia florecieron en la ciudad de la furia tórridos ágapes clandestinos. La autogestión, el espíritu “hacelo vos mismo”, la experimentación con drogas y el escape al prohibicionismo estatal son los mandamientos que gobiernan las efímeras pistas furtivas de goce a puertas cerradas. Liberté, égalité, fraternité en el dancefloor.

Durante dos años, el coronavirus decretó un nuevo orden de los cuerpos. El régimen de aislamiento masivo y del no-contacto físico puso puntos suspensivos a la vida nocturna. “Sobrevivimos. Nosotros somos hijos de la pospandemia. Celebramos bailando”, explica La Chicone, santa madonna y uno de los motores de La Popperazo, fiesta nómade polisémica.

La Popperazo lleva varios volúmenes girando en casas, galpones, sótanos y algunos bares de variopintos barrios porteños. Detalla Chicone: “Proponemos un espacio de libertad. Venimos de largos meses de control fuerte del Estado. El filósofo Žižek hablaba de una vuelta del comunismo. Pero nada que ver, solo pasó en términos de vigilancia. No me molesta un Estado que ayude y dé oportunidades, pero no me gusta que prohíba. Por eso apuntamos a construir una comunidad bien abierta, sin moralismo. Acá bailás, tomás lo que querés, sos quien querés ser”. O, mejor dicho, quien podés. La Chicone reza: “Con 36 años, tengo un recorrido en la noche. Por eso me doy cuenta del momento duro que le toca vivir a la nueva generación de pibes y pibas. Se pensaba que la pospandemia iba a ser una suerte de ‘años locos’, pero no es tan así. Se los ve desencantados, podridos del mundo que les toca vivir. Por eso bailamos. Y no somos inconscientes, no hacemos apología del reviente, pero tampoco nos va ser moralistas. Hay toda una historia de la noche, la libertad y las drogas que viene desde las discos queer de los años setenta. No hay que ser hipócritas. Mejor ser responsables, que circule información. El Estado en ese sentido hace poco y nada. Solo prohíbe. Nos queda cuidarnos entre nosotros”.

Carolina Ahumada dice que tuvo suerte. Doce años atrás, cuando empezó a curtirse en el palo electrónico, en las raves cortaban el agua de los baños y era una utopía pensar en un grupo de voluntarios brindando asistencia a los clubbers que bailaban embichados. Grafica la socióloga de 30 años: “Eran otras épocas, con poca data. Sin embargo, siempre existieron esa capacidad de resiliencia y la empatía en la escena. El Peace, Love, Unity and Respect (PLUR) que viene del acid-house de finales de los años ochenta. Nos acompañábamos. Yo tengo una amiga que es como una chamana y me aconsejaba cómo tomar pastillas, cómo me iban a pegar. Información que pasaba de boca en boca. Ella me contaba que sacaba data de Internet, de foros como ArgenPills o de las páginas de las organizaciones de reducción de daños de afuera”. Nociones básicas: tomar agua si se consumen drogas para evitar un colapso, un golpe de calor o un shock serotoninérgico. Sortear un mal viaje. En criollo: no darse vuelta.

Hace unos años, Ahumada tuvo una epifanía cuando vio un posteo en Facebook. Era una foto de unos pibes entregando material informativo, agua, frutas y golosinas en una rave. Entró al perfil y descubrió el Proyecto de Atención en Fiestas (PAF), un colectivo hijo de la Asociación Civil Intercambios, institución que trabaja desde hace más de 20 años con mirada vanguardista en problemáticas de drogas. PAF nació a raíz de Time Warp, la tragedia en una fiesta electrónica en Costa Salguero que en abril de 2016 se cobró la vida de cinco chicos por el policonsumo de drogas adulteradas, la inacción asesina de los organizadores y la ausencia marca de autor del Estado. Diez años después de Cromañón no había cambiado nada.

“Me sumé como voluntaria. Sentí que tenía que poner el cuerpo. Por un lado el Estado sigue con las políticas de persecución y prohibicionismo, y en paralelo no hay políticas activas desde lo sanitario, la reducción de daños y la gestión del placer. Solo se estigmatiza a los usuarios”.

En abril pasado, en un festival cultural organizado por la Municipalidad de Morón, se repartieron folletos informativos sobre reducción de daños y riesgos entre los pibes que asistieron al evento. “Acordate estos consejos. El porro conseguilo de fuentes confiables. Con la cocaína y las pastillas andá de a poco y despacio. Tomá poquito para ver cómo reacciona el cuerpo”, se leía en los folletos. Los fieles de la perdida cruzada llamada pomposamente “guerra contra las drogas” pusieron el grito en el cielo.

Al principio, recuerda Ahumada, anónimos bardeaban al PAF por las redes. Les decían que los bancaba Pablo Escobar, que enseñaban a drogarse. Pero con los años el prejuicio sobre su trabajo desapareció. ¿Las claves? “Hablamos un lenguaje claro, honesto, que no juzga. El que se acerca a nuestro stand habla con un par que lo cuida –luego agrega a título personal–. Desde el Estado bajan línea con el discurso clásico ‘si te drogás, te morís’. Pero es falso. No te morís si te fumás un porro o tomás falopa los fines de semana para divertirte. Entonces no cierra y hay una distancia gigante. Es llevarlo a los extremos para vigilar y castigar, sos un delincuente. Nosotros apostamos a la información, a la reducción de daños y riesgos, al cuidado. Y la mejor forma para no sufrir riesgos es no consumir. Pero no somos hipócritas y trabajamos para ayudar a las chicas y chicos que van una noche a una fiesta. Donde no llega el Estado”.

