martes, 31 de octubre de 2017

Despedazado por mil partes

Aquella noche de finales de los ‘80 en que ensambló su primer rompecabezas, Susana Broggi comprendió que la vida se va armando de a pedacitos. Como en un puzzle, los días van encajando con las semanas, los meses y los años, hasta completar el ciclo vital de la fugaz existencia. Su madre, también Susana, fue quien la inició, a los diez años, en el arte de enlazar diminutas figuras de cartón. Luego de la cena, la sobremesa familiar se estiraba con el ritual de reconstruir imágenes cuidadosamente desmembradas. "Es una pasión que siempre compartimos con mamá. De esos años tengo muy presente uno de la pintura La maternidad, de Renoir. Otro muy querido, un clásico de esa época, tenía unos gatitos sonrientes y muchas flores", recuerda con nostalgia la psicóloga de 39 años. Alimentar el fervor del juego en los abatidos días de la hiperinflación no era sencillo. "Se conseguían muy pocos 'rompes' y obviamente no había variedad. Vivíamos en Caballito e íbamos a la juguetería Tom, sobre Gaona. Revolvíamos como locas y algo se pescaba." 
En su adolescencia, una rabiosa mononucleosis obligó a Broggi a una larga temporada de reposo hogareño. Trance que aprovechó para encarar su primer desafío en solitario: un ejemplar de 1000 piezas tatuado con el recalcado motivo del gatito peludo y las flores como telón de fondo. Se encerró en su cuarto y al tercer día resucitó de entre las piezas con la postal acabada del felino. Luego llegaron otros retos: batallando contra 2000, 5000 o más piezas, Susana fue ganando en agilidad y destreza. Se transformó en una curtida artista de la reconstrucción. Sus obras completas, las atesoraba en su escritorio. 
"Sin dudas –reflexiona– este no es un hobby para gente con cero paciencia. Hay que dedicarle muchas horas. Por ahí me siento a las once de la noche y cuando vuelvo a mirar el reloj son las cuatro de la madrugada. Te olvidás de que existe el tiempo." La profesional del armado resalta la importancia de entrenar la memoria visual e ir puliendo una técnica: ella comienza por los bordes y separa los fragmentos por colores. Lo demás es cuestión de tiempo. 
Decir que los rompecabezas le salvaron la vida es una exageración. Sin embargo, no es descabellado intuir que la ayudaron en el trance de edificar su familia. A su marido José Luis lo conoció chateando. Cuando él tipeó que le gustaban los puzzles, a Susana le rompió la cabeza. Encastraron desde la primera cita: "Nos encontramos en una juguetería y compramos el de un cuadro de Miró". Lo finiquitaron a cuatro manos en tres horas. Fue amor a primer armado.
Broggi derriba el mito de que sea una actividad para solitarios: "Es más bien sociable y se comparte en familia. Ponemos música, abrimos una cervecita, unas papitas fritas y lo vamos haciendo en equipo, así es más fácil." Las paredes de su casa, tapizadas con decenas de ejemplares, acreditan la experiencia colectiva: "En el living, los cuartos de los chicos, el quincho, el garaje y hasta en los baños. Sólo me falta colgar en la fachada." 
Desde hace casi 15 años, con su marido comanda Puzzlemanía, local de principio a fin dedicado a la pasión reconstructiva. Suerte de templo pagano enclavado en Primera Junta, adonde peregrinan los fanáticos de los rompecabezas. "Es el único local en su especie en Latinoamérica. Cuando arrancamos, nuestros viejos nos decían que estábamos locos, que nos íbamos a morir de hambre. Pero nos fue muy bien: llegamos a tener tres locales. "La clave, dice, fue el trabajo paciente. La misma técnica que aplican al enfrentar los pedacitos de cartón. 
