“Amaneció con una resaca infernal, tres fajos de diez mil dólares y la nariz llena de cocaína. Lo despertó su propio estornudo y un objeto duro que se le clavaba en las costillas. Quiso buscar su celular y no pudo encontrarlo. Siempre lo dejaba en el mismo lugar, pero el que había cambiado era él, que se había desmayado en el piso. Al menos era su casa, o eso creía, la borrachera le impedía pensar con claridad”. Desde sus primeras líneas, la primera novela de Nicolás Eisler es generosa, picante, adictiva. Distante de cualquier tono oscuro de los policiales negros clásicos. El dealer, la bailarina y alguien que pasaba por ahí es más bien un policial blanco… y radiante, como la ‘fafafa’ que se toma en los boliches de la Ciudad de Buenos Aires.
Roto, bañado en whiscola y con demasiadas preguntas, así amanece Renán
en su morada, un monoambiente cool y desordenado del Abasto. ¿De dónde mierda
salió la guita? ¿Qué hizo la noche anterior? ¿La puso? Como cualquier
millennial, Renán, flor de ‘logi’, busca las respuestas en un teléfono, que ni
siquiera es el suyo. ¡Sorpresa! Tiene 23 llamadas perdidas desde su iPhone. Por
un momento, se imagina en una de esas películas de Liam Neeson. Mafiosos rusos,
muertes, dólares y mucha falopa. Algo de eso hay. Antes de hacer la primera
llamada, la que dispara esta historia, en el fondo Renán sabe que no es Liam Neeson.
Es, más bien, un flor de perejil.
Como advierte desde su título, la delgada pero potente nouvelle de
Eisler, periodista de filosa pluma, es jalada por un tridente de historias que estallan,
restallan, explotan en la pompa y circunstancia de la
noche porteña. Ménage à trois. A la deriva nocturna del joven Renán
se prenden la sensual Kristina, bailarina muñequita rusa del cuerpo estable del
Club 69; y Alfredo Gutiérrez Luro Pueyrredón, dandy monarca dealer destronado,
que supo reinar en mil y un boliches durante los años duros del menemato.
Palo y pala. Palermo Hollywood y la 1-11-14. Bratvá y narcos peruanos.
Corralito y jet set noventoso. Éxtasis y porro. Un thriller alla argento, con dosis desparejas de
hilarante humor y realismo un poco sucio. Vivir
afuera de Fogwill y Chau, papá de
Juan Damonte, sus padres putativos. También, pseudoensayo sociológico y
cartografía bolichera de la Capital Federal en los 2000 y flahsbacks a los noventa: desde Niceto hasta New York City, sin
olvidar El Cielo cheto de la Costanera, Coyote y algún antro del Once en donde
se festeja cada tiro como un gol de Teófilo Cubillas. Ruido blanco.
Nunca se sabe, quizá alguna vez vuelva a nevar en Buenos Aires.
Publicada en Tiempo Argentino, por acá.
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