El Estado tampoco estuvo presente para cuidar a los 24 fallecidos y 80 internados por consumir cocaína envenenada  que se vendió la noche del 2 de febrero pasado en los angostos pasillos de Puerta 8.

Un mes después de la tragedia, me acerqué a la humilde barriada del partido de Tres de Febrero. La tragedia había sido noticia efímera en los grandes medios. Recuerdo un monumento de Evita Perón en el acceso al barrio. También un patrullero de la Policía Bonaerense que hacía presencia pasiva.

El barrio lucía en la mañana refulgente una tranquilidad ejemplar. Hacía semanas que no se veía a los dealers, a la jauría de periodistas, a los funcionarios de turno que no funcionan. Eso sí, quedaba el parche de la custodia policial.

Albañiles, obreros, changarines, cartoneros, estudiantes, amas de casa viven en Puerta 8. Laburantes que llegan contando las monedas a fin de mes. Los vecinos me contaron del temor al abandono y el olvido. Venenos sempiternos que escupen las autoridades. En la capilla Virgen de Itatí me recibió el padre Adolfo Benassi. El cura villero fue clarito: “Los funcionarios, la policía y la justicia tienen que dejar de hacer la vista gorda en la política de drogas. Si no, son cómplices”.

Al dejar la barriada al mediodía ya no estaba el patrullero de custodia. Solo quedaba el busto de Santa Evita.

Condon Clú, Nave Jungla, Parakultural, Ave Porco, Pachá… “La Santa” Gabriela recuerda que bailó en mil y una pistas. Gogo dancer, performer, estrella distante de la noche porteña de las últimas décadas. También memoriosa. La Santa hace arqueología para entender el presente. Historia del after nacional. Desde la caliente primavera alfonsinista, pasando por los años duros y en éxtasis del menemato, los cuelgues en los 2000, hasta el presente indefinido pospandémico. “Los finales de los 80 eran rock and roll, apertura en todos los sentidos, performance en las calles. Me acuerdo de una con Los Triciclosclos, un cerdo vivo y yo con chorizos colgados del cuello. Años corporales, quizás medio violentos en la noche, con cocaína, mezcalina y ácido. Los recuerdo oscuros”, dice La Santa. Ecos de ruido blanco.

Entonces, a principios de los noventa, La Santa vio una luz: “Dijimos basta de lo oscuro, como tangueros, ‘chan-chan’, y llegó la electrónica, lo flashero, el color, la comunidad, todo el mundo en éxtasis. Sororidad. Como que estaba todo permitido. No tengo una mirada política, pero creo que los gobiernos de esos años no se daban cuenta de qué pasaba. Para finales de los noventa se puso todo más rígido”. De esos años, La Santa recuerda un viaje muy colgado: “En un after, tomando pastiketa, acostada en el piso abajo del DJ, aluciné con esa cultura de aliens que había. Me pasaban un mensaje de amor y disfrute de la vida. Lo sentí como verdadero. Me dio felicidad, y no es poco”.

Una sobreviviente. Así se autopercibe La Santa, que ahora trabaja como acompañante terapéutica y cada tanto se da una vuelta por el lado salvaje de la noche, con cautela y parsimonia: “Nadie nos cuidaba. Soy una sobreviviente de la noche, las drogas y el sexo, acordate del VIH. El Estado tendría que proteger. Perdí muchos amigos. Ojalá cambie”.

A contramano, la política punitiva y el prohibicionismo son las respuestas del Estado. Según el informe “La guerra contra lxs consumidorxs de drogas debe terminar”, publicado por el CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales) el año pasado, siguen las detenciones a lo largo y ancho del país: “Las y los consumidores de drogas son perseguidos todavía hoy en la Argentina. En distintos lugares del país, las policías les privan de la libertad y se les inician causas penales que aunque no prosperen funcionan como un castigo. Esto les ocurre a miles de personas por año, a pesar de que en 2009 la Corte Suprema de Justicia de la Nación declaró que la tenencia de estupefacientes para consumo personal es una conducta privada que está protegida por la Constitución Nacional y que, por lo tanto, la criminalización de quienes consumen es inconstitucional”.

Los guarismos hablan: “En 2018 habían ingresado a la justicia federal de la Ciudad de Buenos Aires 4.777 causas por consumo. En 2019, por el mismo motivo, ingresaron a la justicia porteña 19.275 causas. Esto implica un aumento de más del 400%. Desde enero de 2019 hasta agosto de 2020 se iniciaron 38.696 causas por delitos de drogas. Más del 75% (29.206) fueron por tenencia para consumo personal, y solo el 17% (6.706) por comercialización”. Políticas clasistas. El CELS asevera que, por decisión policial y de la política de seguridad, el consumo de drogas es un delito casi únicamente en las zonas más pobres de la CABA.

En la provincia de Buenos Aires, el panorama es igual de oscuro, con 47.927 “hechos delictuosos” de drogas informados en 2019. En general, detalla el informe, las detenciones por tenencia para consumo son una herramienta para legitimar la persecución de sectores postergados y el control del territorio por parte de las policías. Políticas de seguridad usadas para inflar estadísticas y construir así una falsa imagen de eficacia.

Alejandro Corda es abogado, docente universitario y operador del sistema judicial desde hace tres décadas. El hombre de letras sabe mares sobre las políticas de drogas argentinas y globales. Asegura que la denominada “guerra contra las drogas” ha sido desde su génesis una forma en que los Estados intervinieron contra las juventudes y las minorías: “Si en los años setenta era por el activismo político, en los ochenta y noventa empezó a construirse en la relación entre la juventud y la inseguridad urbana. La persecución del usuario sigue hasta nuestros días. Mi hipótesis es que las leyes de drogas son funcionales a las fuerzas de seguridad. Desarrollan prácticas instaladísimas de coerción. Las leyes se convierten en herramientas que les permiten armar causas, cazar en el zoológico, hacer estadísticas, o como quieras llamarlo”.