Caídos del mapa
Aunque hay antecedentes milenarios, para reconstruir la historia del rompecabezas moderno es necesario remontarse a finales del siglo XVIII, edad dorada de la expansión imperial británica. No es raro que su creador haya sido el cartógrafo John Spilsbury. Para agilizar la enseñanza de la geografía, en 1766 Spilsbury decidió cortar un mapa siguiendo al detalle las líneas de las fronteras. Lo bautizó "mapa diseccionado": hecho en madera noble, mostraba la silueta europea y fue un éxito. En poco tiempo, el invento trascendió los confines pedagógicos y se convirtió en un juego popular entre las élites.
La novedad se difundió por toda Europa. En 1800, algunos fabricantes alemanes de juguetes vendían rudimentarias piezas de madera que se encajaban en forma de cruz. El juego tuvo su boom en América casi un siglo después. La mecha la encendió Milton Bradley, creador del eterno "Juego de la Vida". Ya había hecho fortuna vendiendo juegos baratos para los combatientes de la Guerra de Secesión, y a principios del siglo XX, su compañía MB comenzó a producir rompecabezas en serie y los incorporó a su nutrido catálogo con el nombre inmortal de jigsaw puzzle, "rompecabezas". 
Jack London, Albert Einstein y Julio Cortázar fueron ilustres jugadores. Ninguno llegó a participar del Mundial de Rompecabezas, que se celebra anualmente desde 1992. En su "novela-puzzle" La vida instrucciones de uso, el escritor francés Georges Perec dedica un apartado a la verdad última del rompecabezas. Arriesga que no es un juego en solitario: cada movimiento, cada corazonada, cada pieza que toma y cada hueco que llena el jugador, ya han sido diseñados, calculados y decididos por otro. Su creador todopoderoso. 
Modelo para armar
Frescos de la Capilla Sixtina, postales de Times Square, obras maestras de Picasso, retratos de osos panda y hasta del porteño Papa Francisco. La oferta de Puzzlemanía es muy variopinta, al igual que el paladar de los fanáticos. "Está el que viene quincenalmente, buscando novedades. Pero también el paracaidista que pasa por la puerta y se manda", reflexiona desde el mostrador Nicolás Chaves, histórico encargado del local. "Hay gente a la que le importa la complejidad y deja de lado el diseño. Entonces elige uno bien plano, de un solo color. Los de Pollock son bien difíciles. Pero muchos se acercan con la idea de enmarcarlos. Prefieren la imagen de una mascota o del paraíso que visitaron en las últimas vacaciones. En esos casos, el 'rompe' asume un rol decorativo, el medio para un fin." 
Mientras acomoda unas cajas en los atiborrados estantes, Chaves cuenta que muchos padres llegan en busca del rompecabezas salvador que aleje a sus hijos de la hegemónica pantalla del celular. "Tienen un uso medicinal neurológico: ayudan en los temas de concentración y ansiedad en niños y adultos." El precio de un puzzle estándar arranca en los 500 pesos. Reinan las marcas alemanas, italianas y catalanas. La producción local es pobre y, según los que saben, de baja calidad, con problemas recurrentes en el encastre.
Para los que quieren enfrentar desafíos colosales, en el local espera dueño el ejemplar más grande del mundo: 40.320 piezas (unos 30 kilos de cartón impreso) que narran famosas escenas de los films clásicos de Disney. El precio roza los 16 mil pesos. Si un jugador fracasa en la faena, el local ofrece el servicio de completar el trabajo por modestos 150 pesos la hora. Más de un fanático, cuentan, ha ofrecido su mano de obra en forma desinteresada.  
