martes, 30 de junio de 2020

Adiós a Silvia Lazarte: la pachamama constituyente


“Sin marginación, sin discriminación. Por primera vez, todos participamos, a nadie se le excluye en la nueva Constitución.” Así hablaba la dirigente campesina Silvia Lazarte en el año 2009 cuando la consultaban sobre la entonces flamante carta magna del país andino-amazónico. La cocalera de origen quechua fue uno de los pilares que sostuvo el largo proceso que dio a luz a esa nueva Constitución. La primera presidenta indígena de una Asamblea Constituyente latinoamericana.  La madre de una Bolivia plurinacional.
Lazarte falleció el pasado domingo 28 de junio a los 56 años en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra. La doblegó una enfermedad pulmonar que la aquejaba desde su juventud. Una herida interna que le provocaron tropas del ejército en los neoliberales años ochenta, cuando fue detenida junto a otros compañeros campesinos en una protesta contra la erradicación de la coca en el oriente boliviano.  
Desde muy guagua, Lazarte aprendió que los derechos se ganan luchando. Nació en la ciudad de Cochabamba en 1964. Migró con su familia para buscar un futuro mejor en el Chapare, la próspera región cocalera. Su padre Desiderio era dirigente del Sindicato Pedro Domingo Murillo. Enfermó muy joven y Silvia, con apenas 16 años, siguió los pasos de su papá en la lucha sindical campesina. No la tuvo fácil. Primero fue apartada por ser mujer joven, en un mundo dominado por el machismo. Pero nunca bajó los brazos. Su valentía y capacidad de organización le hicieron ganarse un lugar en los movimientos sociales.
En la batalla sindical conoció a Evo Morales. Lucharon coco a codo contra los gobiernos de la derecha. Juntos fundaron el MAS (Movimiento Al Socialismo). Después del sangriento Octubre Negro de 2003, Morales asumió la presidencia de Bolivia en 2006. Lazarte entonces asumió otro reto: fue elegida presidenta de la Asamblea Constituyente (2006-2008). La primera mujer de pollera, indígena, que comandó un proceso constituyente en América Latina. “Yo sólo quería cambiar la Constitución a lo que he vivido. Todos me cuestionaban. Los periodistas me preguntaban sobre mi profesión, pero no era ni bachiller. Era mujer, no era abogada, no conocía la justicia sino la injusticia”, contó Lazarte en alguna entrevista años después. Igualdad, inclusión, plurinacionalidad, buen vivir. Esos fueron los postergados derechos que reconoció la nueva carta magna para todas y todos los bolivianos. Lazarte había luchado toda su vida para conquistarlos. 

“Nos ha dejado Silvia Lazarte, hermana entrañable, que alentó con su espíritu revolucionario, la construcción de una Bolivia diversa culturalmente y más justa, como militante y Presidenta de la Asamblea Constituyente”, la despidió Evo Morales en su cuenta de Twitter, desde su exilio porteño por el golpe de Estado de la usurpadora Jeanine Áñez.
Tras cumplir su tarea en la Asamblea, la mujer de pollera retornó a sus pagos de Santa Rosa de Sara. Siguió trabajando la tierra. Producía maíz, arroz y sorgo. Cuentan que nunca dejó la actividad sindical.
Silvia Lazarte siguió los pasos de Bartolina Sisa, Domitila Chungara y tantas otras mujeres luchadoras de Bolivia. Fue, es y será, la pachamama de la nueva Constitución.
Se lee en Tiempo Argentino, por acá

domingo, 28 de junio de 2020

Qué fantástica esta fiesta (virtual)

