lunes, 20 de septiembre de 2021

Malvinas: la guerra del cementerio

 Hay cadáveres. En los campos de batalla, en las trincheras, en los montes. La Guerra de Malvinas terminó. Y los cadáveres de los combatientes argentinos quedaron abandonados en las islas. Según los fríos números oficiales, en la contienda murieron 649 compatriotas. En el cementerio de Darwin fueron enterrados 237. Sin embargo, la historia de sus restos fue un auténtico enigma por muchos años. Una verdad olvidada, disputada, negada. No se puede repatriar lo que está en suelo propio. El nombre de más de 100 de ellos demoró más de tres décadas en ser esculpido no en la tórrida historia grande de la patria, sino en una fría y digna lápida.

“Al terminar la guerra, miles de soldados regresaron a sus casas, pero, salvo excepciones, el Estado no notificó oficialmente la muerte de quienes no volvieron. Día tras día, semana tras semana, cientos de familiares recorrieron los cuarteles buscando al muerto vivo, al despedido al pie de un autobús semanas antes. Apostados al otro lado del muro gritaban: ‘¿Alguien sabe dónde está Andrés Folch?’, ‘¿Julio Cao, dónde está Julio Cao?’, ‘¡¡Araujo, soldado Araujo!!’”, escribe Leila Guerriero al inicio de La otra guerra, el delgado pero potente libro de la colección Cuadernos Anagrama. El nuevo texto de la cronista, pluma destacada de la no ficción latinoamericana, es un patchwork formado por decenas de retazos y protagonistas que bordan la historia de ese rectángulo repleto de cruces que miran desafiantes el siempre nublado cielo austral.

Pocos días después del fin de la guerra, Geoffrey Cardozo, un militar británico, fue encargado por el gobierno inglés para construir un cementerio donde enterrar a los soldados argentinos y documentar los enterramientos. Este proceso forense terminó en un largo y detallado informe que nunca llegó a las familias a pesar de que la dictadura sí lo conoció y no dio explicaciones al respecto, en un contexto donde las desapariciones eran moneda corriente. Décadas más tarde, en 2013, ese informe llegó a un veterano argentino, Julio Aro, que empezó una aventura de memoria histórica que se ha extendido hasta principios de 2021.

Con las voces de familiares, empresarios, miembros del Equipo Argentino de Antropología Forense y grises funcionarios, el libro reconstruye la silenciosa lucha que emprendieron Aro y otros excombatientes. La batalla para identificar los restos de sus compañeros sepultados en las islas.

Deriva por las exhumaciones y pruebas de ADN, el “carnaval de huesos” según la mirada de un grupo de cínicos familiares y funcionarios. Pero también delicada memoria familiar de los caídos. En el fondo, La otra guerra es una larga crónica luminosa, que echa luz sobre otra etapa oscura de nuestra historia. Un libro que recupera del olvido a los verdaderos héroes de Malvinas. Que, ahora sí, en paz descansan en las islas.

En Tiempo Argentino, por acá.

lunes, 13 de septiembre de 2021

Miedo y asco en el búnker de Milei

 “¡La casta tiene miedo! ¡Los zurdos tienen miedo!” El grito guerrero, furioso, rabioso flota en el salón Diamante del Hotel GrandView, en el Once. En el bunker de La Libertad Avanza, la alianza que comanda el economista mediático y aspirante a diputado Javier Milei, hay clima pesado de fiesta. También sobre la calle Azcuénaga, donde las huestes anarcocapitalistas agitan banderas amarillas y negras que llevan tatuada una serpiente cascabel y la consigna “Dont tread on me” (no pases sobre mí): la bandera de Gadsden, ícono del libertarismo estadounidense. En el nido libertario celebran la llegada de los primeros guarismos de las PASO: casi 14 puntos. Son la tercera fuerza en la Ciudad de Buenos Aires. Elección histórica para el liberalismo rancio maquillado de moderna celebrity. “¡La casta tiene miedo! ¡Los zurdos tienen miedo!”, aúllan los libertarios en la noche de Balvanera, mientras muestran a las cámaras sus banderitas que dicen “Vida y propiedad privada”. Y en serio, dan miedo.


“Ver C5N esta noche es mejor que tener sexo”, escucha al pasar el cronista de Tiempo entre los grupitos de jóvenes militantes. En el lobby del hotel hay referentes de la vieja Ucedé, negacionistas, youtubers, cosplayers y vaya uno a saber qué otro ejemplar liberal.


Franco llegó desde Córdoba. Luce una elegancia ejemplar, con reloj de alta gama y saco fino al tono. Es groupie ortodoxo de Milei y libertario, dice, desde la cuna: “Reducir al Estado y defender la propiedad privada son los pilares. Hoy Javi la rompió toda y en noviembre llega al Congreso. Tiemblen zurdos”, se despide el cordobés.


“¡Javi, mi buen amigo, esta campaña volveremos a estar contigo!” Es el prólogo en tono de cancha que, pasadas las 22, se produce cuando el líder toma el micrófono. Sus groupies deliran y el economista ofrece su mejor perfil, por supuesto el derecho, a la hora de ser retratado en mil y una selfies. Entonces, Milei toma la palabra por asalto. Verborrágico como siempre, despotrica contra los zurdos, los impuestos, los kirchneristas, las palomas de la derecha y varios demonios más.

