domingo, 31 de enero de 2021

Pajaritos de colores vas a ver

 A vuelo de pájaro, desde el cielo pintado de celeste, la Reserva Ecológica muestra sus verdes luminosos y mustios de mañana veraniega. Pinta tórrida la jornada en el pulmón natural que florece pegado al río barroso, a los rascacielos frígidos de Puerto Madero, a los carritos que venden choripanes siempre generosos. Pero el infierno de enero no apichona a los socios del Club de Observadores de Aves de la Reserva Ecológica Costanera Sur (CoaRecs). A las nueve y pico ya se van amuchando en la entrada de Viamonte, con barbijo y distancia recomendada en estos tiempos de peste. Diez entusiastas del avistaje y su ritual sabatino habitual: la caminata para despuntar el vicio de observar pajaritos. ¿Qué irán a ver?

“Zorzales, horneros, chimangos, teros, garzas, lechuzas. Aunque la Reserva siempre te da sorpresas”, dice Carlos Álvarez, equipado con binoculares y la cámara siempre lista. Confiesa que cuando arrancó en el gremio, seis años atrás, le costaba distinguir una paloma de una calandria: “Al de afuera por ahí le parece una pavada, pero no es tan fácil. Yo hice cursos, estudié las guías.” Álvarez ganó horas de vuelo y hoy es coordinador del club retoño de Aves Argentinas, la institución centenaria que nuclea a los dedicados observadores y protege fauna y ambientes.

Carlos es médico y anda por los 63. Se acercó a la Reserva en búsqueda de tranquilidad luego de un pico de estrés y un problema coronario que lo habían hecho aterrizar de emergencia: “Esto me dio paz y también pasión por los bichos. La actividad del avistaje combina poner el cuerpo y la formación intelectual. Hay que aprender a mirar, a escuchar, conocer las características de cada especie y también de la vegetación. Todo es un desafío. Pero me tranquiliza”. Poco después de arrancar con el avistaje, se diría que Carlos resurgió como un ave fénix. 

En la Argentina existen unas mil de las aproximadamente 10 mil especies de aves que hay en el mundo. Eso significa que nuestro país es tierra y cielo fértil para el birdwatching. La selva misionera, las yungas del Noroeste, el monte chaqueño, la Puna y la Prepuna, la Pampa, el Litoral marítimo y austral, la estepa patagónica y los bosques australes son verdaderos paraísos para los aficionados.

Pero ojo, no hay que cruzar siquiera la General Paz ni salir a la ruta para disfrutar del vuelo de los pajaritos. Basta con acercarse a la Costanera Sur, la Ribera Norte o los bosques palermitanos. Álvarez detalla con precisión de censista: “En la Reserva tenemos un récord de 345 especies vistas desde su creación en 1986. El promedio anual anda por las 250. Y en el año 2014 se censaron 290”. Una auténtica bandada.

La Costanera Sur cobija especies que no se pueden ver en otras partes de la ciudad de la furia, como el pitiayumí, que revolotea haciendo gala de su plumaje azul y oro. “En cualquier salida  promedio te ves entre 70 y 90 aves. Te vas empachado”, dice Carlos mientras a unos pocos pasos, un hornerito sigue su camino por un sendero que no se bifurca. 

Según los que saben, la temporada ideal para disfrutar de la observación en el campo arranca en las primeras semanas de la primavera. Los pájaros empiezan a buscar ramitas para construir sus nidos. Y con los primeros calores, también empiezan los cortejos amorosos: “Son meses muy vivos en la Reserva. En invierno y en un verano tan caluroso como ahora, decae la actividad. Mi consejo es no venir los sábados: generalmente hay mucha gente y eso a veces las aleja. Si venís un día de semana, te sentás en alguno de los miradores, ponés la mente en blanco y disfrutás del canto”. Un concierto digno del no tan lejano Teatro Colón.

Pipí cucú

Cora Rimoldi cuenta que de muy chica, cuando su natal Villa Devoto era barrio-barrio, se mandaba a los baldíos y lotes vacíos para disfrutar del revoloteo de los pajaritos y las mariposas. Hace 15 años, le picó el bichito de volver a aquella pasión de la infancia: “Regresé de grande, con mi marido. Él más a través de la fotografía, y yo con los binoculares. No me interesa tanto el registro físico del bicho, sino la impresión que queda en mi memoria al verlo.”

