lunes, 29 de julio de 2019

Las manos mágicas

Dos potencias se saludan: Bruno Gelber y Leila Guerriero. Él, uno de los 100 mejores pianistas del siglo XX. Ella, una de las plumas más exquisitas del nuevo periodismo latinoamericano. De la amalgama surgió Opus Gelber, el delicado, detallista y extenso perfil consagrado a dibujar el presente, también el pasado y por qué no el futuro, de una de las figuras y genios de la música argentina contemporánea.
Opus Gelber es un libro descomunal sobre un artista descomunal. El perfil íntimo y conmovedor que teje Guerriero deja en un segundo plano al personaje divo de cejas delineadas y gestos extravagantes, y pinta de cuerpo entero las andanzas y desandanzas de un hombre de casi ochenta años que, después de codearse durante décadas con la realeza, el jet set y los vips, está bastante solo. 
Pero también es la historia del nene que se inició en el instrumento a los tres años. El mismo que a los siete, cuando contrajo la polio que le paralizó la pierna izquierda, les pidió a sus padres que encajaran el piano en la cama para poder estudiar. El amiguito de Martita Argerich. El muchachito que a los 19 pirulos se fue a hacer la Europa para formarse con Marguerite Long, la mejor maestra, y al poco tiempo los críticos hablaban de él como un milagro. El hombre que durante décadas tocó con las mejores orquestas y directores del planeta. El pianista de una fortaleza hercúlea que superó miles de adversidades: desde las clases de su temible y genial maestro Vicente Scaramuzza hasta un accidente de auto que le fracturó la mano en mil partes. El artista que, pese a haber podido radicarse en los lugares más refinados de París o Mónaco, donde reinaba sin adversarios, decidió volver a sus pagos para ser un modesto, misterioso y seductor monarca del Once.
Más allá de echar luz sobre la vida y obra de Gelber, el libro de Guerriero, de más de 300 páginas, se convierte en un juego de seducción por entregas. Suerte de novela de folletín ambientada en el coqueto departamento que el pianista tiene a pasitos de la popular estación del Once. Aunque en profundidad, es un excelso y vital retrato periodístico, de esos que ya no abundan en estos tiempos de crónica moribunda. 
“Si su arte consiste en ser el mejor vehículo de la obra de otros, él es su mayor composición. Y nadie puede interpretarla”, ensaya Guerriero sobre el maestro Gelber en su opus magnum. Un trabajo que da muestras certeras, como afirma el escritor Patricio Pron, de que el buen periodismo y la buena literatura son una y la misma cosa.

Opus Gelber es una obra maestra que parece escrita a cuatro manos. Mágicas. 
Publicada en Tiempo Argentino, por acá.