“Si no damos un giro de 180 grados, vamos camino a ser la villa miseria más grande del mundo”, lanza el hombre de raro peinado nuevo. Luego hace silencio como para tomar envión y muerde una vez más: “No solo estamos en condiciones de sacar a los K, dejarlos en tercer puesto y que no vuelvan nunca más. Estamos en condiciones de sacar a las tibias palomas”, dice en referencia a los dirigentes de Juntos por el Cambio, sus competidores en el carril derecho. Para cerrar, lanza su advertencia: “En noviembre vamos a ganarles a las tibias palomas que pactan con los K”.


El cierre es a toda orquesta, desbordada. Milei celebra en la calle con sus tropas, se agitan las banderas de la cascabel y al final debe ser rescatado por los muchachos de seguridad. En la noche del Once, los libertarios dejan la calle Azcuénaga y encaran por Rivadavia. Reptan hacia el Congreso. Todo indica que en noviembre llegarán.

Una crónica publicada en Tiempo Argentino, por acá.

¿Adónde está la libertad?

 Huele a espíritu provocador libertario frente a la perfumería Pigmento. También a rancia colonia liberal. La tarde de Flores anticipa la primavera democrática electoral, calurosa y especialmente colorida en el cruce de Rivadavia y Carabobo. Sin respetar demasiado los protocolos profilácticos antipeste, en la ochava se amuchan los militantes del economista mediático y aspirante a diputado Javier Milei. De un momento a otro se aguarda su llegada con la pompa y la circunstancia de una celebrity. El candidato del frente La Libertad Avanza caminará codo a codo con sus huestes por la zona más comercial del barrio. En la previa, los muchachos libertarios, todos unidos, calientan sus gargantas. Entonan su grito de guerra, su palabra fetiche, su mantra eleuteromaníaco: “¡Libertad, libertad, libertad!”.

¿Y adónde está la libertad? “En la Argentina seguro que no. Nos domina la casta política, la izquierda, todos amorales… Si llega Javier al Congreso, se acaba la joda”, se ilusiona Agustín, canchero productor de seguros venido desde San Martín. Virgen a los 38 en el fango de la militancia de base, subraya que se acercó al ágape “mileisiano” por motu proprio. “Soy un ciudadano común, un emprendedor, pero también un lobo solitario. No como los planeros que van a las marchas. A esos hay que sacarles el derecho a votar, igual que a los presos. Son votos cantados. Este sistema tiene que cambiar, o nos quedamos en el pasado”.

Del oscuro pasado argentino hay varios representantes en el festín desnudo libertario. Entre los grupitos de jóvenes que agitan calcos con el nombre del exasesor del genocida Bussi, se mueve Victoria Eugenia Villarruel, segunda en la lista de precandidatos a la Cámara Baja, abogada y presidenta del Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (Celtyv): negacionista, militarista, conservadora. Cerquita también camina Gastón Alberdi Peña Vera, quinta generación pura sangre liberal, fundador de la Ucedé, onceavo en la lista. En buen criollo, la arcaica derecha a secas.

Pablo dobla con parsimonia las boletas de la lista 504A. Trabaja en la campaña de Milei en físico y en la virtualidad de la web: “Todas las personas que ves son autoconvocadas, del sector privado, independientes. Ponen plata de su bolsillo para la campaña. Cero Estado. Difundimos mucho por redes sociales. Vienen los jóvenes que no pueden entrar al mercado laboral, porque tenemos un cepo igual que el del dólar. Puros impuestos. Están desesperanzados, con ganas de irse del país”. Si no llega Milei al Congreso, especula Pablo, la única salida posible para la Argentina es Ezeiza.

“¡No caigan en la provocación larretista!”, grita Fabián por el megáfono, frente al avance de tres militantes cambiemitas que quieren armar su stand sobre Carabobo. La fugaz escaramuza entre las derechas no deja heridos. Entre paisanos se entienden. “Es que el ‘Pelado’ tiene miedo. Es casta política, igual que los peronistas. Hay que limpiar el sistema”, dice el joven detrás de una careta de Anonymous. En su cabeza semirrapada lleva tatuada la palabra “Disciplina”.

Mila se autopercibe “libertaria y anarcocapitalista”. Tiene 22 años y es estudiante universitaria. Detesta a la izquierda “por destruir las bases de la sociedad occidental y capitalista”. Agita una bandera amarilla y negra que lleva tatuada una brava serpiente cascabel lista para atacar y la consigna “Dont (sic) tread on me” (no pases sobre mí). Es la bandera de Gadsden, un ícono del libertarismo en los Estados Unidos desde 1775. ¿Sus ideales? Familia, propiedad privada y poder vivir en el país de la libertad. “La revolución antes era el Che Guevara –sostiene Mila–, pero el Muro de Berlín cayó y nadie quiere ser Cuba. Nosotros somos la rebeldía”.

