domingo, 29 de diciembre de 2019

Hip hop contra el golpe de Estado

"¡Somos artistas, no terroristas!" El grito sale de la garganta siempre filosa del rapero boliviano Mino Walaycho. Acaba de cerrar su participación en una nueva kermés a beneficio de las familias de las diez víctimas y de las decenas de heridos que dejaron en noviembre pasado las balas militares en la represión de Senkata. El músico de 31 años, nacido y criado en La Paz, dice que se planta en el terreno del rap combativo: "Por eso tengo que estar acá en El Alto, porque mis letras están del lado del pueblo. Ahora más que nunca".
Walaycho agrega que, con diez años de carrera sobre sus espaldas en el under paceño, sus rimas siempre buscaron pintar la realidad social de lo que pasa en Bolivia: "Con la salida forzada de Evo, el regreso de la ultraderecha y del neoliberalismo y sus políticas del pasado, acá estoy para cantar todo lo que callan los medios. Hay una palabra perfecta para esta época: resistencia".
Durante su breve pero potentísima presentación en la plaza 25 de Julio, custodiado con banderas que rezaban "¡La Masacre de Senkata no se olvida! ¡El golpe fue contra el pueblo!", el MC hizo mover al público con algunos de sus hits guerreros, como "El pueblo unido" y "Represiones", dedicados a la brutal policía del gobierno de la presidenta autoproclamada Jeanine Áñez.
Aunque Walaycho es más paceño que el chuño, reconoce que su carrera está empapada desde su génesis por la ola del hip hop nacida en las cumbres de la vecina ciudad de El Alto hace poco más de una década, con artistas como Ukamau y Ké y la casa cultural Wayna Tambo, motores del cruce entre el hip hop y la cultura aymara.
Con el rap como herramienta de resistencia social, más críticas agudas y encendidas al neoliberalismo y orgullo de los pueblos originarios plantaron un nuevo paradigma para el hip hop boliviano. "Estamos con la raza", "Túpac Katari", "Fusil, metralla" y "La coca" son algunos de los clásicos paridos por Abraham Bojórquez, líder de Ukamau y Ké, que marcaron el camino a toda una generación de lanzadores de rimas. Bojórquez murió en 2009, atropellado. Tenía apenas 27 años.
"Hay toda una tradición del rap en la cultura boliviana. Empezó copiando esa idea gringa de las pandillas. Eran los años dulces del neoliberalismo, finales de los noventa, y los jóvenes se rebelaban contra la sociedad. Pero después del Octubre Negro del año 2003, cuando cae Sánchez de Lozada, hay un boom y empieza a surgir la mixtura con la cultura andina. Puro sincretismo. En los años de Evo creció mucho, pero no somos tantos los que hacemos hip hop combativo. También hay batallas de gallos, pero creo que les falta ll'ajua, picante", detalla Walaycho una genealogía del género en las alturas.
El muchacho de las rimas lleva una wiphala atada en su muñeca. La agita durante todo su show. Cuenta que cuando vio cómo los opositores a Morales quemaban las banderas multicolores no lo podía comprender: "Los policías también las cortaban de sus uniformes. Fue indignante, porque es un símbolo de unión de las naciones de los Andes. En el fondo, molesta a las élites porque representa la resistencia".
–¿Y qué esperás para los próximos meses, con el posible llamado a elecciones?
–Fueron semanas muy difíciles, hasta perdí mi trabajo, en una ONG por el golpe. Nos han querido llevar a la guerra civil, nos han bombardeado con información falsa. Impulsaron el enfrentamiento entre amigos, familiares, vecinos. Creo que muchos bolivianos olvidan la historia, y todo lo que trae la vuelta de los conservadores y la Biblia. Esa no es una revolución, como muchos la llaman. Ellos no están del lado del pueblo. Desde este barrio demostramos que hay que seguir luchando, resistiendo.
El cierre de la jornada es con un grito de los vecinos que sale desde El Alto y llega a todos los departamentos de Bolivia y más allá: "¡Senkata no está sola, carajo!
Publicada en Tiempo Argentino, por acá

domingo, 22 de diciembre de 2019

¡Arroja la bomba!

