"'Nunca desde que he nacido
/ he conocido la dicha / porque siempre la desdicha / andará delante de mí. / Dicha
que hoy poco duró / desdicha la llamo yo / desdichado el dichoso / que de
aquella dicha gozó'. Las penas del bailecito se hacían carne en la voz de
Gerardo Rosas y dejaban mudas a las siempre alborotadas audiencias de las
chicherías de la ciudad de Sucre. Es que Gerardo, el “Q’iwa”, sabía como pocos de
desdichas y rechazos por la elección de su identidad sexual en la
ultraconservadora sociedad chuquisaqueña de los años cincuenta." Así debería comenzar la nota publicada hoy en el suplemento Soy de Página 12, que con alguna errata involuntaria (seguramente por el apura en la edición final) se lee completa por acá.
La nota se complementa con este recuadro (que tampoco vio la luz):
LAMENTO
BOLIVIANO. Otra de las tantas
historias de vida del movimiento TLGB boliviano que rescata el libro de
Aruquipa, Estenssoro y Vargas, es la del afamado compositor cochabambino Jaime
del Río. El autor del emblemático taquirari “Oh Cochabamba querida”, que sufrió
en carne propia el rechazo de su familia por su identidad sexual, y desde muy
joven vivió un exilio forzado en la ciudad de La Paz.
“Una pena
tengo yo / que a nadie le importa / qué me importa de nadie / si a nadie le
importo yo. No quiero humillaciones / no quiero compasión”, confiesa Del Dío en
su cueca “Una pena tengo yo”, popularmente conocida como la “cortavenas”, y que
fue versionada por grandes grupos andinos como Wara, Los Ch’ascas y el Grupo
Bolivia. Para Aruquipa, esta cueca es un fresco en el cual Del Río describe “el
dolor de haber sido abandonado, el sentirse recogido por otra familia y su
homosexualidad en una época conservadora, en la que debió lidiar, seguramente,
con la discriminación y la soledad. Y llegó a ser un himno de muchos
homosexuales en los años sesenta.” El final de la breve vida de Jaime del Río,
en soledad y olvidado hasta por sus amigos, parece sacado de alguna de sus
eternas canciones.
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