El amanecer del Gran Poder
Deben hacer unos cinco grados a esta hora de la mañana. Son casi las siete y media y da escalofríos el sólo ver a unas hermosas peceñitas enfundadas en diminutos y coloridos trajes de china morena. “Hace frío, pero cuando comience el baile todo se pasa”, me susurra al pasar Wendy Daza, una futura abogada que este año tiene el honor de ser reina de la Fraternidad Amaba.
Las chicas corren ultimando los detalles para arrancar la fiesta. Un poco de maquillaje en las mejillas o algún retoque de las faldas o el sombrero. Todas deben lucir perfectas para cuando sea su turno de comenzar el recorrido. “Es un orgullo mostrar la belleza de la chola paceña”, me explica Wendy mientras pinta sus pestañas con la ayuda de un diminuto espejo de mano. La veo perderse entre los otros cientos que se preparan para el inicio del Gran Poder 2007. Los nervios crecen, las sonrisas y la felicidad también.
Ya son casi las ocho y el sol comienza a dar calor a La Paz. Las callecitas que rodean al Cementerio General están abarrotadas de músicos, bailarines y familias que pugnan por encontrar un lugar en las sillas improvisadas como graderías, a ambos lados de la avenida. “Vengo desde hace 30 años al Gran Poder. Aquí se ve la fe y la belleza de toda el pueblo paceño”, me cuenta María Antonia mientras festeja la partida de la comparsa Fanáticos.
Pero no todos aquí están por convicción religiosa o por la fiesta. Elena vende jugos de quinua y manzana en pleno punto de partida. Varios trompetistas lubrican sus gargantas y disfrutan del brebaje. “Estoy vendiendo desde las cinco de la madrugada. Tómese uno, caserito”, me sugiere la mamita. Eludo la propuesta y me encuentro con una mujer vestida con un típico traje de chola antigua. Largas botas, blusa con encaje, faldas hasta la rodilla y las joyas de oro me hacen pensar en tiempos pasados, en épocas donde la fiesta no permitía la fabulosa mezcla de estratos, clases, sexos y creencias. Épocas pasadas y pisadas por estos tiempos de integración, tolerancia y unión de todo el pueblo paceño. Los brillos de los vestidos de un caporal me traen de vuelta al 2007. “El Gran Poder muestra la hermandad. Soy la cuarta generación de mi familia que participa en el festejo y van a seguirla mis hijos”, explica Isidro Choque mientras prepara su trompeta junto a sus compañeros de banda.
Las risas entre brindis de un grupo de bailarines me llevan hacia un puesto de cerveza. “Estamos toda la familia unida compartiendo una cervecita antes de la partida. Esto no es bailar por bailar, aquí se baila por la fe”, explica Andrés Tiñini mientras uno de sus hijos me invita un vaso de cerveza con su espuma chorreante. La morenada inunda el ambiente y los cuerpos comienzan a moverse al ritmo de las bandas. Los Tiñini participan en el Gran Poder desde hace más de 10 años. “Es como una fiesta familiar y de fe al Señor de todos los paceños”, cierra la charla Andrés repentinamente. Su comparsa, Los Mallkus Perdidos, debe bailar. Toda su familia se calza las máscaras y parten hacia la avenida que lleva a la Garita de Lima.
Ya son casi las nueve y el amanecer del Gran Poder me ha dejo ver colores, brillos, danzas y esperanzas. “Es una fiesta del sentir cultural boliviano y andino. La fe de un pueblo que baila y festeja hermanado”, me cuenta Martín, un viejito que agita una matraca en la comparsa Arte Illimani. Lo veo alejarse entre la masa de bailarines y músicos que van a transformar, aunque sea por un día, al gris pavimento de La Paz en un verdadero festival de la alegría popular.
Deben hacer unos cinco grados a esta hora de la mañana. Son casi las siete y media y da escalofríos el sólo ver a unas hermosas peceñitas enfundadas en diminutos y coloridos trajes de china morena. “Hace frío, pero cuando comience el baile todo se pasa”, me susurra al pasar Wendy Daza, una futura abogada que este año tiene el honor de ser reina de la Fraternidad Amaba.
Las chicas corren ultimando los detalles para arrancar la fiesta. Un poco de maquillaje en las mejillas o algún retoque de las faldas o el sombrero. Todas deben lucir perfectas para cuando sea su turno de comenzar el recorrido. “Es un orgullo mostrar la belleza de la chola paceña”, me explica Wendy mientras pinta sus pestañas con la ayuda de un diminuto espejo de mano. La veo perderse entre los otros cientos que se preparan para el inicio del Gran Poder 2007. Los nervios crecen, las sonrisas y la felicidad también.
Ya son casi las ocho y el sol comienza a dar calor a La Paz. Las callecitas que rodean al Cementerio General están abarrotadas de músicos, bailarines y familias que pugnan por encontrar un lugar en las sillas improvisadas como graderías, a ambos lados de la avenida. “Vengo desde hace 30 años al Gran Poder. Aquí se ve la fe y la belleza de toda el pueblo paceño”, me cuenta María Antonia mientras festeja la partida de la comparsa Fanáticos.
Pero no todos aquí están por convicción religiosa o por la fiesta. Elena vende jugos de quinua y manzana en pleno punto de partida. Varios trompetistas lubrican sus gargantas y disfrutan del brebaje. “Estoy vendiendo desde las cinco de la madrugada. Tómese uno, caserito”, me sugiere la mamita. Eludo la propuesta y me encuentro con una mujer vestida con un típico traje de chola antigua. Largas botas, blusa con encaje, faldas hasta la rodilla y las joyas de oro me hacen pensar en tiempos pasados, en épocas donde la fiesta no permitía la fabulosa mezcla de estratos, clases, sexos y creencias. Épocas pasadas y pisadas por estos tiempos de integración, tolerancia y unión de todo el pueblo paceño. Los brillos de los vestidos de un caporal me traen de vuelta al 2007. “El Gran Poder muestra la hermandad. Soy la cuarta generación de mi familia que participa en el festejo y van a seguirla mis hijos”, explica Isidro Choque mientras prepara su trompeta junto a sus compañeros de banda.
Las risas entre brindis de un grupo de bailarines me llevan hacia un puesto de cerveza. “Estamos toda la familia unida compartiendo una cervecita antes de la partida. Esto no es bailar por bailar, aquí se baila por la fe”, explica Andrés Tiñini mientras uno de sus hijos me invita un vaso de cerveza con su espuma chorreante. La morenada inunda el ambiente y los cuerpos comienzan a moverse al ritmo de las bandas. Los Tiñini participan en el Gran Poder desde hace más de 10 años. “Es como una fiesta familiar y de fe al Señor de todos los paceños”, cierra la charla Andrés repentinamente. Su comparsa, Los Mallkus Perdidos, debe bailar. Toda su familia se calza las máscaras y parten hacia la avenida que lleva a la Garita de Lima.
Ya son casi las nueve y el amanecer del Gran Poder me ha dejo ver colores, brillos, danzas y esperanzas. “Es una fiesta del sentir cultural boliviano y andino. La fe de un pueblo que baila y festeja hermanado”, me cuenta Martín, un viejito que agita una matraca en la comparsa Arte Illimani. Lo veo alejarse entre la masa de bailarines y músicos que van a transformar, aunque sea por un día, al gris pavimento de La Paz en un verdadero festival de la alegría popular.
Desde La Paz: Nicolás G. Recoaro
Foto: Jordi Salvadó
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