explica el religioso, máxima autoridad en estas pampas de la mayor de las iglesias ortodoxas orientales del planeta.
–¿Cómo lo interpela el conflicto en Ucrania?
–Lo que está pasando en Ucrania, que algunos llaman invasión, en realidad es una guerra entre hermanos. Fratricidio. No solo lo digo desde el corazón, sino también por la historia de nuestros pueblos: la “Pequeña Rusia” y la “Gran Rusia”. No son dos naciones, es un mismo pueblo. Es como que Buenos Aires ataque a Corrientes, que se había independizado hace algunos años y era reconocida. Sigue siendo el mismo pueblo, hasta seguro tenemos parientes. Por eso le digo, esto es un enfrentamiento entre hermanos.
Iwaszewicz cuenta que comenzó a recorrer el camino religioso desde la cuna. En el templo que lo vio nacer. Relata entonces una historia digna de una novela de Tolstoi. Su padre, el arcipreste Valentín Iwaszewicz, había dejado la convulsionada Bielorrusia en el año 1937, durante los primeros días de la avanzada nazi sobre territorio soviético. “Mi familia huyó de Polesia durante la ocupación alemana, en los tiempos de la Segunda Guerra. Vinieron a hacerse la América. Mi padre tenía apenas un año”, explica el misionero. Llegaron a la pacífica Buenos Aires y se instalaron bajo el cielo de Pompeya. Desde muy joven, Valentín tuvo inquietudes religiosas. Entonces, decidió hacerse monaguillo. Su fe creció bajo el ala del presbítero Constantino Izrastzoff, el padre fundador del icónico templo de San Telmo. Con el tiempo, decidió ordenarse sacerdote y, desde ese momento, dedicó toda su vida al Señor. Se casó, tuvo hijos y comandó la iglesia de la calle Brasil hasta su muerte, hace pocos años.
“¿Y cómo comienza mi vocación religiosa?”, se pregunta Alejandro y relata: “Los rusos tenemos un dicho que dice: ‘Tener un hijo no es tener un hijo. Tener dos hijos es tener medio hijo. Y tener tres, en realidad es tener uno solo’. Eso se explica porque uno de tus hijos va a servir a las órdenes del zar, el otro a Dios y el tercero se queda en casa. En mi caso no funcionó así. Tuve libertad para elegir mi vocación”. Luego de terminar la secundaria en el Juan Martín de Pueyrredón, Alejandro se dio cuenta de que no le atraían ni la arquitectura, ni el derecho terrenal. Mucho menos la fría contabilidad. “Me gustaba la música. Cantaba en el coro de la Iglesia –recuerda el hombre de la sotana negra–. Entonces le pedí la bendición a un obispo y me fui a estudiar a un monasterio de Estados Unidos. Aproveché la oportunidad e hice el seminario”. En 1995 se ordenó sacerdote. En paralelo a su labor religiosa, se ganó la vida como traductor e intérprete, a partir de la apertura comercial entre la madre Rusia y América, que disparó la Perestroika. Desde hace algunos años pilotea los destinos de la catedral. Es religioso dedicación full time.
Como hijo de migrantes, Iwaszewicz sabe lo que es dejar atrás su tierra por el horror de la guerra: “Esas imágenes de las familias ucranianas huyendo que se muestran en los medios, y las que no se deben mostrar, son el horror actual, parecido del que escaparon mis familiares hace décadas. Nos hacen recordar el pasado. A mi entender, estos son vestigios del gobierno soviético, algo que nunca se cerró del todo en esa zona. El terror y las masacres del pasado que todavía siguen vivas”.
–¿Qué le cuentan conocidos o los miembros de su comunidad que están en Ucrania?
–Que el día a día es de terror. Buscan la manera de salir del país, tienen que abandonar lo poco que tienen para salvar sus vidas. No es algo nuevo en Ucrania, que hace años tiene conflictos internos, matanzas, estaba todo mal. La gente queda entonces entre dos o tres fuegos. Hubo detenciones e interrogatorios a miembros de nuestra Iglesia, se los acusaba de espías. Esas son las vivencias cotidianas que me llegan.
–¿Cómo analiza la figura de Putin y la posición que adoptó la Iglesia Ortodoxa Rusa frente a la guerra?
–Primero, quiero dejar bien claro que no le tengo confianza a ningún político. Para mí, la política es algo sucio y mentiroso. Por otro lado, es obvio que desde la Perestroika hasta nuestros días, en Rusia se ha dado un juego que busca el equilibrio entre el patriotismo, los negocios y lo religioso. Todo para fortalecer una estructura de poder. Esto quedó bien claro con la guerra y la figura de Putin. Pese a que la Iglesia Ortodoxa del Patriarcado de Moscú ha dado su apoyo, en los últimos tiempos muchos jerarcas valientes han empezado a levantar su voz. La guerra hizo visible este juego de poder. Es imposible mezclar el agua con el aceite. ¿Cómo no levantar la voz contra la guerra? Nuestra Iglesia tiene mucha presencia en Ucrania, grandes monasterios, el pueblo ruso se bautizó en las aguas del río Dniéper en Kiev. Somos hermanos.
Finalmente, al ser consultado sobre la falta de información sobre el conflicto y la censura que han sufrido los medios rusos, Iwaszewicz levanta temperatura: “En esta parte del mundo parece que existe una sola campana. Creo que hay que escuchar todas las voces para sacar conclusiones. Si uno no sabe ruso o ucraniano, si no tenés un conocido que te informa o si no podés buscar en Internet sitios confiables, se hace muy difícil. La censura es inconcebible, no es sana. Acá se escucha una sola campana, y muchas veces es parte de una campaña para convertir al ruso en mala palabra”. «
Publicado en Tiempo Argentino, por acá.
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