La intensa existencia de Salvadora Medina Onrubia (1894-1972) siempre fue marginada a un rol secundario y lateral en vidas ajenas: esposa de Natalio Botana, amiga de Alfonsina Storni y abuela de Copi. Figura enigmática del anarquismo y la literatura, poeta, dramaturga, periodista, autora de cuentos aborteros y lesbianos, compañera de andanzas y desandanzas de Simón Radowitzky y férrea opositora a los gobiernos conservadores, su historia puede contarse en clave sorora, y devolverle así su merecido protagonismo en el feminismo argentino. Es lo que hace en ¡Arroja la bomba! (Marea) Vanina Escales, ensayista y una de las fundadoras del colectivo Ni Una Menos.
–¿Cómo nace la idea de un libro sobre Salvadora?
–Estaba leyendo Severino di Giovanni. El idealista de la violencia, y quise conocer a América Scarfó, su compañera. A través de una compañera de la Federación Libertaria llegué a la voz de América y empecé a descubrir a Salvadora.
–Eso fue hace muchos años.
–Como 15 años atrás. No me dedico exclusivamente a hacer investigación y eso me permitió crear un vínculo especial con el libro, pensar y repensarlo, el tiempo estaba de mi lado. Lo primero que hice fue cuestionar las memorias del hijo de Salvadora, "Poroto" Botana. De un libro suyo habían surgido muchas confusiones y la construcción medio "border" de Salvadora: la loca, la madre adolescente, la mujer que busca casarse con un millonario. En cuanto puse en cuestión esa voz del hijo, empezó la investigación desde cero y fui desmontando esos relatos, empujados por el encono o el rencor, pero sin rigor histórico. Ni Botana financió su primera obra de teatro, ni era rico cuando se conocieron, ni ella había tenido un hijo a los 16. Toda esa fruta que se construyó sobre Salvadora sale de ahí, que es más que nada la narración del desencuentro de un hijo con su madre. Todo lo que se afirma en ¡Arroja la bomba! está chequeado, con años de investigación y el respaldo de las fuentes. El personaje de Salvadora es tan complejo que siempre fue más difícil ajustar la mirada y no seguir caracterizándola de esa forma "border".
–No es una biografía tradicional, sino que toma recursos de varios géneros.
–Es un libro transgénero. Creo que el ensayo le da un marco de soltura, pero también aparece la primera persona de la crónica, también la crítica literaria, e hipótesis sobre la política argentina. Y eso de alguna manera tiene que ver con que Salvadora es un personaje realmente complejo para abordar, porque intervino en distintos escenarios, la suya no fue una historia lineal. Hay tensiones y cruces todo el tiempo.
–¿Y cuáles son esas hipótesis que formulás?
–Por ejemplo, en referencia a la carta que le escribe Salvadora al dictador Uriburu, qué pasaría si pensamos a las cartas públicas como modos de intervención. Cómo se construye esa genealogía en la Argentina, y ahí se pueden trazar líneas entre Salvadora y Rodolfo Walsh, por ejemplo. O si pensamos en las ciencias ocultas y tiramos de ese hilo, ya que Salvadora fue teósofa. Hay hipótesis más subterráneas. Un personaje que siempre se ubicó al margen, como lo hizo Salvadora, permite pensar ese mundo y ver qué hay ahí: aborteras, ácratas, saberes contrahegemónicos, la picaresca de la política.
–A diferencia de su amiga Alfonsina Storni y de Victoria Ocampo, Salvadora fue siempre una figura lateral y marginal para el campo cultural y político argentino.
–Totalmente, el libro analiza esa construcción. Algo que nunca me propuse fue construir una imagen de Salvadora como una lideresa. Me interesaba hablar más de lo colectivo, de lo social, los procesos históricos que atravesaron su vida. Me peleaba con la idea de construir una heroína. Primero, porque no lo era. Segundo, porque no me interesaba esa mirada de diccionario o enciclopedia. Es importante pensar a Salvadora como un síntoma de una época, y cómo se vinculaba con esa época.
–En el libro analizás su obra.
–Es una obra que se adelanta a plantear problemas, como la de Alfonsina. Cuestiona posiciones sociales, las diferencias de poder en esas posiciones. Por eso tiene momentos de gran soledad: una persona que habla sola y en su tiempo no tuvo demasiado eco. Es la soledad de las mujeres indóciles.
–¿Esos temas y esas luchas siguen teniendo actualidad?
–Seguro. Si pensás el proceso de estigmatización del anarquismo desde la desaparición de Santiago Maldonado, cómo entraron a allanar lugares, me parece que hay procesos de estigmatización que son muy similares a los de la década del '10.
–¿Y cómo se relaciona a Salvadora con el feminismo?
–El feminismo no le pasó por el costado. Sin ser sufragista, apoyó la lucha por el voto. No era cultora de la militancia ordenada y orgánica, la que encontramos en un partido, pero siempre ponía a disposición su poder y capacidad de acción para distintas cuestiones y luchas. Tenía sororidad con sus amigas y compañeras. Y también a los hombres los veía como compañeros.
-Con el peronismo y Evita tuvo una relación complicada. ¿Qué generó esa tensión?
-Con Evita tuvo un gran desencuentro. Pensemos que el peronismo y el anarquismo tienen un mismo sujeto histórico, que es el pueblo. En ese sentido son populistas. Hay tensión ahí, en una representación del pueblo que está en disputa. Porque en el fondo no se entiende demasiado que Crítica no haya sido el diario que se ponía a disposición de ser la voz del peronismo. Si vemos el diario, en el fondo lo era. En la relación con Evita pudo haber aflorado la soberbia de Salvadora. No le daba bola. Fue un error histórico, y creo que se da cuenta demasiado tarde. Años después, empieza a reivindicar conquistas sociales que eran del peronismo. Y también empieza a leer mejor la figura de Evita dentro de las luchas plebeyas.
Publicado en Tiempo Argentino por acá

