lunes, 28 de enero de 2019

¡Acá tenés les pibes para la liberación!

A las dos de la matina la terraza está en llamas. Con su perreo, les chiques de la House of Satana le echan más nafta al fuego. La tórrida escena queer porteña vive su fiebre de sábado por la noche en las alturas de La Confitería, un antiquísimo y por demás elegante centro cultural enclavado en Colegiales. "Y todavía no viste nada –explica, demasiado coqueta, Chaco Satana desde sus plataformas interminables–. Cuando empiecen las batallas en el primer piso, ahí vas a saber lo que es bailar en un infierno." Encantador.
En las entrañas del caserón se cocina una nueva edición de la concurridísima Fiesta Turbo, prominente celebración de la movida "voguing" en la Ciudad de Buenos Aires. ¿El qué? "El voguing, querido, es un baile que viene de la legendaria cultura marica-travesti de Nueva York", alecciona con aires de historiadora Victoria Secreto, hermana adoptiva de la Chaco y miembro activa de la Casa Satana, el linaje familiar más reconocido en el gremio "voguero" de los 100 barrios porteños. "En una palabra –suma Chaco–, el voguing es algo liberador, que permite sacar el lado más femenino, andrógino, también 'mostroso' de todes nosotres. Una danza que deconstruye. Pero que también es mucho más."
Baile, estilo, subcultura… el voguing –al igual que sus cultores– no se deja clasificar, encasillar, atrapar. Fue parido por los de abajo –gays, latinos y negros de la clase trabajadora– en los subsuelos del under de la Gran Manzana, como una danza que les permitía transformarse, jugar a ser otros. Devenir, por una noche, supermodelo de la muy chic revista Vogue, militar de West Point, yuppie golden boy de Wall Street y otras quimeras inalcanzables para los marginados.
Pero también, muy en el fondo, hay una competencia, con bailarines combatiendo, como duelistas que nunca se pueden tocar. En el voguing, bailar pegados no es bailar.
Pasos y más pasos son las armas, una pizca de música house electrizante que estalla desde los parlantes como banda de sonido y todo listo para batallar. Hay un atento jurado, puntuando. En resumen, un glamoroso desfile bailable, donde los pingos se ven en el ballroom, la pista.
Desde los combates germinales en el Harlem durante la década perdida de Ronald Reagan, pasando por sus días de gloria pop edulcorada y masiva apadrinados por la ¿mejor? Madonna en los neoliberales '90, hasta la creciente movida voguing global en el nuevo milenio, Buenos Aires no escapa a la ola. Y tira poses todos los meses en la Turbo.
Marica y contracultural
La Turbo no nació de un repollo. Su ideólogo es Rodrigo Rotpando, 36 años, un curtido DJ organizador de fiestas míticas de la noche queer-punk. "Tomamos con mucho respeto toda una tradición de contracultura, resistencia marica, desde el Parakultural, Batato Barea y el transformismo local, mucha gente que rompió con el género establecido. Agarramos la posta, pero la resignificamos. Somos de la generación de las redes sociales y RuPaul", traza una genealogía mientras surca el lustroso parqué del boliche.
En 2017 se le ocurrió crear un espacio para voguear. "Nos juntamos con varias amigas y mostras. Primero pensamos que era algo muy exótico, que por ahí la gente no se iba a copar. Teníamos el antecedente de Varela Is Burning, un ballroom mítico del Conurbano creado por Sónica Satana, la host de Turbo. Y con el pasar de las fiestas nos dimos cuenta de que éramos muchos más de lo que pensábamos. Había que hacerlo." Y Turbo, con menos de un año y medio de vida y absoluta gestión cooperativa, explotó.
Según Rotpando, el voguing argento bebe en la original fuente neoyorquina, pero tiene sus particularidades. "Hay cierta continuidad, apropiaciones como la formación de casas de familia de bailarines, como la House of Satana. Pero no somos las maricas del Bronx con VIH. Somos las mostras con VIH de acá. Ahora la escena es global, y de a poco nos estamos conociendo, contactando." Una Internacional Marica, que traza puentes con la libertina Berlín, la loca Santiago y hasta la peliaguda Moscú, donde Putin persigue las disidencias sexuales con furia inquisidora.
Espacio de comunión, en el voguing todes tienen su chance de brillar en la pista. "En los inicios en EE UU, las mujeres también participaban, pero luego eso se perdió. Nosotros recuperamos esa experiencia. También hacemos activismo gordo. Todos tenemos derecho a bailar, no queremos esa idea del cuerpo estilizado, sino del cuerpo real de personas reales disfrutando a pleno", dice Rotpando.