Siempre con las putas

El pasado 2 de junio las putas estuvieron de fiesta en el barrio de Constitución. Y no era para menos: en el Día Internacional de la Trabajadora Sexual inauguraron la Casa Roja, su primer espacio autogestionado en la Ciudad de Buenos Aires. El local que les da abrigo está ubicado en el cruce de Santiago del Estero y Constitución, una de las esquinas más tórridas del populoso barrio homónimo, a pasitos de la plaza y la estación ferroviaria.
"No lo dude, este local es inédito en la Argentina. Por fin tenemos un lugar físico para juntarnos, discutir y darles una mano a las compañeras que sufren la persecución policial. Antes teníamos que apurar las reuniones en la Defensoría o en la piecita del Hotel Santa Cruz adonde vivo", dice Valeria del Mar Ramírez, trabajadora sexual trans con cuatro décadas haciendo la calle. Referente indiscutida del gremio, del barrio y del colectivo trans, Valeria milita en AMMAR, el sindicato que nuclea a las laburantes y principal motor de la iniciativa.
"Siempre hicimos territorio en el barrio: repartimos profilácticos, invitamos a las compañeras a las charlas de salud sexual y adicciones, damos información legal. Pero la verdad es que estábamos un poco divididas: las trabajadoras dominicanas sobre Cochabamba, las peruanas sobre Pavón, las argentinas cerca de Solís… había discordias. Creo que esta casa nos va a unir. Porque si estamos separadas, nos lleva puestas la policía. Las mujeres cis y trans tenemos que conocer nuestros derechos, porque si no, perdemos", dice Valeria y se le iluminan sus ojos esmeralda con rabia justiciera.
Mientras ceba unos mates, Valeria pinta un oscuro fresco del presente. Explica que si bien el trabajo sexual no está penalizado en la Argentina, aun así la policía persigue a las trabajadoras. A la falta de reconocimiento de sus derechos agrega la discriminación que sienten de buena parte de la sociedad que ubica su trabajo como el más deleznable de todos y, de esta manera, las condena a la marginalidad.
"Es fundamental tener conciencia de clase, y que se reconozca el trabajo sexual como cualquier otro. Con derechos, obra social y sindicato. Por eso seguimos luchando", reafirma Valeria con un tono que recuerda a Ruth Mary Kelly, la pionera sindical feminista que impulsó la agremiación de las prostitutas en estas pampas durante el siglo pasado. Kelly resaltaba que la prostitución era un trabajo y debía ser pagado con dignidad, sin proxenetas ni policías. Creía que el día en que todas las prostitutas del mundo dijeran "somos trabajadoras", y en el que todos los trabajadores dijeran "somos prostitutas", se haría la revolución. Ruth Mary Kelly murió en 1994, poco antes de que se formara la primera Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina. El fuego de su lucha y las de otras trabajadoras como la sanjuanina Sandra Cabrera sigue ardiendo. El retrato de Sandra, víctima de un femicidio en Rosario en 2004, de hecho alienta a sus compañeras desde una de las paredes de la Casa Roja.
Estado proxeneta
Valeria no tiene dudas. Los males que aquejan a las trabajadoras sexuales se han agudizado con las políticas sociales, económicas y de seguridad impulsadas por el gobierno de Macri. "Yo arranqué a trabajar en la época de los militares y me da la sensación de que en los últimos años estamos retrocediendo a ese pasado oscuro. Habíamos subido ocho escalones y ahora nos bajaron de un hondazo", arriesga Valeria. Después hace memoria de los años de plomo, las razzias de los '80, los Falcon azules patrullando las calles, las noches en que se escondía con sus tacos debajo de algún auto para escapar de la brigada de moralidad y de los calabozos. "Eso había cambiado. Pero ahora con las reformas del código contravencional de Larreta estamos retrocediendo. Además la Bullrich le dio mucho poder a la policía. Si sos puta o vendedor ambulante estás jodido. Ahora le llaman operativos cerrojo pero es lo mismo de antes. La policía te lleva por la cara, por la vestimenta. Te ponen contra la pared, revientan los hoteles del barrio y les roban a nuestras compañeras".