“¿Usted no será peronista?”, pregunta una señora. “Periodista”, responde este cronista. Se llama Analía y es docente de lengua y literatura. Se queja de su gremio: “Tiran todos para el lado del Polo Obrero y la izquierda”. Recomienda un libro, obra cumbre libertaria, La rebelión de Atlas, de Ayn Rand. También, cualquiera de Borges, dice, que se opuso al régimen peronista.

De repente, como astro rutilante del nuevo universo liberal, hace su ingreso estelar el candidato de raro peinado nuevo. Ataviado de estricta etiqueta negra, Milei llega blandiendo un ejemplar del conservador diario La Prensa. Es recibido con cantitos de cancha, rematados con el verso “Queda claro en Argentina: /comunismo o libertad”. Sus groupies deliran y el economista ofrece su mejor perfil, el derecho, para ser retratado en mil y una selfies. Luego toma la palabra, verborrágico como siempre: despotrica contra los zurdos, los impuestos, los kirchneristas y vaya a saber cuántos demonios más. Sus palabras se reproducen en las redes, donde lo siguen decenas de miles de internautas. Antes de comenzar la deriva por Flores, Milei lanza un último mordisco: “¡Viva la libertad, carajo!”. Entonces, la caravana se pone en marcha. Es una serpiente cascabel que repta por la avenida Rivadavia, en dirección al Congreso. Quién sabe si llegará.  

Una crónica publicada en Tiempo Argentino, por acá.

Memorias del subsuelo de las Torres Gemelas

 La extensa fila de visitantes era una serpiente emplumada frente a las puertas del museo. Los controles de seguridad nos demoraban más de lo esperado para entrar a un edificio de estilo minimalista e indiferente, que hizo museo para siempre, y cerca del lugar del crimen, al 11-S. A pasitos del Ground Zero, en el corazón más frígido del Distrito Financiero neoyorquino.

Corría septiembre de 2014. En la fila había hipsters del Japón, empresarios de la India y muchas familias latinas. Mataban el tiempo de la espera comentando las proezas sin vértigo de los limpiavidrios sobre la alta fachada del One World Trade Center. Espejada mole, erigida por el arquitecto David Childs, que es el nuevo tótem de la Gran Manzana. Desde la base hasta la punta de su antena espigada, la también llamada Freedom Tower alcanza una altura de 1776 pies (541 metros), numerológico homenaje al año de la independencia de los Estados Unidos.

Después de los largos años que marcaron la llamada “Guerra al Terror”, el dolor de las familias de las víctimas del ataque terrorista de Al Qaeda, las disputas políticas, el despilfarro financiero y la especulación inmobiliaria, el National September 11 Memorial Museum había abierto sus puertas en mayo de 2014.  Ajeno a las polémicas de su construcción, se transformó en tiempo récord en un must de las guías turísticas. No fueron pocas las voces que criticaron la mercantilización de un “lugar de la memoria”, donde más de 3000 personas perdieron la vida en 2001. Algunos hablaron, incluso, de la necrofilia y del “culto a la muerte de los latinos”, el grupo más afectado por el ataque de Al Qaeda, apenas después de los ciudadanos estadounidenses con sus papeles en regla.

En el Ground Zero, el dispositivo de seguridad lucía como una instalación museística más. En cada uno de los salones, pero también en el espacio abierto del Memorial –dos grandes espejos con cascadas que renuevan sus aguas sobre las huellas de las Torres Gemelas–, los policías vigilaban obsesivos. Paradoja, o no tanto, en un espacio originariamente pensado para recordar a las víctimas del ataque y resucitar la “renovada” libertad estadounidense post 11-S. Que ha de ser una libertad severamente vigilada.

La construcción del museo había abierto un nuevo capítulo en la extensa saga de batallas culturales norteamericanas. Un espacio dedicado a la memoria que había tomado muy poco en cuenta las opiniones de los familiares de las víctimas. Un miniestado tapiado e hipervigilado. Un cementerio –en el museo se conservan restos de víctimas aún no identificadas– que medra a la sombra del comercio. No faltan en su interior, siquiera, una elegante cafetería y una tienda con recuerdos funerarios de buen gusto.

En la recepción había una pared tatuada con los nombres de los donantes que financiaron la construcción. Nos daban la bienvenida, y nos recordaban que recordar sale caro. Un variopinto seleccionado de altruistas, corporaciones y particulares: desde el Bank of America hasta la Fundación Walt Disney, sin olvidar a la JP Morgan Chase, el Deutsche Bank, David Rockefeller y los New York Yankees.

Recuerdo que los recintos del museo eran subterráneos. Luego de una escueta narración del ataque, el descenso estaba copado por un ambiente opresivo y tenebroso. Fotos y más fotos, proyectadas sobre lienzos colgantes, exhibían, con la monotonía del horror, el asombro y la incredulidad y el espanto en rostros y más rostros anónimos, que miraban todos hacia arriba, siempre hacia las alturas. En una pared se proyectaban, evanescentes, los carteles hechos a mano que pegaban los familiares de las personas desaparecidas durante los días que siguieron al atentado. En otro ambiente eran recuperados, uno por uno, los rostros conocidos de 2977 víctimas. También se evocaban pequeños detalles de sus vidas, con videos breves, narrados por sus familiares. En el salón dedicado a la historia del atentado también podían observarse otros rostros, más pequeños y más difusos, de los 19 militantes que secuestraron los aviones. Un video también narraba otra historia en este ambiente, más amplia y ramificada, la de la red militante islámica Al Qaeda. Un documental que resultaba, acaso inevitablemente, tendencioso, incompleto y poco profundo. Los buenos contra los malos. Más allá, estaba la tienda con souvenirs. Todo enfáticamente Made in USA.  