Chaves, licenciado en Ciencias Políticas, elige el rompecabezas de su vida: "Sin dudarlo, el primero que armé. Tres mil piezas dedicadas a 'La Libertad guiando al pueblo', de Delacroix. Cuando ponía las últimas piezas, terminé de entender la Revolución Francesa. Sentí la libertad." «
Crónica publicada en Tiempo Argentino, por acá

martes, 24 de octubre de 2017

Vamos las bandas

No hace falta tener oído absoluto. Mucho menos acreditar pergaminos de conservatorio. Sólo con afinar un poquito la escucha, y a veces gambetear el redoble de tambores que viene de Plaza de Mayo, cualquier caminante de la calle Defensa puede salir de la vorágine diaria que supura el centro porteño, tomarse cinco minutos, reposar el esqueleto cansado sobre la fachada del Museo de la Ciudad y al fin dejarse llevar por la dulce melodía de "El humahuaqueño", que baja desde la planta alta. 
El ensayo de la Orquesta Escuela Juvenil de San Telmo arranca con el clásico de clásicos de la Quebrada. En el salón no hay erkes ni charangos, pero sí un par de bombos. Y muchos chicos, concentrados frente a las partituras. Suenan parejos los violines, las violas, los chelos. Dialogan con las flautas traversas, las tubas y los saxofones. Desde el fondo del recinto, aportan lo suyo los gordos contrabajos. Suenan el acordeón, los bandoneones, las afiladas guitarras. No menos importante, el golpe preciso de los platillos pone punto final al carnavalito.
"Pura ejercitación y mucho trabajo en equipo, esa es la clave. Acá no gana el solista sino el grupo. Hay que ayudar al compañero, ser paciente, escuchar, aprender a respetar los silencios… Son enseñanzas que sirven para la música, pero sobre todo para la vida", asegura Clara Ackermann, miembro fundadora y directora estable de la orquesta que integran pibas y pibes de San Telmo, Monserrat y barrios fronterizos.
En un alto en el ensayo, sin abandonar su fiel batuta, Ackermann repasa la corta pero intensa vida del proyecto. Los primeros acordes de esta historia sonaron en 2013. Un par de docentes, 15 chicos y algunos estoicos padres fundaron la orquesta en el corazón del barrio. No tenían fondos, sólo unos pocos instrumentos prestados, y las ganas infinitas de hacer música. 
Arrancaron en un bodegón frente a la Plaza Dorrego. "Era raro, porque terminábamos de tocar y había gente cenando –recuerda la directora–. Con los meses, nos quedó chico, porque se fue armando el boca en boca entre los vecinos". Entonces salieron a buscar casa nueva. Primero ensayaron bajo la Autopista 25 de Mayo, en el club Martina Céspedes, pero los bocinazos y el estruendo de los motores en la hora pico no cooperaban para obtener un sonido demasiado limpio. Luego se mudaron a la Fundación Mercedes Sosa, sobre la calle Humberto Primo. Allí echaron raíces por más de un año y cosecharon decenas de nuevos integrantes. "Es un gran semillero de músicos. Pero más allá de la iniciación musical, el proyecto tiene una función social. La sensibilidad, las emociones y el compromiso van de la mano". 
Hoy tienen su sede en el Museo de la Ciudad, suman casi 200 músicos de entre 4 y 18 años, y un cuerpo docente con una docena de profesionales. "Construimos un espacio independiente, autogestionado, que no depende del gobierno de turno", explica Ackermann. Para sostener el trabajo de los formadores, la compra de instrumentos, la organización de recitales y viajes, y las meriendas para los chicos, reciben aportes de diversas fundaciones y de donantes particulares. También forman parte del ajustado Programa Social de Orquestas y Ensambles Infantiles y Juveniles de la Nación (ver recuadro). Pero el soporte fundamental lo gestiona la cooperadora. "La orquesta es una constante búsqueda: desde lo musical pero también desde la forma de conseguir recursos. Todas las semanas llegan chicos; hoy, por ejemplo, se sumaron cinco más. Necesitamos más instrumentos, porque todos tienen el derecho de aprender. En poco tiempo, creo que hemos cosechado muchos logros, pero no podemos dormirnos en los laureles".