Como la mayoría de sus colegas, Cora se formó con los libros de Samuel “Tito” Narosky, una eminencia de la ornitología sudamericana. Con más de 40 mil ejemplares vendidos, las guías de identificación de aves de la Argentina y Uruguay que escribió Narosky son best sellers a la altura de los libros de José, su hermano aforista.

En sus mil y una caminatas por la Reserva, Cora pudo avistar unas cuantas rara avis: “Esto tiene mucho de coleccionista. Entonces, hay figuritas difíciles. Con los binoculares pude ver hasta un halcón peregrino que anida en la torre del edificio ICBC. Una vez se me apareció un esparvero común, que es un ave rapaz. Pasó volando a todo trapo. Fue efímero, un instante, lo reconocí por su plumaje. En el momento, lo único que se me pasó por la cabeza fue decir: ‘Hermoso’”.

Javier González es un aplicado contador público que se encarga de registrar con precisión matemática las aves que irrumpen en la recorrida. Anda siempre con su libretita y la birome afilada a mano. El placer del avistaje lo descubrió en un viaje familiar a los Esteros del Iberá, tierra santa de la disciplina: “Yo vivo de lunes a viernes encerrado en la oficina frente a la computadora. Acá venís y a los 20 minutos ya te olvidás de todos los líos. El avistaje me enseñó el respeto absoluto por la naturaleza, su equilibro perfecto. Y también a disfrutar la belleza de los animales.” Javier frena su reflexión para apreciar la majestuosidad de un elegante gavilán mixto que hace la digestión en la copa de un árbol solitario, a pocos metros de un mirador. “Le debe gustar mostrarse. Hay bichos, como las tacuaritas y las ratonas, que son muy curiosos, se acercan y parece que quieren ver qué hacemos.”

Cachuditos, burritos, bichos feos, celestinos, anambés, cabecitas, chivís. Son algunas de las especies que se han visto o escuchado esta mañana: “Después, los datos del censo los subo a la plataforma eBird, donde se aglutinan registros de todo el planeta y hay mapas globales de distribución de las especies”, se despide el contador oficial.

Cuarentena y plumeros

Lili Rodríguez visita la Reserva desde el ’97. Dice que tiene una paciencia infinita para seguir el crecimiento de los pichones: “Los chicos me cargan y me dicen que soy como una tía buena”. Por la cuarentena, el año fue muy fulero para la amante de la naturaleza: “Me pegó el perder el contacto con las aves y no venir a caminar. Imaginate que vivo en un departamento y me la pasaba haciendo avistaje desde el balcón. Tenía tanto síndrome de abstinencia que ponía un plumero cerca para ver algo.”

El doctor Álvaro Ortiz Nareto es uno de los veteranos del grupo. Práctica el avistaje desde el lejano 1992: “Me desconecta de lo cotidiano, de la vida y la muerte que acompañan mi trabajo en estos tiempos tan duros. Lo definiría como un placer, un éxtasis, cuando uno aprecia un nido y lo empieza a seguir, ver cómo fluye la naturaleza.” Aficionado a la fotografía, el facultativo guarda en su casa la foto que pudo sacarle al mítico pájaro campana en una excursión por Brasil: “Lo encontramos en una quebrada. Se escuchaba el tum, tum, tum de su canto y nos dimos cuenta que era él. En ese momento me convertí en un niño. Como que ahí perdí la noción de quién era yo y todo se redujo al puro placer de verlo: totalmente blanco e impoluto, su pico y cuello entre celeste y fucsia. La belleza hecha realidad.”