Los dos últimos años han sido substancialmente cannábicos. Crecimiento exponencial del autocultivo en la pandemia, reglamentación del uso medicinal del cannabis y el impulso del cultivo de marihuana con fines de industrialización para uso medicinal y productivo. El tibio gobierno del peronismo partido avanzó gradualmente por los senderos que se bifurcan. ¿Y del llamado “consumo adulto responsable” o recreativo? No hay novedades. Mucho menos si se abre el debate sobre otras drogas. Corda dice que sigue siendo un tema tabú: “Hubo cambios en la mirada sobre los usuarios, pero son graduales, sigue estando el estigma. Falta información y políticas de salud pública. Es un fenómeno complejo el del consumo. Vivimos en una sociedad de consumo exacerbado, donde cada vez somos más lo que consumimos y no lo que somos. Pensemos en la publicidad. Creo que es hipócrita cuestionar determinados consumos por el estatus jurídico de una sustancia, cuando todo el tiempo esta sociedad nos está llevando a consumir más y más”.

El deseo. Ese es el combustible que impulsa los viajes al final de la noche para la DJ Towa Ginger. Desde hace casi 30 años, Towa sale de excursión por el under porteño. Está en el gremio de las bandejas. Suele musicalizar las noches del mítico e inclusivo Club Namunkurá, experimento con 17 años bien montados. “Los noventa fueron crema: gente interesante donde sea y mucho para hacer. Pero para nosotras que nos montábamos era peligrosa la noche”. Dosis desparejas de glamour y calabozo. Años blancos y radiantes. Del auge de la cocaína peruana. Los tiros se festejaban –diría el escritor Nicolás Eisler– como un gol de Teófilo Cubillas.

Con el kirchnerismo en el poder, poscrac de 2001,  empezó a reinar el MDMA: “Afters interminables en el Palacio Alsina. Me acuerdo un domingo, ambulancias en la puerta, sacaban gente pasada. Yo me cuidaba, me cuido mucho ahora, pero jamás me hablaron de reducción de daños. Viste que afuera, en las fiestas te chequean qué tienen las pastillas. Eso nunca funcionó acá. Te la podés pegar con cualquier cosa. Así estamos, viste”.

Para Towa se vive una primavera de fiestas en la pospandemia. “La gente quiere estar bien y bailar. Se fue soltando de a poco, porque al principio había mucha paranoia. Ahora están como contentos. Debe estar relacionado con las pastillas. Antes había éxtasis, pero no tanto. Yo acompaño con las rolas. Te dije, la noche está relacionada con el deseo. Hay que buscarlo y dejarlo salir”.

La pasti empieza a pegar lentamente mientras hablo con el DJ y organizador Lucas Fisura. Madrugada en un caserón erecto en la parte más fabril de Barracas. El tecno acaricia sin discriminar. Noche larga del Club Fisura, otra de las fiestas que pululan por el under porteño en la pospandemia.

La génesis del Fisura fue en enero de 2020. La semilla la plantó un grupito de amigos en un caserón de Congreso. “Estamos fuera de lo comercial, un circuito paralelo, sin hipocresías, sin patovicas que te sacan las zapatillas en la puerta, nos cuidamos entre nosotros”, dice Lucas, encargado de animar el after, hasta que las velas no ardan.

Antes de hacer de las suyas con su set, Lucas me cuenta de su pasado como empleado precarizado en Burger King, del trabajo quemante, de la salida de emergencia que le brindaba la noche: “Por suerte ese es el pasado, creo que bailar nos ayuda a sobrevivir. El otro día vi Fiebre de sábado por la noche. Esa necesidad del personaje de Travolta de perderse, olvidar la semana y a la vez encontrarse en la fiesta”. Las palabras del pibe quedan rebotando en mi cabeza. En la noche profunda nos canta el tecno sus aceleradas canciones de cuna. Yo cierro los ojos, casi no siento las malditas piernas, pero sigo bailando.


Crónica publicada en la Rolling Stone, por acá.



Publicado por Nicolas G. Recoaro en miércoles, octubre 19, 2022 No hay comentarios:
Etiquetas: Rolling Stone

Samba del voto

 La misa ricotera del samba se celebra en Pedra do Sal. Todos los lunes, religiosamente, los fieles se congregan en la catedral a cielo abierto del samba carioca. El templo afro-brasileño está erecto en el popular barrio de Saúde, cerca del centro histórico de Río de Janeiro, al pie de un morro, sobre la rua Silva Pinto. “Pequeña África”. Así bautizó hace añares a esta barriada el compositor Heitor dos Prazeres, santo patrono del género junto a Cartola, Nelson Cavaquinho, Adoniran Barbosa y Aniceto do Império. Viejo mercado de esclavos y escenario de ofrendas a los orishás. Territorio bello, plebeyo, memorioso de la historia silenciada de los negros esclavizados. También, trinchera de los militantes del Partido de los Trabajadores (PT). Desde hace algunas semanas, en sus ruas empedradas se baila samba por un voto.