En el cierre, esperaba la estoica última columna. Erecta en el centro del salón principal: una ruina noble, oxidada, rayada y algo grafiteada. Colocada en la construcción de la Torre Sur a finales de los ’60, fue la última en ser retirada del Ground Zero. Algunos ven en esta columna un símbolo de la fortaleza de los estadounidenses, un pueblo que, pese a todo, sigue de pie. Otros encuentran en ella el último bastión de la filosofía que sostenía a las Torres Gemelas.

Pocos meses antes de la apertura del museo, el periodista Gay Talese tuvo la oportunidad de conversar con los obreros que levantaron las Torres. Cuando les consultó lo que sintieron al ver que el resultado de su trabajo se había desvanecido en apenas unas horas, sus respuestas lo demolieron. Los obreros dijeron que las Torres no valían nada, no tenían una estructura sólida, estaban hechas de aire, eran “jaulas para pájaros”. Para Talese, la filosofía sobre la que se sustentaba la idea del World Trade Center era “maximizar el espacio, rentabilizándolo a fin de obtener el mayor margen de beneficio, alquilando la mayor cantidad de superficie posible”. Cuando los aviones se estrellaron contra las Torres Gemelas, las atravesaron de lado a lado. Antes de ponerse el sol, eran columnas de ceniza y humo. Así se derrumban las glorias del mundo capitalista.

Una crónica publicada en Tiempo Argentino, por acá.

Cripto rebelión y anarco capital en la granga

“No hay moneda que no sea símbolo de las monedas que sin fin resplandecen en la historia y la fábula”, escribió Borges en el “El Zahir”, cuento resplandeciente en el que una moneda termina apoderándose de la mente de su poseedor. El narrador, un Borges ficticio o literario, qué importa, recibe el Zahir en una monedita de 20 centavos acuñada en 1929. El objeto cobija un poder terrible: quien lo ve no puede olvidarlo. Detrás del Zahir, de esa fijación, arriesga Borges, quizá esté Dios. Mirarlo lleva a la locura.

¿Alguien tiene alguna duda de que la moneda, el dinero en general, es un fenómeno psicológico?

Por el ojal del dinero se cuelan infinitas historias, el hilo que zurce las relaciones entre los humanos. Triunfos, derrotas, deseos, frustraciones, pánicos y locuras. El dinero es también valor de cambio –Borges cambia el Zahir por un vaso de caña servido en un boliche cualquiera–, y ese valor siempre se liquida en el futuro. “Un repertorio de futuros posibles. El dinero es abstracto, repetí, el dinero es tiempo futuro. Puede ser una tarde en las afueras, puede ser música de Brahms, puede ser mapas, puede ser ajedrez, puede ser café, puede ser las palabras de Epicteto, que enseñan el desprecio del oro”, arriesga el autor de Historia universal de la infamia.

Con década y monedas de supervivencia, las criptomonedas se han transformado en el nuevo símbolo monetario que, en términos borgeanos, resplandece entre la historia y la fábula del joven siglo XXI. Criptomoneda, palabra compuesta por el prefijo griego kruptos (escondido) y la palabra latina moneta (herramienta para facilitar intercambios). El Diccionario de Oxford la define como “una moneda digital que emplea técnicas de cifrado para reglamentar la generación de unidades de moneda y verificar la transferencia de fondos, y que opera de forma independiente de un banco central”. En buen criollo, una moneda virtual que permite el intercambio y la inversión, por medio de un cifrado y descifrado de claves, sin la presencia de agentes económicos ni el visto bueno del Estado.

Hija legítima del cruce entre la criptografía y las tecnologías digitales, con Internet y la ideología libertaria aportando al poliamor. Bitcoin fue la primogénita, fecundada en 2009 por desarrolladores ciberpunks. Primus inter pares, es la divisa virtual hegemónica, domina más del 40% del ecosistema cripto, donde conviven más de 10.000 monedas sin cuerpo físico. Reparte cada día una generosa torta verde de más de 100.000 millones de dólares. El PBI anual de la Argentina en 2020 fue poquito más de 400.000 millones.

Esta mañana fría y devaluada de agosto, los portales económicos informan que el bitcoin sigue su caliente tendencia alcista. Roza los 46 mil dólares por unidad. Un año atrás se trocaba por 11 mil. En abril de 2010, salía moneditas: 0,003 centavos de dólar.