Crónica publicada en Tiempo Argentino, por acá

jueves, 21 de enero de 2021

Querido diario de la peste y el estallido

 “No creo que sea ningún secreto que hay conversaciones en el libro que son inventadas, pero son inventadas a partir de una voz que escuché tan a menudo y que penetró mi cabeza… No quiero ingresar a esa tierra de nadie acerca de lo que sí sucedió. Todo en Dispatches sucedió para mí, incluso si no necesariamente sucedió.” La confesión es del periodista Michael Herr, autor de Despachos de guerra, esa brillante novela-memoria-crónica bélica en la cual narra lo que fue combatir (y sobrevivir) en la Guerra de Vietnam. El párrafo está tatuado como epígrafe en el nuevo libro del chileno Alberto Fuguet, y funciona como una declaración de principios. Una advertencia para el lector, antes de sumergirlo en sus Despachos del fin del mundo. La obra hace foco en el año que Fuguet, los chilenos y el mundo entero vivimos realmente en peligro. Del estallido social en las calles del delgado país trasandino hasta el encierro que trajo la peste global. “Qué viaje, qué año”. En estos tiempos de metáforas bélicas tan reales: guerra al virus, combates en las calles, toques de queda, primeras líneas, Fuguet traza la memoria emocional entre la primavera de protestas y el invierno de la pandemia

El autor de Mala onda, Sobredosis y el brillante Tinta Roja explica: “Esto no es periodismo ni crónica/ aunque viene una parte de ahí/ tampoco es ficción pura/ no es una novela/ aunque a veces creo que sí lo es. Se puede ver como un tráiler de lo que acaba de pasar”. Libro híbrido, “vivo”: revuelto que se hace carne con dosis desparejas de crónica, poesía, memorias, autoficción, ensayo novelado y manual de supervivencia. Fuguet muestra la cocina de este libro difícil de encasillar, como el año que aborda. “Parecía el fin de mi pequeño mundo tal como lo conocía y el comienzo de una gran oportunidad creativa y –quizás la liberación de ciertas amarras que son las que no nos dejan, como autores, volar más lejos. El pasado a veces tarda en soltarse; ciertas trabas y traumas y lealtades y certezas no se esfuman hasta que arden. Por primera vez en mi vida adulta todos los finales posibles me parecían posibles en la vida real e imposibles en el papel”.

Estos tiempos confusos, encendidos, agitados en lo íntimo, lo social y lo político son terreno difícil de transitar, y de narrar. Fuguet se la juega y crea una épica del colapso. Captura miedos, paisajes, personajes, fiestas, encierros, angustias y deseos que flotaron en los aires de 2019 y 2020. Y también, por qué no, busca imaginar el futuro. Un libro urgente que se hace cargo de lo que Douglas Coupland dice en otro epígrafe de Despachos del fin del mundo: “O nuestras vidas se convierten en historias o no habrá manera de darles algún sentido.”

Publicada en Tiempo Argentino, por acá

El último vuelo del cóndor

 Mallku es una palabra aymara que da nombre al imponente cóndor. Símbolo de fortaleza, libertad y lucha para los pueblos originarios del Altiplano. Los aymaras también llaman mallku al líder de su comunidad. Felipe Quispe Huanca fue referente indio, campesino, político y social. Pero sobre todo fue “El Mallku”, así lo llamaban desde hace décadas sus compañeros en la batalla cotidiana por los derechos siempre postergados de los pueblos indígenas que habitan Bolivia y mucho más allá. Murió ayer martes 19 de enero en la ciudad de El Alto de un paro cardíaco. Preparaba su candidatura a la gobernación de La Paz. Tenía 78 años.

Yawar Mallku (“Sangre de cóndor”, como el título de la película de Jorge Sanjinés) corría por las venas de don Felipe. Combatió contra dictaduras y gobiernos racistas, neoliberales y traidores a la causas populares. Diputado, guerrillero, historiador, secretario general de la Confederación Central Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia, cabeza pensante del Movimiento Indígena Pachakuti (MIP), docente y escritor. También un potente polemista. Con Evo Morales tuvo idas y venidas. Senderos que se bifurcan y trifurcan en la apasionada vida del Mallku.