El próximo 2 de octubre Brasil elige presidente. El inicio de la campaña adelantó la primavera electoral en la Ciudade Maravilhosa. El mano a mano entre Jair Messias Bolsonaro y Luiz Inácio Lula da Silva se palpita en los 160 barrios cariocas. Desde Flamengo hasta Cinelandia, con paradas en Catete y Gamboa, sube hasta el morro de Santa Teresa por los arcos de Lapa, gambetea el Maracaná, se pierde por las pesadas favelas de la zona norte y se achicharra en las praias de Copacabana, Ipanema, Leblón, la cheta Barra da Tijuca y más allá.

La morocha Thais Ferreira es candidata a diputada federal por el PSOL, el mayor partido de izquierdas brasileño, aliado al frente que capitanea el expresidente obrero metalúrgico. Cuando cae pesada la noche tropical del invierno, Thais hace campaña en Pedra do Sal. La muchacha tiene 34 años y una sonrisa luminosa. Se gana la vida como diseñadora en artes visuales. “Nosotros defendemos los derechos de las minorías. Lo digo como mujer, como trabajadora, como luchadora social. Bolsonaro no es solo un mal para Brasil, sino para toda la humanidad”, dice la piba de cabellos eléctricos y dibuja la “L” de Lula con los dedos. Después dispara: “Fora Bolsonaro y su gobierno para pocos. Deja hambre, violencia y miseria. La peor crisis en 30 años”.


Los guarismos le dan la razón a la joven candidata. El número de personas que pasan hambre en el gigante sudamericano se triplicó en los últimos cuatro años bolsonaristas. Según un estudio de la Red Brasileña de Pesquisa en Soberanía y Seguridad Alimentaria y Nutricional (Red Penssan), 33 millones de personas viven en la miseria: el 16% de una población total de 212 millones de habitantes.

Cuando faltan pocos minutos para las nueve de la noche, los músicos sueltan amarras y así comienza una larga travesía por un mar de sambas en Pedra do Sal. Desde los parlantes: guitarras, cavaquinhos y surdos hacen de las suyas. En la plaza y sobre la rocosa tribuna, los fanáticos mueven el esqueleto con dosis desparejas de elegancia y frenesí. Se consigue cerveja y maconha por 12 reales, menos de tres dólares. Precios cuidados.


Thiago es abogado y militante petista de base. Envalentonado, reparte calcos con la cara optimista de Lula. Asegura que no le teme a la campaña del miedo bolsonarista: “Ellos hablan del fantasma del comunismo, nosotros de la realidad de pobreza, violencia y miseria que trajo su gobierno para ricos”. Sugiere un samba con esperanza del eterno Cartola, capo del morro da Mangueira, para animar al próximo gobierno. Se llama “Alborada”, amanecer. Thiago recita las primeras líneas al despedirse: “Amanece en el morro / Qué belleza / Nadie llora / No hay más tristeza”. El regreso de la alegría es el combustible que alimenta la campaña del PT.


***


Vinicius Martins patina en la Praça XV de Novembro, en el casco histórico de la ciudad. El skater es nacido y criado en el morro da Providência, la más antigua de las favelas cariocas. “Lula o Bolsonaro son lo mismo, porque el sistema entero es corrupto.” Al presente de Brasil, Vinicius lo resume con el título de un clásico punk de los paulistas Ratos de Porão: “Crucificados pelo sistema”. Entre ollie y ollie, el pibe cuenta que da una mano en su barriada. Es docente y ayudó a construir un skatepark en el postergado morro: “Puro trabajo de la comunidad, cero política. Somos negros, jóvenes, pobres, nos persigue la policía por vivir en la favela. Nos ayudamos entre nosotros.” Totalmente descreído, en octubre el skater va a ir a votar tapándose la nariz: “Prefiero a Lula, que es un corrupto que algo hizo por los pobres, como darles la posibilidad de estudiar. Bolsonaro es un fascista, un homofóbico, un negacionista de la pandemia, un militarista. Que se vaya ya.”

En el gremio textil trabaja Lilian. Tiene un local en el barrio de Saara, un popular Once carioca. La mujer es hija de sacrificados migrantes peruanos, diseñadora de modas y dealer de remeras rockeras: Sepultura, Angra y sigue el parnaso metalero. Confiesa que viene de tres años al hilo de una malaria letal: “Todavía pago las deudas de la pandemia que el presidente Bolsonaro negaba. Cerraron muchos locales y murieron muchos amigos por el coronavirus, una masacre.” Lilian cuenta que es adventista. Su fe la acercó al credo del cristiano Bolsonaro en las pasadas elecciones: “Creí en su discurso pro-vida, familiar, de valores. Pero me defraudó al poco tiempo. No puedo soportar la forma en que trata a las mujeres, con soberbia. Le perdí la fe.” Para describir al Brasil actual, Lilian se queda con el clásico de clásicos “Qué país é este?” de Legião Urbana, figuras rutilantes del tridente ofensivo del rock brasileño ochentoso junto a Os Paralamas do Sucesso y Titãs. Suenan los versos del fallecido Renato Russo: “En las favelas / En el Senado / Suciedad por todos lados / Nadie respeta la Constitución / Pero todos creen en el futuro de la nación”.


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El Centro comercial de Río de Janeiro está caliente, ardiente, quente. Como en las crónicas virtuosas del periodista João do Rio, el alma encantadora de las ruas late en marchas, banderazos, cánticos, propaganda y folletos. Mateo dos Santos labura cerca de la Praça Tiradentes, a pasitos del soberbio edifico del Real Gabinete Portugués de Lectura. El joven de 27 años se gana el pan en un sebo de libros de segunda mano, pero primerísima calidad. Por 15 reales, Dos Santos ofrece obras excelsas de Rubem Braga y Lima Barreto. El pibe puede dar cátedra sobre literatura brasileña. También analiza la historia contemporánea de su país: “Crisis, carencias, inseguridad. La gente no tienen ni para comer y este presidente no liga nada. Se ven pobres por todos lados”. Dos Santos debe volver al trabajo, pero deja una reflexión postrera: “Para entender los años de Bolsonaro le recomiendo leer a Orwell, vivimos una distopía.”