“Si le tuviera que explicar a un amigo qué son las criptomonedas, lo primero que le diría es que forman parte de las finanzas alternativas. Son una propuesta de moneda digital basada en algún tipo de criptografía y metodología blockchain de almacenaje de información. Esto las hace disruptivas, descentralizadas, ‘inhackeables’. Lo sé, parece chino, pero ahora te lo bajo a tierra”, aclara el economista Ignacio E. Carballo en diálogo con Rolling Stone. Luego, el docente, investigador y director del Ecosistema Fintech & Digital Banking para Latinoamérica grafica con paciencia y didactismo: “¿Te acordás de Napster? Esto es parecido, porque apunta también a la descentralización de la información. Con Napster te bajabas una canción de alguien que estaba conectado a esa red. Bueno, bitcoin es algo semejante, pero en el plano monetario. Fue la primera en plantear la descentralización, es decir que no la emite ningún banco central. Se rige de manera algorítmica, ahí está el protocolo blockchain para almacenar la información. Este libro contable con todas las transacciones está descentralizado en toda la red. Por más que alguien, un Estado o una persona, quiera hackearlo, no se puede. Hay que tener el control sobre más de la mitad de la red para controlarlo. Por primera vez en la historia, hay una propuesta de moneda global, descentralizada y digital. A medida que más personas ingresan en este mundo, más poder logra”.

Para sus feligreses –la “comunidad”, como se autoperciben–, el reino cripto se alimenta de una fuerza disruptiva que va más allá de lo económico. También de unos 121,36 teravatios-hora (TWh) de electricidad al año –más que el consumo anual de Finlandia, Suiza y la Argentina– y su sombrío impacto medioambiental. En paralelo, su ideología se materializa en prácticas políticas, sociales, culturales. Aunque hay que aclarar que no es demasiada la evidencia empírica que dé fe de estos postulados. Un universo “emocionante”, que “crece día a día”, repleto de “gente inteligente” con fe ciega en la “innovación tecnológica”, muchos capitales de riesgo y demasiadas “grandes esperanzas”.

En este mundo conviven las tribus libertarias, los anarcocapitalistas y los ortodoxos bitcoiners. Liberales y reaccionarios. También las globales tecno élites privilegiadas y sus vecinos pequeños ahorristas de barrio. No hay que olvidar a los infatigables traders, mineros, cueveros, buscavidas. Pero al final de esta historia, o fábula, casi todos buscan lo mismo. Salvarse.

Franco Amati atiende la call en Portugal. No hay tristes fados de fondo en Lisboa. Porteño, 42 años, Amati cuenta sin saudade que hace algunos meses se instaló en la capital lusa. Con brevet de más de una década en el gremio cripto, es voz autorizada y referente argento en la materia. En su cuenta de Twitter se presenta como “crypto-terrorist (bitcoiner), drapetómano (eleuteromaníaco), nómada wannabe, agorista (libertario), pro-chumbo, ateo propagandista”.

Consultor autodidacta, de pibe estudió algo de administración de empresas y mucho de criptografía: “Nada de matemática y no me gustan las ciencias exactas. Leía libros clásicos de Bruce Schneier, cifraba mensajes por mail para que no se pudieran leer, y eso me acercó a bitcoin, allá por 2011”. Amati hace silencio al otro lado del Atlántico, suspira y luego recuerda su epifanía: “Se me abrió un mundo nuevo, otra veta de la criptografía. Me atrapó la idea de la libertad, muy afín a mi pensar ideológico: libertario, anarquista, etiquetas que fueron variando con el paso del tiempo. Ser un ciudadano del mundo, manejarme con un dinero que no tenía cepo, aunque no estaba el cepo al dólar todavía. Una moneda que no puede ser confiscada, a la que no le pueden sacar ni una tajada en las trasferencias, totalmente privada. Ese mix entre tecnología e ideología era perfecto para mi gusto. Me tenía que perder ahí”. Y se perdió nomás.

Arrancó bien de abajo. Lejos de las altas finanzas y sus hogueras de las vanidades. Fue broker informal, una suerte de “arbolito” de bitcoins. Conseguía vendedores y compradores. Mordía una comisión en las operaciones. Después fue asalariado en una startup, laburó haciendo eventos y dando charlas. Hoy maneja inversiones. Vive de rentas. En la billetera tiene unos pocos euros, su vida la banca con criptos. En paralelo, agrega, estudió a fondo los mandamientos de bitcoin. Las leyes básicas con las que se arma el código, cómo opera, la relación entre los nodos. Los fundamentales legados por el desarrollador Satoshi Nakamoto, padre fundador de la comunidad.

Un poco de historia. Corría el 1° de noviembre de 2008, pleno Big Bang de la crisis financiera global. Nakamoto (¿él, ella, ellos, ellas?, es un pseudónimo) envió un mensaje a una lista de correo sobre criptografía. En el mail adjuntó un paper titulado “Bitcoin: un sistema de efectivo electrónico usuario-a-usuario”, que explicaba el protocolo y su funcionamiento. Pocos meses después, el 3 de enero de 2009, se puso en marcha el software de código abierto para hacer correr los nodos de la moneda. Fue la “emisión” de los primeros bitcoins y el “golpe” inaugural de la minería. El bloque 0, “Bloque Génesis”, fue minado por el propio Satoshi Nakamoto. Contenía las 50 monedas virtuales seminales. También una declaración de principios: “Canciller al borde del segundo rescate para los bancos”. Era el título central en la portada física del diario londinense The Times esa mañana. Un mensaje poco encriptado. Crítica frontal a los bancos, gobiernos e intermediarios corruptos que habían provocado un nuevo crac económico mundial. Nakamoto minó criptos algunos años más. Logró atesorar una buena cantidad de bitcoins hasta que desapareció sin dejar rastros en 2011. Nunca más se supo de él.