En su libro Mi captura, Quispe recuerda sobre su lucha: “Nunca pensé en ser un hombre importante, sólo tenía un dolor profundo por la situación social que estaba viviendo el país, sobre todo las formas de discriminación racial contra el indio. Es por ello que cuando en una conferencia de prensa la periodista Amalia Pando me preguntó por qué escogí este camino, mi respuesta fue simple: “Por qué no quiero que mi hija sea su sirvienta y ni que mi hijo su cargador de canastas”. Creo que con esta respuesta le rompí el alma a la señora Amalia y también fue una interpelación contundente a esta sociedad racista”.

Conocí al Mallku hace más de 15 años, poco después de que se desatara sangrienta la Guerra del Gas. Pude entrevistarlo varias veces en La Paz y también en su comunidad de Ajaría Chico, cerca de Achacachi, donde había nacido, en las tierras de los combativos Ponchos Rojos, las milicias aymaras. La crónica que sigue recupera una visita a sus pagos en el nacimiento del crudo invierno de 2007. Trae al presente su pensamiento, sus luchas, sus reflexiones. Un último vuelo del Mallku.

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El viaje hasta Ajaría Chico lleva más de dos horas desde La Paz. Al amanecer, el minibús atraviesa a todo trapo las rutas que bordean el Lago Titicaca. Llegamos puntuales a Achacachi, capital de la provincia de Omasuyos y ciudad bastión de las luchas indígenas. “El Mallku debe estar festejando el solsticio”, comenta el conductor de la movilidad y hace dudar a este cronista de la presencia de don Felipe en su comunidad. El viaje continúa y la pequeña camioneta se interna por un camino diminuto. Diez casas se ven en la ladera de un cerro junto al lago sagrado. El cartel que anuncia Unidad Educativa Ajaría Chico indica que el largo viaje ha concluido.

La majestuosa Cordillera Real, coronada por las nieves eternas del Illampu, es el telón de fondo que tiene el pueblito. Algunos pibes navegan el Titicaca en busca de totoras para alimentar a su ganado. Otros hacen pastar a las ovejas en el campo. Desde una casa de adobe, una radio rompe el eterno silencio.

Una señora que pisa descalza papines para elaborar chuño me indica el camino para llegar a lo del Mallku. Felipe saluda con el brazo en alto desde el portón de su casa sencilla, decorado con los soles símbolos del MIP. Luego invita a pasar. Para la entrevista, se sienta sobre una piedra en su terreno y convida hojas de coca que guarda en un pequeño aguayo.

-Mallku, cuénteme cómo empezó su militancia.

-Lo que me ha despertado fue la muerte del Che Guevara. He sido militante del Ejército de Liberación Nacional (ELN) desde muy joven, en una célula de tres personas. Entre los tres pintábamos una letra cada uno en las calles: “E-L-N”. Así he aprendido a ser militante. En el año ’71 cayó una compañera de la célula y ahí rompimos el hilo. Después, en el ‘78, hemos fundado un movimiento indígena con el nombre de Tupac Katari (MRTK), que coordinábamos con la gente del ELN, y a través de ellos, hemos salido a otros países. En el año ’87 rompimos definitivamente. Había un comandante que me decía: “nosotros estamos liberados, yo tengo todo, soy familiar de Víctor Paz y de Jaime Paz Zamora. Ustedes, indiecitos, libérense, trabajen y concientícense. A mí no me discriminan porque soy blanco”. Eso me ha dolido mucho, por lo cual me he salido del ELN y casi nunca me identifico con él. Luego, fundé el Ejército de Liberación Tupac Katari (ELTK) en los años noventa, metiendo bombas y recuperando dinero. Estuvimos presos cinco años, y luego que salimos tuvimos que deponer las armas, que tenemos guardadas por ahí, ya que no las íbamos a entregar como cojudos que somos. De ahí viene mi filiación, mi militancia, mi pensamiento político. No vengo de la organización sindical, aunque he militado en ella como una mascarita. Por dentro yo tengo otra visión.

-¿Cómo surgió el MIP y cuáles son sus principales lineamientos? 