A toda orquesta 
Joaquín Chibán es un versado violinista que acompaña a la orquesta desde su gestación. Acaba de terminar la primera clase con un grupo de sonrientes pichones de Paganini: "Los chicos escuchan el sonido del violín y flashean. Ese sonido dulce, expresivo, fuerte y suave a la vez, los atrapa. Lo importante es abrir el oído, aprender a escuchar. Es como un encantamiento". Él mismo quedó prendido desde chiquito y para siempre de las melodías que crea el arco sobre esas cuatro cuerdas. Por un instante cierra los ojos y recuerda cómo se colaba en la pieza de su tío Jorge, un curtido violinista de tango. Lo admiraba en silencio mientras practicaba algún clásico de la guardia vieja. Fue amor a primera vista. Antes de seguir con sus labores pedagógicas, Chibán reflexiona: "Aprender música es un trabajo lento, muy distinto a la realidad que se vive hoy, donde apretás el botón de una máquina y tenés miles de respuestas en forma inmediata. A los chicos trato de transmitirles la paciencia, porque necesariamente para aprender a ejecutar un instrumento hay que dedicarle horas, trabajar mucho y esforzarse. La vida también es así". 
Estela Paredes es una de las madres que acompaña a sol y sombra a la orquesta. Los miércoles y sábados, durante las largas horas de ensayo, ceba mates milagrosos, prepara las meriendas de alfajores y mate cocido y coordina las labores de la cooperadora. Mientras su hijo Facundo le da duro y parejo a la viola en el salón principal, ella recuerda orgullosa cómo juntó pesito a pesito para comprar el primer instrumento de su crío. "Era uno medio trucho, pero con ese violín Facundo aprendió a tocar las obras de Vivaldi. Las que le hacía escuchar cuando estaba en mi panza". 
Oscar es otro de los papás que pone el hombro: se encarga de la difusión del proyecto en las redes sociales. Es venezolano y llegó con su familia desde Caracas, escapando de las penurias económicas que atraviesa su país. En San Telmo se gana la vida en un supermercado y vendiendo suculentas cachapas, un plato primo hermano de las arepas. Sus hijos Luis y Vicente son duchos en el manejo de la viola y el violonchelo. En su tierra natal dieron los primeros pasos musicales en el ejemplar Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela: "Allá es una política de Estado –explica–, que les sacó ese privilegio a las grandes élites. Sea en un barrio pobre o alejado, usted va a encontrar una orquesta. De alguna manera, creo que este proyecto sigue ese camino. Entender que la música es una alternativa para los chicos, que abre mundos nuevos. Pero además, esta orquesta es como una gran familia".
En la sala de ensayo suena la melodía gitana de "Minor Swing". Chiara sigue atenta las instrucciones de la directora y en el momento justo ejecuta con parsimonia en su chelo la pieza del eterno Django Reinhardt. Cuenta que en la orquesta aprendió mil secretos de su instrumento, pero sobre todo, dice, entendió el valor de la amistad. Del variopinto repertorio que practica codo a codo con sus amigos no elige algún clásico del rock nacional, ni del folklore latinoamericano o la cumbia. Se queda con "Libertango", de Piazzolla: "Es un ritmo complicado, pero me gustan los desafíos. Cuando lo tocamos siento que floto y algo me late en el pecho. Para mí eso es la música. Algo que no se puede explicar con palabras".
Crónica publicada en Tiempo Argentino, por acá

martes, 10 de octubre de 2017

Todo sobre las madres

La nave central de la Rural está colmada por una legión infatigable de madres, con su prole a cuestas. Recorren sin respiro los stands de afamadas pañaleras, novedosas firmas de tecno-seguridad infantil y glamorosas tiendas de indumentaria para los más pequeños de la tribu. Ahora Mamá Expo, cita mayor del fértil nicho comercial dedicado a las futuras madres y sus herederos, se hace carne en el predio palermitano. 