“Al principio, el movimiento cripto era algo muy minoritario, creado por ciberpunks y antiestablishments, con nexos en la defensa de las libertades individuales. Después se sumaron los libertarios más tradicionales. Hoy las usa cualquiera, más allá de lo ideológico”, explica Amati. Luego pasa revista de los atributos de su alabado bitcoin y su link liberal: “Evita confiscaciones, cepos, corralitos. En lo colectivo, los libertarios pensamos que la minoría más grande es el individuo, y la suma de individuos beneficia productivamente y hacen el todo. En lo colectivo, cada parte tiene los mismos derechos y obligaciones, somos muy extremos en eso. La interacción genera riquezas y las libertades individuales, progreso. Eso benefició al colectivo. No queremos que un ente superior defina quién va a ser rico”.

Amati puso el cuerpo en la política para defender sus principios. Fue uno de los cráneos detrás del Partido Liberal Libertario (PLL), una experiencia avant garde que impulsaba propuestas con dosis desparejas del púber libertarismo con el liberalismo clásico de clásicos. En las elecciones legislativas de 2013 cosecharon 7.000 votos en la Ciudad de Buenos Aires. “Fuimos los primeros en aceptar bitcoins en donaciones para financiar la campaña –recuerda el ex hombre fuerte del PLL–. ¡Vanguardia absoluta!”.

Sobre el crecimiento del nicho libertario en la Argentina, sobre todo en los sectores juveniles, el bitcoiner tiene mucho para decir: “El discurso antisistema y rebelde siempre prende. La rebeldía dejó de estar en las agrupaciones políticas tradicionales, que ahora son el establishment. Perdieron la brújula. Igualmente, me asusta un poco el discurso de muchos pibes que se dicen libertarios o anarcocapitalistas y son más bien liberales de derecha. Están en contra de la despenalización de las drogas, el tema de género, el aborto, el matrimonio de personas del mismo sexo, el DNI no binario. No te podés llamar libertario e ir en contra de esas libertades. Es una paradoja”.

Adam Dubove militó codo a codo con Amati en la experiencia del PLL. Estudió Derecho pero no terminó la carrera, fue periodista y ahora se gana la moneda con un emprendimiento enfocado en la educación financiera y las finanzas personales. Clarifica por teléfono: “Arrancamos con la bolsa y ahora nos enfocamos en asesorar a la gente para administrar mejor su dinero.” Tarea siempre titánica, más en estas épocas de la miserable peste.

Dubove hace memoria y vuelve a la prehistoria libertaria en estas pampas. Corrían los exitosos años verdes de la soja, durante el primer gobierno nacional y popular de la exitosa abogada Cristina Fernández de Kirchner. Los muchachos libertarios todos unidos combinaban las reuniones virtuales en chats de Facebook con encuentros físicos en un café cerca de la Biblioteca Nacional y en otro más céntrico sobre la avenida Santa Fe llamado, con acierto, Libertad. En los ágapes se hablaba de la crisis financiera, de la burbuja pinchada de los créditos inmobiliarios, de la manipulación de los bancos centrales y, obviamente, de dinero. En esas reuniones, Dubove escuchó por primera vez la palabra bitcoin: “Era una idea oportuna en el contexto de la crisis global. Un proyecto que no era político, ni ideológico, pero que nos cerraba a los libertarios. Dinero descentralizado, sin el control de los Estados. El ethos de la comunidad bitcoiner es el rechazo a una autoridad central que tenga poder sobre la red”.

En su momento, confiesa, no se entusiasmó demasiado. En 2013, con el primer salto en la cotización, descubrió que bitcoin no era un asunto solo de nerds, criptógrafos y hackers. Entonces se puso a estudiar el tema y también la historia de las monedas. Durante 2020, asumió que bitcoin era el camino, la verdad y la vida. Lo deja clarito en su avatar de Twitter, donde aparece un retrato intervenido del economista franco-irlandés Richard Cantillon, padre de la economía política en el siglo XVIII, con los ojos alumbrados con rayos láser, guiño de pertenencia en la comunidad.

Para los castigados bolsillos argentinos, dice Dubove, el bitcoin y las demás criptomonedas funcionan como una salida de emergencia: “Un sistema monetario alternativo que da más seguridad que el peso y también el dólar, que en definitiva no se puede comprar. Es un rebusque y resiste a las medidas de represión financiera que pone el Estado”. Este ecosistema, le sugiero, cobija un acto de fe ciega en las nuevas tecnologías, los algoritmos, que de ser herramientas pasaron a ser un fin en sí mismo: “En realidad, creo que se termina con la fe en el emisor, los bancos centrales, y pasamos a un sistema determinado por las matemáticas y la tecnología, que son incorruptibles. Y eso se engancha con la ideología libertaria. Sin embargo, muchos liberales siguen enfocados en el pasado, tienen pruritos y recelos con el bitcoin; eso se puede ver en economistas que son referentes. La moneda más segura de la historia la terminó inventando un criptógrafo. Le tendrían que dar el Premio Nobel a Satoshi Nakamoto. Igual lo veo difícil, porque ese premio lo entrega el Banco Central de Suecia...”.

