lunes, 18 de junio de 2007

Céline, el maldito




En FONDO NEGRO del domingo 17 de junio


Viaje al fin de la noche


Por:Nicolás García Recoaro


Fue uno de los escritores franceses que cambió la literatura del siglo XX. Pese a la censura y las acusaciones de colaboracionismo durante la Segunda Guerra Mundial, su obra sigue ocupando un lugar privilegiado en el olimpo literario.
Louis Ferdinand Céline es uno de esos narradores que te llevan de paseo por territorios incómodos, por el filo del lenguaje prohibido. Sus párrafos son duros latigazos que dejan tatuada la retina de los lectores; viajes eternos que dejan sin respiro e invitan a deambular los espacios y los personajes olvidados del planeta. Quizás por eso ha sido difamado y censurado. Sin embargo, su legado se encuentra en buena parte de la literatura del siglo XX: Kerouac, Auster, Ellis lo han destacado entre sus influencias a la hora de matar la palabra.
Faltaban pocos años para que el siglo XIX dejara escapar sus últimos suspiros, y en un pequeño poblado francés llamado Coubervoie, un 27 de mayo de 1894, nacía Louis Ferdinand Destouches (pocos saben que este es su verdadero nombre y que Céline es un seudónimo que toma del apellido de su abuela materna). Su dura infancia en Paris, con un padre golpeador y una madre enferma de polio que ganaba el sustento en trabajos de poca monta marcaron a fuego al pequeño Ferdinand.
Su futuro parecía predestinado a los trabajos financieros (estudios de idioma y trabajos en varias compañías comerciales parisinas) hasta que el estallido de la Primera Guerra Mundial lo encuentra enlistado en una unidad de caballería del ejército francés. Experiencia traumática de la que Céline escribiría: “Os lo digo, infelices, jodidos de la vida, vencidos, desollados, siempre empapados de sudor; os lo advierto: cuando los grandes de este mundo empiezan a amaros es porque van a convertiros en carne de cañón”.
La guerra le dejará varios estigmas (un brazo dañado, problemas en su audición y molestas jaquecas que lo perseguirán hasta sus últimos días), una medalla al honor y una visión desoladora y crítica sobre el futuro del hombre. “¡Ah! ¡Se divierte con su muerte mientras la fabrica, eso es el Hombre, Ferdinand!”, escribiría en Muerte a crédito.
Luego de una temporada de laborar en Camerún, donde contrajo malaria, Céline vuelve a su Francia natal y estudia medicina. Con el diploma bajo el brazo, es contratado por la Liga de Naciones y realiza diversos viajes por las más bastas geografías del globo: Suiza, Canadá, Estados Unidos, Camerún y Cuba. Conoce las desgracias del colonialismo francés y la hambruna y miseria del Tercer mundo. Otra experiencia que lo marcaría en su formación literaria: “La raza, eso que tú llamas así, es solamente esa gran pandilla de gente mísera como yo, legañosos, pulgosos, ateridos, que han acabado aquí perseguidos por el hambre, la peste, los tumores y el frío, llegados tras ser vencidos de los demás rincones del mundo. No podían ir más lejos por el mar. Pues eso es nuestra nación y esos son nuestros compatriotas”.
Luego de su periplo, Céline se instala en un suburbio parisino y comienza una ardua labor literaria, de la que nació su más importante obra: Viaje al fin de la noche. Un libro autobiográfico, marcado por una prosa ácida y agresiva. “Nos da vergüenza no ser más ricos del corazón y de todo y también haber juzgado, de todos modos, a la humanidad más vil de lo que en el fondo es”, escribió. El libro es un viaje transcontinental a un ritmo salvaje y acelerado (deserción del ejército francés, éxodo por tierras africanas y descubrimiento de las infelicidades norteamericanas). Heredero de los poetas malditos franceses (Rimbaud y Baudelaire), Céline reconstruye la pesadumbres del mundo de entre guerras y radicaliza la construcción del lenguaje oral de sus personajes. Luego vendrían su militancia anticomunista y su participación en el Gobierno colaboracionista de Vichy, durante la invasión nazi de la Segunda Guerra Mundial, que le valieron acusaciones de antisemita. Caminos erróneos que llevaron a Céline por tierras intolerantes y sectaristas.
Condenado a prisión, pasó algunos años de su vida y ganó duras críticas de buena parte de la intelectualidad europea. Finalmente, muere casi olvidado, un primero de julio de 1961. Su legado literario fue recuperado, varios años después, por un sinnúmero de escritores (Burroughs, Vonnegut y Mailer, entre otros). Pese a su nefasta elección de colaborar con el régimen de Vichy, siempre será recordado como un escritor con una mirada descarnada y mordaz, un hombre que emprendió el duro oficio de construir una prosa sin máscaras ni maquillajes. Alguna vez, Andre Guide dijo que “No es realidad lo que Céline pinta, pero es alucinante lo que realmente provoca”. Sinceridad honesta y brutal.
* Periodista y escritor argentino radicado en Bolivia

sábado, 16 de junio de 2007

CRUCERO PUNK





Un crucero con los Sex Pistols

Por Nicolás G. Recoaro


El 7 de junio de 1977, en un barco repleto de jóvenes lookeados con tachas y alfileres de gancho se entonaba “God save the Queen”, el censurado himno de una banda conocida como los Sex Pistols. En el día del Jubileo de la reina Isabel II, el primer crucero punk surcó las aguas del río Támesis.