La morocha tiene coronita. Pero no hay que alarmarse, anda bárbaro de salud. Es más, baila como una reina adentro del cuadradito de la esquina izquierda de la pantalla. Dos grillas más abajo, un pibe de glamorosos anteojos ahumados y cómodo pero demodé pijama agita los brazos al ritmo de una cumbia. Al fondo, a la derecha del monitor, una parejita se mata a besos mientras liquidan una botella de birra. Algunas postales de la nueva cuadrícula fiestera online que trajo la cuarentena. Fiebre de sábado por la noche en el Zoom.
Con nostalgias del humo dulce del porro zurcido a la ropa y al pelo, de la cola eterna para pegar el último fernet, del tórrido cuerpo a cuerpo en la pista, los bailongos en físico se mudaron a la fuerza al barrio virtual. Hay masivos, cerrados, inclusivos, multitudinarios. Se encienden cada fin de semana en los salones de las plataformas y en los vivos de Instagram. Desde finales de marzo, mover el esqueleto frente a la pantalla de la computadora o el celular ha obligado a repensar los modos de juntarse a celebrar. El cachengue se convirtió en “salida” terapéutica y resistencia fiestera frente al maldito Covid-19. Porque en tiempos de distancia social obligatoria, bailar (des)pegados por Internet, también es bailar.
Hitazo tras hitazo
Lo dicen las frías estadísticas. La caliente fiesta Bresh está al tope del ranking en las preferencias de los bolicheros durante la cuarentena. Un fenómeno viral que llegó a tener 850 mil visualizaciones y 83 mil conexiones simultáneas en una noche vía Instagram. Más de tres millones de personas “fueron” a la Bresh en las 12 ediciones celebradas durante los más de cien días en que millones de argentinos llevan aislados por la peste.
“El 2019 fue un año de tremendo crecimiento para nosotros: 30 fechas en Buenos Aires, viajes a las provincias, Uruguay, Ecuador. Cuando armábamos el 2020, lo pensábamos como el año de la expansión y la consolidación. Teníamos fechas sold out en España, Perú, Chile, Colombia. Pero llegó el virus y fue un freno de mano. Bajón. Lo primero que pensamos fue: ‘Nos quedamos sin trabajo’”. El que habla desde su encierro en Colegiales es Broder, DJ y uno de los cráneos de esta fiesta parida en 2016 por un grupete de amigos. Frase remanida: la crisis se transformó en oportunidad.
“Empezamos a ver que todo el mundo del entretenimiento estaba en la misma y se tiraban para la virtualidad, que dejó de ser ese camino alternativo a la vida real, y se convirtió en realidad, porque se borraron las fronteras. Decidimos hacer un vivo. La idea era mantener el estilo de la fiesta, la diversidad, que se escuchara bien, que se viera lindo, un homenaje a la Bresh en físico. Así nació En Casita, nuestro ciclo de cuarentena. Soñábamos con meter mil personas. Hubo 22 mil. Fue un momento de revelación. Aunque estamos lejos de la sustentabilidad que teníamos en físico, nos dimos cuenta de que con lo digital podemos crecer”.
El pasado sábado 20 de junio pegaron otro estirón. Con el nuevo protocolo para los shows de streaming sin público como biblia, lanzaron Bresh TV en una transmisión HD multicámara desde la pista de Niceto Club. Tuvieron sponsors y vendieron pases para ver el show a pantalla completa y sin cortes. “Por ahí antes pensábamos que lo tecnológico era frío y distante –confiesa Broder–, pero nos dimos cuenta de que se puede lograr una conexión sincera con el público”.
Hitazo tras hitazo es el lema de la Bresh. Para el regreso a las pistas físicas, todos vacunados, Broder sueña con abrir la noche con un clásico de clásicos: “Ni lo dudo, ‘We Are the Champions’ al taco, va a ser algo épico”.
After Chabón
Fiestas Nómades, Parakultural, Condon Clú, Nave Jungla. Nito Dardenne bailó en todas esas pistas. De día es docente de la UBA y técnico en prácticas cardiológicas. De noche, DJ alternativo. Hace una década que está en el gremio de las bandejas. Suele musicalizar las noches del mítico e inclusivo Club Namunkurá, que hace dos meses cumplió 15 años.