"Nunca digas nunca. Jamás en la vida se me hubiera ocurrido venir a una exposición así, pero acá estoy. ¿Qué pasó? Pasó Pablito", confiesa entre risas María, mientras mira embobada los ojos azul cielo de su retoño de tres meses. Tiene 31 años, es madre primeriza y llegó desde San Martín en plan más bien familiar, pero con ribetes comerciales. En su deriva la acompañan sus cuñadas Débora y Laura. También los pequeños Fiorela y Dante: "Es la primera salida oficial de los primos. Los tres son unos santitos. Nosotras vemos ofertas y ellos se entretienen con los shows de Winnie Pooh y Tigger. Ya llevamos dos horas dando vueltas y no hicieron ni un pucherito".
A coro, las chicas confiesan que la pesquisa en los puestos no ha sido del todo fructífera: "Hay buenos precios en pañales y baberos de silicona, pero hay cochecitos que cuestan como un auto usado. Hay hasta de 40 mil pesos." En pocos minutos, cuentan, dejarán por un rato la fiebre consumista y disfrutarán del menú de talleres que ofrece la expo: desde masaje infantil hasta primeros auxilios, sin olvidar una clase magistral sobre el abecé de la lactancia. Las mujeres posan para una perfecta postal del matriarcado: rostros cansados pero sonrientes, hijos en brazos y sus inseparables carruajes, los cochecitos todoterreno curtidos por el uso. "Más allá de las compras, estos lugares te dan mucha información. Por ahí antes las mamás sólo teníamos como consejeras a nuestras viejas y abuelas –se despide María–. Igual, creo que nadie te puede enseñar a ser madre. Podés leer revistas, ver videos en internet o programas en la tele, pero hay algo más. Debe ser el instinto materno que llevamos adentro".
Más respeto que soy...
Hace 22 años, Claudia Baschera dio a luz a la revista Ahora mamá. Venía de tener a su primer hijo y detectó, dice, un hueco editorial en las temáticas ligadas a la maternidad: "Se necesitaba información y reflexión, entonces hice la revista que me hubiese gustado leer cuando estaba embarazada." Según la especialista, desde el momento de la gestación, las embarazadas se enfrentan a un sinnúmero de inquietudes existenciales. "Cuando una mujer ve esas dos rayitas que le dicen que su vida va a cambiar para siempre, todo empieza a ser una gran duda. Quiere darse un baño de inmersión y no sabe si puede; quiere tomar un café y no sabe si al bebé le va a caer bien; o quiere saber cómo crece. Está muy ávida de información. Sin dejar de lado que también se le abre un mercado que desconoce. Por ejemplo, en un baby store hay más de cien modelos de cochecitos, y todos cumplen una función especial. Ese es nuestro público".
El emprendimiento editorial creció y en 2003 se completó con el lanzamiento de la exposición más grande en su especie. Sin dudas, los 750 mil partos que se dan al año en la Argentina engordan un mercado potencial demasiado tentador para las marcas. Baschera calcula que este año unas 40 mil personas visitarán el evento que culmina hoy. Más allá del foco puesto sobre la platea femenina, la organizadora resalta el lento pero permanente crecimiento en la cantidad de padres que asisten: "Por suerte, los tiempos cambian y el hombre asume un rol mucho más activo en el embarazo, en la crianza, en las tareas hogareñas. Hay un cambio de paradigma. En definitiva, el hijo es de los dos". Estos movimientos en la oxidada familia "tradicional" también incluyen una aletargada apertura de este nicho a las familias homoparentales.  
En sus 15 años al frente de la exposición, Baschera ha presenciado más de un trabajo de parto que comenzó sin previo aviso en la Rural. También la irrupción de las nuevas tecnologías en la maternidad: desde las ecografías 4D –en la expo sortean varias entre las futuras mamás– hasta las aplicaciones que permiten a los padres monitorear en sus celulares el ritmo cardíaco y la frecuencia respiratoria del recién nacido, para conjurar al fantasma de la muerte súbita. "¿Si las madres son demasiado 'hinchas'? Son más bien ansiosas. Imagínese lo que es esperar nueve meses el nacimiento. Es que en estos tiempos no estamos acostumbrados a esperar. Queremos todo ya, rápido. Pero ser madre es otra cosa, es una experiencia muy fuerte que es difícil de explicar con palabras".