¿Todo baile es político? "Sin dudas. Este es un espacio de comunión, para generar lazos –explica Pedro Padilla, otro motor del evento–. Afuera está el tarifazo, la falta de espacios para la cultura, la macrisis. Acá vamos para adelante todos juntos los subalternos."
En el dancefloor
En la pista suena Fatboy Slim y la masa suda la gota gorda antes de que arranquen las batallas. En cueros, shorcito y chaleco amarillo que homenajea a los rebeldes franceses, Gonzalo mueve las patitas y brilla como la Libertad del cuadro de Delacroix. "Acá puedo ser quien realmente quiero ser, saco lo que tengo adentro", se despide en trance el docente de San Cristóbal.
No muy lejos, Mateo Explendorose hace gala de su mini sin prejuicios. Aunque no cree en las etiquetas, se siente una vampiresa intelectual post género. "Soy profe de inglés en un colegio. Y todavía me sigue shockeando la machirulidad de los chicos. Por eso lo que yo busco es deconstruir en todos los espacios", asegura. Hoy tuvo su primera clase de voguing. Aprendió lo básico: el exagerado cat walk (el paso del gato), el flexibleduck walk (el del pato) y los profundos dips (las caídas). Para el ballroom, confiesa, le faltan horas de vuelo.
Rómulo es brasileño y se nota por como mueve el pandeiro en la pista. Hace dos semanas dejó atrás Río de Janeiro y se vino a la Argentina. "Gracias a Bolsonaro conocí esta fiesta", dice con un dejo de saudade carioca. Luce pollera negra larga y furioso glitter en composé. Ni la ola conservadora ni la derecha religiosa, se despide, le van a sacar lo regia. Mucho menos la alegría.
La batalla de Colegiales
La performance de la familia Satana sobre el escenario deja a la platea a punto caramelo para las batallas. La matriarca Sónica, de estricto conjuntito animal print, toma el micrófono, dicta las reglas y anuncia los importantes premios que cosechará el vencedor: 1500 pesos devaluados y un dildo bien dotado.
Antes de salir al ruedo, la glamorosa "Quién es esa chica", una drag recién llegada de Barcelona, da los últimos retoques a su frondosa peluca rosada frente a un espejo. "Vengo a romperla, a hundir a todas. En la pista voy a estar al rojo vivo. Hoy gano seguro, soy la reina", dice y luego recibe, cual estrella de Hollywood, los aplausos de cuatro amigas que trajo de hinchada. En la batalla, le juega en contra el exceso de triunfalismo: un pibe con una camisa de Roy Lichtenstein le pasa el trapo.
El platense Fedde Thomas es el Barýshnikov del voguing. En el ballroom tira mil y un firuletes. ¡Al Colón! "Me gusta mostrar todos los trucos que ensayo, lo dramatic y lofemme –dice antes de la gran final–. Pero lo fundamental es divertirse. En la pista no pienso demasiado. Bailo y disfruto."
La tribuna delira con el nuevo campeón, hasta que desde los parlantes estalla nuevamente el punchi-punchi. En la pantalla, arriba del escenario, se lee una frase. "Bailar libera". Cuánta razón. «
Crónica publicada en Tiempo Argentino, por acá

lunes, 14 de enero de 2019

El día más triste de los libreros del Parque Rivadavia

La grúa hunde sus dos dientes afilados bajo el puesto 84. La veterana casilla de la feria de libros, revistas y discos del Parque Rivadavia se entrega mansa a los empleados del Gobierno de la Ciudad. La batalla para mantener su espacio original, que ocupa desde hace décadas, está perdida.
"Se lo resumo en dos palabras: absoluta tristeza, eso es lo que sentimos hoy", dice, apenado, Fabián Torres, curtido vendedor de exquisitas obras literarias y delegado de los feriantes. Desde el año '90 se gana el pan en el parque, en el puesto 97, reubicado precariamente sobre la avenida Rivadavia desde el último y auténtico día de miércoles.