Nelson Esteves vende toallas cerca de la estación Uruguai del metro carioca. Creyente de la mano dura, está con Bolsonaro y las manos invisibles del mercado neoliberal: “No quedó nada de los gobiernos de Lula. La corrupción y la inseguridad fueron su legado.” Entre las mil y una toallas que ofrece a los distraídos pasajeros, se destaca una que muestra la cara del exmilitar. Lleva tatuada una consiga: “Brasil por encima de todo y Dios por encima de todos.” Esteves asegura que es la que más sale.

El tachero Wagner empieza a trabajar al amanecer. Pila de horas en un eterno retorno hasta las playas de Copacabana. Pese al cansancio, anda radiante por el presente exitoso de su equipo, el Flamengo. Para celebrar el triunfo ante el San Pablo, Wagner degusta bolinhos de camarón en un boteco popular de Ipanema. Dice que sin dudar votará al excapitán del Ejército: “No quiero ladrones en el gobierno. Eso es el PT.”


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Sérgio Rica es un poeta de Pernanbuco, la ciudad que vio nacer a Lula. Vende sus libros en bares del centro. Confiesa que apoya a su paisano nordestino: “No me gusta el país del impeachment, que Bolsonaro se vaya por el voto popular.” Si tiene que elegir a un colega para contar la realidad brasileña, sin dudar se queda con los versos de Caetano Veloso. Recomienda el tema “Podres poderes”, poderes podridos: “Nunca haremos más que confirmar / La incompetencia de la América católica / Que siempre necesitará tiranos ridículos / Lo es, ¿verdad? / ¿Qué será, que será? / Esta estúpida retórica mía / Tendrá que sonar, tendrá que ser escuchada”.


Hay fiesta en la Parada do Ouvidor. El funk carioca le pelea cuerpo a cuerpo al samba. Dida es productora musical y hace campaña por el PT: “Tiene que venir un cambio, así no podemos seguir. Los que trabajamos en la cultura somos vistos como enemigos por Bolsonaro, que es un conservador. Para él, la cultura es puro entretenimiento. La cultura es mucho más. Es trabajo, es inclusión, hace girar la economía.” Para Dida, los desafíos que deberá enfrentar el próximo gobierno serán colosales: “Estamos hundidos, pero Lula ya nos sacó a flote en el pasado. Confío en su experiencia.” Se despide cantando una canción de Chico Buarque. Se titula “A pesar de você. Chico la escribió en 1970 y estaba dedicada al general Garrastazu Médici, presidente de la dictadura militar brasileña que admira Bolsonaro. Es un himno contra el autoritarismo que suena demasiado actual: “Hoy es usted el que manda / Lo dijo, está dicho / Es sin discusión, ¿no? / Toda mi gente hoy anda / Hablando bajito / Mirando el rincón, ¿vio? / A pesar de usted / Mañana ha de ser / Otro día”.

Crónica publicada en la Rolling Stone, por acá.


Publicado por Nicolas G. Recoaro en miércoles, octubre 19, 2022 No hay comentarios:

Vegan Fest en BA

 Manuel Martí es pionero del veganismo y la lucha por los derechos de los animales en estos pagos. Argentina. El llamado «país de la vacas». Vaquerías, saladeros, mataderos, frigoríficos: la insaciable industria de la carne alimentó nuestro modelo de nación desde su génesis. Quizá lo sigue haciendo hasta nuestros días (aunque hoy se entremezclen factores económicos y monetarios para que comprar un kilo de asado no sea una utopía). ¿Acaso los gurúes del subdesarrollo no dicen que el futuro argentino está atado a la patagónica Vaca Muerta?

Animales que son productos. Vida y muerte mecanizadas. Desde hace demasiados años, cada vez más dicen basta. Más de cinco millones de personas. «No va más este modelo».

Martí es activista en este gremio. Mientras alista los últimos detalles de la 17º edición del Vegan Fest, el evento en la materia más importante de Hispanoamérica que se desarrolla este fin de semana en el Palacio San Miguel con entrada gratuita, el director de la Unión Vegana Argentina (UVA) cuenta que dejó de comer carne en la década del ’70. Poco tiempo antes de que la dictadura transformara nuestro país en un matadero a cielo abierto. En diálogo con Tiempo, recuerda esa decisión que le cambió la vida: «Tenía 18 años. En esos tiempos era muy raro cruzarte con un vegetariano. No había nada de información y menos grupos de vegetarianos locales. Solo algún libro naturista y lo que llegaba por organizaciones como la Gran Fraternidad Universal y la Fundación Hastinapura. Medio hippie y contracultural. Sumale el cerrojo de los milicos y sus condimentos».

Martí se gana el pan como comunicador. En aquellos años juveniles, se las rebuscaba como artesano. En la feria de la porteña Plaza San Martín, vio que un colega no se despegaba de un libro gruesísimo: «Una obra del doctor Eduardo Alfonso, un médico español. Manual de 40 lecciones de medicina naturista. Me llamó la atención y lo compré. Me atrapó, sobre todo la parte que hablaba de carnivorismo». Por esa lectura dejó el asado para siempre: «Me bajó la ficha de que era una vaquita. No comí más carne. No quería ser más cómplice».

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, cada segundo son sacrificados 2000 animales en el mundo. Una operación masacre en el reino animal.