La doctora en Psicología Mariana Czapski, pluma destacada de Ahora mamá, presenta en la feria su obra El arte de criar con límites: "Un tema polémico en la actualidad, casi pasado de moda –sentencia–. Es necesario reflexionar sobre el desarrollo evolutivo de los niños y la función del límite. No es retar, sino abrir el camino para que los chicos elijan otro rumbo". Dilema mayor, en un campo disciplinario en el cual han vertido ríos de tinta Freud, Piaget y Lacan. En un espacio donde reina el consumo, Czapski, madre de una nena de ocho años, invita a tomarse cinco minutos y pensar el presente: "En la actualidad, hay un poco de falta de límites, y padres que no saben acompañar a los hijos. Mucha gente dice que ahora los chicos son caprichosos desde bebés, pero no es así. El bebé llora por necesidad, eso es el llanto. Los adultos tenemos que aprender a tolerar ese tipo de dificultades en la crianza". 
Pañales con conciencia
La moda ecológica es la reina madre en muchos de los stands de la feria. Frente a los grandes tanques pañaleros multinacionales, la marca local Ecolitas ofrece estampados chiripás eco-friendly. Su creadora, Sandra Camacho, cuenta que comenzó a producir por necesidad, con una maquinita de coser casera, cuando nació Sofía, hoy de siete años: "Es el viejo pañal de tela, pero aggiornado –cuenta mientras atiende a una jauría de clientas–, más fácil de lavar". Agrega que la gente mayor es la que más reticencias pone ante el regreso triunfal del lavable: "Los jóvenes tienen otra cabeza, cuidan el planeta. Un descartable tarda 500 años en biodegradarse. Un bebé usa unos 5000 pañales. Hacé la cuenta. No hay más espacio en la Tierra. Todos tenemos que poner nuestro granito de arena". Un pañal descartable cuesta 400 pesos. Camacho promete que dura toda la vida. O hasta que el bebé logre la autonomía para ir solo al baño. 
En el local de Baby Innovation se venden pequeños mingitorios que pueden ayudar en ese lento aprendizaje de los niños. Es una colorida pieza que haría las delicias de los hijos de Marcel Duchamp. Una pelela que se adosa a la pared y es de uso exclusivo de los varoncitos. Entre las últimas novedades de la firma también figura el ventilador para cochecitos de bebé.
Sin lugar a dudas, el espacio más concurrido de la feria es Bebé Gourmet, donde la chef Lía Cigliutti, estrella rutilante de Masterchef, enseña a romper con la hegemonía del puré de zapallo en el menú infantil. Mientras las madres amamantan a sus hijos, Cigliutti prepara con pasión una exquisita papilla de manzana, peras y canela. "Un manjar que no hay que pensarlo sólo como el alimento del bebé –cuenta–, también puede ser la guarnición del plato principal para toda la familia. Con manteca y miel, acompaña tranquilamente una bondiolita de cerdo". Mientras ofrece a la platea suculentas cucharadas, la cocinera adoctrina: "La clave está en probar la comida del bebé. Si te gusta a vos, seguro le gusta a él". Cerca de ella, un bebé disfruta su última ración de la papilla gourmet. Se va con la panza llena y el corazón contento.  «
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domingo, 1 de octubre de 2017

Habano Affair

Sentada en un mullido sillón, en el corazón de La Casa del Habano, Blanca Alsogaray pita con prudencia un Petit Robusto. Fumando espera, sin prisa, pero sin pausa, a los primeros clientes del día. "Le dije que este es un buen horario para conversar, la gente llega después del mediodía. Salen del trabajo, almuerzan y vienen a fumarse un habano, acompañado de un rico traguito o un café. Es el momento del relax personal. Su tiempo. Ese bien tan escaso en la actualidad", medita la dama, mientras disfruta de otra profunda calada del cigarro emblema de la firma Hoyo de Monterrey. 