Norma nació y se crío en Ensenada. Pero se curtió delegada de AMMAR en La Plata. Cuenta que el panorama en la ciudad de las diagonales es mucho más fulero que en Buenos Aires. "Es que somos pocas compañeras concientizando y haciendo territorio. Pocos cuerpos para frenar a la policía", lamenta con sus 30 años de laburo en la capital provincial. A la persecución de la Bonaerense se suman las miserias que trajo el plan económico: "La crisis se siente en todos lados. Lo que antes sacabas en tres o cuatro horas en la calle, ahora hay que estar un día entero. No alcanza para pagar el alquiler, mantener a los hijos, darles de comer… En el fondo, el Estado es el proxeneta nuestro. El que te pisa para no tener derechos, salud... Ni nos deja trabajar tranquilas".
La morocha platense agrega que consiguieron algunos bolsones de comida para repartir entre las compañeras. Pero no alcanzan. "No es raro ver de nuevo a chicas que habían abierto un kiosquito o un local en el Conurbano. Pasan acá por la Casa Roja a ver si les podemos dar una mano. Está brava la cosa", cuenta la rubia Valeria. 
En los últimos tiempos, Norma se gana unos pesos extra cuidando una casa con mascotas en Barracas, bien cerquita del local de AMMAR. Frente al puntivismo del Estado y el abolicionismo deja bien claro dónde se para: "Son posturas que están muy lejos del territorio. Deberían salir a las calles, averiguar quién quiere trabajar y quién no, en qué condiciones, y no pontificar desde un escritorio. Yo elegí mi trabajo de puta, es mi decisión. Y por eso es importante el sindicato y estos espacios. Dónde van a ir las putas a pedir una mano. ¿Al Estado ausente o a la comisaría que nos persigue? No, querido, la contención se encuentra en nuestras pares, compañeras que somos aliadas".
Puertas abiertas
La Casa Roja de a poco va tomando color. "Este lugar no es sólo del sindicato, es para todo Constitución", arriesga Valeria mientras recarga el termo en la cocina. Los vecinos colaboraron a la hora de pintar la fachada, ayudaron en la puesta a punto del local y donaron muebles.
En su corta existencia, el espacio –que está abierto de 12 a 20 horas– albergó un concierto de los ardientes cumbieros de Sudor Marika y un recital de poesía. Además se brinda asesoría permanente a las laburantes y se ofrecen prendas en una feria americana para ayudar en el pago de la luz y el agua. Para integrarse al barrio también abren las puertas para que una vecina dé clases de apoyo a los pibes de la zona todos los viernes. "Al principio algunos padres venían con prejuicios –dice la docente a cargo Analía Maldonado–, pero con el pasar de las semanas se van sumando cada vez más chicas y chicos. Hay mucha necesidad en la zona".
Pincel en mano, Ramona le da los últimos retoques al mural que decora el fondo del local. En rojo shocking y negro terciopelo se lucen el paraguas símbolo de las trabajadoras, los afilados tacos, las medias de red y el portaligas. "Es como una metáfora que condensa la unión de todas las compañeras y ramas de nuestro trabajo. Históricamente siempre fuimos las parias, pero juntas tenemos fuerza. Por eso quiero mostrar la unión", explica esta pintora y diseñadora gráfica.
Ramona cuenta que empezó a trabajar hace dos años: primero como webcamer explorando las posibilidades de Internet, y luego pasó a los encuentros en el mundo físico. "Trabajé de todo en mi vida: bares, oficina, diseño… y en un momento empecé a plantearme el trabajo sexual como una alternativa laboral. Y no me arrepiento, estoy muy satisfecha con este camino que tomé para sobrevivir en este sistema que, en el fondo, trata a todos como putas. Lo tengo súper blanqueado con mi familia y amigos. Y si alguien no lo entiende, que siga su ruta".
Antes de cerrar la charla, las chicas posan para el fotógrafo de Tiempo. Un mensaje tatuado en una pared les cuida muy bien las espaldas: "Amor con AMMAR se paga". «
Crónica publicada en Tiempo Argentino, por acá. 