Con paciencia infinita, Torres desembala, limpia y acomoda unos textos clásicos de Walter Benjamin, Pasolini y Bukowski sobre los estantes. "Esta es una mudanza distinta, que nos mueve todo: la estructura de laburo, pero también nuestra relación personal y afectiva con el parque. Hicimos de todo, la verdad: juntamos más de  5000 firmas, hicimos un festival, fuimos a ver a la gente de Patrimonio Histórico, convocamos a las organizaciones vecinales, hablamos con S.O.S. Caballito, pero no hubo caso. Con la sanción del nuevo Código Urbanístico en la Legislatura, donde figura la posibilidad de apertura de la calle Beauchef, ya no hubo vuelta atrás." La decisión, en definitiva, les dio la espalda y se tomó a partir de una encuesta online realizada por el Ministerio de Ambiente y Espacio Público porteño, apenas difundida, en la que votaron poco más de cien vecinos.
La iniciativa, que supone la apertura al tránsito vehicular de esa calle entre Rivadavia y Rosario, en un lugar ocupado hace décadas por los libreros, para mejorar la accesibilidad, va a contramano de todas las recomendaciones sobre espacios verdes. El barrio de Caballito cuenta en la actualidad con apenas 1,5 m² por vecino, un 10% de los 15 metros cuadrados de espacio verde per cápita que recomienda la Organización Mundial de la Salud. Ahora será menos. Por las obras, se recortarán unos 600 metros cuadrados del gran pulmón verde de la Comuna 6, junto a una merma irreversible de árboles, que ya fueron retirados.
Se suma a la desazón de los libreros el reclamo de la comunidad educativa del Normal Nº4 y el Liceo Nº2, que funcionan (junto a un terciario y salas del nivel inicial de dos a cinco años) en el edificio adyacente a la nueva calle, que ni siquiera fue consultada sobre el proyecto. La vía vehicular pasará justo frente al portón de salida de los estudiantes, que entran por la calle Rosario pero salen hacia el parque. Desde el establecimiento no descartaron presentar un amparo.
Las obras encaradas para la traza de la calle Beauchef durarían seis meses, y son un sismo del que los feriantes recién empiezan a ver las secuelas. "Las autoridades nos garantizaron que los 100 puestos tienen asegurado el regreso al espacio original. Hasta junio, imagino, estaremos sobre la avenida, pero tengo dudas de que después entremos todos", confiesa Torres. La apurada mudanza, la precariedad de las instalaciones y la falta de información hacen desconfiar a los trabajadores. "Van a ser muchos meses sin electricidad. No tenemos ni siquiera para iluminarnos, mucho menos para conectarnos y hacer una venta con el Posnet. De alguna manera, nos están empujando a la ilegalidad", puntualiza el delegado. Antes de seguir con su faena de limpieza, Torres recomienda una lectura de verano para el jefe de gobierno porteño: "Un libro que salió mucho en los '90, Las Memorias de Carlos Menem. Tiene todas las páginas en blanco. Larreta se lo debe haber estudiado entero".
Demasiado lejos de la divertida aguafuerte "Amor en el Parque Rivadavia" que supo escribir Roberto Arlt en los años treinta, la escena que puede pintarse de la plaza en esta tarde gris de enero es más parecida a una película del neorrealismo italiano de la posguerra: las montañas de basura, los libros desmembrados, los vinilos olvidados, una maraña de fierros oxidados, pilas y más pilas de cajas y la angustia a flor de piel en los rostros de los cansados puesteros.
Lidia, vendedora del 38, cuenta que como puestera y, sobre todo, como vecina –vive a diez cuadras–, le duele en el alma que le saquen más espacio al parque: "Primero pusieron las rejas, ahora esta calle. En vez de plazas, la ciudad se está llenando de ratoneras". Los días perdidos de trabajo y los daños irreparables que sufren los oxidados puestos suman amargura. En este año que comienza, sugiere a las autoridades porteñas la lectura de La conjura de los necios, ácida novela del americano John Kennedy Toole.
Fumando espera Gerardo a que trasladen su inseparable puesto, el 82. Veinte años de historia lo unen al parque. Arrancó con una tabla y caballetes, después fue empleado, luego socio y desde hace dos años tiene espacio propio. Siempre se la rebuscó, dice. Se especializa en la compra y venta de música: decenas de discos de vinilo y cedés son sus tesoros. "Aunque nos dieron un escrito que aclara que vamos a volver los 100 puestos, estoy un poco asustado. Es que somos como una familia y hay que cuidarnos. Por otro lado, muchos no entienden que somos cultura, aunque tenga la remera gastada y un poco agujereada." Asegura que la feria es un termómetro que permite medir la afiebrada realidad económica argentina: "Los meses pasados fueron muy tristes. Vino mucha gente grande a vender discos de pasta, que ya no sirven para nada. Lloraban, pedían que les demos una mano, aunque sea unas monedas para comer. Terrible, hermano". Gerardo pita el pucho que tiene entre los labios, pispea una vez más el puesto antes de que se lo lleven las insaciables grúas y dispara: "Si viene Larreta y quiere comprarse un compact, le recomendaría algo de reggaetón, porque es música que no dice nada. Igual que él". 