La señora Alsogaray es una de las personas que más sabe de puros y del hábito de fumarlos en esta ciudad. El local que regentea desde hace décadas, en las entrañas del siempre frenético Microcentro, se ha transformado en un oasis para los incondicionales del tabaco cubano. "Fuimos la cuarta franquicia que se abrió en el mundo, hoy son más de cien. Piense que el habano está muy ligado al placer, al cambio de ritmo, a dejar a un lado la rutina del trabajo. Por eso creo que el local es una suerte de living familiar, perdido en medio de la ciudad." Hay en Buenos Aires un nutrido grupo de fanáticos de las variedades de tabacos, las diferentes marcas y los tipos de "vitolas". Y el local de Alsogaray es una fija de esa comunidad. 
Blanca pita una vez más y el denso humo la transporta a su primera infancia. La imagen de su padre disfrutando en silencio de un puro, la casa perfumada, la osadía juvenil de manotear un ejemplar y encenderlo a escondidas. Recuerda también que fumó cigarrillos muchos años. Pero en los '80, mientras organizaba el stand cubano de la Feria de las Naciones, quedó flechada por los gruesos morenos cubanos y dejó para siempre los delgados rubios nacionales. "Me encantaba verlos, tocarlos, oler su perfume. El habano está bien lejos de la compulsión del cigarrillo. Son ritmos muy distintos. Nada más prenderlo, uno se da cuenta. Es todo un rito: hay que saber cortarlo, calentarlo lentamente sin quemarlo, encenderlo fuera de la boca y luego… el relax. El habano demanda mucha atención." Entre 25 minutos y una hora, según su extensión. Nada más lejos de los acelerados cinco minutos del cigarrillo, y chau pucho. 
No era sencillo adquirir habanos de calidad en Buenos Aires. Se traían de afuera en forma particular o se conseguían en un puñado de kioscos porteños. Entonces, Blanca vio una señal de humo, tuvo una epifanía y decidió conjugar su pasión con los negocios. Primero abrió una distribuidora y enseguida el local que la transformó en una referencia cardinal del gremio. "Aprendí mucho de mis clientes, exquisitos fumadores, y también los secretos de los torcedores –los fabricantes– que conocí. Tengo más de 50 viajes a Cuba, la meca." Se transformó en voz autorizada dentro de un universo tradicionalmente masculino. Fue la primera dama en un panel de degustación en la isla, invitada por la reconocida fábrica Partagás. "Cuando arranqué en esto, éramos pocas las mujeres que fumábamos –dice y sobre su cabeza cuelga una foto que muestra una docena de obreras cubanas fumando en sus largas horas de trabajo–. Tenemos un paladar muy especial." 
Pequeña Habana
Alsogaray  invita a conocer el humidor, su pequeña Habana porteña. Un espacio que conserva a estrictos 18 grados ambiente y 75% de humedad los tesoros de la casa. Allí también están las cajas de seguridad de los clientes más fieles, cuyos nombres Blanca mantiene en reserva, bajo siete llaves. En los estantes, cientos de ejemplares de Cohiba, Bolívar, Fonseca y Flor de Cano duermen la siesta. Marcas icónicas que disfrutaron fumadores de la talla de Fidel Castro, Groucho Marx, Tato Bores y Sarita Montiel. También se destacan los enrulados "culebra", que enloquecían a Jacques Lacan. 