martes, 17 de diciembre de 2019

Navidad de facto

El árbol navideño que decora la plaza Murillo combina a la perfección con los uniformes al tono verde oliva de los policías bolivianos. Son varios los que custodian el Palacio Quemado, sede del gobierno de facto. Un carro lanza agua y varios móviles completan la infeliz postal de Navidad en el corazón de la hoyada paceña. Después de varias semanas de protestas, represión, balas, gases y muertes tras la renuncia forzada de Evo Morales, una calma aparente reina en el país andino-amazónico.
La pacificación fue decretada por un acuerdo entre referentes del arco político. También con dinero. El pasado jueves, la presidenta autoproclamada Jeanine Áñez anunció el pago de una "indemnización" de 50 mil bolivianos (unos U$S 7000) para las familias de las personas asesinadas en Senkata, Sacaba y otros puntos del país.
En el segundo piso del Mercado Lanza se puede desayunar por seis bolivianos (unos 50 pesos). "Pero no hay clientes, casero", cuenta Elvira y prepara un sándwich milagroso. Crocante marraqueta con corazón de palta, tomates y cebolla morada. Al tiempo que sirve un tecito con canela, Elvira –bien custodiada por una wiphala- confiesa que sigue angustiada: "Es general la sensación, casero, estamos todos muy sensibles. Fueron días muy tristes. Y quién sabe qué va a pasar mañana". Desde la televisión del local, el nuevo viceministro de Comunicación ensaya un discurso que promete "tender puentes, unir y sanar al país". Casi un villancico.
Por si no lo logran, en el gobierno de facto se anticipan con las compras de diciembre. Áñez firmó también un decreto que autoriza al Ministerio de Defensa la compra de gases antidisturbios –sin precisar el monto–, para reabastecer a las fuerzas del orden. Un regalo de Navidad para la policía boliviana. «
Crónica publicada en Tiempo Argentino, por acá