Nito cuenta que en abril pasado tuvo su primera experiencia de fiesta a distancia: “Me invitaron a pasar música para un club español vía streaming. Allá eran las 7 de la matina y acá las 2 de la madrugada. Ellos en el after y yo medio frío en el living de casa. Fue raro, pero me gustó. Como una experiencia en la que tenía que imaginarme cómo les pegaba la música. Le di duro al tecno furioso. En una de esas estaban todos bailando, o se fueron a dormir, no lo sé”.
Repitió la faena en el Instagram de Namunkurá hace algunas semanas: “Fue un estilo muy ‘resistiendo al Covid’: yo con ambo y mi pareja de enfermera con corona de jeringas. Tocás a ciegas porque, más allá de los comentarios y los corazones en la pantalla, no tenés referencias. También estaba el tema de los vecinos, a ver si se quejaban con la policía. Pero todo salió muy bien”.
Para el DJ, las fiestas virtuales de alguna manera democratizan el acceso a estos espacios. Pero no las cambia ni a palos por la experiencia física: “Todo muy lindo con lo online. Pero dejar de sentir un abrazo, un beso, dar la mano, bailar pegados en una pista. Eso no se consigue en Internet”.
Quiero un zoom
La fiesta A Pura Cuarentena (APC) nació en marzo pasado, justo el primer sábado de confinamiento. “Tenemos una productora de comunicación y eventos con dos amigues. Veíamos que todo el mundo se empezaba a juntar por Zoom para festejar cumpleaños y nos propusimos armar una fiesta virtual. Abierta y bien inclusiva, donde todos seamos protagonistas, distinto a los vivos de Instagram”, explica la relacionista pública Camila Roel, motor de APC junto a Esteban Pata y el ecléctico influencer y animador del ágape Pablo Redes, más conocido como el Presidente Gay de la Argentina.
Y todo a pulmón desde la primera noche, resalta Roel. Sin cuenta premium en la plataforma de videoconferencias, armaron tres sesiones al hilo, hubo flor de baile y la gente se quedó pidiendo más. Repitieron desde entonces. Ahora con la premium activa. “Es un auténtico boliche, hay interacción, que es lo que la gente busca, no ser un mero espectador. Tenemos un público que vuelve, un vínculo puramente virtual”.
Con el paso de los bailongos, APC sumó concursos de looks: “Es terapéutico romper el aislamiento. Maquillarse, sacarse el jogging que tuviste puesto toda la semana, sentirse linda, producida, lookearse forma parte de eso. Destacamos videos y se vota el mejor”. La última incorporación al fiestón es la figura de Cupido, un moderador que linkea internautas. Dicen que hay mucho matcheo en la fiesta. Con tono que recuerda al eterno Roberto Galán, Camila resalta que ya se han formado como 40 “parejas”. Quizá alguna rompió la cuarentena y pasó al físico, no lo sabe. Esta tarde de domingo APC promete dancing desde las 16 horas: el Festival Orgullose, por el Día Internacional del Orgullo LGBTIQ+. También es el cumpleaños del Presidente Gay.
Viernes, estoy enamorade
En la era pre-Covid, les chiques de Ah Pero Anoche! (APA) ya llenaban boliches de todo el país con sus fiestas atiborradas de memes. Durante los viernes de cuarentena siguen con la costumbre. “Somos bichos de redes y ganamos público por ahí. Es muy divertida, apunta a la gente de treinta y pico. Mucha cumbia, reguetón, perreo, fiesta-fiesta”, cuenta Diego Perla, impulsor del festejo junto a la diseñadora La Coneja China y Neneca, reina de los memes. En la cuarentena se sumó la participación estelar de Dyhzy, el hijo drag queen del presidente Alberto Fernández.
Aunque APA! tiene Instagram, explota por Zoom: “El Live es como ver la tele. Mejor el Zoom, ahí sentís que estás como en una fiesta, viéndonos todes las caras –dice Perla–. Por ahora cuesta monetizar. Habíamos repuntado a fin de año después de la macrisis y la cuarentena nos dejó sin los ingresos de los eventos. Pero apostamos. Incluso hay propuestas para hacerla por radio”.
Cuando pase el temblor del coronavirus, Perla arriesga que las fiestas virtuales seguirán teniendo un público fiel: “A nivel personal, no veo la hora de volver a menear en vivo, compartir una birra y un finito. Pero hay toda una camada de chiques que no toman este escenario como algo nuevo, lo viven con total naturalidad. Ellos van a seguir bailando por siempre en Internet”. «
Publicado en Tiempo Argentino, por acá

