El pasillo abre su boca en la calle Capitán Bermúdez 3788, arrabal obrero de Vicente López. Un espacio de poco más de un metro transformado en la única entrada y salida que tienen los humildes habitantes de Barrio Gándara: hace más de un año, sin consultar a las 130 familias que habitan la manzana, el municipio comandado por Jorge Macri levantó un muro de ladrillos y cemento que impide la salida hacia la calle José Ingenieros.
La excusa fue un plan de viviendas aún inconcluso, una falaz relocalización, un proyecto de “integración urbana”. El oxímoron del muro que une. Según los vecinos, el resultado derivó en un mayor hacinamiento, condiciones habitacionales ignominiosas y la confección de un gueto a poco más de 20 cuadras del Palacio Municipal y de la Quinta Presidencial de Olivos.
Gándara es una de las tantas villas de la opulenta Vicente López. Surgió a principios de los '60 en este suburbio fabril de la zona norte, frontera con la Panamericana. La engordan casas de pisos precarios, con pasillos que se angostan en sus entrañas y cielos tramados por cables de electricidad tendidos a la marchanta.
“Cuando vinieron con el plan de reubicación nos prometieron viviendas, pero no cumplieron. Mudaron algunas familias y las demás quedamos olvidadas”, rememora Florencia Contreras, nacida y criada en la barriada hace 27 años. Vive con sus tres hijitos en una casita al fondo del pasillo, pegada al muro. Con su beba Roma en brazos, grafica cómo es el día a día: “Estamos hacinados, sin ventanas con este calor, imagínese, no pueden ni respirar las criaturas. Todo un peligro con esa pared. Si llueve se inunda, y no podemos salir de casa. Al intendente le diría que se acuerde de nosotros. Vivir así no es vivir.”
Hartos
A pocos metros del paredón, en la casa de María Martínez, funciona el comedor Los Peques. Sus ollas les dan de comer a 50 pibes y a muchos mayores que pasan hambre desde que llegó la pandemia. “Nos ayuda el Movimiento Evita, pero muchas veces nos quedamos cortos”, sincera la infatigable mamá de cuatro hijos. María pilotea el merendero desde los años del macrismo. La peste sumó más penurias. Fueron varios los vecinos que murieron contagiados: “Tratamos de mantener la distancia, pero es difícil. Si llueve sale toda la porquería porque los escombros taparon las cloacas. Los de la muni dijeron que la pared era para demoler del otro lado y abrían al toque. Ya va más de un año.”
Luis es el marido de María. Se gana las monedas a cuentagotas haciendo delivery. Se ufana de que su abuelo fundó el barrio. “Presentamos firmas, petitorios, pero en Hábitat no atienden el teléfono. Nos cansamos de llamar.” Con sus vecinos se hartaron, y tiraron la pared. La respuesta de las autoridades: mandar a la policía, levantar de nuevo el muro y colocar vigilantes. Hace unas semanas hicieron una pintada en la pared para denunciar sus derechos violados. Al día siguiente, los funcionarios la taparon. “Hay personas mayores, gente que tuvo ACV, muchos chicos, con una sola salida es un peligro –continúa Luis–. No entra ni una ambulancia. ¿Qué esperan, que tengamos una desgracia?”
Y la desgracia llegó. Un incendio, meses atrás. Las llamas devoraron la casa del hermano de Claudia Nieto: “Perdió todo. Lo apagamos los vecinos, a baldazos. Cuando llegaron los bomberos se dieron cuenta de que la manguera no llegaba hasta el fondo”. Con 30 años en la barriada, Claudia está cansada de reclamar y de vivir al límite de lo humano: “Fue un milagro, porque nadie quedó atrapado por el fuego. Nos condenan a morir quemados si hay otro accidente. Decime cómo vamos a saltar una pared con alambres de púa arriba.”
A la espera de Papá Noel
El santiagueño Ricardo “El Mono” Cardozo ya peina canas. Llegó al barrio de muy pibe, hace más de 50 años, cuando las casas eran de chapa y madera. Cuenta que el vecindario creció a la sombra de las fábricas de Fiat, Gándara, Parmalat y ahora IBM. “¿Será por eso que quieren sacarnos de acá?”, se pregunta el hombre, albañil fanático de Deportivo Armenio, mientras pasa la tarde infernal buscando fresco en el pasillo, junto a su perrita Gorda, a cinco metros del muro. Lo mira una vez más y dispara: “Prometieron casas y lo único de trajeron fueron escombros, basura y ratas, que de grandes parecen gatos. Los políticos nos siguen usando a los pobres.”
A pocos metros, doña Adriana Cardozo matea. Quiere decir lo suyo. Anda embroncada porque los de la municipalidad dijeron que van a derribar el muro antes del 31 de diciembre. “Como regalito de Navidad –agrega, con ironía–. Igual el intendente Macri tiene que saber que Papá Noel hace rato que no pasa por Gándara." «
Crónica publicada en Tiempo Argentino, por acá.
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