Senkata: donde el pueblo no se calla

¡La Masacre de Senkata no se olvida! ¡El golpe fue contra el pueblo!”. Las consignas están tatuadas en banderas negras que cuelgan de un modesto escenario erecto en la Plaza 25 de Julio, en el Distrito 8 de la combativa ciudad de El Alto. Diecinueve días han pasado desde la salvaje represión frente a la planta de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB), pero los alteños siguen de luto.
Ni la indemnización ofrecida por el gobierno de facto a las familias de los asesinados ni el veto al decreto supremo que eximia a las Fuerzas Armadas de sus responsabilidades penales lograron cerrar las heridas del pueblo alteño. 
Pasaron algunos minutos de las 10 de la mañana del domingo y bajo un sol tremendo los vecinos apuran los últimos detalles para dar inicio a la kermés solidaria organizada por agrupaciones políticas, colectivos culturales y feministas. El objetivo es juntar fondos para las familias de las víctimas y heridos que quedaron a la deriva, sin una mínima contención del Estado.
Sandy es un señor mayor de rasgos curtidos. Antes de brindar su testimonio, explica que prefiere mantener en reserva su apellido por seguridad: “La kermés es para solidarizarnos con las familias de las víctimas y heridos de la masacre de noviembre. Hemos vivido una represión policial donde muchos hermanos han caído heridos o muertos, y sus familias están pasando un momento crítico. Por eso aquí estamos sus vecinos y hermanos. Juntando fondos para que puedan sobrevivir.”
Mientras pega carteles cerca del escenario con los nombres y rostros de los diez asesinados, Sandy plantea que la represión le recordó a los días de Octubre Negro del año 2003, cuando se desató sangrienta la Guerra del Gas: “Fue muy similar, cuando los militares también nos acribillaron. Igualito han salido escoltando los convoys con combustible y en el trayecto han caído heridos y muertos. Nosotros hemos estado bloqueando casi una semana en noviembre, y no hubo enfrentamientos ni muertos. A la planta de Senkata no le hemos tocado ni un pelo en esa semana. El día de la represión, los policías y militares vinieron directamente a masacrar.”
-¿Y qué sintió cuando desde el gobierno los acusaron de terroristas?
-El ministro de Gobierno dijo que éramos terroristas, pero no ha tenido pruebas. Creo que un día va a salir a la luz cómo han caído nuestros hermanos. Las balas les dieron por atrás. Muchos de los proyectiles que les han provocado la muerte eran calibre 7.62, armas del Ejército boliviano, de los fusiles FAL, todos han muerto a bala.
“Los militares tiraban a diestra y siniestra”
En los puestos de la kermés se ofrecen manjares de la comida andina a precios bien populares. Diez bolivianos (menos de 90 pesos) el plato. Suculentos fricasé de pollo, ají de fideo, papa a la huancaína y la insuperable sopita de maní. Exquisiteces forjadas por mujeres de pollera e infaltable bombín.
Antes de que comience la música, desde el escenario un representante de la Liga Obrera Revolucionaria les recuerda a los vecinos que no están solos: “Desde Senkata gritamos ‘Con nuestros muertos no se negocia’. Nos negamos a agachar la cabeza frente a este nuevo avance de la ultraderecha, que en menos de un mes de Áñez como gobierno transitorio, ya demostró ir en contra de los intereses de las grandes mayorías, con políticas criminales, represivas, antipopulares, extractivistas y proagroindustriales”. El discurso se corona con una histórica consigna alteña: “¡El Alto de pie, nunca de rodillas!”
Josimar Choque Flores es nacido y criado en la ciudad que custodia desde las alturas a la hoyada paceña. Tiene 24 años y se gana el pan como albañil. Fue herido en las cercanías de la planta aquel martes sangriento. “En esos días, por los bloqueos, no me podían cancelar las deudas por trabajos que había hecho. La jornada que me corresponde. Justamente esa mañana decidí ir a hacer un pago al banco. En el camino vi la represión y me puse a ayudar a los heridos. Había hartos. Ahí tuve un impacto de bala en el brazo. Tiraban los policías y militares, a diestra y siniestra.”, cuenta el joven. Tuvo un impacto de bala en el brazo derecho: “Está toda la carne reventada. Estuve internado en el Hospital Corea. Ahí conocí a muchos heridos. Todos fueron heridos con la misma metodología.”
Choque Flores cuenta que cuando escuchó a los ministros del gobierno de facto decir que los muertos y heridos eran terroristas, no podía comprenderlo, tuvo un ataque de rabia: “no sabía cómo expresarlo, cómo me van a decir terrorista, incitador o que estoy pagado. Que me investiguen. Soy gente humilde. No pertenezco a ningún partido político. Estaba ayudando a las víctimas y me dispararon. ¿Eso es ser terrorista?”
-¿Cómo recibiste la noticia del decreto de indemnización?
-Estoy muy molesto porque el decreto no tuvo en cuenta a los heridos. El doctor me dijo que voy a estar seis meses sin trabajar. Tengo familias, dos hijas. No tengo ni para comer, hermano.
-¿Cómo ves el escenario a futuro?
-Pienso que Bolivia va a volver a ser como en tiempos anteriores. Va a ser una discriminación total para los alteños. Si eres blanco te va a ir bien. Pero si eres un indígena te tienes que ir al campo.