jueves, 18 de junio de 2020

El día que una cucaracha gobernó el Reino Unido

El arranque de la flamante nouvelle del británico Ian McEwan es sin vueltas kafkiano. Pero a la inversa. “Aquella mañana, al despertar de un intranquilo sueño, Jim Sams, inteligente pero de ningún modo profundo, se vio convertido en una criatura gigantesca.” Un insecto amanece humanizado en la figura del primer ministro de la convulsionada Inglaterra. Esta cucaracha empoderada enfrenta un país que golpea las puertas de la puesta en marcha de la doctrina “reversionista”, una delirante teoría socioeconómica que consiste en invertir el flujo monetario, de tal forma que son los empleados los que pagan a sus empleadores y a la vez son compensados al adquirir bienes y servicios en el mercado. Una “fórmula mágica” que solucionará todos los problemas. ¿Les suena?
“La cucaracha” es una sátira que regala escenas de tono mordaz sobre las mugres del Palacio de Westminster y las oficinas de 10 Downing Street, también de las infecundas cumbres internacionales en Bruselas, donde los mandamases globales se sacan los ojos y ven absortos la deriva británica hacia el precipicio. Cualquier similitud con las cucarachas reales, vivas o muertas, señala McEwan, pura coincidencia.
El giño a Kakfa que ensaya en la obra el autor de “Expiación” y “Solar” no se agota en la metamorfosis invertida. Su breve pero afilada novela -puede leerse de un saque- nos enfrenta a escenarios por demás insufribles, algo delirantes, como la calesita desenfrenada que significaba el Brexit (en tiempos previos a la irrupción del letal Covid-19). Un gran escritor que nos habla de una gran crisis.
 Reversionismo en la ficción. Brexit y ahora inmunización de rebaño en la vida real. Miserias de la política insecta europea. “Si la gente corriente, buena y honrada, se ha dejado embaucar y ha de sufrir, que se consuele sabiendo que otras criaturas corrientes, tan buenas y honradas como ella, es decir, nosotros, vivirán felices conforme se multiplican”, agita la cucaracha que comanda los destinos de Gran Bretaña al final del libro de McEwan. ¿Lo habrá leído Boris Johnson?
Una reseña publicada en Tiempo Argentino por acá

