Apología del cartón
Por Nicolás G. Recoaro
Por Nicolás G. Recoaro
Hay una tradición del reciclaje que escapa a las imágenes dietéticas de los canales de televisión o a la corrección ecologista del primer mundo. Porque en estos paraísos del subdesarrollo, el reciclar no es una simple moda o alternativa pasajera, es una forma de vivir (y para muchos, la única forma de sobrevivir). En ciudades como Buenos Aires o Lima, el reciclar papel o cartón hizo visible (para una minoría que se cree con el derecho de ser vista), a esa otra mayoría que puebla el subsuelo olvidado de Latinoamérica.
Herencia proletaria que regala sabiduría popular, el reciclar también es aprovechado por los poderosos (no se pueden olvidar los toma daca entre los supuestos dueños de la basura y los cartoneros porteños) y legitimado por los pobres. Pero no quiero extenderme en esta apología del reciclaje sin referirme a ese preciado material llamado cartón. Porque éstas líneas fueron paridas para hablar de una editorial alteña que hace libros con tapas de cartón. Sí, señores. Yerba Mala Cartonera hace libros con lo que usted deja tirado en las calles o con el sobrante de las cajas de alguna tienda o feria. Debe ser difícil. “Dicen que ni cartón se tira en El Alto, hermanito”, me contó el entrañable Crispín Portugal, uno de los creadores del proyecto. Pese a todo, Yerba Mala junta, pide, consigue, compra, suplica y roba cartón. Todo para hacer libros (en el mercado editorial más pequeño de Sudamérica). Una verdadera epopeya, un acto noble y bienintencionado de altruismo, si queremos darle un nombre al asunto. Amor por la literatura, a mi humilde opinión.
Tampoco hay que olvidarse de los chicos que pintan las tapas, verdaderas obras de arte alteñas. Les cuento un secreto, me apasiona tomar sus libros y leer los impresos que tatúan el cartón. Uno puede toparse con que una inexpresiva caja de Singani Casa Real termina cobijando un colorido Línea 257, de Beto Cáceres, o un sangriento Khari–Khari, de Darío Luna. En una oportunidad tuve entre mis manos un metamorfoseado embalaje de televisor surcoreano, un caso único devenido en psicodélico soporte para un Poemas ocultos, de Jessica Freudenthal. Y como olvidar aquel aviso “Made in USA”, que acompañaba la contratapa apócrifa de un Narciso tiene tos, de Marco Montellano.
Eso es la esencia de la editorial alteña. Cajas que mutan en arte y letras que encuentran su cálido hogar entre tapas de cartón. Yerba Mala Cartonera comulga con la tradición popular del reciclado, lo hace carne cada vez que vende sus libros en la Feria 16 de Julio o en los cafecitos de La Paz (a tan solo cinco o seis pesitos, amigos). Larga vida al reciclar, larga vida a la literatura, larga vida a la Yerba Mala, que obviamente, y si hace falta decirlo, nunca muere.
Herencia proletaria que regala sabiduría popular, el reciclar también es aprovechado por los poderosos (no se pueden olvidar los toma daca entre los supuestos dueños de la basura y los cartoneros porteños) y legitimado por los pobres. Pero no quiero extenderme en esta apología del reciclaje sin referirme a ese preciado material llamado cartón. Porque éstas líneas fueron paridas para hablar de una editorial alteña que hace libros con tapas de cartón. Sí, señores. Yerba Mala Cartonera hace libros con lo que usted deja tirado en las calles o con el sobrante de las cajas de alguna tienda o feria. Debe ser difícil. “Dicen que ni cartón se tira en El Alto, hermanito”, me contó el entrañable Crispín Portugal, uno de los creadores del proyecto. Pese a todo, Yerba Mala junta, pide, consigue, compra, suplica y roba cartón. Todo para hacer libros (en el mercado editorial más pequeño de Sudamérica). Una verdadera epopeya, un acto noble y bienintencionado de altruismo, si queremos darle un nombre al asunto. Amor por la literatura, a mi humilde opinión.
Tampoco hay que olvidarse de los chicos que pintan las tapas, verdaderas obras de arte alteñas. Les cuento un secreto, me apasiona tomar sus libros y leer los impresos que tatúan el cartón. Uno puede toparse con que una inexpresiva caja de Singani Casa Real termina cobijando un colorido Línea 257, de Beto Cáceres, o un sangriento Khari–Khari, de Darío Luna. En una oportunidad tuve entre mis manos un metamorfoseado embalaje de televisor surcoreano, un caso único devenido en psicodélico soporte para un Poemas ocultos, de Jessica Freudenthal. Y como olvidar aquel aviso “Made in USA”, que acompañaba la contratapa apócrifa de un Narciso tiene tos, de Marco Montellano.
Eso es la esencia de la editorial alteña. Cajas que mutan en arte y letras que encuentran su cálido hogar entre tapas de cartón. Yerba Mala Cartonera comulga con la tradición popular del reciclado, lo hace carne cada vez que vende sus libros en la Feria 16 de Julio o en los cafecitos de La Paz (a tan solo cinco o seis pesitos, amigos). Larga vida al reciclar, larga vida a la literatura, larga vida a la Yerba Mala, que obviamente, y si hace falta decirlo, nunca muere.
1 comentario:
Bellísimo escrito.. fuerza Yerba Mala... Te mando un abrazo querido, los recuerdo a todos con cariño. Espero poder ver algún día esa entrevista que me hicieron en su casa... con pasamontañas y todo.
Saludos.
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