El gran terror
Luis Saucedo es educador popular y coordinador de un espacio cultural en el barrio. Traza una detallada cronología de los días que anticiparon a la masacre. “No voy a discutir la legitimidad de las personas que salieron a protestar después de las elecciones, denunciando fraude y actos de corrupción en los que había incurrido el MAS. Eso permitió que muchos grupos se aglutinen. Con discursos legítimos pero también direccionados, hermano. Ha habido grupos que han sido pagados para desestabilizar. Y eso es un golpe, es importante decirlo. Si pudiera decirlo con mayor precisión, es un golpe de Estado blando, distinto a los que estábamos acostumbrados en los ’70. No son incursiones armadas, llevadas adelante por militares y paramilitares. No fue así en un principio, pero terminó con esa metodología.”
Cuenta que después de la renuncia de Evo Morales se desató el terror en la ciudad de El Alto: “Me hizo acordar a la Noche de los cristales rotos en Alemania. Mucho pánico en las calles, sumado a un cerco mediático. Yo he visto con mis propios ojos a grupos en camionetas que bajaban preparada con barretas para destruir la alcaldía de El Alto. Gritaban consignas a favor de la wiphala e incitaban a quemar la alcaldía. No eran tres o cuatro personas. Eran 40 personas bien organizadas. Los vecinos intentamos expulsarlos y desde las camionetas nos lanzaron gas lacrimógeno. Esto debe estar sometido a investigación y el gobierno de Áñez no ha hecho nada”.
Entonces, precisa el docente, se desató el terror en la ciudad: “En paralelo, los medios de comunicación dejaron de transmitir. Hubo un pacto de silencio y en las redes sociales empezaron a correr noticias sobre saqueos, incendios, robos. Por eso los vecinos comienzan a organizarse en la autodefensa. Surge la memoria colectiva alteña, recordando los sucesos del 2003. Creo que se instaura una lógica del terror en las redes sociales para asustar a los vecinos. Se difundían mensajes diciendo que todos los alteños son vándalos que vienen a saquear casas. También hablaban de hordas masistas que se estaban organizando para hacer actos terroristas. Yo no soy masista, hermano, pero esos son mensajes para deslegitimar al pueblo alteño. No hay más discusión, los alteños son todos masistas.”
Explica que en los bloqueos participaban jóvenes, ancianos, mujeres de pollera y hasta niños: “Con quién vas a dejar a tus guaguas –pregunta-. Así pasó una semana y justo antes de la Masacre de Sacaba en Cochabamba sacan el decreto que prácticamente legaliza la pena de muerte. El pueblo alteño se solidarizó por las muertes en Sacaba y salimos los sankatenios a la calle. Estuvimos bloqueando, pero en una tensa calma. El domingo previo a la represión hubo un convoy militar que intentó llegar a la planta, pero los vecinos nos juntamos frente a la entrada y dieron la vuelta. El lunes se mantuvo la vigilia, pero el martes ya éramos menos. Muchos tuvimos que ir a trabajar. Me entero de la avanzada de los militares y me vengo en bicicleta, pero no pude pasar porque la policía estaba impidiendo el paso. Los militares llegaron desde tres regimientos. Con tanquetas, en un operativo de ataque. Gasificaron desde helicópteros, la gente se dispersó y empezaron a tirar desde tres frentes.
-El gobierno de Áñez denunció que los manifestantes usaron dinamita para tirar los muros de la planta y eso justificaba la represión.
-Hay videos que muestran que la gente volteó el muro empujando. Hermano, nos han entrado con dos tanques, nos han metido mil efectivos, han matado diez personas, herido a 45, apresado a decenas, la gente estaba emputada, con bronca, por eso derriban el muro. Es interesante cómo los medios han manipulado los hechos, diciendo que primero la gente derribó el muro, y eso justificaba la represión. Fue al revés.
Y justicia para todos
La ronda de sikuris hace mover a los vecinos. Algunos bailan agitando multicolores wiphalas. Desde los parlantes se invita a donar sangre y a colaborar con algunos pesitos bolivianos para la colecta. La música como resistencia y la resistencia como música. Por el escenario pasa el ska-punk de altura de The Prestes y el hip hop combativo de MC Mino Walaycho.
Eulogio Vázquez Cuba pide justicia por Rudy Cristian Vázquez, su hijo. Mira de frente a este cronista, suspira profundo y lamenta una y mil veces no haber estado con Rudy el día de la masacre. No haber podido protegerlo de las balas: “Lo han masacrado los policías y los militares. Tiraban desde el cielo y la tierra. Me lo han matado, y no pude hacer nada.”
Rudy tenía sólo 23 años y era chofer de minibús. “Demasiado joven para morir así. Y la señora presidenta miente. Dijo que éramos terroristas, narcotraficantes, vandálicos, de todo nos acusan. No es la verdad. Nosotros no tenemos armas para defendernos. Si la tuviera a la presidenta aquí adelante le diría que queremos justicia.”
El cierre de la jornada es con un grito de los vecinos que sale desde El Alto y llega a todos los departamentos de Bolivia y más allá: “¡Senkata no está sola, carajo!”
Crónica publicada en Tiempo Argentino, por acá