El Queen Elizabeth II navega por las sucias aguas del río Támesis. La noche se acerca y la silueta del Palacio de Westminster se dibuja sobre la ribera. Un joven con pelos parados y oxigenados salta como endemoniado entre los chicos punks que bailan en la popa del barco. “Dios salve a la Reina, Ella no es humana. Y no hay futuro, para el sueño inglés”, canta furioso el pequeño Johnny Rotten. Es la apoteosis de los Sex Pistols por el 25 aniversario de la Reina Elizabeth II. Es el contrafestejo de una Inglaterra que estaba a punto de estallar.
Parecía descabellada la idea de Malcolm McLaren, el manager y diseñador de ropa que llevó al estrellato a éste grupo de cuatro jovencitos con aspecto de“asesinos jóvenes atractivos” (como les gustaba llamarlos), que pasarían a la historia como los Sex Pistols. Rentar un barco y pasear a la banda censurada por sus irreverencias ante la Corona Británica y dar un recital náutico en el corazón mismo de Londres, en las propias narices de la realeza que celebraba el aniversario de plata de la coronación de la reina.
La proscripción de presentarse en suelo británico pesaba sobre los cuatro muchachitos londinenses, y que mejor manera de violar la prohibición que navegar las frías aguas del río que atraviesa la capital del antiguo imperio anglosajón, con la banda brindando su festín de música corrosiva y anarquista.
Era 7 de junio y la reina Elizabeth II encabezaba los desfiles y banquetes que celebraban el Jubileo de plata de su coronación, pero paralelamente, desde algún pequeño puerto en la ribera del Támesis, un barco rentado partía cargado con varias docenas de jóvenes crestudos, vestidos con ropas desgarradas y alfileres de ganchos metalizados. La comitiva, integrada por la elite que comandaría el estallido punk de la década del setenta estaba formada por Sid Vicious y su novia Nancy Spungen, Billy Idol, Joe Strummer (vocalista de The Clash) y los miembros de The Dammed, entre otros.
Acompañados por una buena cantidad de periodistas de las principales revistas de rock y de la prensa amarillista, los cuatro Sex Pistols iniciaron el ágape con una buena dosis de cervezas y declaraciones ácidas hacia la caza de brujas que se había ordenado en su contra. “No se escribe una canción como 'God Save the Queen' porque odies a los ingleses. Se escribe una canción así porque los amas y estás cansado de que los maltraten. No es un ataque hacia la reina en particular, sino hacia el gobierno británico en general”, explicaba Rotten a la Melody Maker durante la travesía.
Los Sex Pistols habían llegado a la cresta de popularidad pocos meses antes de embarcarse en el crucero anarquista. El núcleo inicial de la banda nace de la frenética guitarra de un hijo de obreros desocupados, Steve Jones, que cansado de la música progresiva de bandas como Yes o Genesis, decide formar una banda de música acelerada y minimalista. Poco después se sumarían el baterista Paul Cook y el bajista Glen Matlock. Durante esos años, el trío solía actuar con diversos nombres y tocar un rock elemental muy influenciado por los americanos The New York Dolls. Pero bajo el ala protectora de Malcolm McLaren, un excéntrico diseñador de ropa vanguardista londinense (fuertemente influenciado por el situacionismo y el sadomasoquismo) construyen la estética nihilista y insurgente que venían explorando. Pero la banda termina de conformarse con la llegada de Johnny Rotten como frontman del grupo. Por aquellos años, Rotten pasaba largas horas deambulando por los barrios marginales londinenses, y en una de esas rondas por Kings Road con su amigo Sid Vicious (futuro bajista de la banda), usando el pelo teñido de verde y una remera de Pink Floyd sobre la cual había escrito las palabras “I Hate”, el destino lo llevó al encuentro de los otros Pistols. Creyendo que su imagen y su actitud eran las indicadas para la banda, McLaren, Jones y Cook se acercaron a Johnny y le ofrecieron ser el vocalista del grupo. Más tarde regresaron a la tienda del manager y le pidieron que cantara junto al jukebox y Rotten los deslumbró con su estilo arrogante y psicótico. Cómo una buena obra de ingeniería, los Sex Pistols habían sido creados.
Luego de numerosas actuaciones donde comenzaron a despertar la excitación de la juventud británica y una serie de escándalos mediáticos (presentaciones televisivas y portadas en los principales tabloides amarillistas ingleses) los cuatro Pistols sufren la censura de sus singles al ser acusados de insultar a la sociedad civil británica y a la monarquía particularmente. Durante ese año, el puesto número uno del ranking musical quedaría vacío, ya que ninguna radio quería pasar sus singles por miedo a las protestas de las autoridades.
Los alaridos de Rotten y su forma de arrastrar la pronunciación de la r hacen enloquecer a los muchachos. “No future…No future…for you”, canta el pelirrojo en éxtasis. De fondo se oyen las sirenas de las lanchas de la policía que comienzan a rodear al Queen Elizabeth II. Los músicos arremeten con las estrofas finales de Dios salve a la reina. “Ni siquiera sabíamos de los festejos por el aniversario del Jubileo. En realidad, no nos importaba”, explicó Steve Jones años después de la regata.
Las crónicas de los diarios ingleses hablaron de los disturbios producidos por el grupo de antisociales. Rodeados por la policía, los Sex Pistols terminaron el concierto entonando “No Fun”. Por suerte para la historia de la realeza británica, la reina Elizabeth II jamás supo del incidente del crucero. Tampoco creo que los Sex Pistols la hubiesen invitado a la fiesta.