En el año 2000, Martí fundó la UVA. «Teníamos algunos antecedentes, como la Asociación Naturista de Buenos Aires, del 1900, que eran vegetarianos. Cuando llegó internet, descubrí la International Vegeterian Union, que tenía más de cien años de vida. Les escribí y me propusieron hacer unas traducciones. Me convertí en activista. Así fuimos creciendo mucho. Algo que parece paradójico en el país de la carne. Estamos a la vanguardia».

En 2019, precisa el decano de la UVA, hicieron una encuesta con la prestigiosa consultora Kantar, que repitieron en el pandémico 2020, sobre la cantidad de vegetarianos en nuestro país. Los guarismos dicen que el 12% de la población argentina es vegetariana o vegana: «Casi 5 millones de personas sin sumar a los flexivegetarianos, que son otro 12%, que comen poca o nula carne por semanas. Y es loco, pero no hay políticas de Estado para más de 10 millones de personas».

Martí precisa que el veganismo es una posición ética que rechaza el uso y la explotación de animales para cualquier fin: alimentación, vestimenta, experimentación, transporte, entretenimiento. «El veganismo nace del vegetarianismo, que estaba concentrado en la alimentación. Igual, siempre hubo vegetarianos con mucha ética que no usaban cueros, ni pieles», acota.

Sobre el rol del Estado y las políticas públicas en materia vegana, Martí no guarda demasiadas esperanzas: «Los muchachos están en otra dimensión, porque tienen intereses en el agro y la ganadería. Jamás los políticos van a sacar una ley que defienda a los animales, porque viven del mal que les hacen. Miremos la soja transgénica que es para alimentar ganado o la industria de la carne que según las Naciones Unidas, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) y el Acuerdo de París es la que más contamina el planeta. Ni los animales, ni nuestra salud, ni el planeta que habitamos les importan. Son malas personas, solo les interesa el gustito que sienten cuando comen animales y las ganancias».

Información y activismo. Esa es la receta que propone Martí a la hora de difundir el veganismo: «Están cambiando los paradigmas de consumo. Ahí está el poder, y la información ayuda mucho en ese sentido. La gente no quiere ser más partícipe ni cómplice de las matanzas. Este escenario se ve mucho en las nuevas generaciones, que quieren un cambio, porque les estamos dejando una bomba atómica».

¿Alguien duda de que somos la especie en peligro de extinguirlo todo? «Sin duda que no –sentencia Martí–. Por eso creamos el Vegan Fest hace tantos años. Para detener esta locura. Participan decenas de profesionales que muestran evidencia científica y empírica de los beneficios del veganismo no solo para los animales, que eso ya se sabe, sino para todos, para nuestra salud, para nuestro planeta. Médicos, antropólogos, filósofos, ingenieros, abogados, cocineros, emprendedores, activistas y artistas que ponen su granito de arena para que estemos mejor». «

Publicado en Tiempo Argentino, por acá.

Publicado por Nicolas G. Recoaro en miércoles, octubre 19, 2022 No hay comentarios:

Thrasher Death Match: un domingo poseído por el skate

 Pateando el océano de asfalto de la avenida Corrientes. Haciendo equilibrio sobre sus tablas. Así llegan hasta las puertas del complejo Artemedia las tribus de skaters. Es una jornada de fiesta para les muchaches del tablón. No es para menos, en el espacio enclavado en la Chacarita se celebra la primera edición del Buenos Aires Thrasher Death Match. El festival fue creado arriba del Río Bravo hace algunos años atrás por la canónica revista Thrasher, biblia de los adictos al deporte extremo. Con varias ediciones en Estados Unidos, es su debut en tierras latinoamericanas. El ágape combina dosis desparejas de skateboarding y amplia cultura rock. Pinta un domingo poseído por piruetas salvajes en las rampas, patinadores sagrados y el rock duro sobre el escenario. Entonces, no queda otra que subirse a la madera, patear con fuerza y rodar.

El Artemedia muestra una convocatoria ejemplar. La crema y nata del skate nacional pulula por el complejo. Glorias de la vieja escuela, estrellas rutilantes del presente como el marplatense Milton Martínez y pibitos que todavía no han sufrido 15 primaveras en el planeta Tierra. También dice presente un equipo de riders llegados desde Gringolandia para mostrar sus dotes. En la rampa coronada por un Obelisco vuelan por los aires sin miedo a romperse los huesos.

“Quién iba a decirlo, la nuestra era una auténtica cultura underground, bien marginal. Si hace 30 años me decían que iba a haber un festival así de grande, me cagaba de la risa”, confiesa Carlitos, docto miembro de la old school llegado desde zona sur con sus hijos. El muchacho de canas aclara que pertenece a una generación marcada a fuego por el espíritu autogestivo, resumido en el lema punk “hacelo vos mismo”: “Por el skate aprendí inglés, para leer revistas de afuera como la Thrasher; me enseñó a usar herramientas para armar las pistas, me curtí como fotógrafo, y conocí buena gente”. Después recuerda algunas caídas antológicas que sufrió de pibe. En el hospital, se agranda, tenía una historia clínica del tamaño de la Enciclopedia Británica.

Surf del cemento, tribu contracultural o negocio multimillonario, el skate, nacido en California en los ’60, tiene un universo propio en la Argentina, con figuras legendarias, rampas emblemáticas y enfrentamientos con la ley, ahora, pasados de moda. “Esa es la historia, hermano. Tuvimos patinadas, pero no fueron caídas, mirá toda la gente que vino”, se despido Carlitos y luego se pierde en el mar de pibes y pibas que bailan ska al ritmo de los Sombrero Club. Al toque, los pesados Against nos dan una trompada en la jeta con su sinfonía de la destrucción thrashera. Pegaditos, los Da Skate  desatan un pogo intenso, digno de “Jijiji”. ¡Ojo con el punki grandote de cresta y casaca curtida de Black Flag! Si nos choca podemos terminar en terapia intensiva.