A unos pocos pasos, cuatro estoicos caballeros enfrentan una decisiva partida de dominó, justo donde las topadoras harán de las suyas para abrir la calle. "Todo el mundo habla de la feria, y está muy bien, pero no se olviden de nosotros", tira la bronca Rubén, un jubilado de Caballito. Además del dominó, él y una decena de colegas se le animan al ajedrez, todas las tardes, sobre las fieles mesas del parque "El dinero no alcanza y esto es nuestra vida –mastica rabia Rubén–. ¿Qué quieren, que me quede viendo tele en casa? No sabemos qué va a pasar con nuestras mesas. Si las sacan, nos dejan jaque mate."
Una crónica publicada en Tiempo Argentino, por acá

martes, 8 de enero de 2019

El hombre que amaba las muñecas

Una tarde de principios de los '60, en los brazos de su pequeña dueña, la sonriente Rayito de Sol dejó de hablar. Los padres de la nena le cambiaron la pila, pero no pasó nada. La beba de plástico seguía muda. Ese fue el primer caso que tuvo que atender Sofanor Julio Roldán. "Me la trajo una vecina. Era una muñeca de industria nacional, pero tenía un mecanismo japonés –recuerda el hombre de peinado beat algo canoso, sentado en el ambiente principal de su taller–. La desarmé y le arreglé los contactos. Una cirugía menor." Al salir del improvisado quirófano, la Rayito, resplandeciente, había recuperado la palabra. Con dos de sus empalagosas frases pregrabadas, certificó su buena salud: "¿Te gusta mi nuevo vestido? ¡Vamos a la plaza!" Al joven Roldán se le dibujó una sonrisa. Había descubierto su vocación. Un oficio para toda la vida. Sería "doctor" de muñecas.
Tenía apenas 15 años. Cordobés, había llegado a Buenos Aires de la mano de un tío, a finales de los '50. “Nací en Tulumba, pleno campo y sierra. Ranchito con techo de paja y suelo de tierra", dice con tono campechano y deja ver sus manos curtidas. Con esas manos fabricó sus primeros juguetes campo adentro. Recuerda que no le gustaba jugar con la gomera. Julito prefería forjar muñequitos de adobe.
Por aquella reparación inicial, decidió no cobrarle ni un peso a su vecina. La señora le pagó recomendando sus virtudes en el barrio. Dos semanas después, cuatro o cinco heridas damiselas esperaban su turno en la mesita de luz del joven galeno. "Desde que arranqué me hice llamar doctor, porque ese es mi trabajo –dice Roldán, ataviado con un inmaculado guardapolvo–. Esta es una auténtica clínica de muñecas. Ellas tienen que ir al médico, como los seres humanos."
En poco tiempo y a pura maña, supo ganarse su lugarcito en el gremio. Su formación profesional la completó con el gran maestro Betancourt, figura capital en el arte de resucitar juguetes. "Fui su aprendiz. Pasaba a buscarme en su Renault Gordini y me llevaba al taller que tenía en Lugano: un galponcito al fondo de la casa, con todas las piezas ordenaditas. Casi una terapia intensiva."
Con Betancourt aprendió los secretos de la reparación y las particularidades de cada ejemplar. La anatomía, los materiales, la diversidad de pegamentos y hasta el devenir de las modas. También el código ético profesional: "Me dijo que chicos iba a haber siempre, por eso nunca iba a faltarme laburo. Con él entendí sobre todo que la muñeca es un regalo muy particular, que se queda grabado para siempre en la memoria de los más chiquitos, que es un miembro más de la familia. Sé que arreglo muñecas, pero en el fondo, mi oficio es recuperar valores afectivos”.
Muñecas bravas
En su clínica de Venezuela al 3700, pleno barrio de Boedo, hay pilas y pilas de muñecas y muñecos. De plástico, de silicona, de porcelana, de trapo, de madera, rubias, morenas, pelirrojas, italianas, alemanas, argentinas, inglesas, japonesas, Piel Rose, Rayito de Sol, Yoli-Bell, Shirley Temple, Gracielita, Marilú, clásicas, modernas y también decimonónicas.