Diálogos de teleférico

Advertencia a los lectores: si sufren de vértigo, no lean esta crónica. Estoy en la parada Taypi Uta (Estación Central) de la Línea Roja del teleférico paceño. Sin prisa, pero sin pausa, las góndolas (cabinas) suben desde la hoyada hasta la ciudad vecina de El Alto. El pasaje cuesta 3 bolivianos (25 pesos). Unos 50 centavos más que el boleto ofrecido por los insufribles minibuses que ascienden rodando por la autopista hasta La Ceja, el centro neurálgico de la ciudadela que custodia desde los 4000 metros sobre el nivel del mar a la sede de gobierno. La exigua diferencia en el costo se compensa por las ventajas que ofrece el teleférico estatal. Transporte público seguro, rápido y sobre todo ecológico.
El teleférico es considerado uno de los tantos aciertos de la gestión presidencial del depuesto Evo Morales. Lo llaman el arco iris, porque hay diez líneas, una de cada color. Fue construido por la empresa austríaca Doppelmayr, con una inversión de U$S 750 millones, fruto de los ingresos por la exportación de gas. Tiene 31 kilómetros, 36 estaciones y 1398 góndolas, con una velocidad máxima de 6 metros por segundo y una frecuencia de 12. Superó sin transpirar los 200 millones de pasajeros en cinco años de silencioso trabajo. Pero no todo es color de rosa –una tonalidad todavía ausente en la red– ya que en sus comienzos, las cabinas voladoras fueron algo resistidas por los habitantes de las urbes altiplánicas. Miedo a las alturas, las quejas de los conductores de minibuses y las protestas por la tala de árboles para su construcción –algunos ecologistas lo llaman el "talaférico"– casi lo hacen caer antes de surcar los cielos. Luego de las tormentas salió el arco iris y hoy es imposible imaginar a La Paz sin su teleférico.
Los viajes brindan visiones futuristas, dignas de la mejor ciencia ficción andina. En la escalada se aprecia una perfecta maqueta empinada con vida propia. También la intimidad de sus habitantes. El pasajero se convierte en un voyeur que espía desde el reino de los cielos. Se puede ver al señor que cuelga en paños menores la ropa recién lavada en la terraza de su casa hasta un grupo de nenas que dibujan en sus cuadernos. Sin olvidar a la cholita que juega con un perro en un patio. Realismo mágico paceño.
Es jueves y voy a subir a la apunada y combativa ciudad de El Alto, foco de la resistencia contra el gobierno de facto comandado por Jeanine Áñez. Escenario de la Masacre de Senkata, el barrio donde fueron asesinados diez vecinos por las balas de los militares el pasado martes negro 19 de noviembre.
Con la Cordillera Real como telón de fondo, todos los jueves y domingos, la Feria 16 de Julio toma por asalto la urbe. Los comerciantes la transforman en el shopping a cielo abierto más grande del mundo. Según cuentan con orgullo los alteños, uno puede comprarse en la feria desde un tornillo hasta un auto importado del Japón –quizás algo flojo de papeles–. Entre chicharrones de cerdo, tablets, aguayos y ropa norteamericana de segunda mano, pero primeras marcas, las cholas de trenzas largas y sombrero bombín manejan con destreza el arte de la compra-venta: las milenarias tradiciones de los Andes le marcan la cancha a la globalización exacerbada.
Bolivia a toda costa
Las pequeñas góndolas del teleférico –con espacio para seis pasajeros cómodos– no han quedado al margen de las acaloradas discusiones políticas que atraviesan por estos días a la sociedad boliviana. Un viaje de diez minutos puede transformarse en una auténtica batalla dialéctica sobre el futuro del Estado Plurinacional.