Muchos anarcocapitalistas postulan que las criptomonedas nos llevarán de la mano a una era dorada de crecimiento, redistribución y prosperidad económica. Es una ideología particularmente fuerte en los Estados Unidos. Para los libertarios, las monedas virtuales y los blockchains crean mercados radicalmente libres, regulados por softwares de código abierto. Decretan la muerte del Estado y la construcción de una nueva tierra prometida. Anarquistas vieja escuela como el lingüista Noam Chomsky tienen una mirada muy crítica del movimiento: “Es un sistema doctrinario que, si alguna vez se implementa, llevaría a formas de tiranía y opresión cuasi sin precedentes en la historia de la humanidad”.

Desde hace no tantos años, las ideologías anarcocapitalista y libertarias prendieron fuerte en sectores juveniles. Son contiguas al movimiento cripto. El economista e investigador Carballo dice que es todo un desafío trazar la cartografía de sus cruces: “Las respuestas a preguntas complejas suelen ser complejas. Tenemos que subir la vara del análisis. En el caso de las criptomonedas, más allá de cualquier tema político, subyace la afinidad digital. Los millennials, ni qué hablar los centennials, crecieron con un celular en la mano, mirando YouTube. Están acostumbrados a la agilidad, la rapidez, la inmediatez, valores a los cuales las finanzas tradicionales no han sabido adaptarse. Ahí están las criptos. En paralelo hay una tendencia global antisistema. Ejemplos como Bolsonaro, Trump, Boris Johnson, Vox. Un voto castigo distinto al de décadas pasadas. Antes buscaba ampliar derechos y ahora es más cercano a ‘sectores liberales’. Ese discurso de menos Estado, más eficiencia, reducción de costos, inmediatez en los resultados. Fijate las redes sociales de esas experiencias, la cantidad de seguidores que tienen. Son espacios de encuentro con las nuevas generaciones y les ganan por escándalo a los partidos tradicionales”.

Para hacer foco en la Argentina, Carballo se refiere al boom que tuvieron las fintech en general y Mercado Libre en particular: “Que juega un rol no solo económico, sino también político y aspiracional en los jóvenes. Un modelo a seguir. Respuestas rápidas, inmediatas, como les dan WhatsApp, Tinder, Netflix, bitcoin y la antipolítica. Te repito, son hipótesis de un tema complejo, que no tiene respuestas simples”.

Tuve un encuentro con las huestes libertarias en septiembre de 2020. Frente al Congreso, en una marcha marchita contra la “reforma judicial”, la “infectadura”, la “cuarentena eterna”, “Argenzuela”... Era una patrulla perdida de pibes veinteañeros. Lucían tapabocas y remeras de tonalidades amarillas y negras, que tenían tatuadas la consigna “Dont (sic) tread on me” (no pases sobre mí) y una brava serpiente cascabel. La bandera de Gadsden, ícono del libertarismo desde 1775. El chico que iba al frente del grupo tenía un gorrito con un eslogan trumpista adaptado a estas tierras: “Make Argentina Great Again”. “Lo uso –me dijo al pasar– para provocar a los de izquierda”.

El sábado 7 de agosto, en una plaza de Palermo, los libertarios presentaron a sus candidatos rumbo a las elecciones legislativas 2021. Se amuchan en el frente Avanza Libertad. El orador principal fue el economista anarcocapitalista, figura mediática y aspirante a diputado Javier Milei. El cierre fue con papelitos, saltitos y un hit de la Bersuit como banda de sonido: “Se viene”, clásico popular de finales de los años noventa, justo antes del estallido del modelo neoliberal del menemato. Caldo de cultivo de la antipolítica.

Javier Olcese es precandidato a concejal por el municipio de Lanús. Milita en el Partido Liberal. Se gana el pan como comerciante. Viene de la vertiente liberal de Cambiemos: “No es mito, tiene su ala liberal”. En pocas palabras, resume las máximas de su espacio: “Ser libertario es respetar la vida, la libertad y la propiedad privada. Sin generar nuevos mercados libres y competencia, no hay manera de salir adelante”. Le dan urticaria la intervención estatal, las “dádivas” bancadas por los privados, los “cupos igualitarios”. También comparte su mirada sobre las cripto: “Tiene cercanía con la movida libertaria porque es la manifestación de una descentralización económica. La maneja la gente, genera riqueza, es un mercado impresionante. El bitcoin hoy está en 40 mil dólares y se calcula que para fin de año llega a los 200. Dinero y tecnología, sin la intervención del Estado, que es siempre un represor. Que no se meta, como dice la bandera de Gadsden, que no pisotee al capital privado. Si no, que se banque la mordidita de la cascabel.”