miércoles, 17 de julio de 2019

El viaje de Norman Mailer al lado oscuro de la Luna

Las dedicatorias que escribía en sus libros no eran un tema menor para Norman Mailer. Las malas lenguas cuentan que allá por los primeros meses de 1970, el autor de Los desnudos y los muertos decidió enviarle un ejemplar de su nuevo libro de crónicas sobre la Misión Apolo 11 al por entonces popular presidente Nixon. Dicen que pocos centímetros por debajo de las letras tatuadas que rezaban Un fuego en la Luna, con sutil ironía patriótica, Mailer le escribió al presidente: “Gran jefe, a ti y a todos tus predecesores les pertenece este libro, porque son ustedes, ¡ustedes, Norteamérica encarnada, quienes han descubierto la Luna!”
Algunos meses antes, el 20 de julio de 1969, pocas horas después de que el pequeño módulo Eagle lograra alunizar con éxito, Neil Armstrong, Michael Collins y “Buzz” Aldrin realizaron la primera moon walking de la historia y decretaron el triunfo definitivo de los Estados Unidos en la frenética carrera espacial que disputaba con la Unión Soviética. Más de una década de pruebas y entrenamiento con cerca de 50 misiones fracasadas, un equipo de 400 mil ingenieros y científicos, un presupuesto insaciable de 24 mil millones de dólares y el cohete más potente jamás lanzado por el hombre sellaban la carrera espacial.
El banquete selenita estaba servido. Una audiencia de millones de terrícolas lo devoró en las coberturas de las cadenas de televisión, las radios y la prensa escrita. Para la ocasión, la revista Life contrató la fina y venenosa pluma de ganso de Mailer como cronista exclusivo. El resultado de aquella estadía del escritor en las bases de Houston y Cabo Kennedy parió una monumental pieza de non fiction que aumentada y corregida apareció como libro durante 1970, con el título Of a Fire on the Moon.
“Se trataba de la historia del siglo XX. La batalla más caliente de la Guerra Fría. Tendría que ser la obra de no ficción más potente y extensa que la revista hubiera publicado –sólo a Hemingway se le había dado tanto espacio con la publicación de su novela El viejo y el mar–. El único problema era que Mailer no estaba invitado a realizar el viaje dentro de la nave espacial”, cuenta el escritor y periodista Colum McCann en el prólogo de MoonFire: El viaje épico del Apolo 11, el monumental libro que a 50 años del alunizaje mixtura las crónicas de Mailer con cientos de fotos, mapas y archivos inéditos de la NASA, que documentan el devenir de la misión espacial y construyen un fresco cardinal de aquella edad de oro de la conquista del espacio.  
1969: odisea espacial
Mailer estuvo ahí, la agitada década del ‘60. Los años dorados de Kennedy, la Revolución Cubana, la marcha sobre el Pentágono y el sitio de Chicago. El autor de Los ejércitos de la noche decía que “era como si la temperatura de Estados Unidos subiera cada mes”. No se equivocaba, y el mercurio del termómetro no dejaba de subir.
Caluroso verano del ’69, Cabo Kennedy, 10:32 AM. Comienza la misión AS-506 (Apolo 11) y el cohete Saturno V parte con tres astronautas desde la plataforma LC 39A, del complejo ubicado en el estado de Florida. La semana “más grande desde el nacimiento de Jesucristo” ha comenzado y el cronista Aquarious –así se hace llamar Mailer en las crónicas- transpira y toma apuntes frente a una pantalla que muestra el milagro televisado. Las crónicas rescatadas en MoonFire pueden ser leídas como un diario de dos periplos que suceden en paralelo: el viaje al espacio exterior del Apolo 11 y el viaje al espacio interior del propio Mailer.
Con un equipaje de mano cargado con sus fracasos matrimoniales, el fantasma del suicidio de Hemingway, sus conocimientos en física y matemática tras cuatro años de formación en Ingeniería Aeronáutica en Harvard, sus experiencias con la marihuana, los excesos con el alcohol y su desastrosa candidatura a la alcaldía de Nueva York, Mailer suelta amarras y decide embarcarse en un trip que terminará de sentar las bases del nuevo periodismo.
Entre la crónica y la metafísica, entre la ciencia ficción y el análisis psicológico, con su facilidad genética para volver real el presente, Mailer narra el viaje del Apolo 11 desde varias perspectivas que resultan, en retrospectiva, pasmosamente proféticas. Porque más allá de sus loas hacia los estoicos astronautas y los sapientes ingenieros, el cronista siente que la tecnología terminará destruyendo al halo mágico que cobija el programa espacial. Llega a comparar al programa de la NASA con el nazismo, cuando sentencia que quizás “el hombre viajaba a otros planetas no para encontrar a Dios, sino para destruirse a si mismo.” 
Luna de enfrente
Al recorrer las fotografías, ilustraciones  y apuntes de los archivos de la NASA recuperados en el volumen MoonFire es posible sentir la adrenalina, la claustrofobia, el hastío y la euforia narradas en las crónicas. Las instantáneas de la soledad absoluta de Armstrong enfundado en su traje Michelin, la difusa huella de Aldrin y la banderita acartonada clavada en la superficie lunar se mezclan con las imágenes del frenético trabajo de anónimos ingenieros, las tapas de los revistas que muestran las postales casera de los familias de los astronautas y el estallido congelado de la multitud que recibe a los héroes espaciales en las calles de Washington y Nueva York.
“¡Qué tierra se ofrecía ahora a sus investigaciones! Si estaba muerta, era una mente con dimensiones. Era un cuerpo celestial que mostraba todos los indicios de haber perecido en alguna angustia del cosmos, alguna angustia de Apocalipsis, un rostro tan cruelmente puntuado como un acné habría dejado a un hombre cuya piel hubiese muerto permaneciendo vivo el corazón”, susurra Mailer en sus crónicas. La angustia del cosmos también comenzaba a abatir a los terrícolas durante aquel verano del ‘69: la lenta agonía de Vietnam, el espejismo de Woodstock y la derrota definitiva de las contraculturas.
En el final del prólogo, McCann explica que “Mailer descubrió, al igual que Allen Ginsberg, cómo las mentes más brillantes de su generación habían sido destruidas. Y su terror inconfesable era que esa generación había desperdiciado su belleza. Se habían dejado encerrar por las fanfarrias de la Corporación Americana. Y así nacía el espíritu del predominio americano, que seguiría en el poder por décadas. La historia terminó corroborando las sospechas de Mailer. El optimismo fallido del baby boom, los sueños truncos de la era Clinton y, quizás el final de esos tiempos, la salvaje indiferencia de los años Bush.” ¿Qué diría de Trump?
Norman Mailer vio venir todo esto hace 50 años. Vio la Luna y descubrió su lado oscuro.
Publicada en Tiempo Argentino, por acá