Pasadas las 21 es el momento de batallar. Una docena de skaters se juegan la vida en el Death Match. Es una pelea cuerpo a cuerpo en la rampa. El que termina de pie se queda con un generoso premio de unos miles de pesos devaluados. Espectáculo de aires medievales, sobre rueditas.

Antes de que den las 12, la noche se pone más industrial con los Blood Parade. Todavía nos queda el podio para cerrar la fiesta a lo grande. Con el punk narcótico de Loquero llegan los fantasmas de la FORA, la anarquía y la poesía al festival. Un infierno encantador. Pasada la medianoche es el turno de Arde La Sangre, el cuarteto heavy que es el nuevo proyecto de dos viejos conocidos del metal pesado argentino: Marcelo “Corbata” Corvalán y “Tery” Langer, ex Carajo. Dejan el escenario en llamas para los Massacre Palestina.

Pasada la una y media del lunes, mientras afuera se derrumba el capitalismo, la banda de Wallas arranca con una versión, obvio, psicodélica de “All Tomorrow Parties” de la Velvet Underground. Padre fundador del skate nacional, Wallas agita a los chicos que zamarrean las tablas en el pogo. Van a sonar clásicos de clásicos inoxidables. Muchos de su EP seminal, el que en su tapa rezaba Buenos Aires Sub Atomic Skate Sounds. Será un viaje en una patineta cósmica. Hasta el fin de la noche y más allá.

Publicada en Tiempo Argentino, por acá.

Publicado por Nicolas G. Recoaro en miércoles, octubre 19, 2022 No hay comentarios:

Sangre joven

Pibas y pibes que con suerte arañan los 20 años. “Just kids”, diría Patti Smith. Ellos son los protagonistas de las ocho crónicas que engordan Sangre joven. Matar y morir antes de la adultez, el libro del periodista Javier Sinay. Una delicada, documentada y a la vez filosa obra de no ficción que reúne historias donde los jóvenes son víctimas y victimarios. Los que matan y, sobre todo, los que mueren.

Publicado por primera vez en 2009, Sangre joven se ha transformado en un referente de la crónica latinoamericana contemporánea, junto a libros como Cuando me muera quiero que me toquen cumbia, la joya que parió Cristian Alarcón en 2003 para contar la acelerada vida y obra de «El Frente» Vital, púber Robin Hood del conurbano norte que terminó acribillado por la maldita policía. En 2010, el libro de Sinay ganó el Premio Rodolfo Walsh a la mejor obra de no ficción en la española Semana Negra de Gijón. El periodista es autor también de los libros Camino al Este, Cuba Stone y Los crímenes de Moisés Ville.

Acertada, entonces, la decisión editorial de Tusquets a la hora de reeditar el libro de Sinay, en esta entrega con el plus de dos historias que actualizan la pesquisa original del cronista. Una de ellas, “Rápido. Furioso. Muerto. El desenlace de Axel Lucero”, publicada en la revista Rolling Stone en agosto de 2014, obtuvo en 2015 el prestigioso Premio Gabriel García Márquez de Periodismo en la categoría texto. Una crónica sobre un pibe de familia proletaria de La Plata que probó el vértigo de la mala vida y una tarde de verano intentó robar una Honda Twister sin medir riesgos. Fascinante fresco sobre la velocidad y la pasión por las motos, la falta de oportunidades para los jóvenes y la ilegalidad en el cinturón conurbano.

Federico tenía 20 años cuando encontró la muerte en una noche de boliche. Andy confiesa en su diario íntimo cómo mató a un chico en la bailanta S’Combro. Junior estaba en la secundaria cuando disparó contra sus compañeros. Marilyn, una piba trans, pasa sus días en la cárcel por matar a su mamá y a su hermano. Crímenes, masacres, asesinatos que fueron publicados en la sección policiales de los grandes medios. La mayoría, noticias efímeras que muchas veces vemos con indiferencia en las portadas. Ese es el punto de partida de Sangre joven. En su libro, Sinay va más allá del abordaje tradicional de los “casos”. “En mi narración no intenté revelar por qué alguien que muchas veces no tiene permiso para tomar alcohol ni para votar elige matar, ni tampoco indagué en las estadísticas criminales de los adultos jóvenes y los menores; lo que perseguí, en cambio, fueron las claves para retratar ese universo juvenil y a sus personajes, dejando de lado los estereotipos”, dice el autor en la introducción. Una deriva que lo lleva por agitadas discotecas, populares bailantas, picantes canchitas de fútbol, grises arrabales, placitas amorosas, colegios tristes, locales de comida rápida, tribunales lentos y, obviamente, la escena del crimen.

Prosa fina, lúcida y vital alimenta los textos de Sinay. Aires de Jon Lee Anderson, del viejo Caparrós y algunas piscas irónicas del notable Osvaldo Baigorria. Crónicas ejemplares que no juzgan, más bien acompañan a los jóvenes para comprender la complejidad de sus vidas. Periodismo del bueno.

Sangre joven es también un retrato de la generación nacida en la postrimería del corto siglo XX argentino. Pibes y pibas desangrados por las crisis, el gatillo fácil, la intolerancia, la violencia sempiterna de las instituciones y el no futuro. A sangre fría, condenados por los adultos.

Publicada en Tiempo Argentino, por acá.