-Nos orientamos por el indigenismo. No hablamos de izquierdas ni de derechas, aunque si tendríamos que clasificarnos estaríamos en la ultraizquierda. Hoy en día, somos el peligro más grande que tiene el Estado boliviano. Ayer, el peligro estaba encarnado en los partidos marxistas-leninistas, hoy somos los indígenas los que estamos marcados como peligrosos. Reclamamos nuestro territorio debido a que la gente que nos ha gobernado han sido todos extranjeros. El imperialismo gringo no puede ni vernos, si fuera por ellos, harían una limpieza étnica en Latinoamérica. Los indígenas que estamos luchando en Bolivia, en Ecuador y Perú creemos en la lucha de naciones. Por estrategia y por táctica debimos aliarnos a la izquierda, pero ya llegará nuestro momento.

-Si el MIP llegara al gobierno, cuál sería la relación con los otros sectores sociales que forman parte de la actual Bolivia.

- La única manera de que el MIP llegue al gobierno es por medio de una revolución. Sería un gran error discriminar a la gente no indígena que vive en Bolivia. No deberíamos asumir un revanchismo político, más bien, plantaríamos la igualdad ante la ley, pero en forma real. Que haya respeto mutuo, como hermanos. El revanchismo sería un suicido, no puedo pensar en pleno siglo XXI como Tupac Amaru o Tupac Katari.

-Muchos creen que Bolivia se está jugando una segunda independencia. ¿Cuál es la mirada de los sectores indigenistas respecto a esta situación?

-En 1825, Bolívar y Sucre matan a sus abuelos, a los criollos. Nos liberamos por una parte, pero se dio el proceso de resometer a los sectores indígenas, se republicanizó a los pueblos originarios.  En el 1952, la revolución trajo la nacionalización de las minas, el voto universal y la reforma agraria. Cambiamos un poco, pero no mucho. Hoy se está planteando la tercera revuelta. Es un proceso, se pueden tardar unos diez años o mucho menos, depende de nosotros, de los pueblos campesinos. El poder está en nuestras manos. En el ejército, la masa de soldados es indígena; en las fábricas, los obreros son indígenas; en las minas y en el campo, la mayoría somos nosotros.

-Hace poco, publicó un libro, Mi captura, sobre sus años de lucha armada. ¿Por qué decidió escribirlo?

-Han pasado más de 15 años de los hechos que narra el libro, hubiese preferido presentarlo antes, pero el ministerio público era manejado por reaccionarios y es difícil sacar material que cuenta las injusticias que vive el pueblo. Las torturas y castigos que sufrimos con otros compañeros del Ejercito Guerrillero Tupac Katari (EGTK) pueden ayudar a tener memoria de lo que hacen con los luchadores sociales, como hicieron con el Che Guevara o Tupac Katari.

-Álvaro García Linera estuvo varios años militando a su lado. ¿Cuál es la relación que tienen con el actual vicepresidente?

-El Álvaro Linera fue un compañero de lucha en los años del EGTK. Esos cerros que ve usted del otro lado (señala la Cordillera Real) la hemos recorrido de punta a punta en la época que entrenábamos con la guerrilla. Recuerdo que me hacía darle patadas cuando le venía la flojera en las marchas, quizás de ahí vienen los problemas de columna por lo que lo aperaron hace poco (risas). Hemos compartido cientos de charlas en la escuelita de esta comunidad de Ajaría Chico, hemos dormido en aquella casita de adobe que ve sobre el cerro. Pero las cosas ha cambiado cuando aceptó la propuesta del MAS, como que mostró sus intereses y se llevó buena parte de las propuestas que veníamos llevando con el MIP.

-¿Siente que el MAS le arrebató sus propuestas?

-Evo Morales y el MAS han robado nuestro plan de gobierno, pero el pueblo empieza a notar que hacen las cosas a medias: la nacionalización, las autonomías indígenas y regionales, todo a medias. Ya veremos qué pasa en los próximos meses.

-Felipe, hoy se festeja el solsticio. ¿Qué opina de los festejos del Inti Raymi en Tiwanaku?

-Las cosas cambiaron mucho. En Tiwanaku debe haber gran fiesta hoy día. Antes, cuando era joven iba, pero ya está muy comercializado y con muchos turistas. Antes era más religioso e iban los sabios y yatiris a pronosticar, ahora es más manejado por el comercio y se perdió el significado real.