Cada una guarda una historia. Cuenta Roldán que muchas huyeron de las guerras, padecieron migraciones forzadas y atravesaron océanos para hacerse la América. De repente, posa su mirada en una blonda Lenci italiana que atesora en su caja original y reflexiona: "El otro día vi una foto de una familia africana que intentaba llegar a Europa en balsa. La mamá, el papá y una nena. ¿Sabe qué llevaba la nena en sus manos? Por supuesto, una muñeca. Usted no se puede imaginar el valor afectivo que va a tener ese juguete en el futuro. Por eso siempre digo que el secreto de este trabajo es el amor. El amor que le pongo para revivir un tesoro familiar".
En el consultorio duermen la siesta varias bebotas de más de 30 abriles. También muñecas de belleza eterna que superan el siglo de vida: "Esta de flequillo es francesa y tiene 105 años. Mire esa carita, esa expresión, la boca abierta. Los franceses exploraron el camino de la calidad y el detalle. Los alemanes son maestros en la porcelana. Y crearon los malcriados, otro clásico". Casi sacados –pero esto Roldán no lo dice– de una película de terror.
El trabajo de don Julio es variopinto y, sobre todo, muy detallista. Implanta pelucas sedosas, cambia ojos radiantes, recauchuta piernitas y bracitos y tiene destreza para tratar las diversas parálisis que aquejan a sus pacientes.
"No hay dos muñecas iguales –asegura–. Siempre tengo que pensar cómo solucionar cada rotura y eso me mantiene ágil. Hay veces que no le encuentro la vuelta y me voy a casa con el trabajo en la mente. Por ahí me tiro a dormir y sueño cómo arreglarlo. Esto tiene mucho de creativo, pero también de magia."
Esta tarde, Roldán dedicó largas horas al trasplante de los ojos de vidrio color ámbar de un ejemplar de bebote germano. De paso, aceitó el mecanismo que le permite abrirlos y cerrarlos. El profesional prefiere respetar a rajatabla el diseño de fábrica de cada variedad. Aunque, muchas veces, su sello de autor se filtra en las curaciones. Como médico, respeta el juramento hipocrático, pero también es un eximio artista.
De las miles de pacientes que pasaron en los últimos 50 años por su consultorio, el doctor Roldán no duda ni un instante a la hora de elegir a su fetiche: "Hace un tiempo me trajeron un autómata francés de mediados del siglo XIX. Tenía una finísima cabecita de porcelana y un vestido de terciopelo. En las manos sujetaba un peine y un espejito. Por dentro era como un humano, pero en vez de venas tenía alambre y una cajita musical. Lo trajo una señora, era de su madre. Fue un laburo difícil, de varias semanas. Al final, volvió a la vida. La dueña no lo podía creer. Para fin de año, me regaló dos botellas de champán.”
¿Y si hacemos un muñeco?
La obra cumbre de Roldán brilló en mil y un escenarios de nuestro país. El doctor cuenta que tuvo el honor de clonar a quien, para muchos, es el muñeco más famoso de la historia argentina: Chirolita. "Vino Chasman a la clínica y me comentó que andaba necesitando un muñeco suplente. Me dijo que con los viajes y el ajetreo, el Chirola original andaba medio descajetado. Me mandé a laburar de una”, recuerda el tordo.
La tarea fue titánica, digna de Geppetto. Casi un año de frenético trabajo para darle vida al personaje: "Primero elegí el torso. Un modelo Jumeau francés al que le serruché la espalda. Le puse una cabeza alemana y le agregué un palo de escoba para manejar los movimientos. Y una peluca rubia. Cuando lo probó Chasman, no lo podía creer." El sueño del ventrílocuo hecho realidad. Roldán muestra las fotos y no hay dudas. Chirolita luce rejuvenecido, atlético y hasta más pintón. "Creo que ese muñeco, por su agilidad, le dio una vuelta de tuerca al show. Cuando murió Chasman, vinieron de la asociación de ventrílocuos a preguntar si sabía dónde estaba el muñeco. Pero lamentablemente no sé nada."
En estos tiempos de juguetes descartables y pasatistas, el doctor Roldán no se ensaña con el avance tecnológico. "En realidad, esas cosas me favorecen. Porque estas muñecas que me rodean son eternas. Si va a una juguetería, se puede comprar una muñeca china por dos mangos. Pero en el fondo son un curro y encima hacen mal a la salud. Estas muñecas guardan historias. Historias de afecto. Y eso no se puede comprar."  «
Crónica publicada en Tiempo Argentino, por acá