Publicado por Nicolas G. Recoaro en miércoles, octubre 19, 2022 No hay comentarios:

La H no murió

 Las metaleras Graciela y Susi son amigas desde muy purretas. “Dos brujitas pesadas, compañeras desde las noches en la disco Halley, querido. A Helloween lo seguimos desde los ’80, ni nos preguntes la edad. Hoy queremos metal de la Calabaza, no purecito”, bromean a coro las coquetas señoras ataviadas de estricta etiqueta negra, antes de ingresar al Luna Park.

El telón de noche cae pesado en el bajo porteño. Entonces, el Palacio de los Deportes abre sus puertas en la velada del domingo al power metal. Aquelarre heavy animado por dos pesos pesados europeos: los alemanes Helloween y los suecos Hammerfall, en el marco de la gira United Forces, producida en estos pagos por NWM. Las hordas metálicas están listas para disfrutar de un infierno encantador.

Repleto. Así luce el estadio parido por Tito Lectoure. En el campo, el pullman y los coditos no cabe ni un alfiler. Hay pibes, pibas, veteranos, veteranas, familias enteras: metal para todes. Sobran tachas, cuero y cuernitos. Un fresco digno de Goya. Leonardo es docente, fotógrafo y heavy desde la cuna. El elegante cuarentón de remera de Judas Priest disfruta una cerveza –¡mil devaluados pesos la lata!-, antes de que los escandinavos de Hammerfall salgan al ruedo. Arriesga el docente de Historia llegado desde Villa Urquiza: “Hace 20 años que el heavy metal es europeo. Los gringos perdieron la brújula, pero les quedan los dólares. Y hablando de verdes, con el lío de reservas que tenemos acá, cómo les pagarán a estos europeos. Por ahí se pueden llevar tubos de gas. Con el tema de Ucrania, está carísimo en el viejo mundo. Putin es heavy en serio.”

Los Hammerfall te dan un martillazo de  power metal en la cabeza desde el arranque de su show. Nacida en los años noventa, la banda de Gotemburgo supo ganarse su espacio en un país más afecto al paladar negro del death metal. Siguen vigentes: presentan el disco Hammer of Dawn y sus clásicos inoxidables superan el millón de oyentes al mes en Spotify. El guitarrista Oscar Dronjak y el cantante Joacim Cans son una dupla intratable. No son simples teloneros que suben para cumplir. Brillan en sus odas al fiel martillo, la épica vikinga y el más puro metal clásico. El rubio Dronjak termina el recital prendido fuego, en cuero y agitando su guitarra martillo. Conmovedor.

Con puntualidad alemana, a las 21:30 se enciende una calabaza gigante sobre el escenario y los Helloween dan inició a su festín desnudo con la formación que soñaron muchos de sus fans y se hizo realidad en 2017: el regreso de los históricos Michael Kiske (voz) y Kai Hansen (guitarra). Ni krautrock, ni electrónica vanguardista, ni polka, los oriundos de Hamburgo son los padres del power metal, el subgénero que combina dosis desparejas de velocidad, arreglos melódicos y técnica instrumental. Dominan el escenario desde principios de los ochenta. Con “Skyfall”, “Eagle” y “Mass Polution” despabilan al monstruo. Entonces, el campo empieza a sacudirse duro y parejo con el pogo. ¡Ojo con el grandote de remera de Maiden que nos puede noquear!

Le siguen “Power”, “Save Us” y un popurrí de clásicos de clásicos que llevan la voz del mítico Kai Hansen, responsable de las guitarras con el pesado Michael Weikath y Sascha Gerstner. La dupla de cantantes conformada por Michael Kiske y Andi Deris sale siempre bien parada. Camperas de cuero rojo y negro, como la novela de Stendhal, para la dupla de cantores sobrenaturales. Con el cierre llega “Dr. Stein”, “Perfect Gentelman” y esa joyita power titulada “I Want Out”. Lluvia de papelitos, guitarras por los aires y cuernos dibujados con los dedos. Sin dudas, Helloween sigue vivito y coleando. La H no murió.

Publicada en Tiempo Argentino, por acá.

Publicado por Nicolas G. Recoaro en miércoles, octubre 19, 2022 No hay comentarios:
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Nicolas G. Recoaro
Altiplano, Argentina
Licenciado en Cs. de la Comunicación, periodista y documentalista. Publicó "27.182.414" (Yerba Mala Cartonera, 2007), "Alta en el cielo. Narrativa boliviana contemporánea" (La Hoguera, 2009), "Los Chongos de Roa Bastos. Narrativa contemporánea del Paraguay" (Santiago Arcos, 2011) y "De la Tricolor a la Wiphala. Narrativa contemporánea de Bolivia" (Santiago Arcos, 2014), estos dos últimos con Alfredo Grieco y Bavio y Sergio Di Nucci. Sus crónicas aparecen en las antologías de no ficción "Bolivia a toda costa" (El Cuervo, 2011), "Por los caminos del Che" (Sudestada, 2012) y "Hora boliviana" (El Cuervo, 2015). Integra la productora documental Colectivo 7, que realizó los documentales "Tantawawas. Memoria del Indoamericano", "Yerba Mala" y "Cholita paceña" (Galardonada con el premio Registra en Curt 2008). Trabaja en el diario Tiempo Argentino. Colabora en los suplementos Radar, Radar Libros, Soy de Página 12; la revista Rolling Stone; en los suplementos Ideas y Rascacielos de Página Siete (Bolivia), en el periódico Renacer, la revista Jallalla!, la revista Hecho en Buenos Aires, en El Gráfico Diario y el dominical Miradas al Sur.
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