Publicado en Tiempo Argentino, por acá

miércoles, 13 de enero de 2021

Corte y confección para la libertad

Una sinfonía mecánica suena en el taller de la cooperativa Kbrones. Proviene de las overlock que trabajan afinadas. La orquesta de siete costureros no da puntada sin hilo en la tarde diáfana de Barracas. Las agujitas bailan un eterno sube y baja sobre la tela virgen. El gran final del concierto textil es a todo trapo. Nace el inmaculado camisolín.

En otro ambiente del taller, los compañeros de la “coope” doblan pilas y pilas de prendas blancas y radiantes: “Imagínese que estamos sacando del horno unos 1200 camisolines por día para el kit sanitario, que viene también con cofia y cubrebotas. Somos un relojito”, saca pecho Daniel Yedro y continúa, parsimonioso, con la faena del plegado. El morocho del barbijo verdeamarelo con el escudo del Sportivo Pereyra se gana el mango desde hace cuatro años en este proyecto autogestivo pionero en su especie: la primera cooperativa de trabajo de Latinoamérica nacida en las entrañas de una cárcel.

Kbrones lleva diez años de historia sobre sus espaldas, desde su conformación tras los altos muros de la Unidad Nº 12 de Gorina en diciembre de 2010. En esta década de vida, el proyecto -erigido sobre los pilares de la inclusión y la reinserción laboral de las personas privadas de su libertad- exploró muy diversos rubros para mantenerse en pie: primero la marroquinería, más tarde lo maderero, y hasta el reciclaje. Desde hace un tiempo la muchachada le mete fichas al desarrollo textil. Dos años y medio atrás dieron su último gran golpe: lanzaron una marca de ropa, lo que les permitió seguir innovando en plena pandemia con diseños para los trabajadores esenciales que dan pelea al virus.

“Yo estuve preso –cuenta Daniel-, andaba en la mala, pensaba que la única salida era volver al pasado. Pero acá me dieron una oportunidad, una mano como en pocos lados te dan. Y aprendí muchas cosas: a ser una persona honesta, a mantener a mi familia, a tener un oficio, a tirar para el mismo lado con mis compañeros”. En su remera, el joven lleva tatuada una frase que repite como un mantra cuando llega al taller bien temprano: “Solos podemos hacer muy poco, unidos podemos hacer mucho”.

Yo volveré a las calles

La punta del ovillo de esta historia la conoce Julio César Fuque. Es uno de los padres fundadores de Kbrones y su actual secretario. “La semilla de la cooperativa fue una pregunta –explica Fuque, mientras ceba mate-. Qué hacer cuando uno recupera la libertad. Volver a lo mismo o elegir un nuevo camino son las opciones. Pero para tener una nueva vida tenemos que capacitarnos, aprender un oficio. Si antes usábamos las manos para destruir, ahora tenemos que aprender a usarlas para crear y producir”.

En 2009, después de una larga temporada en el infierno de Sierra Chica, Fuque había llegado a Gorina, penal de régimen abierto, para cumplir la última parte de su condena: “Con un grupo chico de compañeros, le planteamos al Servicio Penitenciario que queríamos aprender oficios y también ir a la escuela. Herramientas básicas si uno quiere tener oportunidades afuera”. Arrancaron con dos talleres: refrigeración y marroquinería. “Me enganché en los dos. Hacíamos unos monederos muy chiquitos. El profe nos decía: ‘con una máquina a pedal y una lonja de cuero, se pueden ganar la vida’. Tenía razón.” Con el pasar de las clases, dominaron el arte del cuero. Forjaban cinturones, portamates, carteras, morrales, billeteras. De ese grupo de esmerados aprendices nació el proyecto de forjar algo más: una cooperativa. Julio César confiesa que no fue fácil. ¿Qué será fácil en la cárcel? “Nada. Tuvimos que pelear contra la burocracia y las trabas del sistema, no nos callábamos, peleábamos por nuestros derechos. Por eso el nombre.” Kbrones empezó con siete socios. Hoy son 23.