Coach financiero y ontológico. Así se define Alejandro Egea. Tiene 32 años y mucha labia. Digna de personaje de alguna novelita ochentosa del Turco Asís. Es fiel a los principios libertarios. Quiere entrar al Concejo Deliberante de Berazategui. Experto en bitcoin, tether y otros metálicos virtuales, con título de honor en la universidad de la calle y las redes sociales. Un self-made man hecho y derecho. Detalla: “Conocí a mi mentor por Instagram, un capo que viene con el bitcoin desde los inicios. Yo no sabía ni qué era el dinero virtual. Estuve en una empresa de minería radicada en Islandia, era inversor. Compré una máquina que me costó 3.500 dólares. Validan las operaciones. Yo comisionaba. No te digo que gané dinero, pero aprendí mucho. Después me hice trader y asesor financiero. Sigo aprendiendo”.

Egea dice que ve con buenos ojos el impulso de las monedas virtuales que lleva adelante Nayib Bukele, el presidente millennial, derechoso y “criptopopulista” de El Salvador. “Va a atraer inversores grosos, sacar impuestos y aranceles estatales y atacar a los bancos. Ojalá se haga acá –desea el coach–. Siento que en Argentina está todo al revés, prendo la tele y me aterro. Delincuencia, se premia al chorro. Mucho comunismo y aires zurdos. A veces no veo el momento de irme a la mierda de este país. El bitcoin es una alternativa frente a un sistema que ataca al que tiene dinero, al que se lo ganó”. Quiere vivir, confiesa el precandidato, en el país de la libertad: “Donde no tenga que pedirle permiso a nadie. Ahora no puedo ni comprar cosas en Alibaba porque la Aduana te las frena. Por eso me metí en política, por los ideales y la descentralización. La libertad de hacer lo que uno quiere”.

Desde Estados Unidos responde el llamado Juan M. Es youtuber y aficionado a la economía. Tiene miles de seguidores en sus redes. Su cuenta de Instagram es @OneMoreJuan. Publica videos, memes y contenidos sobre finanzas alternativas y otras yerbas. Con voz empalagosa de locutor, precisa: “Explico conceptos quizá complicados, como bitcoin y el anarcocapitalismo, en forma simple”. Lejos de la tierra natal, vive en Kansas su American dream. Igual, critica que el gobierno estadounidense no permita usar monedas virtuales en el día a día. Imagina el porvenir reglado por las pocas reglas que impulsa el anarcocapitalismo: “Un mundo libre, obviamente con capital. Si no sos pobre y tenés recursos, seguramente tendrás casa, seguridad, salud. Una nueva comunidad, con nuestras normas, nada impuesto. Sólo pagos voluntarios. Eso derrama riqueza.” Antes de cortar el llamado, confiesa que no se siente representado por ningún movimiento político: “La arena política no es el camino, porque trae beneficios a muy corto plazo. El verdadero camino del desarrollo es la tecnología, Internet y una moneda libre, como las criptos”.

‘Dinero, alejate/ Conseguite un empleo con más paga y vas a estar ok/ El dinero es excitante/ Agarrá ese dinero con tus manos y hacé una fortuna”, suena en loop el clásico de Pink Floyd mientras escribo, en una mañana de agosto en que el sol brilla como el oro en polvo. Los portales de noticias cuentan que el presidente Alberto Fernández habló en una entrevista de los posibles beneficios para la Argentina si adopta las criptomonedas. “No hay que negarse, porque tal vez es un buen camino –dijo AF–. La mayor ventaja para nosotros es que de alguna manera contienen el efecto inflacionario porque son una moneda dura. Hay que acostumbrarse, aprovechar lo bueno y regularlo de algún modo porque puede dar lugar a los abusos”.

Por buen camino sigue la cotización del bitcoin, esta jornada subió a U$S 46.465 por unidad. Y yo sin un peso. Un amigo me manda por WhatsApp la foto de una pintada callejera intervenida en la zona de Colegiales. Donde decía “Los niños son el futuro” ahora se lee “Las criptos son el futuro”. Sin especulaciones, el economista Carballo baja un poco el precio: “Sin dudas son el futuro, pero vienen a convivir. No a romper todo. Muchos dicen que van a hacer desaparecer a los bancos. Yo me río un poco. Es un oligopolio que existe hace 2400 años, es más viejo que Cristo. Hay que ser moderados. Son procesos heterogéneos en cada región. Tendremos un mix de sistemas. En todo caso, los chicos y las criptos son el futuro”.

Antes de terminar esta crónica, o de que estalle la burbuja bitcoin –el dinero y sus ruinas circulares–, es bueno apostar una vez más por Borges, un “anarquista conservador”, según se definió alguna vez en una entrevista. En otro párrafo de “El Zahir”, escribe: “Una moneda simboliza nuestro libre albedrío”. De alguna manera, la historia de la humanidad nos demuestra cómo las sociedades han negado este albedrío a los que no tienen ni un cobre. Con acierto, dijo un auténtico decadente, el dinero no es todo, pero cómo ayuda.

Crónica publicada en la revista Rolling Stone, por acá