Pedro es músico, vive en el barrio de Villa Fátima y tiene una melena larga digna de metalero, pero se dedica al folklore. Abre el debate: "Han vuelto los conservadores. Mi miedo es que Bolivia retroceda en los derechos ganados. Esta semana vimos las verdaderas intenciones que tenían los cívicos para sacar a Evo. No estaban luchando por la democracia ni por el país. Lo hacían por sus bolsillos". Pedro levanta temperatura justo cuando la cabina surca el Cementerio General. Critica duramente al santacruceño Luis Fernando "Macho" Camacho y al potosino Marco Antonio "Puma" Pumari, protagonistas de una pelea mediática digna de talk show. Esta semana, la filtración de un audio en el cual negocian la conformación de su binomio rumbo a las elecciones presidenciales, sobre la base de 250 mil dólares y dos oficinas de la Aduana Nacional, sepultó la alianza cívica que existía entre el oriente y el occidente del país. Antes de bajar en la estación Ajayuni, pegada a la necrópolis, Pedro ensaya una reflexión sobre el Movimiento al Socialismo (MAS). "Cometieron errores, como no dejar surgir una figura nueva. Y eso se dio por tener muchos políticos de la vieja escuela. También hubo corrupción. Sin embargo, fue el mejor gobierno de la historia de Bolivia. Fue realmente un proceso de cambio". 
Max es odontólogo y docente de la Universidad Popular de El Alto (UPEA). Toma la posta en el debate. Sin anestesia, cuenta que en las pasadas elecciones del 20 de octubre votó por Carlos Mesa, el candidato opositor. "No tengo dudas, hubo fraude, lo dice la OEA. Los últimos años de Evo han sido fatales. Y lo digo con mucho dolor". Max asegura que el pueblo boliviano vive momentos de gran incertidumbre: "No quiero que perdamos las conquistas sociales, que tanto nos costó lograr. Pero creo que con Evo habíamos tocado un techo". Antes de seguir viaje rumbo a la UPEA –combina con la Línea Azul hasta la estación Yatina Uta–el dentista deja una reflexión postrera: "Las elecciones fueron el punto de explote y todos fueron errores de Evo. El pueblo apoyó a Mesa por el voto anti-Evo. Si no era Mesa, era otro, había crecido demasiado la bronca".
Carla se mantuvo en silencio durante el viaje. Es estudiante de Ciencias de la Educación de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA). Regresa a su casa algo cansada. Cuenta que votó por Evo, y que lo volvería a votar otras mil veces más: "Fue el único presidente que ayudó a los pobres. Cómo no lo voy a seguir apoyando". Mientras bajamos de la estación Jach'a Qhathu, rumbo a la feria de la 16 de Julio, le pregunto cómo imagina el futuro de Bolivia. "Tengo miedo de que se quede la derecha en el poder. Pero no soy adivina. Para eso está el mercado de los amautas y yatiris –sabios andinos–, que leen el futuro en las hojas de coca. Es aquí cerca, en la zona Ballivián. Quizás le den una respuesta", se despide la futura docente.
Antes de zambullirme en la feria, miro los picos de nieve eterna del Illimani, la montaña mágica que custodia estos pagos. Está tan lejos, pero a la vez tan cerca. Como Evo en su exilio forzado de su tierra. Antes de zambullirme en la feria, miro los picos de nieve eterna del Illimani, la montaña mágica que custodia estos pagos. Está tan lejos, pero a la vez tan cerca. Como Evo en su exilio forzado de su tierra.