De labia generosa –habla hasta por los codos-, Julio César era el vendedor que pateaba las calles y recorría ferias con los brazos llenos de cinturones confeccionados en la primera sede de Kbrones, cuando funcionaban en un galpón de González Catán. “Una cosa es producir y otra vender. Fue duro. Hasta tuvimos que hacer cirujeo y reciclaje para ganar unos mangos extra. Había que bancar la coope. Nunca bajamos los brazos”.

Transcurrieron tiempos bravos. Estaban casi besando la lona. Entonces decidieron reinventarse hacia lo textil: “Tuvimos un pedido grande de bolsitos que nos hizo Fecootra. Pasamos del cuero a la ropa de la noche a la mañana. Aprendimos a coser sobre la marcha”. Sus docentes fueron trabajadores que venían de talleres clandestinos: “Con lógica medio de choreo, onda campana, hacíamos guardia en la puerta de los talleres donde eran explotados. Cuando salían les contábamos del proyecto y los invitábamos a sumarse. Muchos forman parte de la cooperativa hasta el día de hoy. Kbrones es un espacio que da oportunidades. Inclusivo.”

Les fue bien con la ropa de trabajo. Camisas para colectiveros, overoles para la industria petrolera y hasta uniformes para Prefectura y vigilantes privados: “Sin berretines con esos clientes –guiña un ojo Julio César–, la pilcha es de primera calidad para todos”. En los años neoliberales de Macri, las importaciones chinas les restaron clientes y otra vez decidieron redoblar la apuesta. Sacaron su propia marca: “Con las crisis laburan mejor las neuronas. Empezamos a hacer jeans, camisas, polleras. Todo a precios bien populares. En plena pandemia fue igual y resurgimos haciendo barbijos. Somos como el Ave Fénix. Esta empresa fue construida detrás de rejas y candados. Sabés cuántos muros tuvimos que tirar abajo... Es nuestra forma de ser libres.”

Sin cadenas

Jornadas carcelarias de 18 horas frente a la máquina. La paga era de un puñado de centavos por prenda. Así se ganaba la vida Clara Franco en un taller clandestino de Quilmes. “Miseria te daban. Acá es distinto. Primero porque somos compañeros. Y segundo, porque se escucha la voz de todos", dice doña Clara, ojos sinceros de lince, y le da precisión al armado de una camisa. Con su hijo Diego trabajan codo a codo en el taller de costura. Él es especialista en zurcir puños: “Antes andaba a las trompadas con los patrones, que me explotaban. En Kbrones me siento bien, se labura a pleno y con libertad, pese a que mi vieja a veces me tira de la oreja”.

A pasitos de la “familia costura”, como los llaman, Elías Brito demuestra sus habilidades con la overlock, sacando mangas de camisolines a rolete. Es migrante, oriundo de la ciudad blanca de Sucre, en la vecina Bolivia. “Como a muchos de mis paisanos, me explotaban en un taller del Bajo Flores. Llegar a la cooperativa fue un cambio muy grande. Y algo más importante: acá se comparte el conocimiento”, reflexiona el chuquisaqueño, que sueña con volver a sus pagos para compartir un chicharrón de cerdo con la parentela.

En la sala de cortes surgen Pablo Vega y Carlos Aguirre, jóvenes manos de tijera. Vega, además, es el responsable de todo el proceso de producción. El corte y confección lo mamó de su vieja: “Ella tenía también una cooperativa y le di una mano de muy pibe”. Después se formó en moldería. Es especialista en alta costura y vestidos de novia. Pero se da maña para diseñar lo que le pidan. Es, también, el autor del best seller del año, surgido como necesidad y respuesta al contexto urgente: “El barbijo lo saqué al toque. Ni lo dudé, veníamos mal y había que reciclarse por la pandemia. Ya vendimos como 400 mil.”

