miércoles, 7 de noviembre de 2018

Apología del cuero



“Hoy vine a ver al ‘Pelado’ Halford, el rey del cuero”, explica un motoquero a los impávidos patovicas, en el acceso a Tecnópolis, frente a la Avenida General Paz. “A los muchachos les sacaron las muñequeras, a mí me piden que deje el cinturón. Toca Judas, heavy metal, hermano. No es Tini Stoessel, qué quieren, que vengamos en tutú”, se resigna y deja su pesada bijouterie este caballero rodante, llegado desde el Conurbano Sur. Un personaje digno de los primeros films de Campusano. “Ya fue -se despide el motero- hago cualquier cosa por ver al Pelado”.
El predio de Tecnópolis luce un vacío ejemplar. Una metáfora digna del estado de precarización del arte, la ciencia y la tecnología que predica el gobierno de Macri. En oposición, el estadio indoor se muestra casi lleno: salvo los codos, está repleto de fieles metaleros que se acercaron para disfrutar de la segunda edición del Solid Rock Festival. “Casi tres lucas la entrada para el campo. Mirá si no hacemos sacrificios para seguir a Judas. No queda otra, querido, seguiremos peleándola. Luchando por el metal”, dice Gustavo, comerciante matancero, desde el corazón del pulcro Beer Park del estadio. Un espacio bien custodiado desde las alturas por una pantagruélica obra de Marcos López. Colorido arte pop latino que en el fondo no desentona entre tanto cuero oscuro. Cultura popular. El viejo Gustavo deja ver su elegancia ataviado con un gorrito leather, gafas ahumadas, tapado largo dark y pesadísimos borcegos al tono. Estricta etiqueta negra.
Tres créditos locales son los encargados de encender la maquinaria pesada: Humo del Cairo y su tupida psicodelia stoner; luego irrumpen los Helker, power metal afiladísimo; y el cierre para el dúo de progresismo heavy bautizado ON-OFF. Mucha entrega, que lamentablemente fue premiada con aplausos tibios. 
A las 19:30, con puntualidad británica, la avanzada foránea se desata con los Black Star Riders. La “súper” banda formada por ex miembros de Thin Lizzy y Ratt no le mueve ni un pelo al campo. Hard Rock envasado al vacío. Disfrutaron sólo unos pocos seguidores.
Cuando los Alice in Chains suben al escenario, es cuestión de cerrar los ojos y dejarse llevar en un viaje mental de regreso hasta el inicio de los años noventa. Tiempos dulces del vaquero guerrero Bush padre en Gringolandia y también del nefasto menemato neoliberal en estos pagos. ¿La banda de sonido? No se duda, allá y acá, el tsunami grunge parido en Seattle. Un parnaso conformado por Nirvana, Pearl Jam, Soundgarden y los más pesados, oscuros y densos de la nueva ola, los Alice in Chains. Pasaron las décadas, los jugadores (al frontman Layne Stanley lo alcanzó la parca heroína en 2002), pero la  fórmula sigue intacta. Aunque los muchachos comandados por el héroe de la guitarra Jerry Cantrell arrancan fuerte con “Check My Brain” del año 2009 y el novísimo “Never Fade”, su narcótico sonido empieza a pegar con gemas como “Again” y los rabiosos “Them Bones” y “Dam That River”, clásicos de clásicos de su sucia obra cumbre Dirt (1992). Se destaca la base del bajo de Mike Inez y el golpe de Sean Kinney siempre preciso, en su lugar. Aunque no cuenta con la garganta desgarradora de Stanley, el morocho enrulado William DuVall está a la altura. “Angry Chair”, “Man in The Box”, “No Excuses” y “Would?”: perlas negras. El cierre es para “Rooster”, el tema que Cantrell dedicó a su padre, veterano de la Guerra de Vietnam. Ese poema antibelicista que arranca diciendo: “Aún no encuentran la manera de matarme”.
El prólogo del cierre a toda orquesta con Judas Priest sobre las tablas comienza con un homenaje. Desde los parlantes suena “War Pigs” de Black Sabbath, como oración pagana e invocación antirreligiosa a los padres fundadores del heavy metal. Amén.
Los comandados por Halford rompen el hielo con “Firepower”, incendiaria pieza que da título a su nuevo disco (¡el 18º de su dilatada carrera!), salido del horno hace pocos meses. El Pelado irrumpe en escena enfundado en una metalizada chaqueta de motoquero galáctico. Recorre el escenario con parsimoniosa teatralidad a sus jóvenes 67 pirulos. Un Tom of Finland que sodomiza el micrófono con sus agudos imposibles para cualquier mortal. 
Pasan “Sinner”, “Ripper”, “Turbo Lover”, “Freewheling Burning” y “You’ve Got Another Thing Comin'”. La maquinaria metálica de Judas es una aplanadora. La alimentan el bajista histórico Ian Hill, Andy Sneap y el blondo Richie Faulkner en las violas y el pulpo Scott Travis en la batería. La puesta en escena rebasa de animaciones con fuego, acero, tachas y, por supuesto, motos. El clímax llega con Halford montado en su Harley Davidson, fusta SM en mano y una versión demoledora de “Hell Bent For Leather”. Pegado, el falso cierre con “Painkiller”, y luego tres padrenuestros del sacerdote para los bises: “Electric Eye”, “Breaking The Law” y, apenas pasada la medianoche, “Living After Midnight” detonan el estadio. En el campo, miles de metaleros saltan felices. Transpirados. Muchos en cuero.
Crónica publicada en Tiempo Argentino, por acá

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