martes, 16 de julio de 2019

El merendero de San Telmo

Llueva, truene, haga calor o un frío siberiano, a las cuatro y pico de la tarde Analía Casafú y sus compañeras sirven chocolatada y galletitas en el merendero "Darío Santillán". Lo hacen desde 2003, en el local que la Asamblea de San Telmo alquila sobre la calle México al 600, sede de un centro comunitario, que cobija diversos emprendimientos productivos empujados a puro esfuerzo cooperativo, y que también da techo a una veintena de familias. La reciente venta del espacio con ribetes "fraudulentos", según denuncian los miembros de la Asamblea, pone en riesgo la continuidad de este proyecto autogestionado y solidario. Con una audiencia judicial a celebrarse este lunes 15, el desalojo golpea sus puertas.
"Esta experiencia nace de las asambleas populares de diciembre de 2001, cuando sólo teníamos el local de la esquina, en Chacabuco y México, donde había un club de trueque. En ese tiempo, para paliar el hambre de los vecinos, se abrieron las escuelas en enero. Y poco después arrancamos con el merendero", dice Casafú, presidenta de la cooperativa, mientras reparte vasitos humeantes de chocolate entre los pibitos y recupera la memoria de aquel verano negro en que explotó por los aires el gobierno de la Alianza. Las heridas del estallido neoliberal vuelven a abrirse ahora. "Es que San Telmo, por la especulación inmobiliaria y el boom turístico, expulsa a los más pobres. Está todo muy bravo, y la crisis hace que se acerquen más chicos al merendero: más de 200 en los últimos tiempos. Incluso tenemos que dar refuerzos los viernes, para que puedan comer algo los fines de semana".
Los propietarios del inmueble –una numerosa y mal llevada sucesión– fueron renovando y actualizando los contratos a la Asamblea cada tres años desde 2003, hasta octubre del año pasado. Acuciados por su necesidad de dinero, los dueños decidieron casi "rematar" la propiedad sin siquiera avisar a los miembros de la cooperativa, sus inquilinos legales. Los nuevos propietarios son los dueños de la inmobiliaria Martul. A cinco días de finalizar el contrato vigente, llegó al merendero una notificación avisando de la venta de la propiedad y advirtiendo sobre el inicio de un juicio de desalojo. La Asamblea decidió no bajar los brazos. Todos los jueves se movilizan hasta la puerta de Martul, para visibilizar su reclamo.
El inmueble, un antiguo conventillo a pocas cuadras de Plaza de Mayo, estaba derruido cuando la Asamblea se hizo cargo. Tras una ardua tarea comunitaria, lo dejaron en condiciones óptimas: reconstruyeron las habitaciones, habilitaron el local, rehicieron estructuras, colocaron vigas, impermeabilizaron techos, revocaron paredes, instalaron el gas, pusieron a nuevo los sanitarios existentes y construyeron dos más. María Brizuela, jubilada, alquila una de las habitaciones en la parte trasera. Misionera de nacimiento y de San Telmo por adopción, vive en la casa desde hace más de una década. Se le pianta un lagrimón de sólo pensar en el desalojo. "Pero lo que me tiene más triste es el cierre del merendero. Yo tengo 68 y voy a seguir rebuscándomelas, pero este espacio es una ayuda muy importante para las mamás y papás del barrio. Los chicos se merecen un futuro mejor".
Mientras el Estado mira para otro lado, la Asamblea no está sola en su lucha. El Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel les envió una carta con su apoyo. "Fue todo abrupto, sin aviso previo, un balde de agua fría, y este es un espacio que no puede cerrar. ¿Quién va a contener a los pibes que pasan hambre?", se pregunta Sabrina, incansable "profe" del merendero. Se crió en el barrio y el Darío Santillán fue su segunda casa. "Yo jugué y tomé la leche acá como ellos y ahora devuelvo todo ese amor colaborando todas las tardes. Todo esto me tiene para atrás, y a eso sumale la crisis. La necesidad es cada vez más grande. Hay veces que no alcanza la comida. Hace poco un nene se puso a llorar: dijo que le dábamos menos galletitas. Con lágrimas en los ojos me dijo: 'En casa tenemos hambre, profe'."
Antes de que se apague la luz de la tarde helada de julio, los pibes del merendero arrancan con el taller de percusión, coordinado por los candomberos de Lindo Quilombo, una de las tantas actividades culturales y educativas que se dictan en el espacio. Mientras Aaron y Alex le dan duro y parejo a los parches, su mamá Corina da una mano repartiendo torta y facturas donadas entre los más chiquitos del salón. Corina cuenta que sufrió violencia de género, y que en el merendero encontró contención y apoyo psicológico para superar el maltrato de su expareja. "No es sólo el lugar donde los chicos pueden merendar, es un espacio social, lo hablamos siempre con otras mamás. Afuera está todo mal, y acá los chicos se cargan de energía. Si tuviera adelante al juez o al dueño de Martul, les diría que vengan a conocer nuestro trabajo, nuestra realidad. En una de esas se les ablanda el corazón". «
Crónica publicada en Tiempo Argentino, por acá.