Antes de la despedida, los muchachos de Kbrones imaginan un 2021 con proyectos y mucho trabajo: “Alquilamos un galpón más grande enfrente y nos donaron máquinas para aumentar la producción. La idea es seguir peleando y dar oportunidades como siempre. Si la pandemia cierra puertas, nosotros las abrimos”, corean Fuque y Vega, antes de posar para el fotógrafo de Tiempo elevando los dedos en V. ¡Hasta la vacuna, siempre! «

Crónica publicada en Tiempo Argentino, por acá

viernes, 1 de enero de 2021

Antibiografía de Nicanor Parra

 “El que sea valiente que siga a Nicanor Parra. Sólo los jóvenes son valientes, sólo los jóvenes tienen el espíritu puro entre los puros. Pero Parra no escribe una poesía juvenil. Parra no escribe sobre la pureza. Sobre el dolor y la soledad sí que escribe; sobre los desafíos inútiles y necesarios; sobre las palabras condenadas a disgregarse así como también la tribu está condenada a disgregarse”. Es palabra de Roberto Bolaño, fiel seguidor de su colega y paisano. Según el autor de Los detectives salvajes, Don Nica era el único (anti)poeta que valía la pena leer de ese país de los poetas llamado Chile.

El escritor y periodista Rafael Gumucio fue uno de los tantos pibes que siguieron la estela de Parra. Una tribu literaria que peregrinaban hasta su casa en Las Cruces (o mejor Las +++, como la bautizó el antipoeta) para, a veces, conversar un rato; siempre, para escucharlo como quien acude a un oráculo.

Gumucio tenía 32 pirulos cuando lo visitó por vez primera. Parra ya andaba por sus jóvenes 87. Corría el 2002 y el aspirante narrador acudió con algo de ilusión y  bastante inmodestia. Creía que el antipoeta se había interesado en sus libros. En realidad Parra solo quería hablar de las brevísimas columnas que el autor de Memorias prematuras y Comedia nupcial publicaba en los diarios trasandinos: “Le gustaba una columna de entre las miles que había escrito, y era esa y nada más. Con eso basta y sobra”.

Fue la génesis de una amistad. También de Nicanor Parra, rey y mendigo, un grueso volumen de más de 500 páginas sobre la vida y obra del poeta centenario que dejó este mundo en 2018. Transbiografía, post-novela, ensayo crítico, memoria familiar. Advierte Gumucio: “Esta no es una biografía de Parra. Esta es una biografía con Parra. Es una biografía contra Parra. Parra es en este libro apenas un abrigo, una máscara más”.

La antibiografía de Gumucio dialoga con Sobre Sánchez de Osvaldo Baigorria, con Lamborghini: una biografía de Ricardo Strafacce y aún con Limónov de Emmanuel Carrère. Escrito en primera persona por el observador (que confiesa sus desconciertos, limitaciones, pasiones). Con aportes de las voces de familiares, amigos, enemigos, novias y por supuesto otros poetas. No hay que dejar pasar la cuidada mano invisible de Leila Guerriero en la edición. Capítulos cortos y tórridos como algún verso del antipoeta. Por último, no menos importante, y fascinante, la tarea fina del biógrafo que permite volver a “escuchar” la voz, los tonos, los chistes, las muletillas de Don Nica.

Escenas de una vida que dura 103 años: Parra y su dura infancia en el sur del país. Parra y sus ocho hermanos menores (la historia del clan familiar, la historia de todo Chile). Parra y su educación sentimental e intelectual en un internado de Santiago. Parra y su decisión de estudiar Matemática y Física. Parra y Violeta (¿Hay Violeta sin Nicanor? ¿Hay Nicanor sin Violeta?). Parra en Inglaterra, Rusia, Estados Unidos y más allá. Parra y sus mujeres, sus hijos, sus nietos. Parra y la izquierda, el hipismo y la ecología. Parra y Ginsberg, Rojas, Lihn, Zurita, Zambra, Huidobro y Neruda (“Pablito”, para Parra). Parra, la Unidad Popular y la dictadura de Pinochet. Parra y el humor, el dinero, la comida, los premios y la sordera. Parra y toda su obra: desde su primer relato “Gato en el camino” hasta Antiprosa, el clásico Poemas y antipoemasSermones y prédicas del Cristo de ElquiChistes para desorientar a la policía, la traducción de Rey Lear y sigue la lista. Parra, la vida y la muerte. Hojas de Parra.

Quien se anime, no lo dude, lea la obra de Gumucio. Y sean valientes. Sigan a Nicanor Parra.

Publicada en Tiempo Argentino, por acá