miércoles, 3 de junio de 2020

Una oración para la Villa 31


Los cielos del Barrio Padre Mugica están tramados por una nervadura de cables. Abajo, la tierra non sancta de los pasillos es regada por los pibes de la cooperativa de limpieza con mucho cloro. Agua bendita que desinfecta. Aleja la peste. Líbranos del Covid.
Para llegar hasta la Parroquia Cristo Obrero no hay que atravesar ningún desierto. Sí la canchita de fútbol desolada. Antes está el altar desteñido del colorado Gauchito Gil. También el puente egoísta de un solo carril.
Media mañana del lunes 11 de mayo. Se cumplen 46 años del asesinato del padre Carlos Mugica. La iglesia luce un vacío ejemplar. El cura Guillermo Torre prende velitas, pispea un retrato del Papa Francisco, confiesa: “En un día normal esto está repleto, pero con el virus dando vueltas no se puede. Esta tarde doy misa por internet.” El templo cobija los restos del santo patrono. También un pedacito del pantalón ensangrentado que usaba el día que fue acribillado por la Triple A. Una pared tatuada reza: “Señor, sueño con morir por ellos: ayúdame a vivir para ellos.” Es palabra de Mugica.
A mediados de abril, Silvana Olivera dejó de tener agua en su casa. Vive en un tercer piso, con sus tres hijos. Al tercer día de sequía tomó coraje, agarró unos baldes y cruzó todo el barrio hasta donde estaban los camiones cisterna. Las filas eran larguísimas. “Eso fue cuando se conoció el primer caso.” Cuatro semanas después, son más de 800: “Creo en las organizaciones sociales, en los lazos solidarios de los vecinos, en la militancia de base. Del gobierno de la Ciudad, olvidate.”
El guiso nuestro de cada día lo prepara Alicia García en el comedor Arca de Noé, uno de los 68 activos en la barriada. La olla está repleta de fideos, zapallito, batata, zapallo grande, cebollita y carne: “De antes de la cuarentena extraño la charla con los vecinos. Ahora es cargar el tupper a distancia. No puedo ni darles un abrazo. Es que acá somos familia, ¿me comprende?”
No es santa ni se llama María. Karen Ferreyra Vela es trabajadora sexual trans. Dice que lleva dos días sin comer. Casi dos meses sin laburar: “En el comedor hay lista de espera, primero les dan a las familias con hijos.” Suena en el pasillo un organito y el coro celestial cumbiero de Los Dinos: “Hasta el amanecer, haremos, haremos el amor.” Karen tira un beso al aire, susurra: “¿No tenés un sanguchito?” 
Una choripaneada. Esa fue la última cena que compartió el cartonero Adrián Alem con sus viejos, antes de que se decretara el aislamiento. Está en pareja con Janina. Tienen tres hijos: Kevin, Luna y Axel. Viven en una casilla en el filo más profundo del barrio. Sin luz, sin agua, sin derechos: “A veces miro las torres de Retiro y pienso que esa gente mira para acá y dice ‘ese es otro mundo’. Yo miro para allá y pienso lo mismo, ese es otro mundo.”
Lorenza Martínez dice que ya no cree en milagros. Por eso resiste el desalojo en plena cuarentena. “Parece que no existo para el gobierno, pero acá estoy, casa 215, manzana 12.” La costurera de raíces paraguayas mastica bronca atrás del barbijo casero. Ni Dios, ni la virgencita de Caacupé, ni el Estado le han dado una mano: “No, señor, no le tengo miedo al virus. Cuando vinieron los del gobierno les dije que en una de esas, puede ser el virus el que me lleve. Pero de acá no me voy. Esta es mi casa. Así estoy luchando.”
En el nombre de Ramona Medina, Víctor Giracoy y todos los vecinos de la 31. Amén.

Crónica publicada en la Rolling Stone, por acá el portfolio.  