Blanca aclara que el habano es una creación estrictamente cubana. Los fabricados fuera de la isla deben ser llamados puros o cigarros. "La clave sigue siendo el trabajo artesanal, que Cuba mantiene en forma inalterable desde hace siglos: la hoja se corta, se seca a la sombra en forma natural, sin químicos, y el sabor lo da la mezcla. Vuelta Abajo es la mejor región." Luego da una clase magistral sobre copas, tripas y capotes, los tres elementos que dan cuerpo al cigarro. Mientras posa para la foto, Alsogaray reflexiona sobre el vínculo que une al habano con los sectores más acomodados de la sociedad. Desde luego, pertenecer tiene un precio considerable: un accesible Rafael González cuesta 66 pesos y un imponente Partagás Serie D Nº4, más de 300. En este rubro, el dinero se hace humo en pocos minutos. "En Cuba sí es popular. Fuman todos, desde el campesino hasta el obrero. Cuando funcionaba la libreta de racionamiento, junto al arroz, el azúcar y el ron 'chispa de tren', se incluía al habano como producto de primera necesidad".
Antes de que los primeros clientes comiencen el ritual de las volutas, Blanca deja ver otro de los tesoros del local, su pequeña biblioteca. Una serie de ejemplares que narran las andanzas y desandanzas del tabaco: desde los milenarios ritos originarios, pasando por los escritos de los conquistadores sobre los "hombres chimenea", el devenir del consumo entre la nobleza europea y hasta biografías incunables de productores, como la familia Robaina. El maridaje entre la buena literatura y los habanos no es cosa nueva. De obras de Shakespeare y Víctor Hugo han surgido los nombres de dos de las marcas más importantes de la isla: Romeo y Julieta y los inmortales Montecristo. 
Puro humo 
Roberto es el elegante caballero que da la pitada inicial de la tarde. Todos los jueves a las 13, religiosamente, se apersona en La Casa del Habano para cumplir con la liturgia. Es un empresario ligado al mundo de los seguros, tiene 83 joviales años y más de 20 dedicados al cigarro. "Vengo acá y entro en otro tiempo. Uno se sienta en el sillón, conversamos, pero también se piensa mucho", dice, al tiempo que disfruta de su vistoso H. Upmann Half Corona. En sus años mozos, fue un moderado fumador de los delgados Particulares 30. "Pero esto es otro mundo. Le doy un ejemplo: fíjese cómo se apaga el cigarrillo. Se lo retuerce, se lo maltrata. Al habano se lo deja morir en el cenicero, con dignidad. Una muerte natural."
A la ronda se suma Raúl, parroquiano habitual del establecimiento, con dos visitas diarias. "Tengo la oficina acá enfrente. Llego al trabajo a las 6:30 y hago una parada estratégica a las 10 y otra después de comer, donde incorporo una copita de Etiqueta Negra para acompañar. De alguna manera, me marca dos momentos para frenar en el día", cuenta. Tiene tres años en el club y siente que encontró un verdadero remanso: "La tranquilidad, el aroma del tabaco, el relax que te da fumar, no tienen precio", dice Raúl, y confiesa que mantiene en secreto el costo de su felicidad, para evitar conflictos con su señora esposa. 
El elegante círculo se completa con Lucía, hija de Blanca y médica de profesión. Fuma de vez en cuando, sólo en ocasiones especiales, y sus favoritos son los Epicure Nº2. "Todas las políticas antitabaco me parecen acertadísimas. Pero el habano es muy distinto al cigarrillo: no lo fumás constantemente, hay un espacio y un tiempo para dedicarle, es complicado hacerse adicto. ¿Sabe cuál es la principal causa de muerte? El estrés. Y me parece que el habano puede relajarnos. No se lo puedo recomendar a un paciente, claro, pero sí a mi marido. Sabe cuántas veces lo vi algo nervioso y le dije: '¿Por qué no frenás un rato? Vas a ver a mamá y te fumás un habanito.' Es como un mimo". «
Crónica publicada en Tiempo Argentino, por acá