jueves, 11 de septiembre de 2008

Una crónica de Victor Hugo Viscarra y foto de La Paz


Acordionista en La Paz (Por N.G.R., 2003)

Por unos sucumbés

Una tarde de esas, vísperas de la fiesta del barrio, fui con los muchachos del callejón a ver qué pasaba en el parque Riosinho, donde se celebrarían los actos centrales del festejo. Cuando menos lo esperábamos, estabamos todos los llok´allas frente a una ponchera tomando unos sucumbés que, debido a nuestra falta de experiencia etílica, nos dejaron medio tundiquis en menos de lo que canta un gallo.

Sería media noche cuando llegué a mi casa. A la mañana siguiente me despertó el dolor de cabeza; paso a explicar la causa.

Tras lavarme la cara, fui a la cocina a tomar mi desayuno y noté cierta frialdad de mi madrastra. Como buen entenado, lo atribuí al estado calamitoso en que me había recogido. Terminando el desayuno, bajé al patio para saber de los chismes que mis amigos divulgaban sobre nuestro comportamiento de las vísperas. Allí me enteré que la causante de mi dolor de cabeza no era otra que mi madrastra, la cual, emulando a mi madre, me había golpeado con un palo d escoba y luego me había cerrado uno de los ojos de un sopapo. Sobre la marcha subí a mi casa y, sin darle tiempo a preparar una defensa formal, la increpé violentamente para golpearme cuando ni mi propio padre lo había hecho. Ella se hizo la ofendida y cuando la invité a que volviera a pegarme, de un puñetazo bien aplicado la mande a tierra, sin importarme para nada que fuera mujer.

Demás está decir que el único que perdió fui yo porque, cuando mi padre llegó de su trabajo se armó una discusión tan violenta, que tuve nomás que darle a elegir: la mujer que había traído de la cantina del Arsenal o el hijo que había recogido de la Policía. Mi madrastra se quedó y yo salí con la intención de no volver nunca más.

Mi primera noche en la calle la pasé caminando entre el callejón y las calles adyacentes, tratando de dormir acurrucado en el portal de la casa de un curita, nuestro vecino. No recuerdo qué hice al día siguiente. Como para entonces los que ocupaban el morro de tierra del callejón habían muerto, la segunda noche me animé a ir más allá de la avenida Buenos Aires y Max Paredes. Lo que iba conociendo a medida que caminaba por la zona, no había visto ni en mis más terribles pesadillas; me impresionó de tal manera, que tuve miedo de enloquecer.

Víctor Hugo Viscarra. En "Borracho estaba, pero me acuerdo" (Editorial Correveidile).

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