martes, 2 de junio de 2020

Los policías con traje de astronauta en Villa Itatí


Miedo. Fue lo primero que sintió Yanil Amaru cuando vio en los noticieros las placas de “urgente”, “último momento” rojo shocking sobre el aislamiento absoluto en la vecina Villa Azul. “Creo que en Itatí estamos más organizados. Fíjese que no hay chicos en las calles y la mayoría nos guardamos. Pero veo la tele y, no le voy a mentir, asusta que entre el virus al barrio, porque acá hay muchas necesidades”, dice mientras camina hasta su casa en “La Cava”, el sector más postergado de la barriada quilmeña, eternamente relegada.
Es ama de casa y vive hace 19 años en Itatí. Tiene dos criaturas. Ni un peso en el bolsillo. “Mi marido hace mantenimiento y no puede salir a trabajar. Sobrevivimos como podemos, gracias al comedor y la solidaridad de algún vecino”. En su casa, detalla Yanil, no hay cloacas y escasea el agua. La falta de asfalto es otro mal sempiterno. “Agradezco que la municipalidad se acerque para dar una mano, trayendo lavandina y agua. Pero no alcanza –se planta con la frente bien alta arriba del barbijo y levanta los dos bidones–. ¿Qué hago con cinco litros? Faltan los servicios básicos. Los queremos pagar”.
Según los guarismos del Censo en Barrios Populares de la Provincia de Buenos Aires, en Villa Itatí viven 15.142 personas, cinco veces más que en la limítrofe Villa Azul. “Se queda corto, somos muchísimos más: 10 mil familias, más de 40 mil personas. Por eso hay tanto temor al contagio. Además, el barrio tiene salidas por todos lados, no se podría cerrar”, explica Mercedes “Mechi” Ferreyra, militante a tiempo completo del ETIS (Equipo de Trabajo e Investigación Social), una de tantas organizaciones y movimientos sociales que dan una mano para capear la cuarentena en la villa de la zona sur.
A las dos barriadas erigidas en la difusa frontera entre Quilmes y Avellaneda las separa el Acceso Sudeste. Las hermanan la malaria económica, las necesidades insatisfechas, la desocupación: “Falta el acceso al agua potable, al gas natural, y hay hacinamiento. Las condiciones de habitabilidad no se cumplen en sectores históricos de Itatí. No hay trabajo. Así se hace muy difícil respetar la consigna básica de quedarse en casa”, asegura Mechi y patea los pasillos en las recorridas del operativo Detectar. Por fortuna, destaca, se cuentan once contagios, frente a los más de 200 en Azul: “Hablamos con las familias y por suerte no están con síntomas. Hay que llevar tranquilidad al vecino y seguir testeando a full. Esperemos que no se repita el drama que se vive acá cerquita”.
Itatí lleva la historia del barrio bordada en el nombre. Lo eligió su papá, José “Pepe” Tedeschi, cura villero asesinado en los ‘70 por la Triple A, tan sólo por dar pelea por la dignidad de los nadies en este pedazo olvidado del Conurbano. El nombre del comedor, centro educativo y cultural que comanda en el corazón de la barriada rinde homenaje a su mamá, Juanita Ríos, histórica militante comunista y referente social. Itatí cuenta que anda muy preocupada por la llegada de la peste: “Me pone mal que no se articule con las organizaciones, que tenemos mucha historia y hacemos el trabajo territorial. Que se entreguen bidones me parece peligroso. Los vecinos tienen que hacer una fila, que da la vuelta a la manzana, y eso tira por la borda todo el esfuerzo que hacemos para que se queden en sus casas. Así circula el virus”. Las canillas comunitarias heredadas de la gestión PRO en la Municipalidad de Quilmes es otro de los tópicos que la hacen levantar temperatura: “Son un parche, volvemos 40 años atrás y estamos en pleno siglo XXI”. Itatí tiene que seguir trabajando en el comedor. Hoy sirven polenta con tuco. Este mediodía, cuenta, se sumaron 20 bocas al listado de 700. Un 150% más que en marzo, cuando comenzó la cuarentena: “Somos conscientes de que el peligro del brote existe. No me parece mal el trabajo que se hizo en Villa Azul, pero no me gusta que la cierren militares o la policía, hay que articular con la comunidad”.
En el cruce de las callecitas Chaco y Falucho hay una estatua de la patrona de la villa rezando. Los móviles de la tele que siguieron el operativo de testeo ya se fueron. “Ojalá vinieran más seguido. Acá el hambre no llegó con la cuarentena. Si no fuera por la solidaridad, la mitad del barrio no come”, confiesa Alicia Saavedra, mamá, abuela y dedicada cocinera en las ollas populares. Cuenta que tiene parientes en la cercada Villa Azul: “Ayer les dejé algo de morfi y mercadería en las vallas. Cuando hablo me dicen que andan bien, con un poco de miedo, ¿vio a los policías con esos trajes como de astronauta?”. Todos los miércoles y viernes, Alicia manguea en la carnicería, la verdulería, el almacén. Prende la olla y socializa un justo y necesario plato de comida. Guiso, arroz con lentejas, fideos y tuco aparte. Los sirve ahí mismo, bajo la estatua de la virgen. Con el rezo solo no alcanza.

Publicado en Tiempo Argentino, por acá.