Crónica publicada en Tiempo Argentino por acá

domingo, 1 de diciembre de 2019

Lo que no son los yerbales

La lectura mañanera de esta crónica podría ser acompañada por un mate, y un par de facturas, tostadas, quizás una porción de pizza que sobró de anoche o saludables –pero insufribles– galletas de arroz. Ese curtido matecito que va y viene, de mano en mano, casi invisible en la vida cotidiana, disuelto en nuestras pequeñas existencias, también es un abrasador emblema nacional. ¿Cabe alguna duda de que el arte de cebar es uno de los más profundos ritos argentinos?
"A esta altura del partido, y deje de lado lo cultural, lo económico, lo histórico, nuestro vínculo con el mate es más que nada emocional. Es el conector, el encuentro, el compartir, es sanador", arriesga Carlos Coppoli, miembro activo del Instituto Nacional de la Yerba Mate. Mientras recorre La Rural, lo rodean miles de personas que se acercaron a la tercera edición de Matear, la ceremonia laica, libre y gratuita para los fieles de la bombilla y otras yerbas. "Ojo, no es un encuentro sólo para fanáticos. El que no toma, por ahí se come un bizcochuelo, o se toma un helado, un trago, un licorcito, otras maneras de acercarse al mate", reflexiona Coppoli, y le convidan  unos caramelitos de yerba, que más o menos zafan.
El mate y sus satélites dan trabajo a más de 30 mil familias en todo el país. "Somos los principales productores a nivel mundial con 800 millones de kilos de hoja, que se convierten en 300 millones de kilos de yerba elaborada. 256 millones se consumen acá. Además de la carne, del vino, también el mate ya empieza a pensarse como marca argentina", precisa Coppoli.
Lejos de las cifras estimulantes, muchos tareferos del Litoral trabajan en condiciones dignas de la esclavitud. No tienen su espacio en este encuentro. Quizá el próximo año.
Lo que sí hay en Matear es lugar para visibilizar la irrupción de la tecnología en un nicho históricamente ligado a lo tradicional. En el stand de Matino se ofrecen coloridos porongos con Led incorporado que permiten cebar en lugares adonde no llega la luz. "Estaba podrido de usar el monitor o el celular para iluminar. Ahora también estamos trabajando en una bombilla con luz", detalla Carlos, uno de los padres de la criatura. Por $ 350 pesos, promete 300 mil cebadas luminosas.
Hace tres años, durante un largo viaje en micro, Magalí y su novio se cansaron de tomar mate. El problema surgió a la hora de tirar la yerba. No tenían ni una bolsita a mano. Tuvieron una epifanía y del mal momento surgió la flexible TapaMate: "Es una tapa universal de látex. Evita los enchastres, es higiénica y ecológica. Por $ 200 te olvidás de la bolsita para siempre", vende Magalí.
¿Helado de yerba mate? Un amable Increíble Hulk ofrece paletas congeladas en el puesto de Arkyn. "El año pasado en la feria vendimos 500 unidades, una barbaridad", infla el pecho el heladero. No es un tereré congelado. Hubo que diseñar una máquina para transpolar un producto que usualmente se consume a 90 grados y en la paleta baja a -22° C. "Es pura yerba mate, no tiene crema ni leche", asegura Hulk, sin furia, y detalla estudios científicos que dicen que el mate conserva más propiedades en este formato que en el habitual.
Gastón es fabricante de bombillas. Su firma, Reunata las forja en acero inoxidable y aluminio. Hay rectas, curvas y de todos los colores del arco iris, desde 30 pesos. Cuenta que están saliendo mucho las pico de loro, originarias del vecino Uruguay, la meca del arte cebador: "Cuestan 240 mangos, tienen buena terminación, siete piezas y un tambor que se desarma, y se pueden limpiar bien. La pico de loro no se dobla ni que le pase un Scania por arriba". El profesional evita los consejos determinantes para el tapón: "Depende del palo, del polvo, hay muchas aristas. Yo recomiendo usar filtro resorte argentino, es el mejor del mundo".
En el puesto de Porongo, dos pibes bien gauchitos ofrecen yerba orgánica sin agregados químicos. Y en el stand de Mathienzo hay variedades premium llegadas desde Oberá. "Tenemos una parcela en la que desarrollamos nuestro blend. Es como crear un buen whisky o un buen vino: un trabajo artesanal", confiesa Nicolás, una de las cabezas de un emprendimiento muy for export. Venden a Rusia, Australia, Chile y Alemania. El medio kilo se consigue a $ 160 en la feria. En el fondo, la inflación macrista hizo que todas las yerbas se transformaran en premium.   
En el patio matero se van formando las rondas. Ricardo y su mujer Silvia están cebando tranquilos, como en el living de su casa. El hombre es camionero y cuenta que el mate es su compañero fiel en la ruta. Silvia –cebadora eximia– nunca leyó el poema de Ezequiel Martínez Estrada, pero coincide en que "El mate es como un diálogo / con pausas que llenar". Convida uno. Medio frío y con edulcorante, como le gusta a su querido Ricardo. Por supuesto, no está lavado.  «
Publicada en Tiempo Argentino, por acá