lunes, 1 de julio de 2019

La posibilidad de una isla en el Delta

Delta del Paraná. Así es llamado en la cartografía oficial. Pero sus habitantes le dicen, de forma más sencilla, la isla. Esa exuberante “masa de verdura” que Sarmiento exploró en el siglo XIX. Región nacida salvaje e inocente, feroz y libre. Remanso de disidencias, refugio de desertores del sistema y, por supuesto, abrigo de artistas. El delta literario de Lugones, Sastre, Walsh y Conti. Un “paraíso” soñado –devenido en pesadilla infernal por el boom turístico–, a sólo una hora de tren desde la estación Retiro.
El escritor y periodista Osvaldo Baigorria escuchó poco después del crac de 2001 el “llamado de la isla” –con ecos, pero no confundir con el del camino-. El llamado a  aislarse. “Vine a dejar las letras y a dejar la ciudad y a buscar a la virgen del aire, como drogado por el poema de Juan L. Ortiz. Vine a buscar la paz en las fauces de la fiera, en el espejo de agua calma, como si quisiera recuperar mi imagen perdida, la otra humanidad. Como en fuga de la confusión y la actividad tóxica. Pero la toxicidad me alcanzó, de lleno”, sincera Baigorria en “Estrés de pez”, la crónica que da título a su nuevo libro, una compilación de piezas de no ficción y artículos periodísticos publicada por la cordobesa Borde Perdido Editora. Piezas que escribió para medios como La Mano, Viva y Carapachay durante sus años isleños. Y que reescribió en su eterno retorno al continente.
En la contratapa del volumen, Marie M. Miy advierte que el Tigre que explora Baigorria deja de ser un espacio ajeno, difuso, extraño, para convertirse en isla con cuerpo y, sobre todo, repleta de muchas historias: “Esa montaña de verde –de verduras a la lejanía- se convierte en universo paralelo, donde detrás del desencanto se respira, de todas formas magia. La contaminación que se inhala es entrecortada, de a tramos, de forma similar a los peces que intentan sobrevivir a la falta de oxígeno generada por la acumulación de mierda y de lo trash-contaminante, aunque también puede tornarse el lugar más encantado de tus sueños.”
Un poco alejadas del vampirismo del reportero apremiado por el cierre de edición, las crónicas de Baigorria exploran otros senderos, que se bifurcan y trifurcan entre los ríos y el barro del Delta profundo. Memorias barrosas, manual de supervivencia, ensayo ecologista y delicado catálogo isleño, Estrés de pez es difícil de clasificar, y por eso se hermana con otras obras del autor de Sobre Sánchez y Postales de la contracultura.
Historias de peces muertos, de contaminación por glifosato y del mal del sauce. Pero también de señoras que dejaron atrás la urbe mezquina y sostienen a pulmón una generosa biblioteca fluvial. Las andanzas y desandanzas del Frente de Liberación Isleño o Frente Isleño de Liberación. Las voces de la inglesada colonizadora y de la avanzada paraguaya. El recuerdo del Luis “El Tata” Leonardi, militante peronista por elección, isleño por adopción, y paciente maestro zen de los mil y un saberes que hay que dominar en las islas: el arte de la poda a machetazos, el cálculo de la altura de las crecidas, la pesca paciente del bagre y la lectura de las mareas. 
Al cierre de la crónica “La marcha del Tigre”, Baigorria reflexiona: “es dura la vida en la isla. Es sucia, precaria, aunque también digna. Se necesita valor para adoptarla. Y para aceptarla, cooperar con su poder oculto. Un poder misterioso como el fondo del agua, que jamás termina de mostrarse. A veces pienso que habría que aprender a respetar ese misterio. Como una especie en peligro de extinción. Como una zona salvaje que está ahí solo para ser contemplada a la distancia.” Desde esta porción del continente gris.
Reseña publicada en Tiempo Argentino, por acá